San Bartolomé Apóstol 2017
Aspiraciones
El cincuentón sabia poco del arte del encaje, en su infancia había dedicado tiempo a observar a sus ancestros fabricar el sagrado jugo de la vendimia que produce la fusión de una mujer y una almohadilla, pero si aprendió lo fundamental: las agujas guiaban el camino, de la misma forma que las banderas en el descenso zigzagueante de un esquiador, la almohadilla solo era la bendita base, pero entendió que sobre lo que realmente debía orientarse era en el dibujo, el picado, porque eso era precisamente lo que él debía trazar para conseguir el relato deseado. Todo se encerraba allí, era el auténtico origen del resultado final. Eso sí que era “ingeniería financiera”, el resto de utensilios eran vasallos del trazador. Ante la dificultad, recordó que tenía una reliquia en casa, la almohadilla de la abuela. La desempolvo en el desván y dedicó largo tiempo a mirarla, deseaba hablar con ella, que le contara sus secretos, pero esta le consideró no conocido, por lo que no abrió boca.
Le acarició el costado, la panza, su mano fue suavemente deslizándose por el cuerpo de aquella fémina capaz de parir el bello producto. Las manos venosas del hombre y curtidas por el sol, rozaban con sus dedos el seco papel color añil que era mucho más que eso, su palma se deslizaba por las caderas de ella, con un cariño no calculado para ser inerte, pero es que no era así, para él. Quería hablar con ella, lo necesitaba. Pasaron los días y el siguió mimándola en sus momentos de ocio.
No cejaba en el empeño, hasta que ella entendió que aquello solo podría ser amor y tras largo silencio se decidió a una primera comunicación: Yo te ayudaré con tu relato -le dijo-.
Verás, te contaré un secreto: las almohadillas somos como guitarras, aunque menos agraciadas, ellas tienen el cuerpo que a nosotras nos gustaría, son femeninas, sus pronunciadas curvas así lo declaran. Se dejan acariciar y sus cuerdas nos traen bellos sonidos, aunque solo nosotras y ellas entendemos, sabemos, que las manos que nos utilicen son la parte fundamental del cuento. Nosotras lo damos todo, pero… no siempre se nos sabe sacar lo mejor que podemos dar. Las cuerdas, las agujas, los bolillos, el dibujo, la canción a interpretar… puestas en las manos adecuadas, el resultado será inolvidable, pero si son inexpertas, no iremos muy lejos. Debéis entender que solo somos un instrumento, en el caso de ellas un trozo de madera inerte y en el nuestro papel sobre papel con intestinos de paja, pero amigo mío… podemos dar mucho de si. Tú te has preocupado de acariciar las escasas curvas que forman mi cuerpo, ¿imaginas almohadilla con cuerpo de guitarra? Sueño con eso… sería perfecto, sugiérelo a los cuatro vientos. No queremos ser soporte mero, sino soporte bello, porque lo que parimos es inigualable. ¿Sabes? Solo deseamos amor, anhelamos la adecuada sensibilidad y dedos maestros que nos permitan plasmar lo que somos capaces de realizar… ¿las tienes tú? Ahora debo marchar… regresar a mi silencio y continuar creando tiras de blonda desde la mudez más absoluta, pero para mis adentros, sin ruido, suelo cantar esta canción: Cuando acabó el texto, el cincuentón no se sintió muy conforme con el resultado. ¿Almohadillas hablando de cerebros, de manos maestras, de formas aguitarradas? Esto no va a ser fácil de entender se repetía...y definitivamente, arrugó el folio y lo arrojó a la papelera.
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