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Literatura de mente | Columna de Fernando Reyes Trinid pág
hegemónico desde la Edad Media a nuestros días –el capitalismo– que nada digno de mencionarse le ha redituado a un género humano cada vez más cansado y agüitado y, mucho menos, a un planeta que tenemos al borde del término final, por la manera desmedida, irracional y salvaje con que hemos explotado sus recursos y lo seguimos haciendo, sin que nadie –o demasiado pocos– tomemos conciencia, aparentemente, de ese ecocidio; de sobra está mencionar el informe preparado por la Organización de las Naciones Unidas (ONU) sobre el cambio climático: IPCC Climate Change 2021.
Vivir al borde del precipicio, insisto, pareciera ser la característica central del Antropoceno –“El término Antropoceno se ha creado para designar las repercusiones que tienen en el clima y la biodiversidad tanto la rápida acumulación de gases de efecto de invernadero como los daños irreversibles ocasionados por el consumo excesivo de recursos naturales”, subraya la ONU al definir el término–, etapa en la cual su característica central, en términos filosóficos, es que la utopía ha sido vencida
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Lectura de Byung-Chul Han Fotos: Cortesía
por el pesimismo, toda vez que el género humano terminará su existencia…antes de que él termine con el planeta Tierra.
Un mundo de tristezas
La tristeza de nuestros días que se acumula no sólo ante las puertas cerradas de los hospitales, sino en calles y casas también. Puede decirse que es uno de los rasgos más característicos de nuestra organización social capitalista. Es cierto, es la que nace un poco después de la Edad Media, caracterizada precisamente por esa enfermedad y esa cauda de tristeza que desde entonces arrastra y que, por ejemplo a Dante, en Florencia, lo lleva a escribir su famosa aún Divina comedia, un verdadero himno a la tristeza y a la desesperanza, y que quizá, si Dante hubiera vivido en la época contemporánea, ante tanta desolación quién sabe qué canto al dolor y a la desesperación hubiera pergeñado.
Por eso, en este mundo de tristezas en que vivimos, uno no sabe en dónde se encuentran la alegría y la felicidad, y si ellas existen, si son entidades concretas y sensibles o si son inventos de nuestra fantasía desbordada, pues lo que en un momento se nos presenta como tales, no tarda, en el siguiente instante, en mostrar su verdadero rostro repudiable, como sucede a veces –aunque no siempre, es cierto– en las relaciones con la otra o lo que es hoy más común: las adicciones que comienzan, siempre, mostrando una cara llena de sonrisas, pero que, después de un tiempo, muestran su rostro verdadero terrorífico y voraz; sea el juego, las drogas o el alcohol. Ninguna adicción tiene un verdadero rostro amable y condescendiente; todas, en verdad, no perdonan y cobran altos intereses a quienes llegan a caer en sus garras. De ellas, pues, no hay ninguna que se salve: todas son igualmente destructivas y salvajes, ya que su satisfacción plena no se alcanza hasta ver destruido al ser humano en desgracia.
Para nosotros, hoy, lo más común de esas adicciones son las drogas, y por los daños que vemos que causan a seres cercanos a nosotros, muchos de ellos resultan consumidos por la ingesta, o muertos por un ajuste de cuentas aquí, en la puerta de nuestra misma cuadra. Pero las adicciones no se quedan allí. Hay quienes están hoy destruidos por su adicción al juego –los casinos– o al alcohol –México, tiene un muy poco honorable primer lugar en el consumo de cerveza– o las sodas, o a los alimentos altamente condimentados o al sexo o a lo que sea. Como si lo importante fuera ser adictos, que ya luego vendrán las otras cosas; lo demás, lo deleznable y triste de la serie coreana El juego del calamar.
Esa vida cargada de adicciones arrastra con ella al cúmulo de tristezas que caracteriza al capitalismo, el que, por esencia, pareciera estar negado a la felicidad, pues una de sus raíces primordiales es una adicción más, el dinero –triste y dolorosa como todas; habría que preguntárselo a Bill Gates si no, por ejemplo–, pues ella, como cualquier otra adicción no es, en realidad, sino un cúmulo de tristezas.
La adicción, así, se entiende como un refugio fugaz frente a un presente que agobia y destruye, así como una falsa plataforma hacia un futuro que nunca va existir y por ello es siempre una ilusión.
No, no es que la felicidad no exista. Es sólo que ella debe ser inmune a cualquier tipo de adicción.
El tufo de la violencia
Termino, con ésta, la serie de notas que escribí acerca de lo que denominé sociedad de la desolación. No porque los temas sobre ella –la sociedad de la desolación–