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La feminización creciente:

Con tiempos largos para pensar y escribir pausadamente, abordo un tema que desde tiempo atrás me atrae y me apasiona: ¿qué pasa con la presencia femenina en nuestras sociedades contemporáneas que, reiterada y aceleradamente, tiende a ser, a nivel mundial, de manera abrumadora, extendida y dominante, una presencia que convierte cada vez más al mundo en un mundo de mujeres, volviéndose hoy esa presencia en una de las contradicciones clave del capitalismo contemporáneo, que no ha sabido y no sabe cómo enfrentar esa presencia sensible y masiva de mujeres en el ámbito social, lo que obliga a su estudio detallado, acucioso y reiterativo. Se cree aquí que dentro de esa pregunta caben muchísimas temáticas que dentro de este escrito quizá sólo se logren esbozar algunas de ellas y que sin duda explotan de manera cotidiana.

Así, reconociendo, pues, la parcialidad del abordaje de tal temática, este breve ensayo reflexivo es como un salto al vacío cuyo objetivo es, sólo, plantear algunas ideas sobre una temática que, hoy, apenas y se alcanza a vislumbrar, a pesar de que, desde diversas perspectivas, ha sido abordada por muy diversos autores y autoras desde variadas perspectivas. Como en otras ocasiones, más allá de todo rigor académico se trabajan sólo algunas ideas centrales que, en ocasiones, se ven respaldadas por citas académicas formales.

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Lo biológico y lo antropológico

De esta manera, estudiar hoy la presencia apabullante de las mujeres en nuestro mundo contemporáneo remite a una historia remota, muy remota, en donde la pregunta central, como bien lo argumenta Dalia Ventura en su excelente escrito La fascinante historia de cómo el sexo nació en América hace unos 250 millones de años (BBC News mundo, 19 de mayo de 2019) tiene que ver mucho con los orígenes de la especie humana (orígenes en muchos sentidos marítimos, lo que conlleva que seamos, hombres y mujeres, corporalmente acuosos en un gran porcentaje: 60 por ciento), la que, como parte de su evolución como ser vivo, en un determinado momento alcanzó su división sexual para poder reproducirse, en lugar de optar por algún otro tipo de reproducción (esporulación, gemación, bipartición, segmentación, partenogénesis). El sexo, pues, es una parte primordial de nuestra evolución como especie; aunque también, más adelante, parte de nuestros orígenes y evolución primaria ya como especie es la existencia del macho alfa en el grupo, que fijaba las tareas a desarrollar para sobrevivir y establecía quién debía, dentro del grupo humano —compuesto de hembras y machos—, desarrollarlas, sin olvidar, en ese entonces, el predominio generalizado y dominante dentro del grupo del pensamiento mágico como forma para ordenar la vida y que dio origen así, a la división de tareas dentro del grupo (en donde la conformación del cuerpo —como en el caso de todos los mamíferos— tuvo mucho que ver: musculoso el macho; tenue, sutil, estriado —por embarazo, parto y amamantamiento— el de la mujer). ¿Por qué a los machos tocó el desarrollo de las tareas más

“De la madre el ser humano hereda la lengua, la que no en balde, así, recibe el nombre de lengua materna” pesadas —caza, pesca, siembra y recolección?—, ¿acaso ello permitió el predominio precisamente del macho alfa?, cuya evolución luego, en términos de pensamiento mágico, ejerció su predominio de comunicación, lenguaje y rituales —poco indagado aún el tema por la antropología—, por lo que así, desde el principio, predominaron en el grupo humano los símbolos y signos emitidos por el macho alfa para realizar las tareas básicas y proteger la especie, en donde, sin modificaciones sustanciales, el papel de la mujer implicó, en diversos sentidos, tareas sustantivas vinculadas a la reproducción y al cuidado de los críos, en el nicho primero y luego en la casa, lo que la llevó a una subordinación temprana hacia el hombre. Hipótesis, las anteriores, provenientes de un estudio detallado de la evolución de la especie, aunque dada su lejanía, requieren de estudios de confirmación.

A la etapa del pensamiento mágico le sigue la etapa del pensamiento religioso, que no modifica sustantivamente la subordinación de la mujer hacia el hombre, al margen de que el orden de las tareas al interior del grupo humano sí comienzan a cambiar, aunque no sustantivamente.

Historia de cientos de millones de años, que no se detiene allí, sino que, ya más cerca de nosotros, con el surgimiento del pensamiento racional entre los griegos antiguos (y la referencia es obligada, porque falta estudiar más a fondo la historia de los pueblos de Oriente y del Norte de Europa —las raíces celtas son apasionantes—, al menos entre nosotros, los denominados pueblos de Occidente) y de lo que se denomina, en el pensamiento de los ya calificados como pueblos de Occidente, “civilización” (lo pongo entrecomillado para remarcar el carácter parcial y discriminatorio del término) poco se modifica el papel social de la mujer. En otras palabras, en general el salto que se da entre pensamiento religioso y pensamiento racional es confuso en general, incluyendo en ello lo que se refiere al género, aunque lo que no

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