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Palabras desde Ensenada | Óscar Ángeles Reyes pág Diez años de Pluma Joven | Columna de Joatam de Basabe

Por Eduardo Urías*

Esta mañana, refrescando mi piel con la brisa al lado de las cercas que impiden el paso a la playa sucia, me negocio a mí mismo recorrer a pie el tramo largo que va del malecón de Ensenada hasta el centro del puerto, a cambio de fumarme un cigarro que pronto se consume entre mis dedos.

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El color grisáceo del paisaje a temprana hora parece no atraer a los paseantes y las banquetas por donde camino se encuentran semivacías. De vez en vez, veo pasar en sentido contrario a mi andar a personas que vienen solas o en parejas, mientras los graznidos de unas aves que alzan vuelo y planean sobre el mar me acompaña constantemente sin interrupción. Mi primer pensamiento es que hay más pájaros que gente. El segundo, es la idea de que mis cavilaciones alzan vuelo y graznan igual, una tras otra hasta caer en picada y enterrar su pico en el ánimo más íntimo, como si yo mismo fuese un mar y ellas sus propias criaturas aladas a las que intento sólo mirar sin emitir juicio alguno; dejarlas pasar, elevarse y dejarse caer. Me viene a la mente la palabra «juicio». Entiendo el término como un dictamen que le abre la puerta a una condena y me estremece.

Se manifiesta ante mí la frase dicha por Albert Camus en el contexto de su novela El extranjero: «En nuestra sociedad, si un hombre no llora en el funeral de su madre, puede ser sentenciado a muerte». En la trama de esta obra publicada en 1942, se presenta a un hombre llamado Mersault quien choca con las convenciones sociales de aquella época, comete un crimen y por ello se lo condena a morir. En las acusaciones, el personaje es señalado por el desdén y la indiferencia mostrada en ciertos hechos, haciendo hincapié en detalles como el hecho de fumar, dormir y beber café con leche en el funeral de su madre; prueba contundente de una sensibilidad insultante para todos aquellos que lo miran.

Me pregunto: ¿Y si Camus hubiese vivido nuestros días y ambientado la historia aquí, en esta época? Pensaría que el protagonista no se habría encontrado inmerso en acusaciones de apatía y falta de sufrimiento. Yo, por ejemplo, estaría ahora viendo a los mencionados pájaros volar en dos parvadas y el más grande de ellos me traería el café negro y amargo que acostumbro tomar desde hace años. El efecto placentero de la bebida y el sabor intenso me recordarían tantos momentos dolorosos en que

me acompañaron y las culpas que su efecto pudo paliar tantas veces. Volarían por mi mente las imágenes de mi hija de un año llorando en brazos de su madre en aquel momento de verme salir de casa con maletas para no volver más. Llegaría con otro aleteo un carrusel con fotografías de las mujeres a quienes no supe retener junto a mí. Aquella a la que amé y dejé, buscando evitar que me tragara un cami“¿Y si Camus hubiese vivido no arenoso; aquella otra a quien amé por su virtud de mirarse al espenuestros días y jo como nadie; la mujer ambientado la que me sacó de un incenhistoria aquí, en esta época?” dio y me llevó consigo lejos; una más que me dio bebida y me alimentó en el extravío; o esa otra que se fue al pensar que estaba muerto; ésta que bailó conmigo una noche entera y se esfumó entre mis brazos con el alba; la que quiso convertirse en marea y quedarse en el océano para siempre… ¿Sería acusado de buscar el consuelo en la vida «con corazón de criminal»? No sentir culpa ni ternura por la imagen de Cristo ensangrentado y clavado sobre un leño aterrador. Sentirse ajeno a la desventura de un ser que fue martirizado para pagar nuestros pecados, no sería tema de descrédito. No podría ser agravante para pronunciar el fallo sobre el cometimiento de acto criminal alguno. En nuestros días, gozamos de libertad para concebir al Creador con parámetros más universales y prescindir de la necesidad de sacrificios rituales o morales. Me cuestiono a mí mismo mis principales culpas y delitos, sin haber llegado al extremo de privar de la vida a otro ser humano. Las deudas reunidas que no se lograron saldar, las penas derivadas de las rupturas amorosas, los rencores surgidos al competir por las escasas posibilidades de ganar alguna jerarquía. No pensaría que por asumir distinto a los demás una creencia, juzgarían a mi alma dura y propensa a la maldad. La maldad que en el término más general de cualquier diccionario es la cualidad de malo, en la cual caben la injusticia y la falta de esa disposición de encontrarse en el otro. Tal vez, pienso, la sociedad juzga precisamente debido a la injusticia que late dentro de ella, que provoca la intolerancia, la furia, el odio. Tal vez, pienso, sean cosas que un hombre solo no puede resolver, y debo detenerme pues ha salido el sol y el calor es fuerte y agobia.

Uriase330@gmail.com *Nace en Tijuana. Narrador y ensayista. Tiene estudios de Literatura y Gestión Cultural. Ha publicado en diarios y revistas de Baja California y antologado en la selección de poesía y relato breve latinoamericano “Nocturnal”. Reside en el puerto de Ensenada

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