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Extranjero en puerto | Eduardo Urías pág

India con hojas frescas y semillas de cannabis. Respondí que únicamente tenía agua de Jamaica.

–Merde –comentó por lo bajo. Recordé que tenía vino del Valle de Guadalupe y me miró como si le hubieran dado el Nobel de Literatura a Carlos Fuentes, en lugar suyo. Rulfo, que quién sabe qué hongo se habría metido, miraba al techo. Decía: “Hacia tantos años que no alzaba la cara, que me olvidé del cielo”. Revueltas lo volvió a empujar y sólo así terminaron ambos sentados en los demás sillones. Nunca supe de dónde sacó cacahuates japoneses, supongo que los traía en su saco.

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La combinación de personalidades era demasiado explosiva, así que decidí entrar en materia.

–Ehm… Quiero escribirle una carta a... ¿Qué me recomiendan? –consulté.

Silencio.

Revueltas, como si terminara de atravesar unos densos muros de agua, fue el primero en responder. De un salto, se posó en el sillón y afirmó: –Muy bien: todo acto de creación es un acto de amor.

–Dile que el amor es un juego, una creación perpetua –indicó Paz. razno”. Siempre me funcionó con Clarita.

–¡Yo hablo del amor en el sentido más alto de la palabra. La redignificación del hombre, la desenajenación del propio ser humano! –volvió a gritar Revueltas.

–No, dile que quieres entrar en sus aguas, ahogarte a medias y, en un cerrar de ojos, encontrarte arriba, en lo alto del vértigo, misteriosamente suspendido para caer después como una piedra –sugirió Paz.

Yo escribía todo esto con letra horrible en mi diario, tratando de seguirles el paso.

–Dile que esta mano, la que escribe, es la que alguna vez tocaba su cabellera –enfatizó Borges.

–¡Chiquillaaa! –seguía necio Rulfo–, que le pongas chiquillaaa. Luego le dices que te pusiste a medir el tamaño de tu cariño y que dio 685 kilómetros por la carretera.

Los demás lo miraron con extrañeza, pero la mente de Rulfo ya andaba, como el viento, rascando otras techumbres lejanas.

Huelga decir que aquello terminó en borrachera. El viaje al Oxxo con los escritores merece su propia historia.

–Pregúntale: esa luz que se apaga ¿es un imperio o una luciérnaga? –expresó Borges–. Si puedes, hazlo en la lengua de los reyes, en inglés.

–Naaa, ponle “Chiquillaaa” –dijo Rulfo, que traía una cara como si hubiera cruzado Comala de rodillas, y abundó–: luego le dices “tienes los ojos azucarados” y “los cachetitos sabor a du-

Al final, mejor escribí este cuento, porque eso de pedir consejo a otros escritores termina siempre en tragedia o en borrachera.

pachecobenjas@gmail.com *Es periodista, quien gusta de practicar la literatura y la fotografía. Ha sido reconocido en certámenes de poesía, cuento y ensayo

De la imagen primitiva a la obra de arte

Por Francisco Moreno*

Un mapa inscrito sobre papel señala coordenadas extrañas. Está sembrado de signos amorfos, símbolos que guían la mirada a rutas inciertas. Cartografía que encripta un saber destinado sólo para aquellos que abren los ojos sin amarras ni razonamientos. Las imágenes primitivas que desarrolló el Homo sapiens surgen de la necedad y la zozobra, la representación como tabla de salvación, espejo de sí mismo, liberación del ser.

No hay necesidad de datar cuándo empezamos a arrojar fuera de nuestra caverna personal lo que observamos y sentimos, aquello que experimentamos; nada determina el lindero entre la imaginación y la realidad, pues los primeros pictogramas son una necesidad inconsciente que satisface y extenúa la angustia para descubrir que la vida es un rayo poderoso, un amanecer efímero, una nube diluida, un parpadeo matutino.

Buscamos sobrevivir y trascender. En nuestra corta estancia desde que utilizamos la razón para explicar, saber y descubrir, el conocimiento maduró las circunvoluciones del cerebro, y la huella genética que nos demanda mostrarnos únicos y diferentes allanó la habilidad para crear a través de líneas, formas, color, luz e imágenes que hacen de nosotros una pléyade de existencia, un universo propio. Estamos y somos, no solos, sí con el otro como reflejo y testigo de nuestra presencia.

No hay necesidad de descifrar las obras de arte, sí de contemplarlas. La mano de quien las creó filtra sus emociones y sentimientos cuando las observamos. De la figuración a la mancha, del color a la luz, las obras de arte tejidas en lienzos, madera, papel, bronce, mármol o piedra resguardan señales que nos permiten navegar en el mar de nuestra historia, la nada y el todo que nos circunde. Un dibujo que nace de las manos de una niña, la belleza de un rostro que sobrevive al Vesubio, un paisaje con iluminación mortecina, una piedra que adquiere significado, la geometría silvestre de la naturaleza, el color y la forma por sí mismos. La necesidad de representar la vida brota cual impulso por explicarnos, por encontrarnos. grabado o una escultura posee un estigma que nos confronta de manera sencilla para leernos en una narración provocativa, sugerente, nunca limitante, abierta para que en ella quepan los significados que satisfagan ansias diminutas, expectativas grandilocuentes; una pintura es una ventana, una ventana es un horizonte. Cada uno mira la distancia según el ánimo le embargue, acorde la mirada al temperamento, mancuerna que nos regala esa posibilidad de ver la belleza en lo simple, la complejidad clara; somos aduanas que permitimos el paso de aquello que nos nutre, extasía o confunde.

Quizá debemos hacer un alto y hurgar en métodos más humildes. Uno puede posarse frente a una pintura y no pensar, dejar que la mente flote y el espíritu que ata nuestra existencia al aliento huela el pigmento, sienta la pincelada, se sorprenda de la mácula y recorra con los ojos cada contorno, sombra, volumen y en una lánguida y eterna pausa del tiempo atrape esa señal que el artista imprimió en ella. Quizá lo sienta, quizá no, no hay juez que dicte sentencia, sólo hay posibilidades para tocar el alma. Las obras de arte son libros, cartografías por descifrar, mapas que guardan rutas para conquistar vírgenes océanos.

franciscomorenovaluador@gmail.com *Posee estudios superiores en Letras Hispánicas y Artes Visuales. Crítico de arte, escritor y editor. Es perito valuador certificado de arte, museógrafo y curador. Tiene más de 30 años de experiencia en el sector cultural, con especialidad en artes visuales

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