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De "Señoras de"... a "Señoras"

En el año 2001 las mujeres se incorporaron al Círculo del Liceo, iniciando una etapa de normalidad respecto a la equiparación de género. Antes, la entidad tuvo que sortear diferentes procesos hasta el reconocimiento de las féminas en igualdad de condiciones que los hombres. Desde entonces cada año crece el número de socias, así como su implicación y participación en todos los ámbitos. Solo queda pendiente que en el futuro una de ellas ocupe la presidencia.

–→ TEXTO__ Sílvia Colomé

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Periodista. Redactora jefa de Cultura en La Vanguardia, es autora de la novela La llegenda del Carreró (Pagès Editors) y de un cuento infantil. Recientemente ha publicado Florencia a través de sus personajes (Diëresis)/La divina Florència (Pòrtic).

El 1 de febrero de 1881, el día que La

Vanguardia salía a la calle con su primer número, el rotativo se hacía eco de la actualidad del Liceo: “Esta noche, a las once, tendrá lugar el segundo de los bailes de máscara de la temporada que, según costumbre será el más concurrido por ser mañana la fiesta de la Candelaria”. Y añadía en la nota el repertorio musical de la velada, a cargo de los “reputados maestros” Subeyas-Bach y Navarro, con valses, polcas, mazurcas y galopes de compositores variados, desde los Strauss a Lamotte o Musard. Relación social y cultura musical. Este binomio ha acompañado a la institución desde el inicio, ese año 1847 en que también se instituyó el Círculo del Liceo, concretamente el 20 de noviembre, con 125 socios fundadores. Presidido por el marqués de Sentmenat, la asociación privada, la más antigua de España en su género, inspirada en los clubs ingleses cuyos miembros se deben a sus propias reglas, estuvo siempre integrada por caballeros. Los primeros estatutos señalaban que la finalidad de la entidad era “proporcionar a sus individuos los recreos y entretenimientos de la buena sociedad”. No especificaban en ningún artículo que sus miembros debían ser varones.

Aunque, seguramente, así se daba por hecho. A pesar de ello, las señoras también pudieron disfrutar de esos recreos y entretenimientos desde el inicio del club. Eso sí, como acompañantes de ellos. Señoras de…Eran los tiempos de la pujante burguesía, esa que tan bien retrató Ramon Casas y otros artistas como Francesc Masriera o Francesc Miralles en pinturas como las que decoran las paredes de la entidad. Muchas, protagonizadas por mujeres que lucen joyas y vestidos. En los últimos decenios del siglo XIX, el templo operístico de la Rambla se convirtió también en un escaparate no solo de moda, sino también de estatus. Los hombres, bien trajeados pero sin muchas posibilidades de diferenciarse debido a la homogenización de su vestimenta, mostraban su nivel social exhibiendo lujo y buen gusto a través del vestuario y complementos de sus acompañantes femeninas.

Las veladas de Carnaval eran una ocasión para la ostentación. Una crónica del Diario de Barcelona del 19 de febrero de 1848, con un Liceo acabado de inaugurar, ya lo ponía de manifiesto: “Era de ver la escogida y selecta concurrencia que llenaba todos los asientos y cómo reflejaban las luces en las ricas joyas de brillantes que llevaban en sus tocados muchas señoras”. Pero además de los bailes, otro de los momentos álgidos eran las noches de estreno.

Ese mismo año 1881 con que empieza este reportaje, Narcís Oller detallaba cómo era una de esas veladas a finales del siglo XIX, concretamente la del 27 de noviembre, una noche que “havia d’ésser memorable en els annals del Liceu

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Encuentro de la Peña 2001 el Día de Mujer del presente año […] Les localitats es pagaven a preus fins llavors inusitats a Barcelona” y en la Rambla se veían desfilar carruajes con “belles fembres, agençades amb flors, sedes de colors desmaiats, velluts i pedreria enlluernadora. Homes elegants les rebien donant-los la mà, els oferien el braç, i desapareixien amb elles, xuclats, pels estrets canals de les portes d’entrada, amb sonores rialles i alegria als ulls”.

El fatídico atentado del 7 de noviembre de 1893, tan bien retratado en la novela Mariona Rebull de Ignacio Agustí, no alteró el ambiente de opulencia del Liceo ni del Círculo, su máxima expresión. Las mujeres seguían siendo centro de atención de las miradas y la vida social se entretejía con el placer de la buena música. La revista Lyceum del propio teatro lírico, describía en diciembre de 1921 la atmósfera en los palcos. “Siempre es importantísimo el tema de las modas, con sus caprichosas variaciones y la informalidad de las modistas, que no puede negarse, tienen la habilidad de interesar sin disgustar a sus elegantes clientas. Mientras las señoras lucen sus elegantes vestidos que adornaron siempre con ricas joyas, charlan alegres las parejas de enamorados, o burlando la oposición de alguna persona, cruzan entre ellos miradas en las que se expresan cuanto sienten sus apasionados corazones”. Así pues, los palcos “se convierten en saloncitos íntimos, donde se comentan las noticias más interesantes y se descubren nuevos amoríos…”.

Amoríos no siempre lícitos aunque a menudo socialmente conocidos y hasta cierto punto aceptados, como fue el famoso caso de Pedro Milà, quien dio el nombre al magnífico edificio de Gaudí aunque la propietaria fuese en realidad su mujer, Rosario Segimon, viuda de Josep Guardiola, de quien procedía toda la gran fortuna. El rumor que circulaba por ese Eixample burgués era: “No sabemos si Perico Milà se ha casado con la viuda de Guardiola o con la guardiola de la viuda”. Y también se escuchaba otro comentario que hacía referencia al Liceo: “Perico tiene mucha suerte de dejar la Guardiola en casa y venir aquí con la querida”, una querida que también tenía que lucir el estatus del amante.

Las relaciones o coqueteos extramatrimoniales eran más que conocidos. El óleo Baile de máscaras en el Liceo que Ramon Casas pintó en 1902 y que actualmente ilumina uno de los espacios del Círculo, así lo muestra. La escena retrata un ambiente festivo con mujeres en el antepalco del proscenio de platea. La que fuera bailarina Pauleta Pàmies aparece junto a algunas de sus discípulas acompañando la velada de algunos socios del Círculo. Incluso se ve al propio artista con su amigo Utrillo y, en el umbral de la puerta, el periodista Coll y Rataflutis parece tomar nota de una fiesta en la que no le es posible participar.

A diferencia de algunos clubs ingleses, el Círculo nunca instaló habitaciones para que los socios pudieran alojarse solos o acompañados. Quizá por falta de espacio en el edificio o quizá también porque sus circunstancias eran diferentes a las de aquellos lords ingleses que acudían a Londres desde sus apartadas residencias y podían, así, vivir justificadamente algunos días lejos del ambiente familiar.

Así pues, aunque las acompañantes femeninas eran habituales en las instalaciones del Círculo y, especialmente en los actos sociales como acompañantes, también es cierto que en algunas ocasiones solo se consentía la participación de los socios, es decir, de los varones, como fue el caso de la celebración del centenario del club.

La fecha era digna de significar y el Círculo organizó un “almuerzo íntimo” el 17 de febrero de 1948 con una minuta compuesta por huevos a la rusa, filetes de lenguado y langostinos a la crema de curry, costillar de cerdo asado con puré de patatas y salsa de manzana, pera Bella Elena, café moka y licores. Todo ello regado con Extrísimo Bach, Monople, Viña Real y champaña Olivella brut y demi-sec. El banquete conmemorativo fue descrito por El Correo Catalán con todo lujo de detalles: “El aspecto que ofrecía el salón era realmente magnífico, asistiendo al acto unos doscientos comensales, entre los que predominaban las más destacadas personalidades de la intelectualidad, de las finanzas y del comercio de Barcelona”. Ninguna mujer entre ellos. Su incorporación como socia de pleno derecho aún tardaría mucho en llegar.

Antes finalizó la larga dictadura franquista, se agotó la Transición, se vivieron los primeros lustros de la democracia e incluso el Liceo sufrió su último gran incendio y también hubo tiempo para reconstruirlo y celebrar su reinauguración. Para la aceptación de la mujer hizo falta que llegara un nuevo siglo, el XXI, aunque el debate sobre su posible entrada ya empezara a escucharse con voz muy alta en los últimos destellos del XX. La cuestión era: ¿Es posible que una institución como el Círculo del Liceo no permita el acceso de la mujer como socia a estas alturas de la historia, lo que, sin duda puede considerarse una discriminación de género o incluso un acto de machismo? O: ¿Es posible que un club privado no pueda establecer libremente las condiciones que deben cumplir sus miembros? La batalla estaba servida. Y se libró.

En primer lugar, cabe tener en cuenta que no fue hasta 1990 cuando por primera vez los estatutos del Círculo señalan la exigencia del sexo masculino para formar parte de él. Antes, aunque no existía esta especificación por escrito, ninguna mujer había sido aceptada como socia de pleno derecho. La costumbre hace ley. Fue durante la Junta General Extraordinaria celebrada el 26 de enero de 1988 cuando se aprobó el requisito de la masculinidad. El artículo 8, en concreto, establecía que “podrán ingresar en el Círculo como socios de número los varones, mayores de edad, que sean propuestos por cuatro socios, con tres años de antigüedad como mínimo, obtengan resultado positivo en la votación (secreta y democrática) prevista en el artículo 10 de los Estatutos y satisfaga la cuota de entrada establecida”. La prohibición de la mujer quedó expresa, ya no era de facto sino de iure. Los siguientes Estatutos, aprobados en otra Junta General Extraordinaria el 31 de enero de 1996, perpetuaron el veto.

En el año 2000 se produjo el punto de inflexión a partir de una decisión de cierta apertura que supo a poco y que de alguna manera destapó de cara a la opinión pública la situación de la mujer dentro del Círculo. Semanas después de llegar a la presidencia, Joan Anton Maragall y su junta de gobierno acordaron autorizar a las señoras de los socios, o a sus viudas, que pudieran acceder a las instalaciones de la entidad sin la presencia del esposo siempre y cuando contasen con su autorización previa. Con esta medida, las esposas podían por primera vez acceder solas a los espacios del club en los entreactos de las óperas y también les permitía asistir a las actividades que se organizaban, como conferencias. La respuesta fue inmediata. En solo dos meses, el Círculo recibió 400 solicitudes. Ahora bien, el hecho de tener que contar con el “permiso” explícito del marido no fue bien recibido en una sociedad que ya no podía aceptar nuevas normas que no cumpliesen con la igualdad de género.

El caso llegó al Parlament con una propuesta no de ley del grupo socialista en el marco de la comisión sobre el proceso de Equiparación Mujer-Hombre, que presidía Joaquima Alemany, a favor de la no discriminación en función de sexo. En declaraciones a La Vanguardia, publicadas el 10 de mayo del año 2000, Alemany fue rotunda: “Los del Cercle deberían madurar y darse cuenta de que lo suyo no es un club privado más, tienen un patrimonio cultural impresionante, modernista, que no se puede vetar a una parte de la ciudadanía”.

La ciudadanía también dijo la suya. Por ejemplo, una carta al director del mismo medio firmada por Isabel Espiau exponía: “Lo que me parece ridículo es que en los albores del siglo XXI pueda plantearse que las mujeres tengamos determinados derechos sólo si nuestros maridos nos autorizan. Como mujer, universitaria y profesional no puedo admitir que mis derechos provengan de ser la ‘señora de’. Si el Círculo del Liceo quiere incorporar a las mujeres, que las acepte como miembros de pleno derecho, y si no, que tenga el valor de seguir siendo un club masculino donde se puede invitar a no socios sin entrar en disquisiciones sobre el sexo del invitado. Me permito recomendar, no obstante, a los sesudos varones que forman su junta de gobierno que salgan a la calle y vean la incorporación de la mujer en todos los campos de la vida actual. ¿Piensan acaso que las presidentas del Congreso y del Senado ocupan los cargos por la autorización de sus maridos?”.

El presidente Maragall justificaba la decisión también en La Vanguardia: “Si los socios son ellos, resulta lógico que se les exija una acreditación de las esposas que puedan entrar. Nosotros no sabemos los nombres de ellas”.

Ante tal situación, la junta del Círculo decidió dar un paso más, el definitivo. Para afrontar el que quizá sería el cambio más significativo de la entidad desde su fundación, la junta encargó tres estudios jurídicos que analizaran la situación estatuaria de la mujer. Tomás Gui, especialista en Derecho Constitucional, y Carles J. Maluquer de Motes, catedrático de Derecho Civil de la Universitat de Barcelona, coincidieron en dictaminar que la limitación era nula de derecho, ya que prevale el derecho de igualdad que establece la Constitución por encima del derecho de una asociación a regularse libremente. Como contrapunto, el dictamen de

Intervención de la arquitecta Benedetta Tagliabue en el almuerzo del día 8 de marzo de 2022 Antoni Muntanyola, especialista en derecho administrativo, afirmaba lo contrario.

La junta de gobierno envió una circular a los socios con sus conclusiones: en la tradición del Círculo no prima la condición masculina de sus socios sino “la calidad de éstos en tanto que personas amantes de la música, las artes y la relación humana”. Por tanto, en el siglo XXI no hay motivos “más allá de lo impulsivo, para excluir a una mujer de una entidad social”. Además, se daba la curiosa paradoja que la delegada del Gobierno en Catalunya en aquella época, Julia García Valdecasas, era socia honoraria por el cargo que ostentaba y, en cambio, no hubiera podido ser socia ordinaria.

Una maratoniana asamblea general extraordinaria convocada el 31 de enero de 2001 debatió la cuestión. Se oyeron comentarios a favor y también en contra, como lo de un miembro de la peña del Viernes que reclamaba que no se perdiera “el señorío” y alertaba que “las señoras vendrán con los nietos y a hacer ganchillo”, hasta “nos cambiarán las cortinas”. Y resumía: “Nos fastidiarán la vida”.

Al final, se impusieron las voces que propugnaban la inclusión y a las cinco de la madrugada se aprobó la aceptación de las mujeres como socias de pleno derecho. La propuesta contó con 429 a favor por 290 en contra, 3 en blanco y 15 nulos. La entidad acababa de hacer historia. La primera mujer que llamó a la puerta modernista del club para formar parte de él fue Montserrat Caballé justo un mes después. La candidatura de la célebre soprano no podía ser más simbólica y significativa, la mejor aspirante posible para calmar los ánimos de algunos socios todavía resistentes a la decisión. ¿Quién podía no querer a la gran Caballé?

Los días 23 y 24 de febrero, los socios votaron no solo la candidatura de la gran soprano. Junto a ella, otras nueve mujeres solicitaron la admisión y también tres hombres. El resultado sorprendió a la junta que había impulsado la reforma. Ni Caballé ni el resto de candidatas, no así los varones, lograron el 65% de los votos necesarios, es decir, las dos terceras partes de bolas blancas que exigía el sistema de votación. Las bolas negras enlutaron otra jornada que debería haber sido histórica, la del triunfo de la igualdad en la institución. Algunos socios mostraron su indignación, como fue el caso de Joan Rigol, por entonces presidente del Parlament de Catalunya, que aseguró en declaraciones a La Vanguardia que “mientras las mujeres no sean admitidas como socias, no volveré al Cercle”.

Otra asamblea extraordinaria, el 2 de abril, nuevamente larga y tensa, finalizó con un acuerdo: las diez mujeres serían aceptadas a cambio de la dimisión de la junta de gobierno del galerista Maragall. En su lugar, se establecía una junta gestora provisional, encabezada por Joaquim Calvo, encargada de preparar nuevas elecciones para presidir la entidad. Calvo acabaría siendo elegido presidente en octubre con más del 70% de apoyos. También se invalidó el sistema de bolas blancas y negras vigente hasta entonces por una comisión de admisiones.

Noticia de portada de La Vanguardia (2 febrero de 2001)

Las primeras mujeres en formalizar su inscripción, el día 5 de abril, tras ser avaladas por cuatro socios y pagar una entrada de 250.000 pesetas, fueron Magda Ferrer-Dalmau (que por una cuestión de orden alfabético de los apellidos se convirtió en la primera socia ordinaria de pleno derecho), Adela Subirana, Christina Nueno, Stella Raventós y Montserrat Vall-Llosera. Las mujeres desde ese momento pasaron a ser señoras, sin ningún ‘de’ que las determinara ni limitara.

El número de socias ha ido incrementándose a lo largo de los años, sin prisa pero sin pausa. En 2021 se conmemoró el 20 aniversario de la incorporación femenina con un simposio titulado “Mujeres a la conquista de su espacio”. En aquella fecha, su presencia en la entidad ya suponía el 28 % de los asociados. Y tres de ellas formaban parte de la junta de gobierno: Eugenia Bieto Caubet, Francisca Graells de Reynoso y Ernestina Torelló Llopart.

Antes, el 18 de noviembre de 2010, el Círculo bautizaba una de las salas del club, la de audiciones, ubicada en la segunda planta, con el nombre de una mujer: Montserrat Caballé, quien no pudo convertirse en la primera socia en esa primera votación. El reconocimiento coincidió con un homenaje a la soprano con motivo de la celebración del 50 aniversario de su trayectoria artística. “El Círculo del Liceo de hoy es heredero de un patrimonio importantísimo y siempre ha estado ligado a mi trayectoria”, afirmó la gran intérprete, que también recibió la medalla de oro de la entidad. El actual presidente, Francisco Gaudier, remarcó recientemente que Caballé fue “siempre muy querida en el Círculo y acabó siendo socia de pleno derecho”.

“Aquí hay mucho empoderamiento, un poco más burgués, pero empoderamiento”, afirma una socia durante una cena con otras socias amigas en la terraza tras asistir a una conferencia. Aunque actualmente su presencia ya llega al tercio de los 1030 asociados, siguen siendo minoría. Para ellas, este desequilibrio no es sinónimo de discriminación. Al contrario, consideran que el tiempo igualará la cuota. A la vez son conscientes del peso que tienen dentro de la entidad, incluso económico. “Nosotras somos mucho más activas, nuestra presencia en las actividades es muchísimo más elevada”, comenta otra socia sentada en la misma mesa, antes de señalar que este porcentaje se invierte cuando se habla de la asistencia a los eventos. “La mujer ha revolucionado el panorama lúdico-cultural del Círculo, venimos a pasárnoslo bien”, revela.

Para que nunca se olvide el año histórico de la admisión de las mujeres, se creó la peña 2001, siempre presidida por una socia, y cuya programación de actividades ha evitado encasillarse en las temáticas tradicionalmente relacionadas con el universo femenino, como la cocina o la moda. La primera presidenta fue Marisol Rocha de Puig, que también se convirtió en la primera socia en acceder a la junta directiva. Una junta que actualmente cuenta con una mujer vicepresidenta, Ernestina Torelló Llopart, y con cuatro socias más en diferentes cargos: Eugenia Bieto Caubet, Josefina Bas Capella, Rosario Cabané Bienert y Francisca Graells de Reynoso. El siguiente paso para consolidar esta igualdad será el momento en que una mujer sea elegida presidenta del club. “Es una asignatura pendiente, y pasará”, augura una de las socias de la cena en la terraza. De momento, ya no cabe ninguna duda de que, en la futura conmemoración del bicentenario de la entidad, ellos no serán los únicos que brinden por la buena salud del Círculo.

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