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El artista como fantasma: consideraciones en torno a su invisibilidad mediática

Cada cambio es una forma de liberación. Mi madre solía decir que el cambio es siempre bueno, incluso cuando es para peor

Paula Rego

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Por la mañana, entre mi primera y segunda taza de café, suelo ver los portales de noticias para enterarme de los desastres que cada nueva jornada trae consigo, para comparar las mismas noticias contadas desde distintas —y las más de las veces— opuestas perspectivas. Empiezo por las cadenas de noticias extranjeras, CNN de nuestro vecino del norte, The Guardian y la BBC de Gran Bretaña, France24 del país galo, DW de Alemania, RT de Rusia, Aljazeera de los países árabes, Europapress de España, Página12 de Argentina, CGTN de China, para luego entrar a los sitios nacionales, desde El Financiero hasta Sinembargo. Finalmente, exploro el mundo noticioso regional: La Crónica en primer lugar, luego El Mexicano y La voz de la frontera. Casi siempre me decanto por noticias internacionales y de cultura.

Hace pocos días, estando en tal ritual, leí un artículo del pintor Rubén García Benavides en La Crónica, que es un diario donde yo también soy columnista. No acostumbro hacerlo en el caso de Benavides porque sus textos son de machacona opinión política en la mayoría de los casos y pocas veces se dedica a comentar el panorama artístico de nuestra entidad, lo cual ciertamente es tema de mi interés como lector y periodista cultural. En las escasas ocasiones en que don Rubén así lo hace —en que el arte es el centro de su atención— dedica su columna a pedir que se haga su añorado proyecto de un museo de arte como ya hay en otras ciudades del interior del país. Pero en un reciente artículo, gran pintor Ortega, que había pasado sin pena ni gloria. Y no por el valor artístico de lo exhibido en ella, que es mucho, sino, como decía don Rubén, por la falta de atención mediática a esta exposición: “Fuera de quicio me quedé cuando en la exposición pictórica de Carlos Coronado y mía en la Casa de la Cultura de Mexicali, la televisión, los periodistas estrellas, los comunicadores lumbreras y la prensa, incluso La Crónica en donde escribo, brillaron por su ausencia”. Y agregaba una explicación a lo que él llamaba el “menosprecio de los medios”, donde aseguraba que ni Carlos ni él eran requeridos por no ser “noticia de escándalo: crimen, droga, minusválidos o pobreza extrema”. Y al final se lamentaba, este artista reconocido nacional e internacionalmente, de que la exposición de Coronado y suya era resultado de “más de cincuenta años en la disciplina” pictórica que ambos creadores han practicado por más décadas: “se dice fácil, pero lo logran pocos”, concluía. ¿A qué se debe, entonces, este desdén por la cultura y el arte por parte de los medios, donde el artista se ha vuelto un fantasma si no y tienen efecto en el arte como objeto de consumo y en el artista como figura pública. Benavides mismo lo reconoce: el artista que sólo es artista no es el preferido del público, no es el que concita el furor comercial, la multitud adoradora. De ahí que yo propongo, como explicación de tal desaire, los siguientes factores a considerar:

1.- El artista visual ya no es visto como un creador riguroso, con un mérito propio, sino como un ser narcisista para consumo en las redes, cuyo prestigio es la persona y no necesariamente su obra. El centro de atención está en la pose, en las polémicas en que se participa, en los “memes” que genera entre sus seguidores. Se espera de él que sea un influencer, alguien que busque a los medios para ser la comidilla del día, alguien que no ponga en entredicho el mercado mismo del arte. Los tiempos del artista como libertador creativo, del arte como obra visionaria, han quedado en el pasado ante un arte moldeado desde la subordinación a sus patrocinadores, desde el acatamiento a sus mecenas. Como en tiempos antiguos, el creador se adapta sin chistar a lo que la audiencia, las redes y la academia dicen que es arte. Quizá Benavides y Coronado debieron avisar a los medios que iban a lanzarse baldes con pintura mutuamente, que su exposición sobre la sierra de La Rumorosa iba a tener lugar en la cumbre misma de esta montaña o que iban a protestar por la falta de atención mediática para que los propios medios los consideraran un espectáculo que valía la pena compartir con su audiencia.

2.- La disminución de los especialistas en arte que ahora son especialistas en marketing. Se habla de arte para venderlo al mejor postor Es decir: se promueve al artista como un producto a publicitar, como el vocero de una tendencia de moda. O tal vez olvidan la máxima de Tyron Lannister, el famoso filósofo de Westeros: “Todo es válido, pero no todo es valioso”. Y aquí hay que ver que los académicos, aquellos que enseñan el arte o investigan el contexto en que éste se crea, han decidido que ellos también merecen los reflectores del artista, que ellos, como museógrafos, curadores o críticos, merecen sus quince minutos de fama. Y para ello, el artista es un pretexto para destacar como los únicos intérpretes de la verdad absoluta. Hace poco leí a uno de ellos decir que su interpretación —o hipótesis de trabajo— era una verdad irrefutable. Con tales arrogancias se construye una imagen de que el verdadero artista no es el creador sino su exégeta. Y así el artista se vuelve una nota a pie de página, una referencia, un argumento. La prueba visible de que su intérprete o promotor es quien tiene la última palabra y no el propio creador

3.- La desaparición de los espacios culturales en los medios. El periodista cultural es el “pájaro Dodo” de nuestro tiempo: es una especie extinta porque a nadie le interesó preservar su sentido crítico, su responsabilidad social. De ahí que el reportero actual ya sea un generalista: lo mismo puede escribir de nota roja, una conferencia de prensa en la Cámara de Comercio, un pijama party y una exposición de arte entre las damas de sociedad. Para esta clase de periodista, todo vale igual. Y no es culpa de él o ella sino del nulo valor que los medios contemporáneos —desde televisoras hasta los portales de noticias— le dan a la cultura, pues para ellos sólo es otro acontecimiento a vender, una información que sirve exclusivamente para atraer a las empresas que patrocinarán a su medio. Un entretenimiento para pasar el rato. Un infomercial. La falta de espacios para difundir lo cultural y lo artístico es evidente, y cuando llegan a cubrirlos, los medios, especialmente los audiovisuales, integran el arte en la industria del espectáculo. Y por ello mismo, únicamente les interesan aquellos aspectos que son polémicos o que inciden en la situación política y partidista: dislates, tropiezos, ridiculeces. La información artística no es válida por sí misma sino por su vinculación con la agenda del momento, con los temas a debate, con los memes del día.

4.- Las instituciones públicas repiten los esquemas del siglo pasado, pero con menos recursos. No hablan ya de promover obras monumentales sino de hacer cultura en la calle. La vida artística se circunscribe a festivales, a jolgorio, a aglomeraciones festivas. Lo cual no está mal, pero no debe ser lo único. Esta lectura de lo cultural como eventos masivos funciona para las artes escénicas, pero no para las artes donde el creador individual se manifiesta con mayor fuerza, como la literatura y las artes visuales. De ahí el lamento de don Rubén. Pero también la percepción de que en el siglo XXI el artista es un promotor de sí mismo o nadie le prestará atención. Las instituciones ya no actúan con el paternalismo de la mamá de los pollitos. Ahora le exigen al artista que se rasque con sus propias uñas, que encuentre financiamiento por su cuenta y riesgo, que cacareé cada obra suya como un producto a vender, como una campaña publicitaria, como una tendencia de temporada: con caducidad fija. Y si hablamos de las instituciones privadas, vemos que éstas sólo quieren que el arte sea un evento social de la élite empresarial, un acontecimiento para los happy few. De ahí que, para esta minoría privilegiada, los residentes de las zonas doradas del estado, el arte debe ser algo agradable, que no cause conflictos, que no les agrie el día. El arte que exigen es que éste sea una inversión que deje beneficios, que dé ganancias, que proteja su dinero, que los muestre como los triunfadores, los ejemplos a seguir Y sucede que la gran mayoría de los artistas que trabajan para contentar a estos mecenas fronterizos crean obras que no respingan, que no muerden, que no concitan más que la aceptación inane. No es arte lo que producen sino un sucedáneo del arte: una simulación decorativa que se vende como un objeto de prestigio. La ambición creativa como una marca de fábrica, como una atracción turística, como un lujo para quien puede pagarlo. Olvidan lo dicho por la pintora portuguesa Paula Rego: “El arte es el único lugar donde puedes hacer lo que quieras. Es libertad”. Desgraciadamente, para muchos artistas bajacalifornianos, su arte es un seguro financiero, una jaula de oro donde cantan para sus patrones, donde muestran su plumaje para admiración exclusiva de quien les da de comer. En vez de que el público se acomode a sus obras, estos artistas se adaptan a los gustos de su posible clientela: “¿Quieres un gatito con ojos amorosos? Mañana lo tienes”.

“El artista visual ya no es visto como un creador riguroso, con un mérito propio, sino como un ser narcisista para consumo en las redes, cuyo prestigio es la persona y no necesariamente su obra”

5.- El artista, como creador laborioso, ya es un fantasma irredimible: hasta la Inteligencia Artificial puede imitarlo. Pero una cosa es copiar sus manías y otra muy diferente es crear algo que deje marca en el mundo. El arte ya es un oficio obsoleto para muchos de nuestros contemporáneos, que creen que para hacerlo basta con ser ingenioso, mostrar alguna habilidad, ser carismático, aventarse al ruedo, porque ya no importa la disciplina o el talento, sino la pura osadía de hacer público lo privado, de mostrar quién eres y compartirlo en la red. Así son los tiempos del siglo XXI y no hay marcha atrás. Por eso tantos que quieren ser llamados artistas buscan la fama y la fortuna haciendo barullo, dando de qué hablar. No les interesa su obra sino su resonancia. No les importa su hechura sino su impacto mediático. Su lema es: “No te fijes en lo que hago. Fíjate en mí, en mi apariencia, en mi forma de ser y comportarme. ¿Verdad que soy fascinante?”

6.- El clima cultural prevaleciente, donde tantos se sienten ofendidos por cualquier cosa que los molesta, que va contra sus prejuicios y creencias, ha vuelto al arte un territorio en acoso permanente, un campo de batalla de las guerras culturales del momento. La libertad creativa, por estar bajo asedio, hace que muchos creadores que no tienen estómago para luchar por sus convicciones, se amolden a las restricciones y causas de su cultura, país o religión. Y la obra resultante se adapta a las normas en uso, no rompe ni un plato para no generar un clima hostil hacia su creador El arte es ya lo que los otros quieren que sea: un objeto apacible, un instrumento sin f un alimento procesado, un gesto bre y sumisión a los poderes autoritarismos de todo tipo, lecientes. ¿Con qué fin? Para de la concurrencia, el dinero res, el visto bueno de las instituciones públicas privadas. Y por ello, gran parte de los artistas de la actualidad aceptan que su dores de simple entretenimiento, garantizada diversión.

Así que, basado en lo anterior siderar todos los factores que invisibilidad mediática a muchos artistas bajacalifornianos de generaciones pasadas, esos que en vez de hacer experimentos ingeniosos se dedicaron a trabajar con ahínco su disciplina artística sin pensar qué institución iba a becarlos, quién iba a comprar su obra o qué museo la albergaría. ¿Y entonces? Pues empezar a resolver las restricciones mediáticas de nuestro tiempo con el mismo empecinamiento creativo de la generación de los pioneros. Que los artistas que comenzaron su periplo en la segunda mitad del siglo XX produjeron una obra que debe aquilatarse como legado artístico para las nuevas generaciones de bajacalifornianos. Es una herencia que nos pertenece y a la vez nos responsabiliza en su cuidado, en su promoción, en su permanencia.

Lo cierto es que el ambiente de nuestra época nos obliga no sólo a rendirles homenajes oficiales, aplausos de reconocimiento a los pintores de la generación de Benavides y Coronado. Lo que pide don Rubén es que el público acuda a su exposición, que los medios la difundan. Yo agregaría que lo que requieren estos artistas bajacalifornianos que ya han fallecido o que rondan los setenta, ochenta años de edad es un público crítico, una audiencia exigente con su obra, una lectura sobre su papel en el contexto de su época y circunstancias. Estudiar sus trabajos y sus días de esfuerzo, así como investigar las instituciones públicas y los espacios independientes a los que estos creadores, desde los años cincuenta del siglo pasado, dieron vida y aliento. Y eso es tarea de las secciones culturales (que tan pocas quedan en nuestra entidad), de las redes sociales (cuando dejen el chismorreo, los bots, los retos a imitar), de los mecenas empresariales (que creen en el arte como simple inversión a su prestigio social), del mercadeo a destajo (las ferias de arte que se contentan con ser el mercado de pulgas local), de las instituciones culturales (que siguen la ruta de lo inmediato sobre el trabajo a largo plazo) y de los centros educativos (más propensos a proponer discursos teóricos que a escu-

Ante semejante situación, el creador visual se halla en la encrucijada entre lo que quiere hacer y lo que su medio quiere que haga: “¿Hago un performance sobre la tragedia del albergue de migrantes de la frontera? ¿Presento una escultura de un mazapán y la titulo Tijuana? ¿Pinto los juguetes de mi infancia para que me patrocine una empresa japonesa?

¿Expreso mi amor por Miley Cyrus con una exposición que se llame Talk to Myself for Hours?”

E incluso con tales intentos por unirse a la cultura de masas, el creador contemporáneo pocas veces logra escapar de su condición de fantasma. Ahora se le ubica, al menos por los medios, dentro de esa amplia categoría donde caben cantantes populares, actores de telenovelas, presentadores de noticias, youtubers y productores de contenido. Una amalgama donde no hay una precisa caracterización de lo que es creación artística, de lo que implica hacer arte porque todo puede serlo y cualquiera puede decirse artista simplemente para cotizar mejor en el mercado de su preferencia. Y los artistas que no anhelan la pasarela de la fama, los reflectores de la cultura del éxito, la adulación personal, esos no cuentan, no se les da importancia. Y así, los medios actúan como si estos últimos no merecieran ser mencionados, ir a sus presentaciones, atender sus exposiciones. A Benavides lo saca de quicio semejante indiferencia, tamaña ingratitud. No para su persona sino para su trabajo. Tal vez debería recordar otra cita de Paula Rego: la que afirma que “todo cambio es una forma de liberación”; que el cambio, aunque sea para peor, “siempre es bueno” porque da la posibilidad de transformar el mundo, la vida, la creación, la manera de hacer las cosas, de ser artista. Que el cambio es un desafío, una oportunidad. La de empezar todo de nuevo. La de buscar soluciones por uno mismo.

Ahora bien, pintores como don Carlos y don Rubén no quieren ser fantasmas antes de tiempo. Y por eso tienen todo el derecho a exigir a la sociedad bajacaliforniana, a las instituciones que se dicen culturales (en el caso de la Casa de la Cultura de Mexicali, donde se inauguró la exposición de ambos, es el IMACUM) y a los medios regionales que se pongan las pilas, que no desprecien lo propio, que no sean ciegos a sus verdaderos artistas. No es tiempo de desestimar lo nuestro. No es hora de ser groseros con quienes tanto arte nos han dado por tantos años y con tanta generosidad. así, después de dicho todo lo anterior, lo que permanece en pie es la obra misma. La de Carlos Coronado Ortega, la de Rubén García Benavides y la de tantos otros artistas bajacalifornianos, ya sea que sigan con nosotros o hayan fallecido: la de Francisco Arias y Ángel ValRa, la de Ruth Hernández y Francisco Chávez Corrujedo, la de Esther Aldaco y Benjamín Serrano, la de Manuel Bojórkez y Arturo Esquivias, la de Álvaro Blancarte y Daniela Gallois, la de José García Arroyo y Ernesto Muñoz Acosta. Y esa obra hablará con voz estentórea a pesar de todos los desdenes y todos los ninguneos actuales. Y esa obra seguirá diciendo a propios y extraños: “Aquí estoy Si buscas el espíritu de lo bajacaliforniano y lo universal a un mismo tiempo, veme, léeme, escúchame, atiéndeme. Yo nunca me iré. Yo jamás dejaré de ser fiel a esta región del mundo” angel.gabriel.trujillo.munoz@uabc.edu.mx

Y entonces la pregunta se traslada a cada uno de nosotros. ¿Podremos ser fieles al arte bajacaliforniano en estos tiempos de TikTok y retos virales? ¿Podemos pensar en la obra de nuestros artistas como la parte trascendente, vital de nuestra sociedad? ¿O la era del artista riguroso, leal a su trabajo creativo y no a los imperativos de las redes sociales, de la cultura mediática ha concluido? En todo caso, aquí va una carita feliz, un dedo pulgar en alto, una sonrisa de simpatía. Los signos más utilizados para no tener que dar explicaciones, para no tener que pensar en serio sobre lo que el arte es en realidad: una exigencia creativa, un terremoto perceptivo, un acervo de conocimientos, un trabajo bien hecho para compartirse en todo tiempo y lugar. No importa el dolor que provoque, las heridas que abra con su sola presencia. Porque el arte para ser arte no requiere de una clientela, de una multitud de seguidores, de los reflectores de la prensa o de referencias a tal o cual fenómeno en boga. Únicamente necesita una mirada atenta a la condición humana, una expresión veraz de nuestro entorno, un decir: “Yo soy testigo del mundo y no puedo callarme la boca”. Eso. Sólo eso.

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