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La cr ítica

La crítica siempre llega, surge, aparece para incomodar, como las visitas indeseables o las gaviotas insoportables que nadie invitó. La crítica es como la mosca en la sopa; es el blanco de los dardos que nadie quiere sostener o vestir porque aterroriza saberse foco de su atención. Cierta especie de creadores podrían sobrevivir mucho tiempo sin esa vieja latosa, pero paradójicamente la creación surgiría y se desarrollaría en forma más vigorosa si la praxis crítica iluminara nuestro mundo.

El poeta Octavio Paz (premio Nobel de Literatura en 1990), reprochó siempre la falta de crítica en México, y es que en países como el nuestro, los mismos creadores tienen que erigir su poética y su estética al mismo tiempo que su creación, ante la inexistencia de un intercambio enriquecedor y constante de ideas que puede darse sólo cuando la crítica es original y desmistificadora, ajena a los vicios de la ignorancia, la mediocridad de la percepción o subterfugios ideológicos moralizantes. La crítica surge con la creación, no después poeta poema mismo tiempo que establece su poética.

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A pesar de todo, en nuestro país, hemos tenido en Alfonso Reyes, Octavio Paz y José Emilio Pacheco, entre otros, a críticos de la talla de Baudelaire, Ezra Pound, Walter Benjamin o Paul Valéry; pero desafortunadamente, en México lo que ha prevalecido es una crítica crítica, es decir una crítica visceral, fraudulenta que ha desembocado en el ninguneo, el chisme, la calumnia, en síntesis, en la deformación de la realidad y en el entorpecimiento de la creación.

Coincido con el poeta Xavier Villaurrutia, que en alguna ocasión señaló que, la verdadera crítica “es siempre una forma de autocrítica”, es decir, la mejor de las críticas posibles es el espejo; ese diálogo del hombre creador consigo mismo, con sus circunstancias y sobre todo con sus posibilidades en todos los sentidos hacia todos los sentidos, es decir, con el hombre o los hombres que le acompañan en su paso por la vida. “El crítico —apunta Octavio Paz— es aquél que no sólo es capaz de ver mejor, más claro y más hondo, que

“Se afirma que hay varias formas de crítica. Yo reconozco dos: la crítica destructiva sin finalidad constructiva y la crítica creativa que ilumina, revela y enriquece nuestra visión del mundo” otros, que prever La crítica es visión y adivinación”. El crítico desea (en el sentido que el filósofo Gilles Deleuze caracteriza el deseo; y ¿cuál es ese sentido? El mismo que señalaba Arthur Rimbaud a su madre, que no entendía Una temporada en el infierno: “He querido decir lo que eso dice, literalmente y en todos los sentidos”). El auténtico crítico es un creador e iluminador de realidades. Desea predecir no sólo comprender, interpretar y alcanzar un sentido hermenéutico; y es allí donde radica su máximo desafío; desea descubrir y revelar valores y elementos comunicantes que otros no han podido, o no han sabido percibir en el texto o contexto del poema, la novela, la obra de arte, la política, la filosofía y sobre todo, la vida cotidiana.

En países como el nuestro la hipocresía y la cobardía ahogan la crítica, país de simuladores el nuestro; Octavio Paz lo señaló lúcidamente: “El simulador jamás se entrega y se olvida de sí, pues dejaría de simular si se fundiera con su imagen. Al mismo tiempo, esa ficción se convierte en una parte inseparable —y espuria— de su condenado a representar toda su vida, porque entre su personaje y él se ha establecido una complicidad que nada puede romper, excepto la muerte o el sacrificio. La mentira se instala en sus ser y se convierte en el fondo último de su personalidad”. Por eso el simulador repudia la crítica. Oculta y se oculta y con este ocultamiento da origen al imperio de la mixtificación; termina confundiendo el rostro con la máscara.

El pasado fin de semana, un escritor talentoso y amigo me comentó que había asistido a una relevante presentación cultural donde sólo se permitió la asistencia a los mortales que acreditaron tener su credencial VIP$, y a lo más selecto del Olimpo cultural nacional; me compartió algunas observaciones críticas sobre el evento. Los señalamientos me parecieron agudos y oportunos, nunca recurrió a la descalificación o al cotilleo artero, por lo que le comenté: “Lo que dices me parece muy interesante, ¿por qué no escribes un artículo al respecto?”; automáticamente me respondió desde el fondo de su armadura: “Me mal interpretarían, pensarían que los estoy atacando… no soportarían la verdad”; y no se dijo más sobre el asunto, el fingió que nada había dicho, y yo fingí que nada había escuchado; y, seguimos charlando, mientras en un breve lapso de silencio, cruzó el ángel tuerto de la modernidad haciendo un gesto, no supe si de asombro o de asco.

En este país, una característica de nuestra vida social y política es la incapacidad para discutir abierta y públicamente nuestras diferencias, nuestros problemas, nuestras contradicciones, como si el prestigio o autoridad de nuestros funcionarios, jefes o nuestro prójimo en general no pudiera tener otro fundamento que la omnipotencia e infalibilidad; y, toda crítica desmistificadora y bien intencionada se interpreta como un ataque personal.

Se afirma que hay varias formas de crítica. Yo reconozco dos: la crítica destructiva sin finalidad constructiva y la crítica creativa que ilumina, revela y enriquece nuestra visión del mundo. En su excelente ensayo Aristarco o anatomía de la crítica, Alfonso Reyes aclara que: “la crítica no es necesaria censura en el sentido estricto. La crítica también encomia y aplaude. Más aún, explica el encomio y enriquece el disfrute”

La torpeza y miopía crítica son hermanas de la incapacidad creativa. “Para ejercer la crítica no bastan los dones nativos, por más altos que sean —apunta Octavio Paz—; hace falta también la cultura. El trato frecuente con las obras artísticas y literarias no sólo nos pule sino que nos cambia al grado de que llegamos a adquirir una segunda naturaleza. Hay un instinto crítico, quiero decir, un instinto que no es natural pero que llega a fundirse con nuestros sentidos y se vuelve natural. Ese instinto se llama gusto y es, a un tiempo, el fundamento y el límite de la crítica. El fundamento porque sin el gusto, sin la relación afectiva con la obra, no es posible que se realice la experiencia estética; el límite porque todas las obras de arte que cuentan trascienden siempre el gusto de su época”.

La crítica es el cerbero del buen gusto y de la mente despierta, es la simbiosis de la filosofía, el arte, la ciencia y la valoración de la creación. La crítica es el reconocimiento luminoso de la creatividad humana.

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