4 minute read

Pídele a un escritor que te escriba | Benjamín Pacheco pág

Total, ese mes fue de conciencia social a la muy “4T”. Debatí el tema con familia y amigos, modifiqué cabezas sentenciosas de Reforma para darle un tono menos condenatorio al tópico del mes y seguí existiendo despreocupadamente. Entre tanto, esa figura cilíndrica conectada misteriosamente a la estufa se vaciaba más y más.

Advertisement

Un domingo en la noche me dispuse a preparar café, abrí la llavecita con mi confiada mano de princesa, y nada. Ninguna flama surgió del quemador, no hubo soplo azul mágico. Salí a pesar el tanque de gas: ¡oh sorpresa!, lo cargué con facilidad.

La cosa aparentemente se resolvería de forma sencilla. Telefoneé la primera opción que arrojó el buscador de Google y media hora después llegó el repartidor de gas. Por primera vez tuve curiosidad de contemplar cómo es que ocurría el enigma y me asomé para mirar al hombre que hacía lo que siempre hizo mi padre. No parecía complejo. Unas vueltas en la rosca, poquita fuerza y listo. Incluso yo podría hacerlo. Después abrió la llave y un soplido salió a presión de algún punto del objeto cilíndrico. El sujeto me preguntó si tenía teflón y negué con la cabeza.

Cuando el repartidor me dijo que él tampoco, nos miramos unos segundos detenidamente para ver quién asumía la responsabilidad. Dije bueno, no pasa nada, yo lo resuelvo con ayuda de algún tutorial de YouTube al rato que vaya al mercado y compre teflón. El hombre se marchó.

El resto de la mañana me entretuve con cualquier cosa doméstica y no fui a la tienda a adquirir la mencionada cinta blanca. Comí cereal. Para cuando finalicé la jornada laboral era medianoche, por lo que decidí solucionar el asunto al día siguiente. Me bebí una cerveza mientras leía una compilación de cuentos de Chéjov, pero la lectura se puso interesante y destapé la última botella de vino que quedaba en algún cajón de la cocina. Terminé la botella y el libro. Me dormí ebria.

A las once de la mañana me despertó una llamada telefónica. Era una compañera de trabajo con quien había acordado ir a desayunar a su casa. Me vestí aprisa, y cruda, como todos los lunes, enfrenté el día caluroso.

Comimos hot cakes con nutella, de postre un porrito de mariguana que compartimos concienzudamente. Les conté entre risas el conflicto con el gas, después la anfitriona –proveedora de la droga y el desayuno– me regaló el famoso teflón y el tema se olvidó. Llegué volando a casa, empecé a trabajar y fin. En un tris terminó la tarde. Me quedé dormida bajo sutiles efectos psicodélicos.

Desperté en martes con hambre atroz, me asomé a la cocina y recordé el conflicto. Maldije cientos de veces. Tomé la cinta blanca para dirigirme al pasillo. Así fue como enfrenté el primer obstáculo: el repartidor había apretado con saña la llave del tanque y encima la rosca. Cuando al fin logré con fuerzas sobrehumanas desarmar el asunto, me vi en el segundo problema: cómo envolver esa cosa llamada teflón. Tuve, por primera vez, sentido común y derroché la cinta, revestí todo lo gris de blanco para que jalara bien. Al abrir la válvula, ¡oh sorpresa!, golpeó mis dedos el hidrocarburo. Intenté apretar más pero no tenía llave así que desistí de hacerlo con las manos.

Fui con dos vecinos a quienes nunca frecuento a pedirles con una sonrisa apretada la necesaria herramienta. Ninguno tenía. Maldije al sistema capitalista. Ese desgraciado era el culpable de que todos fuéramos unos inútiles confiados en el servicio de los minoristas de gas, lo hice mientras buscaba entre mis contactos telefónicos alguien que posiblemente tuviera el artefacto. Resultó no ser común que mis amigos guardasen una llave entre sus pertenencias.

Amaneció miércoles y seguía sin el importante gas en mi vida. La única llama que tuve esa tarde fue la de mi Zippo encendiendo cigarrillo tras

cigarrillo después de comerme un sándwich. Llegó jueves. Por suerte ese día mis padres arribaron de sorpresa. Oculté los ceniceros improvisados regados por toda la casa y los recibí sonriente. Me comí la dignidad que me quedaba y le planteé el predicamento a papá. Rápido fue a comprar otro rollo de teflón y se lanzó al pasillo. Resolvió el asunto con unas cuantas vueltas y una miseria de fuerza. Me enseñó a regañadientes lo que nunca me interesé en “Maldije al sistema capitalista. averiguar durante mis 24 años de vida. Mis padres se fueron. Ese desgraciado era el culpable Cuando corrí a la code que todos cina dispuesta a hacer fuéramos unos milagros con la comida, abrí el refrigerador y, ¡oh inútiles confiados sorpresa!, estaba vacío. en el servicio de No había nada para cocilos minoristas de nar. Hice café. Esa tarde gas…” puse una nota principal con la siguiente cabeza: avala Conamer tope a precio de gas LP. giselle.felix@uabc.edu.mx *Nació en Ensenada, Baja California. Estudió Ciencias de la Comunicación en la UABC. Trabajó como reportera de investigación y ahora es editora en el periódico El Vigía. Ha colaborado en revistas digitales con cuentos y crónicas periodísticas. Actualmente escribe una novela

This article is from: