SEGUNDO ACCÉSIT
LAS AMIGAS Carlos Álvarez Parejo
Felisa sonrió cuando la moza vestida con el mandil blanco le entregó las verduras. Las cogió y las fue metiendo en el cesto de mimbre, volviendo a sonreír una y otra vez casi avergonzada. Se dio la vuelta sin parar de redirigir la vista hacia atrás, buscando constantemente la sonrisa de esa joven que era admirada por todos los hombres de la población. Era muy guapa –no Felisa, sino la joven–. Se llamaba Cristeta. Un nombre peculiar, sexual, cómico, pero que silenciaba las risas y los alborotos en cuanto cualquiera la veía. Era una divinidad, un ángel bajado de los cielos. Se movía ágilmente con su mandil blanco y solo le faltaba que le salieran alas y un día anunciara una buena nueva para todos los presentes, ¡para el mundo entero! Felisa se recogió en un lado de la plaza, tras los puestos de verduras y frutas que ponían todos los martes. Espió pasmada el rostro de Cristeta y poco a poco fue soñando con haber sido ella. Tan hermosa, tan linda, tan divina y solicitada. Hombres 77