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El Carnaval de hace un siglo: 1919. Por Juan Tomás Muñoz Garzón
EL Carnaval DE HACE UN SIGLO: 1919
Juan Tomás Muñoz Garzón Centro de Estudios Mirobrigenses
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“Ydio principio la farsa: las subsistencias por las nubes, el pan no se alcanza, el hambre se enseñorea por doquier; lo vemos, lo palpamos, pero lejos de convencernos de la triste realidad, cubrimos nuestros rostros con llamativo antifaz y olvidando las negruras del mañana, abandonamos el hogar, salimos a la plaza, a nuestra Plaza Mayor, testigo hace una centuria de bélicos combates, de luchas sangrientas, y hoy convertida en coso taurino: ayer, repleta de guerreros; hoy, pletórica de aficionados al arte de Belmonte”.
No deja lugar a dudas el crítico párrafo del anónimo Burla-dero, cronista de El Salmantino1 , en la referencia inicial del antruejo mirobrigense de 1919, publicada el Lunes de Carnaval, 3 de marzo, y que continuaría hasta rematar la crónica del último día. Todo parecía seguir en la línea de años anteriores, marcados por las consecuencias de la I Guerra Mundial: hambre y carestía, falta de trabajo y de recursos. Lo de siempre... para los más necesitados, mientras los poderosos incrementaban sus posibles. Pero era Carnaval y, también como siempre, parecían las penas menos, quedaban aparcadas en espera de que volviesen los lamentos y las necesidades. Ahora tocaba divertirse. Y ante eso los mirobrigenses no se amilanan. Es un público que sabe corresponder con la fiesta, con su elemento consustancial, el toro, aunque la procesión vaya por dentro: “Ese público que aplaude e increpa al lidiador, que goza y se divierte, que olvida, acaso, las penas de su hogar sugestionado por las peripecias de la fiesta, es el mismo que semanas antes de empezar la farsa aboga por la supresión de las corridas como espectáculos incultos, que repugnan a la cultura de un pueblo; ese público heterogéneo no protesta, se calla, no levanta su voz, permanece mudo; esta es la farsa, la eterna mentira; estamos en Carnaval”2 .
1 Periódico que surgió en octubre de 1907 con carácter de semanario y que posteriormente avanzó para convertirse en diario en junio de 1910. Su proyección es, al menos, hasta 1919, siendo editado en distintas dimensiones y por sucesivos impresores. 2 El Salmantino. Periódico semanal. Año IX, número 2.604, de 3 de marzo de 1919. p. 2.
Antes, en la misma línea, se había seguido urdiendo la escalera que lleva al ancho rellano Carnavalesco. El Ayuntamiento había firmado entre el 11 y el 16 de febrero los contratos con los ganaderos que facilitarían los novillos, con los bueyes, para los encierros y las corridas. En esta ocasión, la comisión de Fomento cierra el acuerdo con los ganaderos Aurelio Alaejos Paniagua, labrador mirobrigense y que tiene la finca en Valverdejo; con el industrial y tratante local Manuel Hernández Pérez y con el también labrador y vecino de Ciudad Rodrigo Ángel Sevillano Báez, cuyas reses pastan en Casasolilla. Todo ello en las condiciones y precio que venía siendo habitual en los últimos años y con el latiguillo aquel de que los ganaderos “están decididos a presentar sus reses a cual mejores en arrobas y bravura y ya comienzan las discusiones de cuál de ellas es la que cosechará más aplausos y quién se llevará el contrato para el venidero año”. Se trataba de calentar motores, de ir ambientando la fiesta distrayendo el quehacer o la falta de actividad diaria. Y lo contaba Santiago Vegas Arranz, corresponsal de El Adelanto, el 21 de febrero en una crónica asentada en los preparativos del Carnaval de 1919, destacando también que en el venidero antruejo se contaría con “lo mejorcito” de la cuerda de aficionados al arte de Cúchares, “ya que hemos visto por estas tierras algunos maestros en tauromaquia buscándose Amigos y enseñándonos recortes de periódicos donde se publica su biografía taurina; en algunos de ellos es un verdadero historial de sus coletudas faenas”. Además, “tampoco faltará alguno de los diestros de verdad que tienen anunciada su venida para recordar aquellos tiempos que por acá desfilaron, siendo este Carnaval el primer peldaño de su gloria toreril”. Finalmente, el Ayuntamiento contrataría la cuadrilla integrada por Antonio Múñez, el Chato3; Isidoro Todó,
3 Modesto novillero y banderillero salmantino, fallecido en Almenara el 1 junio de 1923, víctima de una cogida en la capea de las fiestas del citado pueblo salmantino cuando banderilleaba al morlaco. Fruto de la gravedad del percance, fallecería días después. El diario El Adelanto recogió en sus páginas la noticia, en concreto en los números 11.968, de 2 de junio de 1923, y 11.969, de 23 de junio de 1923: “Las trágicas capeas. Aficionado salmantino gravemente herido. En la capea verificada ayer en el vecino pueblo de Almenara, con motivo de las fiestas que allí se celebraban, el conocido banderillero de esta localidad, Antonio Múñez, sufrió una aparatosa cogida que ha puesto en grave trance su vida”. “En la lidia de uno de los toros, al ir a poner banderilla, fue cogido por un muslo, dándole una tremenda vuelta y dejándole tendido en la arena. “Presentaba una herida en el vientre, con salida de los intestinos y una abundante hemorragia. Fue asistido por el médico titular del pueblo, y después trasladado a Salamanca en grave estado, ya que en Almenara, por falta de material quirúrgico, no se le podía practicar la operación urgente que requería el caso”. “En la Casa de Socorro de esta capital fue curado, apreciándosele una herida en la cara posterior del muslo izquierdo, penetrante en el vientre, con salida de intestinos. Su estado fue calificado de pronóstico grave”.
Alcalareño II4; Vicente Pérez, Coquinero5; Marcelino Niño6 , Ligerito; y José Pinar, Pinarito7 .
Los preparativos también afectaban a las representaciones teatrales –la temporada empezaba antes del antruejo y finalizaba después de los festejos taurinos de las carnestolendas- en el ya denominado Teatro Nuevo-Cine Moderno que gestionaba la empresa dirigida por Eustaquio Calleja, y a los bailes de disfraces o máscaras, como se apunta siempre en las crónicas de la época: “Habrá los tan renombrados bailes de máscaras durante las tres noches, para lo cual los aristocráticos salones del Casino Mirobrigense se están adornando espléndidamente”, apuntaba Vegas Arranz, mientras que “la sociedad de Las Dos Columnas también se dispone a obsequiarnos con veladas que seguramente resultarán tan primorosas como en años anteriores”, sin menoscabo de que “El Paraíso, los Bomberos, la Sociedad de Artesanos y el Teatro Nuevo están echando el resto para que sus salones de baile público sean los más alegres, bulliciosos y divertidos, y se vean concurridísimos de elegancia, belleza y hermosura y tal vez dispondrán de premios para la mejor pareja o el mejor disfraz”, aventuraba el corresponsal de El Adelanto.
“Después de practicarle una detenida operación, fue trasladado al hospital, donde continúa en grave estado”. “Lamentamos el percance y celebraremos su pronto restablecimiento”. Y más adelante, se recoge el fallecimiento del diestro salmantino: “Las tragedias del toreo. La muerte y el entierro del torero Antonio Múñez. Ayer tarde fuimos acompañando el cadáver de un modesto torero salmantino, rindiendo al pobre, al infortunado Múñez, el tributo de nuestra amistad y la ofrenda de nuestro sentimiento sincero”. “Antonio Múñez fue un muchacho modesto. Pudo vivir con cierta holgura y tranquilidad; pero su afición a los toros le llevó a soportar una vida azarosa, de verdadero sacrificio, rodando por los caminos, yendo de pueblo en pueblo, toreando toros enormes, mil veces toreados antes, y jugándose la vida en las aldeas ante una multitud abigarrada y anónima, por el afán de llegar, de conseguir un nombre en el escalafón taurino”. “Solo con una decidida vocación al toreo se puede soportar ese cruel aprendizaje en el que, en la mayor parte de los casos, se pierde toda una juventud, toda una vida o la vida misma, sin fruto alguno, sin llegar a conquistar la gloria, sin consolidar un nombre, muriendo como pobres seres anónimos en una plazoleta de un pueblo, en la cuneta de un camino, en la triste sala de un hospital”. “Antonio Múñez muere a los veintisiete años, víctima de un cornalón terrible que le dio un morucho al intentar clavarle un segundo par de banderillas”. “El entierro del cadáver se verificó ayer tarde. Fue un acto que tuvo la solemnidad de un cortejo modesto, pero numerosísimo. Enorme gentío, en su inmensa mayoría perteneciente a la clase trabajadora, acompañó al cadáver del infortunado Antonio Múñez hasta el puentecillo del camino del cementerio”. “El duelo lo formaron parientes y Amigos del modesto torero: D. César Múñez (hermano del finado), don Francisco Sánchez, D. Pablo García, don Joaquín Sánchez Robles, don Luis González, D. Lucas González, don Dimas Ledesma y nuestro compañero El Timbalero, que fue invitado por la familia Múñez para formar en la presidencia del fúnebre cortejo”. “El féretro fue llevado a hombros por sus Amigos Cuchareta, Sastre, Zapaterito y Carriles”. “De la caja mortuoria pendían dos coronas: una con la siguiente dedicatoria: ‘A Antonio Múñez, su buen amigo Cuchareta’. Y otra, en cuyas cintas se leía: ‘A nuestro infortunado compañero Antonio Múñez –Latas, Cuchareta, Zamarreño, Sastre, Coquinero, Algabeño, Carriles, Zapaterito y Pepe”. “Después de las seis de la tarde recibió cristiana sepultura el cadáver del infortunado torero. Descanse en paz y reciba su madre, hermanos y demás familia nuestro sentido pésame”. 4 Isidoro Todó de la Paz, Alcalareño II. Matador de novillos, nacido en Alcalá de Henares el 27 de diciembre de 1895 y que falleció en 1931, cuando contaba 35 años de edad. La tarde del 22 de agosto de 1931, en la plaza de toros de Madrid, el toro, de nombre Cartelero, negro y recortado de esqueleto, de Juan Bautista Conradi, le enganchó al entrar a matar, volteándole varias veces, causándole tan graves heridas que falleció a los cuarenta y cinco minutos de entrar en la enfermería de la plaza. El parte facultativo decía: “El diestro Isidoro Todó, Alcalareño II, sufre una herida en la cara anterior del tórax, a nivel de la extremidad torácica, que interesa el pulmón, con probable lesión de los vasos de hilio pulmonar, a consecuencia de la cual falleció a los cuarenta y cinco minutos de su ingreso. Sufre también otra herida en la cara posterior del muslo derecho. Doctor Segovia”. 5 En alguna crónica de la época aparece este torero con el nombre completo de Vicente Pérez Coquinero, alias el Muerte o el Muerto, como aparece en el diario El Sol en el número del 10 de agosto de 1918, p. 6. 6 El apellido acarrea cierta confusión, ya que con el mismo apodo al banderillero en cuestión se le apellida Niño, Niñas o Viña. 7 En algunas reseñas se hace referencia al banderillero José Pinar, Pinares.
Además, 1919 fue un año significativo para la murga, puesto que “reaparecerá la típica comparsa de Los Becuadros que hacía cuatro años que a causa de la guerra europea no nos deleitaba con sus originales y chistosos couplets de actualidad”. Y es que para este año se había animado Trejo a que “sus chispeantes sonatas sean más originales y más divertidas que nunca”, anunciando Arranz la inminente aparición de la agrupación “en los diferentes cafés y casinos, dando una serie de conciertos típicos de su ‘murga’, preparatorios de los festejos Carnavalescos que preparan, entre ellos, según hemos oído decir, que plagiarán la Conferencia de la paz con tanta o con más originalidad que aquella Conferencia de Algeciras que en época de actualidad nos presentó Trejo y que llamó la atención del público”.
De las vísperas, al meollo. Llega el Carnaval con todo su esplendor pese a la amenazante lluvia: “La fondas y casas de huéspedes atestadas de forasteros, en algunas de ellas con el cartelito a la puerta de ‘Completo’. No se admiten más viajeros”, señalaba el cronista de El Salmantino. Porque “centenares de salmantinos llegaron anoche en el tren mixto; de los pueblos cercanos también ha llegado bastante personal. Y los mirobrigenses que por la fuerza se ven obligados a estar ausentes de su patria chica, se encuentran ya entre nosotros, ¡como no!, si a Madrid, Barcelona, Valencia, etc., etc. llega el eco del Reloj suelto...”.
Refiere Burla-dero en El Salmantino que “después de una noche de insomnio, noche toledana, en que los ojos se niegan a cerrarse a causa del incesante ruido que producen las comparsas”, se levanta animado por los sones de la campana municipal que ya avisan de la inmediatez del primer encierro. En su brega por llegar a la muralla para intentar ver en el horizonte los novillos de Aurelio Alaejos, se topa en la Rúa del Sol con la conversación de “dos ancianos decrépitos, de nívea cabeza, apoyados en gruesos bastones”, que hablan en voz baja, como si buscaran evitar cómplices de sus cuitas, ancladas ya en la añoranza. Pero no fue así: “En nuestros tiempos –dice uno de ellos [y seguimos al redactor del citado diario]-, aquello era animación, alegría y buen humor; todo pasa. Qué diferencia más grande entre el Carnaval de antaño y el de hogaño, pero, amigo mío, a pesar de todo vamos a vivir un año más... de espectadores, ya que los años no nos permiten desafiar el peligro como en nuestros tiempos...”
El corresponsal llega a la muralla: “El espectáculo que a mi vista se ofrece es soberbio, encantador. Las carretas rebosando gente, al igual que el camino de La Caridad, los puntos estratégicos llenos de personal con la alegría retratada en sus semblantes. Allá a lo largo entre una arboleda se destaca un punto negro que a medida que avanza se va agrandando: son los novillos”. Y a su vista, “la muchedumbre se agita, avanza, retrocede, trata de espantar el ganado, pero se declara impotente ante la pericia de los caballistas que cercando a los cornúpetos logran, tras inauditos esfuerzos y después de dos amagos de ‘escape’, introducirlos en la plaza, verificándose acto seguido el apartado sin incidentes que lamentar”.
Como es tradicional, a las 11 de la mañana se corrieron cuatro novillos con un lleno rebosante en los tendidos. Las expectativas creadas con el juego del ganado se quebraron de inmediato, ya que los novillos “resultaron bueyes, siendo protestados por el público”, aunque para el corresponsal de El Adelanto “la prueba del ganado, en conjunto, resultó regular, aunque hubo de todo, sobresaliendo el primero, que fue bravo y dio un bonito juego”. Los novillos, en general, estuvieron “regularmente presentados, gordos y lucidos”, destacando
la labor y brega de los novilleros Alcalareño II y Pinarito, acción que le sirvió de calentamiento para la cita vespertina. No hubo más sustos que la “carcajada estridente de un tablado”. La corrida, presidida por el teniente de alcalde Víctor García Ejido, empieza a las tres de la tarde. Comienza a caer agua, aunque mitiga poco después, pero sin cesar. El primer novillo resulta “bravo y de arrobas”. Intervienen los diestros citados: “Alcalareño se luce en unos lances y simulando un cambio sale regular; después, con la muleta, le trastea mal, pues las nubes lagrimean de nuevo y no le dejan lucir al muchacho que ha estado trabajador y valiente”. Sale después Pinarito, “el que más trabaja, y entre una lluvia fina pero persistente, termina la fiesta...”. Menos detallista pero más enjundioso y crítico se muestra el destacado de El Salmantino, puesto que era imposible la lidia: “La plaza, hecha una laguna”, y “reseñar la corrida sería perder el tiempo”. No obstante, la resume en dos líneas: “Los cornúpetos de don Aurelio Alaejos, de Valverde, muy propios para el servicio que desempeñan en el campo; solo dos, los lidiados en cuarto y quinto lugar resultaron algo bravos; los demás, mansos”. La corrida terminó sin incidentes, al igual que el desencierro, pero la lluvia siguió presente durante la noche.
“...Y soñé que el Carnaval mirobrigense de hogaño superaba en animación, alegría y buen humor al de antaño, que los ancianos de cabeza nívea a quienes ayer sorprendí la conversación, vivían muy equivocados al asegurar que en sus tiempos la gozaban más, ofrecía más atractivos la fiesta...”. Elucubraciones que se quebraron cuando el cronista de El Salmantino regresa el Lunes de Carnaval a la muralla: “El revuelo que produce el espanto del ganado es enorme. Centenares, miles de personas huyen corriendo en distintas direcciones y procurando ponerse en salvo. Los novillos, asustados por el griterío, no obedecen a los caballistas y ‘se le van’ carretera de Salamanca adelante. En Los Chabarcones logran cortarles la retirada y por fin pudieron entrar en agujas, recorriendo las calles del Conde y Madrid hasta entrar en la plaza, procediéndose acto seguido al apartado”.
La prueba de los astados que había presentado el tratante Manuel Hernández se inicia con la animación acostumbrada, con la plaza llena y con la lluvia contenida. Se emplean Alcalareño y Nemesio Pérez, Galleguito8, además de Manuel Molina, con los cuatro “hermosos novillos” matinales, cuya bravura fue también objeto de ovación hacia el ganadero.
“A las tres de la tarde el aspecto que ofrece la plaza es hermoso: en los balcones se ven algunas charras lujosamente ataviadas; también se lucen soberbios mantones de Manila. En los tendidos, ni una localidad vacía”. Una tarde soleada que invitaba a quitar el mal sabor de boca de la jornada anterior. “Se abre el portón de los sustos y se da suelta al primero, que responde por Nevao”, refiere el crítico de El Salmantino, extendiéndose en la crónica describiendo el buen trabajo general de Alcalareño II. Pero también da cuenta de momentos distendidos, como cuando aparecen en el tercero de la tarde dos maletillas que imitan a Charlot, “causando la hilaridad del público”. Y “en medio de una ovación indescriptible surge en el ruedo el fenómeno mirobrigense
8 En esa época tenía su residencia en la calle María de Molina, 46; en Valladolid.
[Antonio] Huerta, Cubanito9, armado de muleta y a los acordes de un pasodoble flamenco, se acerca sereno al novillo, propinándole enormes pases de pecho y de rodillas, que arrancan olés de entusiasmo”, rematados con una “estruendosa ovación” cuando concluyó la faena. En el quinto resultó cogido Alcalareño II al rematar un quite, “siendo trasladado a la enfermería provisional instalada en la Inspección de Vigilancia, donde fue curado por el prácticamente señor Galán de una herida producida por asta de toro en el antebrazo izquierdo y contusiones en distintas partes del cuerpo”. Buenos novillos, en general, como remate a esta segunda jornada Carnavalesca. “¡Qué semblantes se ven por las calles después de dos días con sus noches de continua agitación! Los cuerpos se rinden, pero hay que agotar el último cartucho, hay que dar el último sorbo a la copa de la alegría y continuar la farsa, que para eso es Carnaval”. Así comienza Burla-dero la crónica del Martes de Carnaval, con un encierro de Ángel Sevillano Báez, de Casasolilla, que resultaría, como veremos más adelante, accidentado, con el protagonismo de un bravo ejemplar que dio mucho que hablar.
“La animación es extraordinaria, rayana en el delirio. Grupos de jóvenes bailan al son del pandero, otros más atrevidos siguen carretera adelante para venir con el encierro. De pronto, las miradas de todos los espectadores convergen a un mismo punto: el ganado está vadeando
9 Antonio Huerta García, Cubanito, fue un joven cubano de ancestros salmantinos que quiso ser torero con el apoyo mediático de sus convecinos mirobrigenses y que, por la insistencia, por su situación social y económica, llegó a debutar como novillero en la plaza de toros de Salamanca. Nació el 22 de mayo de 1894 en Nueva Gerona, en la cubana Isla de la Juventud, en donde su padre Nicanor Huerta Vicente, con antepasados en Sequeros, estuvo destinado como militar profesional. Acabaría su carrera en Ciudad Rodrigo siendo juez y fiscal militar cuando pasó a la reserva con el grado de comandante de Caballería. Uno de sus hijos, Antonio, fue formado en varias disciplinas, incluso la militar, ya que sirvió como soldado voluntario y guardia civil, aunque lo suyo era el trabajo en la escribanía del juzgado que catalizó con su formación musical, llegando a tocar con soltura el violín, instrumento del que daba clases en su casa de la calle La Colada, en el número 16. Pero lo suyo era otra cosa. Tenía el capricho de ser torero y cuando finalizó el servicio militar, que hizo en Burgos, se entregó en cuerpo y alma al mundo de los toros, yendo de becerrista y novillero por las plazas de los pueblos de la comarca y, especialmente, a tentaderos. Su proyección social le granjeaba amistades con terratenientes y caciques del momento. Y era frecuente que en la prensa periódica local y en la provincial, a través de los corresponsales y cartas de apoyo, se publicaran sus excelencias taurinas realizadas en los tentaderos a los que era invitado asiduamente o en los festejos del Carnaval. Los cronistas locales exageraban hasta la extenuación las actuaciones de Cubanito, nombre artístico que eligió por su oriundez. Sus paisanos le apoyaban mandando cartas a los periódicos y a los críticos taurinos le pedían su intercesión, de manera especial a José Sánchez Gómez, el Timbalero, que dejó su impronta en El Adelanto y en la crítica taurina. El Timbalero, un poco harto de tanta insistencia, fue fraguando cierta desafección a la causa, aunque trasladó a la empresa de la plaza de Salamanca las peticiones de los voluntariosos mirobrigenses que querían ver a su «fenómeno» en el ruedo salmantino. Debutó el 15 de julio de 1917 compartiendo cartel con Isidoro Todó, Alcalareño II. «Todavía, cuando escribimos estas líneas, nos dura el tedio, el mortal cansancio, el formidable, el terrible aburrimiento que nos produjeron aquellos cuatro moruchos, mansos hasta la exageración, y aquel debutante que jamás debió salir de su oficina del Juzgado de Ciudad Rodrigo, sobre cuya mesa, pluma en mano, está su porvenir...» Así empezaba la devastadora crítica de El Timbalero que hizo saltar como un resorte el orgullo de Cubanito, a quien le faltó tiempo para contestarle en la prensa local: «Imposible me parece que un diario de tanta seriedad y prestigio como El Adelanto le facilite el garbanzo en su redacción a un sangripesado de la calaña de usted, pues como revistero taurino le concedo menos conocimiento que al más lego mono sabio». Lo cierto es que ahí acabó el intento de ser torero de Cubanito y se marchó con la música a otra parte. El 12 de junio de 1919 llegó a La Plata (Argentina), en donde empezó a dirigir el cuarteto criollo Los Ases del Tango.
el río, se nota agitación en el personal y el ganado avanza, avanza, aguijoneado por la gente de a caballo que, formando legión, traen completamente cercados a los novillos”.
Y uno de ellos se desmanda, le siguen los demás y entran en agujas seguidos por centenares de personas. “El toro que llevaba la delantera, toro ideal, de bandera, se fugó por la Puerta del Conde, poniendo en grave aprieto a unos cuantos mozos que presenciaban el encierro y que dieron con sus cuerpos en tierra ante las embestidas del bravo animal, que siguió su desenfrenada carrera por las calles de Béjar, Enlosado y Colada, sembrando el pánico por doquier. Hubo sustos, carreras y atropellos, sin que afortunadamente ocurrieran desgracias personales”.
El Reloj suelto no cesaba de sonar en advertencia de que uno de los toros continuaba suelto. Siguiendo la pauta establecida cada vez que se escapaba un toro por las calles del recinto amurallado, se abrieron las cuatro puertas del coso taurino esperando que el astado hiciera acto de presencia. “El revuelo que hay en la plaza es enorme. El personal, desorientado. Procuramos indagar y por fin nos dicen que por la rampa del castillo ha subido a la muralla”, refiere el crítico de El Salmantino. “En efecto, la gente le sigue, dándole alcance en la puerta del Gobierno Militar. En las banquetas se ponen a salvo algunos curiosos a quienes el animal persigue y, de pronto, el toro ideal, de bandera, se tira al foso, pereciendo instantáneamente”.
“La noticia corrió rápidamente, y a los quince minutos miles de personas se estacionaron en dicho sitio, haciendo comentarios y ensalzando la bravura del noble bruto”, un lamentable desenlace que afectó sobremanera a los hermanos Sevillano, propietarios de la vacada a la que pertenecía el bravo novillo. Sin embargo, en la prueba los cuatro astados que se corrieron presentaron una ostensible mansedumbre.
La última corrida del Carnaval de 1919, como las anteriores, fue presidida por el alcalde Joaquín Aparicio Ruano, con el acompañamiento habitual del resto de las autoridades locales. La corrida resultó “sosa y aburrida por la mansedumbre del ganado. A la salida del quinto, el público protestó y el presidente, con muy buen criterio, ordenó se reintegrara el manso a los toriles. La bronca arreció a la salida del sexto, manso también; el escándalo es tremendo, con vistas a la ‘suspensión de garantías’. Unos cuantos mozos recorren el ruedo con un cartelón en el que se lee: Que no se le pague la corrida; no hay derecho. El desastre taurino terminó a las cinco sin que se registrara incidente alguno. A la terminación del desencierro se preparó un gran baile de tamboril en el paseo de La Glorieta”.
Como siempre, las crónicas se explayan en la asistencia a los salones de bailes, describiendo trajes y pormenorizando, en un listado que parece interminable, las jóvenes que asisten, evitando eludir el nombre de alguna.
“Y terminó la farsa, la gran mentira. Después de haber vivido tres días en continua agitación, ahítos de diversiones, henchidos de alegrías, nos arrancamos con furia el antifaz que cubría nuestros rostros y aparecemos los mismos, más demacrados quizá, deseando descansar de las fatigas y sobresaltos de estos días y en los momentos de calma, cuando nuestros cuerpos recobren las fuerzas perdidas al despertar de un sueño, entonces pensaremos en el mañana con serenidad, con aplauso, aunque para alguno tal vez las alegrías vividas en estos días de jaleo se conviertan en tristes amarguras...”.