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Aforismos de la epidemia | Leobardo Sarabia pág
Un malogrado profesionista ha propiciado el embargo del modesto negocio de la madre. Seong Gi-hun, el jugador 456, es un apostador sin remedio, su ludopatía lo llevará a perder su dignidad y a depender del trabajo de su madre diabética.
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En palabras de Kojève encontramos en su Introducción a la lectura de Hegel: «El deseo es humano solamente si uno desea, no el cuerpo, sino el deseo del otro (…) es decir, si quiere ser “deseado” o “amado”, o más bien “reconocido” en su valor humano (…) En otras palabras, todo deseo humano (…) es como en última instancia una función del deseo de reconocimiento» (1947, p.66). Al final, percibimos en la serie coreana que todos los personajes, más que el dinero del premio, necesitan recuperar el reconocimiento de los otros. El jugador 456, ganador del juego, pierde toda razón de ser porque ya no puede ser reconocido por nadie. Cuando regresa a casa su madre yace en el piso, muerta; a su hija se la han llevado al extranjero y no hay nadie que dé fe de su existencia, ya no como ganador sino como de un ser humano que busca en quien verse de nuevo, dignificado.
Hegel, llevando más allá esta necesidad de reconocimiento de los otros, reflexiona sobre el poder del uno sobre el otro. Es vital saber que el jugador número 1 tiene por nombre “일” o “Il”. Puede significar día, trabajo o primero, y el carácter “남자” o “nam” se puede traducir como niño u hombre, es decir, Il-nam significaría “primer hombre”, este primer hombre es el uno sobre el otro de Hegel, el que detenta el poder y va a echar a andar la rueda del juego; esa lucha de contrarios que es contradicción, vida y muerte.
El amo consume lo que el esclavo le brinda: entretenimiento, risas, lágrimas, pasión, generosidad y violencia. Los más poderosos están representados en El juego del calamar como extranjeros pervertidos, huecos, y aburridos de la propia existencia. Con Hegel reflexionamos que el sometido luchará por su propio prestigio aun a costa de su vida, afanándose en la dialéctica del amo y el esclavo. Este es El juego del calamar en pocas palabras. Pero es el juego al que también apostamos los que jugamos en la rutina de los días de trabajo: pago de servicios, endeudados como los coreanos, faltos de reconocimiento, faltos de un espejo que refleje un poco de curiosa humanidad.
En el juego entramos todos, con diferentes números, habilidades y posiciones. Ningún puesto es mejor que otro cuando se trata de vencerse a sí mismo. La lucha constante es por la transformación, tal vez en aguerrida causa podamos mutar, entrar al nuevo juego con otras máscaras más acordes a un mundo sediento de apostadores.
premoniciones@ hotmail.com
*Es docente y traductora. Escribe artículos, ensayos, cuentos y poesía. Su inclinación natural es la observación de los otros y sus razones para elegir caminos. Escribe y pinta para entender mejor los contextos de su tiempo