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Reglas para un nuevo mundo | Iliana Hernández pág

Slavoj Zizek

se hayan agotado –el mundo de tristezas que acumula esa sociedad es, casi, infinito y, por tanto, los temas sobran–. Es sólo que me tocó mencionar algunos de los que consideré relevantes, como el de hoy, que, en efecto, no es exclusivo de la contemporaneidad, sino que, en el pasado también, se ha manifestado con brutalidad en diversas épocas y lugares, y puede que en el futuro –si hay género humano para entonces y planeta Tierra– se manifieste asimismo de maneras diferentes.

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Es decir, la violencia entre humanos nos ha acompañado desde tiempos remotos –el patrón del macho alfa–y ha marcado nuestra existencia de una forma determinante, quizá porque nuestra sobrevivencia implica una lucha tanto con el medio en el que hemos vivido –la caza y la agricultura– y eso conduce a la pugna incluso entre los de la misma especie –grupo, manada, gens– para preservar el dominio territorial, como, poco después, para mantener la vigencia del orden en el manejo de la ciudad. Por una u otra razón, ya en la ciudad el monopolio de la violencia fue una facultad propia del Estado, aunque, los enemigos de éste, también con violencia revolucionaria han querido, siempre, imponer un orden diferente al que subsiste en la ciudad y es ése el origen de diferentes ordenamientos. Pero, sea como sea, lo que aquí interesa tocar es algo muy concreto: ¿puede olerse la violencia –particularmente la violencia humana– cuando ella se manifiesta?

Es decir, por ejemplo, ¿había algún olor característico en los bosques de Japón cuando los ejércitos de samuráis se enfrentaban entre ellos?, ¿a qué olían los burgos fortificados de la Edad Media cuando eran asediados por grupos hostiles enemigos?, ¿qué olor se percibía en las trincheras de la Primera Guerra Mundial antes de un ataque con cañones ametralladoras y morteros?, ¿Hiroshima y Nagasaki percibieron algo en el ambiente antes de la explosión de la bomba atómica? Por lo común, en su inicio la violencia implica silencio para concretar el factor sorpresa, aunque los aullidos y alaridos posteriores la hacen muy sensible. Pero entre la quietud del ambiente y el silencio con que se inicia, ¿la violencia podrá olerse? ¿La olieron acaso los pobladores de Aguililla, Reynosa o Valparaíso –en nuestros días, en nuestros poblados–antes de que las hordas de narcotrafi-

cantes –ante la ausencia de autoridad en esos lugares– arrasaran indistintamente con habitantes civiles y con otros narcotraficantes del lugar? ¿Aquí, en Ensenada, en la ciudad, cómo olemos “La violencia entre la violencia extendida de hoy y que antes no exishumanos nos ha tía, hasta que los comanacompañado desde dos negros de la policía tiempos remotos –el o la lucha entre cárteles patrón del macho se hizo presente? ¿A qué olía Apatzingán cuando alfa– y ha marcado las hordas de la autollanuestra existencia mada Familia michoacade una forma na la atosigaban? determinante” Desde luego, es difícil saber a qué huele la violencia porque la respuesta, finalmente, sólo los muertos quizá en esos días de violencia podrían darla. A los sobrevivientes sólo nos queda, como respuesta, decir que el olor de la violencia en las calles de poblados y ciudades de nuestro México de hoy, se identifica a plenitud con la ausencia de autoridad –los policías o militares que allí existen es como si no existieran, pues ellos están refundidos en sus cuarteles como si la violencia no fuera cosa de ellos y allí, la violencia no oliera. O será que ellos también están coludidos con los maleantes– en esos lugares, en esos lares en donde ella establece su presencia y su ley. gomeboka@yahoo.com.mx *Sólo estructurador de historias cotidianas. Profesor jubilado de la UPN/Ensenada

Por Fernando Reyes Trinid*

EN ESTA NUEVA columna relacionaré aspectos de las teorías psicológicas y los procesos psicoterapéuticos de las emociones con las distintas manifestaciones del quehacer literario. La literatura y la psicología estuvieron relacionadas por varios siglos. Hasta el siglo xx aún se tenían integrados los estudios de psicología en las escuelas superiores de filosofía y letras.

Los dramaturgos griegos, luego Shakespeare o Molière, crearon personajes

LITERATURA DE MENTE

para encarnar la envidia, los celos, la avaricia o la pasión desbordada. Los Evangelios están plagados de parábolas para ejemplificar la buena y la mala conducta. Baruch Spinoza comparó una esponja con el equilibrio homeostático de nuestras emociones. William James hablaba, como si se tratara de dos señores, de las emociones “pulcras” –“virtud, sabiduría, caballerosidad”– y las emociones “groseras” –“el amor, la ira, el miedo”–. El absurdismo –que resulta el mismo sentido de la vida– de Camus recurrió al mito de Sísifo, y el existencialista Sartre a las moscas como metáfora de las Erinias, que son nuestros remordimientos, culpas y deseos de venganza.

Freud y sus complejos, Jung y sus arquetipos. Ambos se inspiraron en la mitología griega de la cual vienen también algunos preceptos –basados en su etimología– de la psicología. De la psique, que ha sido traducida como mente o alma, hay una primera acepción que significaba mariposa, aludiendo a su belleza y fugacidad. Terapeuta era el encargado de sanar las heridas de los guerreros

Foto: Cortesía

para que regresaran a la batalla. Protagonista significa el primero que lucha. Otros síndromes o complejos de origen griego son el de Procusto –como nadie encajaba en su cama les cortaba las extremidades–, el de Cronos –miedo a ser desplazado jerárquicamente–, el de Ulises –angustia por el desplazamiento, la migración o exilio–, de Creso –patología de superioridad y derroche–, y muchos más basados en la historia de los héroes o dioses.

Psicólogos más modernos se han inspirado en otros héroes y antihéroes de la Literatura Universal, de Lolita a la Cenicienta, de Otelo a Peter Pan, o qué decir del bovarismo o la tripofagia en el síndrome de Rapunzel.

ferreyes2004@yahoo.com.mx *Estudió la Maestría en Letras Hispánicas y el Doctorado en Psicología. Es antologador, docente y psicoterapeuta narrativo

Reglas para un mundo nuevo: el deseo en El juego del calamar

Por Iliana Hernández*

lecta más y más billetes a costa de los caídos en cada juego.

Escribo estas palabras con alegría manifiesta: Palabra vuelve. Va esta reflexión por todos los meses en que seguimos aumentándole párrafos al silencio. A decir verdad, uno nunca deja de escribir aunque el soporte desaparezca. Se escribe de madrugada: cuando un perro le ladra a las sombras que hemos sido, escribimos obligados por ese otro –que somos siempre– que miente tener mucho tiempo –¡todo el posible!– robándole reposo a la espalda. Así escribo yo, sin tiempo para hacerlo, mortificada porque se me van los hilos del descanso. En las mejores y pésimas condiciones escribimos, nos cuadramos ante la hoja, la adoramos y finalmente algo confiesa; a duras penas nos confiesa.

En estas tardes extrañas seguí capítulo a capítulo El juego del calamar, serie surcoreana con argumento de esquema simple: cientos de personas endeudadas son convocadas por un consejo siniestro para ser parte de varios juegos en los que se gana una cantidad increíble o se pierde la vida. Sencilla propuesta, aberrante pero atractiva para quienes aceptan el trato y le apuestan con su sangre a engordar un puerco de cristal que cada vez co-

En el primer capítulo la cámara recorre lentamente un librero en el que nos dan algunas pautas e influencias por descubrir: el periodo azul y rosa de Picasso, la obra El imperio de las luces (1954) de René Magritte, Van Gogh, y la teoría del deseo de Jacques Lacan.

De lo anterior anoto algunas ideas para entretener el insomnio en pandemia: es fácil distinguir el colorido rosa y azul de Picasso en los uniformes que soldados y jugadores portan. Pensemos también en la alegoría de la alegría y la tristeza; todos los jugadores están en un estado límite de estrés y ansiedad por las deudas y los problemas familiares y personales que los torturan. Se encuentra la confusión y arrojo de Van Gogh en cada decisión tomada donde la muerte cada vez está más cerca. Magritte permea en los rostros ocultos de quienes tienen el poder sobre los jugadores, incluso el título como la obra en sí. El imperio de las luces hace el equivalente de la fortaleza escondida en medio del mar en la que nunca se sabe si es de día o de noche; los juegos inician en cualquier momento porque “la muerte tiene permiso”, nos dejó claro Edmundo Valadés en 1953 y no lo hemos olvidado.

La alienación significante, por lo tanto, actúa como una máscara (Lacan, 1957- 1958) que presenta al deseo de una forma ambigua y que lo mantiene como un enigma para el sujeto. Como se presenta en El juego del calamar, los enmascarados representan poder y perversión; se vuelven enigma para los jugadores que pese a su desesperación por obtener el premio monetario están en un nivel moral menos putrefacto que el de quienes los observan tras el cristal, los dueños de sus vidas.

Lacan encuentra resonancia en las ideas de Hegel sobre el deseo. Ya que estarán de acuerdo en que la cúspide de éste es el reconocimiento del otro. Es decir, que la manera más profunda en la que un ser humano se explica a sí mismo como tal es a través de los ojos de otro y lo que los une es ese deseo de reconocimiento.

Los jugadores están al borde de la muerte en cada reto porque necesitan justificar ante los otros su vida: una muchacha espera ganar porque dejó a su hermanito en un orfanatorio y le ha jurado que lo sacará de allí.

“Los enmascarados representan poder y perversión; se vuelven enigma para los jugadores que pese a su desesperación por obtener el premio monetario están en un nivel moral menos putrefacto que el de quienes los observan tras el cristal, los dueños de sus vidas”

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