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Cosas de las murgas. El sombrero de don Faustino. Por Rondalla Tres Columnas
COSAS DE LAS MURGAS
El sombrero de don Faustino
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rondalla las tres columnas
Dicen que las mejores coplas de las murgas han visto la luz en tiempos de censura, lo que no es mucho decir porque, censura, ha habido siempre y siempre la habrá. Sin ella, las cosas hacen mucha menos gracia.
Los de Las Tres Columnas salieron por primera vez hace 75 años, alguno más que las de Amanece que no es poco, (que están en cuarto), cuando necesitaban un sello que pusiera “visado”, “nihil obstat” o algo por el estilo, y que venía a decir que lo que iban a cantar aquellos… sujetos, era conforme a los cánones morales, legales, éticos y estéticos de la época. Así han ido cambiado los cánones, pero los censores y los censurados siguen siendo los mismos. El año pasado volvieron a salir murga y rondalla y en ambos casos hicieron lo que se esperaba de ellas, dar la murga: los mozos semana y media de rondas y las mozas, que fueron, como ya es tradición secular, un día antes que ellos al Teatro, se conformaron con eso y la actuación en su sede. Poquito a poco hilaba la vieja el copo. Los Carnavales cayeron muy
pronto y eso a las murgas no les gusta porque se juntan las navidades con san Sebastián, san Blas, las Águedas y un largo etcétera de fiestas locales, comarcales y “socampanales”. Tampoco gusta que caigan muy tarde por lo del Lunes de Aguas y la Semana santa, que se meten enseguida. En marzo, como este año, están muy bien. “Ni pa ti, ni pa mí”.
A la risa siempre se le ha tenido miedo y es considerada arma de destrucción masiva, por eso solo está permitida, así, a raudales, cuatro días al año: los de Carnaval. El resto del tiempo es mejor que el prójimo llore, porque así tenemos la posibilidad de compadecernos
y ejercer el consuelo, la caridad, la lástima… de tenerlo bajo la bota. Una persona que ríe no necesita nada de eso. Umberto Eco en El nombre de la rosa lleva ese miedo a la risa, como fuerza liberadora, hasta sus últimas consecuencias (pudo haber titulado la novela El nombre de la risa). Sergio Olvidado en un artículo del libro de Carnaval del año pasado dejó claro que el humor tiene su espacio (que no es físico, por supuesto), del que no se debe de sacar, como el teatro o el cine. En el Viaje a ninguna parte se da cuenta del maltrato sufrido por los cómicos de la legua porque el espectador no sabía distinguir entre el actor y el personaje.
El año pasado ellos se vistieron de charras y ellas homenajearon a las de La Flor de Miróbriga en su 60 aniversario. Este año volverán las viejas murgas y las nuevas, y aunque no colgarán sus nidos de ningún balcón (no son como las golondrinas de Bécquer), intentarán que nos riamos sin necesidad de tener que acudir a los chistes de El Promotor o a un taller de risoterapia, donde tienes que empezar por aprender a hacer ja, ja, ja. De todo habrá en la viña del Señor, sin que falte quien padezca de gelotofobia, como tampoco quien se mee de la risa. Tampoco faltarán los benditos censores, esos que saben lo que está bien y lo que está mal, como cuando de seminarista nos llevaban al cine Juventud a ver las películas del Séptimo de Caballería. Entonces dábamos por hecho que don Faustino, aquel cura ecónomo del Seminario, hombre alto y recto por dentro y por fuera que iba tocado con un sobrero de teja, lo utilizaba, el sombrero, para censurar los besos de aquellas inocentes películas poniéndolo delante del proyector en el momento álgido de la escena. Seguramente el bueno de don Faustino estaría en su despacho cuadrando las cuentas pero nosotros lo imaginábamos en la cabina de proyección dándole a la película, con su acción censora, un empaque que no tenía.
Riámonos de nosotros mismos porque no nos faltarán motivos. Yo, de momento, me llamo Saturnino, ja ja ja ja ja. Es un buen comienzo, ¿no creen?