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Bajo el influjo musical del Liceu
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El Círculo ha mantenido siempre una estrecha relación con el Gran Teatro. Desde sus inicios ha acogido en sus salones a diferentes personalidades de la lírica, de la música y de la danza. Todos ellos compartieron en diferentes momentos de la historia de la institución sus trabajos con los socios en conferencias, charlas, celebraciones y conciertos. Así consta en muchos casos en el Libro de Honor de la entidad.
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–→ TEXTO__ Maricel Chavarría
Es responsable de la información sobre ópera, danza y música clásica en la sección de Cultura de La Vanguardia. Licenciada en Periodismo por la Universitat Autònoma de Barcelona y en fotoperiodismo por el International Center of Photography, se ha especializado también en temas de género e igualdad.
El simple hecho de que el Gran Teatre del Liceu y el club privado con el que comparte edificio coincidan sobre el calendario en la celebración de sus 175 aniversarios dice mucho de la afinidad que históricamente han mantenido ambas instituciones. Y de las influencias que el arte lírico ha ejercido sobre la idiosincrasia del Cercle del Liceu.
Porque, aunque la atención a la música per se no se encontrara en origen entre los objetivos fundacionales del club más que como parte de los “entretenimientos propios de la buena sociedad”, la mera afición a la ópera, el sinfonismo y la danza que podían tener muchos de sus socios, en tanto que propietarios del teatro -o por lo menos abonados o asiduos a las temporadas-, contribuyó a que en sus estatutos no tardara en contemplarse que la entidad tenía “el objetivo de procurar la difusión y la expansión de todas las manifestaciones de la vida cultura y artística”.
Siendo además hijos de una misma madre, esto es, del Conservatori del Liceu, que una década antes ya había iniciado su andadura, tanto el teatro como el club fueron estrechando lazos y abriendo puertas que aún hoy comunican ambos espacios, tanto física como metafóricamente.
De manera inevitable, y con la creciente aparición de socios preocupados por la vida artística de la ciudad, hubo un momento en que el Círculo tomó iniciativas para dotarse de una vida musical propia. De hecho, dependiendo de las sucesivas juntas de gobierno, la atención a este arte ha cobrado mayor o menor importancia en la agenda de actividades que impulsa el centro, siendo acaso la actual presidencia de Francisco Gaudier, junto con la anterior de Ignacio García Nieto, un ejemplo de genuina afición a la música clásica en general y al arte lírico en particular.
Sin duda la presencia tanto de artistas como de connaisseurs del género, a los que periódicamente se invita a ofrecer conferencias en el Círculo, ha cincelado el carácter del club, que cuenta con una Comisión dedicada a dotar de contenidos la programación del ámbito musical. Las charlas del historiador y doctor en Humanidades Carlos Calderón, relativas en su mayor parte a los títulos de inminente estreno en el Liceu, son especialmente apreciadas por los socios del club, tanto por su capacidad de poner en contexto social, político y artístico determinadas óperas como por el audaz análisis de su mensaje eufónico.
Pero la voluntad es ir más allá del calendario de la temporada y abordar aspectos que han de contribuir a un mejor conocimiento y, por ende, a un mayor disfrute de los títulos del Liceu. Así, el crítico, divulgador musical y gestor cultural Antoni Colomer ha protagonizado conferencias como la dedicada el año pasado a los grandes tenores de la ópera italiana del siglo XX. O se han organizado mesas redondas como la que recientemente versaba sobre la evolución de la dirección orquestal en los últimos 25 años. Por citar un ejemplo muy reciente, esta misma rentrée se ha programado un pase del documental “Fleta. Tenor. Mito”, del realizador Germán Roda Amador, sobre la figura del tenor aragonés de principios de siglo XX.
En las magnas celebraciones ciudadanas, léase la Diada de Sant Jordi, también ha encontrado su eco musical el Cercle del Liceu, acogiendo sin ir más lejos la presentación del último libro del renombrado tenor Rolando Villazón, o procurando a los socios firmas de ejemplares de autores como Francis Wolff, que este año promocionaba ¿Por qué la música?
La danza tampoco está del todo huérfana entre las acciones del club. Lo demostró la entidad poco antes de que estallara la pandemia, cuando propuso que la bailarina Elizabeth McGorian diera una charla sobre su larga trayectoria en el Royal Ballet de Londres. Cotizada artista de carácter en los teatros de ópera, la que fue pupila de Rudolf Nuréyev y amiga de Freddie Mercury se presentó con un vestido Balenciaga que había rescatado en un mercadillo de Madrid… entroncando con la elegancia del espacio.
Mirar atrás y echar cuenta de los 175 años de vida de Cercle del Liceu es asomarse a la historia misma de la ópera. Pues en sus anales quedarán para la posteridad presencias tan remarcables como la de Montserrat Caballé, que fue la primera mujer que ingresó como socia del club en el año 2001. Y nueve años después, coincidiendo con sus cinco décadas de carrera, se bautizó con su nombre la sala de conferencias y se le hizo entrega de la Medalla de Oro de la entidad.
El club ha honrado con esta condecoración a grandes voces de la lírica. En el nuevo siglo ha reconocido la carrera de los principales tenores nacionales: Plácido Domingo, Josep Carreras, Jaume Aragall…. En su honor se han servido cenas concurridas en presencia del alcalde de turno de la ciudad: “Es por eso que tenía muchas ganas de ser alcalde –bromeó (o no) Xavier Trias-, para estar en la mesa con el premiado, con Aragall”.
No son los únicos premios vinculados a la ópera que acogen estos salones: la revista Ópera Actual hace entrega periódicamente de los suyos, habiendo ocasionado en determinado momento la insólita reunión de los tres tenores anteriormente citados junto con Caballé, la recientemente desaparecida mezzosoprano Teresa Berganza y el barítono Joan Pons. Lo nunca visto.
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La estima por las personalidades que actúan no sólo en el vecino Liceu, sino en ciclos de grandes voces y de lied, de la talla de los que programan el Palau de la Música Catalana y el Life Victoria, se hace sentir en el Círculo siempre que las circunstancias son propicias. La gran diva Cecilia Bartoli fue invitada a un almuerzo aprovechando una actuación suya en el Palau, y la archifamosa Renée Fleming cenó con un grupo de socios tras actuar también en la Casa dels Cants.
Son únicamente dos ejemplos de una larga tradición de visitantes ilustres que comenzó incluso antes de que en 1908 el club se procurara un Libro de Honor para atesorar la firma de todos ellos. Fue el caso del mítico tenor siciliano Giuseppe Anselmi, que no ha quedado registrado en el citado volumen. Aunque sí lo estuvo –y fue de los primeros en firmar- Camille Saint-Saëns. El compositor francés había viajado a Barcelona para el estreno español de su ópera Les barbares, sobre la invasión de los bárbaros del territorio bajo el Imperio Romano, que llegaba siete años después de ver la luz en la Ópera Garnier.
Otra célebre visita con firma en el Libro de Honor es la de los hijos de Richard Wagner, en una época en que los espacios musicales de la ciudad vivían una auténtica fiebre wagneriana. Efectivamente, en 1907 Siegfried Wagner visitó las elegantes estancias del club pues, como recuerda el crítico y profesor de historia de la música Roger Alier en el volumen El Cercle del Liceu. Historia, arte y cultura (1991), había acudido a la ciudad para dirigir la llamada Associació Musical de Barcelona que había fundado Joan Lamote de Grignon. Al año siguiente sería Isolde Wagner la que viajaría a la ciudad, en su caso para permanecer cinco meses con su marido, el maestro Franz Beidler, y su hijo.
Muy a finales del siglo XIX, el Cercle del Liceu había efectuado una reforma modernista de gran calado. Y en pleno fervor wagneriano -los socios consideraban al autor de Tristan und Isolde casi una divinidad musical- se instalaron en 1905 las icónicas vidrieras de colores que dan a la calle Sant Pau. Piezas realizadas por Josep Pey y A. Bordalba y el polifacético Oleguer Junyent que, aparte de pintor, cartelista, coleccionista, anticuario o viajero, era escenógrafo del Liceu, especializado en óperas de Wagner.
Las cuatro piezas representan escenas de otros tantos episodios de la Tetralogía de Wagner: en primer lugar, la escena de las Hijas del Rin y Alberich (El oro del Rin; a continuación, el sueño de Brünnhilde a la que Wotan hace rodear de fuego en La Valkiria, luego está la escena de los Murmullos de la selva (Siegfried’), y finalmente el entierro de Siegfried en El ocaso de los dioses.
En la biblioteca del Círculo se conservan diversos libretos y partituras de gran calado editados por la Associació Wagneriana. Y entre ellos hay un ejemplar de Tannhäuser en catalán, con un diseño de Alexandre de Riquer en la portada. El presidente de la primera de estas asociaciones fue el crítico musical Joaquim Pena, quien, por cierto, decantó la balanza en la pugna entre bretonianos y wagnerianos. Sin duda el Cercle del Liceu contribuyó a introducir a Wagner en la sociedad catalana. Espíritu que ha mantenido a lo largo de los años: en 2010 incorporó a su colección de arte un conjunto de grabados de Antoni Tàpies dedicados a Richard Wagner que actualmente se ubican en la antigua sala de cartas del segundo piso.
Pero mejor viajar a los orígenes musicales del Cercle del Liceu y poner orden cronológico en esta celebración de 175 años de vida.
Las primeras actividades de carácter musical en las que la entidad participó de manera más corporativa fueron justamente los bailes de disfraces que se celebraban por Carnaval en el teatro. Los organizaba, en la platea del coliseo lírico, la llamada Empresa de los Bailes Particulares del Liceo. Ya en 1848, el casino propuso organizar uno de ellos para celebrar oficialmente su inauguración, una fiesta que por razones varias se había ido aplazando.
Las primeras obras musicales que se estrenaron por iniciativa del Círculo durante esta fiesta eran de Josep Jurch, clarinetista del teatro, cuya obra La rondeña sonó en el programa inaugural del Liceu. La interpretó una orquesta que probablemente estaba formada por miembros del coliseo, dirigidos por el que sería titular de la formación del teatro, Joan Baptista Dalmau. En este acto, que no se celebró en los salones del club sino en el salón de descanso del Liceu, sonó mú-
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sica de Philippe Musard, entonces muy de moda para bailes de salón, y también valses de Johann Strauss.
Ese uso del salón de descanso del teatro por parte del club se fue consolidando en sucesivas celebraciones del Carnaval, e incluso en algún recital. En ocasiones la entidad participaba de grandes espectáculos y homenajes que hacía el Liceu, como el que tuvo lugar cuando la reina Isabel II asistió, en 1860, a la ópera I Martiri, de Donizetti. Poco después se adhería también al homenaje que el público y los cuerpos artísticos del Liceu le rindieron al maestro Giovanni Bottesini.
La Revolución de Septiembre, en 1868, supuso la rebaja de la actividad musical del casino. Pero se retomó con la Exposición Universal de Barcelona de 1888, en cuya noche inaugural coincidieron en el Liceu Jorge de Grecia, los duques de Edimburgo y María Cristina de Habsburgo, la reina regente de España. Los socios del club tendían a ser monárquicos y dinásticos, y no dudaban en hacer notar sus preferencias tras la República fallida: ignoraban por ejemplo el estreno de la ópera La messaggiera, del entonces director del Conservatori del Liceu, Francesc de Paula Sánchez Gavagnach, pero homenajeaban por todo lo alto a Tomás Bretón, en ocasión del estreno de Garín.
La partitura que el compositor salamantino dedicó al Círculo se conserva en la biblioteca del club, junto a las de la zarzuela La verbena de la paloma y la ópera La Dolores. “Este libro demanda humildemente un techo en la biblioteca del artístico patriótico y liberal Círculo del Liceu de Barcelona para que recuerde la eterna gratitud de Tomás Bretón...”, reza la dedicatoria. La entidad le correspondió con una recogida de fondos inusual para la época: 13.500 pesetas. El diario El Diluvio señala en su edición del 29 de mayo de 1892 que le entregaron la cantidad en una caja de cigarros habanos en la que se leía en letras de oro una “expresiva” dedicatoria. En el lunch que le brindaron en los salones del club, el compositor encontró su partitura depositada sobre un cojín de flores... No en vano el artista contaba con las bendiciones de la corte española: María Cristina le había procurado una beca en Austria.
Sala Montserrat Caballé
El siguiente enmudecimiento musical del Círculo lo causó la bomba que estalló en el Gran Teatre la noche inaugural de la temporada de ópera (7/XI/1893). En total hubo 20 muertos. Parte de los heridos fueron instalados en el restaurante del club, que se acababa de reformar. La siguiente tanda de conciertos se hizo esperar.
En 1895 fue la Capilla Nacional Rusa la que visitó Barcelona. Después de causar sensación interpretando un repertorio nostrat de canciones populares catalanas, actuó en el Círculo conjuntamente con el Orfeó Català que dirigía Lluís Millet. En un clima de entusiasmo por la calidad de ambos conjuntos, sonó entre otras La Patria Nueva de Grieg. De hecho, el concierto tuvo lugar en el Saló dels Miralls y los beneficios se destinaron a los reservistas de la Guerra de Cuba. Es el primero del Círculo del que se encuentra documentación.
Lo que sigue es ese periodo de reformas que convertirían el club en una joya modernista, tanto en el arte de la marquetería como en el de los grabados, los esmaltes, los aguafuertes y los óleos. Para ello contarían con los mejores artistas catalanes de la época: De Riquer, Santiago Rusiñol, Modest Urgell Inglada (‘Katúfol’)… o el valenciano Francesc Miralles.
En cualquier caso, el conjunto mural más destacado, el que Ramon Casas hizo por encargo de la entidad y que decora la antigua sala de juego conocida como La Rotonda, lo conforman doce lienzos que se inspiran en temas musicales. Ya sea recreando el marco operístico burgués del Liceu o el más accesible Teatro Novedades, donde se estrenaban musicales. Ya sea en el contexto de las sardanas que se bailan en la fuente de Sant Roc en Olot y en Les Caramelles, o en la música popular que se escucha en Le Moulin de la Galette. Sin olvidar el lienzo del coro de monjas o el famoso El automóvil’ que, aunque no se aprecie a simple vista, conecta con la música que suena a lo lejos, en una fiesta que ocurre cerca del pabellón del Cercle del Liceu para la Exposición Universal de 1888.
En 1913 el club empieza a organizar con periodicidad conciertos de piano que protagoniza sobre todo el barcelonés Frederic Longàs, discípulo de Granados y Malats. Mientras tiene lugar el sonado estreno de Parsifal’, él ofrece a los socios del
club los intermedios de esta ópera de Wagner transcritos al piano. Tuvo tal éxito que a los dos años se estaban vendiendo abonos entre los socios para sus conciertos: cuatro, 48 pesetas; cinco, 60. Al año siguiente era todo un Andrés Segovia el que visitaba el casino y dejaba su estampa en el Libro de Honor, aprovechando que ofrecía un recital de guitarra.
Ya en los años veinte, las tensiones sociales y la instaurada dictadura de Primo de Rivera -que Alfonso XIII acepta- se traducen en una mayor polarización de los estratos sociales. Los socios del Liceu se muestran aún más monárquicos y agasajan al Rey en sus ahora frecuentes visitas al Liceu. El Teatro Real de Madrid está cerrado y Alfonso XIII añora ir la ópera. Cuando en 1923 atiende una representación de Il barbiere di Siviglia aprovecha el segundo descanso para poner un pie en el Círculo. Más adelante repetiría la visita para ver La ciudad invisible de Kitege, de Rimski-Korsakov, que era la sensación del momento.
La fuerte crisis económica que se registra al año siguiente lleva al Círculo a recoger velas. Su actividad musical desaparece, cancela las suscripciones a revistas… pero en marzo del 1925 recibe a Richard Strauss, que ha venido a Barcelona a dirigir conciertos y no pasa por alto el libro de personalidades del club. Lo mismo que Manuel de Falla al cabo de unos meses. Y que Frank Marshall, el pedagogo y continuador de Enric Granados, quien también deja su recuerdo.
Otra firma indeleble es la de Pietro Mascagni, que en 1929 acude a presidir una representación de su ópera Cavalleria rusticana en presencia del príncipe Humberto de Saboya. El contexto es una temporada muy especial dedicada a la Exposición Universal. Más compositores de relumbrón dejan su impronta en el Círculo: Gustave Charpentier, que conmemora los treinta años de su ópera Louise, o cantantes como el tenor Enzo de Muro Lomanto y la soprano Toti dal Monte, con la que el Liceu literalmente enloquecía.
La llegada de la República no da tregua al club, que ve cómo se tambalea la segunda temporada del empresario Josep Rodés en el Liceu. Pero a diferencia del Real de Madrid y el Principal de Valencia, Barcelona reconduce la situación y
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en enero de 1933 se representan óperas en la Rambla. En aquel tiempo el Círculo pasa por un mal momento económico. Acumula dos préstamos hipotecarios, por lo que en mayo del 36, a dos meses de que estalle la guerra, establece un acuerdo para venderle el edificio al teatro y pasar a ser su inquilino. El precio de la venta se fija por 946.951 pesetas, y en concepto de arras se le entrega a la entidad 67.500 pesetas. No obstante, finalizado el conflicto bélico y vuelto el Círculo a la total normalidad, se acuerda en 1942 anular la propuesta de venta de sus locales, devolver el dinero de las arras al teatro y concertar un crédito hipotecario.
Han sido años de oscuridad y habrá que esperar a 1946 para que alguna primera figura pase por el Cercle del Liceu: lo hace Henri Lewkovicz, el violinista polaco refugiado en España, y un día después Victoria de los Ángeles. Les seguirá Kirsten Flagstad, la gran soprano dramática noruega, que se llevó uno de los mayores baños de masas en escena.
En 1951 el Círculo recibe a Wieland Wagner, el nieto del compositor: se estaban cociendo los Festivales Wagner, con representaciones organizadas por el propio Festival de Bayreuth. Pero según explica Roger Alier, el club únicamente participó en la decoración de la fachada para acoger con distinción a las celebridades que asistieron a las nueve representaciones. No fue más allá. Cierto es que en el patronato de los festivales Wagner de 1955 figuran Joaquim de Sentmenat, marqués de Sentmenat, y Lluís Rosal Catarineu, ambos notorios socios del club, pero lo hacen a título personal.
El Círculo se limita, así, a recibir a figuras extraordinarias de la lírica: Renata Tebadi canta cada año en el Liceu, hasta que por poner en su dedicatoria que volvería en 1960, no llegó a ser posible. Firma también la soprano Gianna D’Angelo, que se jactaba de haber recibido la Medalla de Oro del Liceu. Y el 5 de mayo de 1959 pone su rúbrica Maria Callas, el mismo día que da su único concierto en el coliseo de las Ramblas. Por cierto, al lado de la suya aparece la del general Camilo Alonso Vega, un hombre influyente del régimen.
Los años sesenta ni son de esplendor ni de gestión problemática. Es más bien un periodo neutro en el que el brillo que desprendía el Círculo de principios de
Esmaltes cerámicos, obra de Alexandre de Riquer 1900
siglo se va apagando. Pero como si de una señal de realce se tratara, llega Montserrat Caballé en 1970, convertida ya en una de las más célebres prime donne, y le insufla energía a la Rambla. Por otra parte, habrá que esperar a que prácticamente muera Franco para que conste la primera rúbrica de una mujer compositora en el Libro de Honor, Matilde Salvador.
La Transición española trajo cierta inestabilidad para las dos instituciones vecinas debido a los ataques que sufrió el coliseo barcelonés, especialmente en la temporada 1977-78. No obstante, la situación se corrigió con la creación del Consorci del Gran Teatre. Lentamente el número de socios del club fue aumentando y su ambiente se renovó en parte. Menos afeitarse las barbas y más estimular la vida cultural.
Fue la presidencia de Ramon Negra Valls la que puso en marcha, por fin, una actividad musical regular, reparando el piano Steinway del club. El instrumento serviría para acompañar pero también para recitales de solistas, como el del entonces joven Lluís Trullén, que en 1985 tocó para la Penya Modernista de jóvenes. Más aún, se puso en marcha la fórmula de los conciertos semipúblicos y gratuitos que permitía asistir a quienes no eran socios.
Vale la pena mencionar la ilustrativa anécdota relativa a la producción de 1988 de la Salomé de Richard Strauss. Albin Hänseroth, del equipo artístico del Liceu, explica a los socios del Círculo con todo detalle el montaje que se está preparando y que tan enfadada tiene a Montserrat Caballé, pues la diva ha de permanecer inmóvil en un punto elevado del escenario. Huelga decir que en la conferencia no cabía un alfiler. Más aún: luego se hizo una demostración, baile incluido, en el habilitado Teatre Principal.
De todo ello se cumplen más de tres décadas, durante las cuales la música no ha abandonado los salones del Cercle del Liceu, ya sea en forma de recitales, conciertos, conferencias, entregas de premios, homenajes, efemérides o fiestas. Algunos han tenido lugar bajo la intensa mirada de la Sargantain de Casas mientras que otros han ocupado abiertamente el restaurante, como la ópera de cámara que montó el sabio e inquieto Roger Alier por iniciativa de Amics del Liceu. Era Le devin du village (El adivino de la aldea), de Jean-Jacques Rousseau.
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Detalles de los trabajos del interior del ascensor
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El orfebre y pintor Lluís Masriera i Rosés, también vinculado al mundo teatral, fue el artífice del Libro de Honor del Círculo del Liceo. La simbología musical está presente en la cubierta y en sus páginas alberga el recuerdo de destacados artistas que han visitado la institución a lo largo del tiempo. La cultura ha sido una constante en la vida del club.