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Un club de la ciudad para la ciudad
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una sacudida para una metrópolis que llevaba unos años viviendo del plácido recuerdo de “los mejores Juegos Olímpicos de la historia”. El proceso independentista y sus repercusiones en la vida ciudadana, más los dos años largos de pandemia, completan un ciclo muy complejo que ha tenido su reflejo en los debates, coloquios y conferencias organizados en el Círculo.
En el terreno de la promoción del patrimonio propio y de la apertura a la sociedad barcelonesa, el gran avance se produce con la exposición “Júlia, el deseo, Ramon Casas” en la primavera de 2016. Organizada junto con la obra social de la Fundació La Caixa, la muestra consistía en 75 obras de arte distribuidas por todo el Círculo. La exposición, a la que asistieron 15.000 personas, supuso la indagación más exhaustiva realizada hasta la fecha en la fascinante figura de la modelo, amante y esposa de Casas. Pero también sirvió para formalizar la apertura del Círculo a barceloneses y barcelonesas que nunca habían accedido a sus salones.
Otra muestra de cómo puede incidir el Círculo en su entorno ciudadano son sus apuestas a la hora de aproximarse a personajes del mundo artístico no siempre bien representados en los circuitos culturales del entorno. Vale la pena detenerse en los casos de Antonio López, Jaume Plensa o Mario Vargas Llosa.
Es conocida la escasa sensibilidad barcelonesa por la pintura realista, históricamente desatendida en el panorama artístico de la ciudad. Esto ha propiciado que la obra de Antonio López no haya tenido en Barcelona el reconocimiento que sí ha tenido en otras ciudades. Pocas instituciones barcelonesas se han acercado al artista en estos últimos años.
El Liceu cuenta con él como pintor y escultor en su puesta en escena de Winterreise en la antigua cárcel Modelo, en marzo de 2023, el mismo año en que La Pedrera le dedicará su primera exposición barcelonesa en 70 años de trayectoria. Pero cuando el Círculo lo invitó a participar en una de sus comidas-coloquio, en noviembre de 2014, la presencia de la obra en la capital catalana era casi irrelevante. Aquella invitación pudo interpretarse como un espaldarazo a un artista universal con escaso predicamento en el establishment artístico de Barcelona.
Algo parecido puede decirse del hecho de que el Círculo se sumara a las iniciativas destinadas a reconocer el trabajo de Jaume Plensa en su propia ciudad, cuando todavía no se había instalado la escultura Carmela frente al Palau de la Música y aún faltaban siete años para que el Macba le dedicara una exposición. Fue en mayo del 2012 cuando el artista participó en un almuerzo-debate, justo diez años antes de la instalación de sus puertas en el acceso principal al Gran Teatro y al Círculo.
En el ámbito literario, el Círculo puede apuntarse el haber reivindicado a un personaje políticamente controvertido pero de indudable aportación a la cultura barcelonesa, como es Mario Vargas Llosa. El autor de La fiesta del chivo recibió la medalla de oro del club en 2012, dos años después de ser galardonado con el Premio Nobel de Literatura. En aquel acto, el novelista peruano, que había residido en Barcelona entre 1970 y 1974, renovó su agradecimiento a una ciudad que, como siempre ha sostenido, fue donde se hizo escritor.
Aquella celebración será también recordada porque hizo en ella una de sus últimas apariciones públicas la agente literaria Carmen Balcells, clave en el posicionamiento de Barcelona como capital de los libros.
Esta vocación de participar en la vida social de la ciudad no rehuyendo los asuntos incómodos puede ampliarse al ámbito político. Al estilo de lo que hicieron otras instituciones durante los años más intensos del proceso independentista, el Círculo pudo haber pasado de puntillas y poner en foco en la música o el arte a la espera de que amainara el temporal, pero prefirió involucrarse en el debate programando intervenciones de políticos de todos los ámbitos.
Entre los invitados a expresar sus ideas en el club estuvieron dos figuras muy relevantes del soberanismo: la entonces presidenta de la Assemblea Nacional de Catalunya (ANC), Carme Forcadell, y la malograda presidenta de Òmnium Cultural, Muriel Casals. El hecho de que fueran invitadas generó malestar entre algunos socios, pero la dirección del Círculo decidió seguir
adelante con su idea de recabar las opiniones de personas de todo el espectro político.
La institución de la Rambla ha recuperado así la tradición liberal que ha marcado su línea de actuación en los mejores períodos de su larga historia. Con el liderazgo de los últimos presidentes, esa ha sido la obsesión del resto de la junta, con aportaciones destacadas de personas como José García Reyes y Luis López de Lamadrid.
Entre los propósitos de las últimas presidencias del club está también la de contribuir a la dinamización de la Rambla a través de la cultura.
Son más de un centenar las instituciones y agentes culturales que mantienen la persiana levantada a pesar de los procesos de degradación a que se ha visto sometida la Rambla y su entorno. La persistencia de la actividad cultural es especialmente relevante en un contexto de creciente ocupación de Ciutat Vella por parte del turismo de masas. Por un lado, dignifica la vida de los vecinos; por otro, obliga a los barceloneses de otros barrios a desplazarse al centro, por lo que se limita el riesgo de que el Raval, el Gòtic o la Ribera se acaben convirtiendo al cien por cien en guetos turísticos.
En este contexto, el Círculo ha participado en iniciativas desarrolladas en los últimos años para visualizar la cultura de la Rambla y para plantear actuaciones que contribuyan a dinamizar el paseo desde la música, el teatro, la literatura, la ciencia o el comercio cultural. La ubicación del club, en el epicentro de una Rambla que señala el mosaico mironiano, comporta derechos y obligaciones. El derecho a tener voz en el futuro de un paseo estratégico para la ciudad y la obligación de seguir prestándose a la comunidad como un remanso de diálogo y cultura en medio de la vorágine. Todo en estrecha colaboración con el Gran Teatre del Liceu, fomentando una relación natural que, sin embargo, había dejado de ser excelente en algunos períodos del pasado.
El futuro se plantea lleno de interrogantes para el Círculo del Liceu y para su entorno: para el Gran Teatre, para la Rambla, para la ciudad de Barcelona o para el mismo modelo de unos clubes concebidos para fomentar el diálogo presencial entre las personas y que ahora deben encontrar su encaje en una sociedad que tiende a encerrar el individuo en su propia pantalla.
Juegan a su favor un patrimonio remarcable dentro de unos salones que constituyen, como decíamos, todo un remanso de calma en un mundo convulso. De la mano de un Liceu que en los últimos años está apostando por la modernidad y los nuevos formatos, el Círculo, el vecino de rellano, irá abriéndose probablemente a tendencias culturales como el arte contemporáneo –ya lleva tiempo programando charlas y conferencias sobre el tema- y a nuevos estilos musicales. Recientemente, de hecho, ya ha abierto sus puertas al jazz. Está clara su vinculación a la ópera o el arte pictórico, pero está en su ADN extender su ámbito al resto de manifestaciones culturales.
Superadas las épocas en que podía ser visto como una burbuja del tiempo incrustada en la vía más dinámica de Barcelona, el Círculo del Liceu tiene en el respeto a las diferentes sensibilidades de sus socios la llave del futuro. Una diversidad que ha de tener su reflejo en la capacidad de generar debates de ciudad. En definitiva, de la porosidad de ese colectivo de personas que conocemos como el Círculo del Liceu dependerá el futuro de una institución que avanza hacia los dos siglos de historia.
1847 –→ –→ 2022