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Recuerdos de soledad del monasterio de La Caridad. Por Nicolás de Elías Vegas

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Puebla de Yeltes

Puebla de Yeltes

RECUERDOS DE SOLEDAD DEL MONASTERIO DE LA CARIDAD UNA HISTORIA SIN TERMINAR

Nicolás de Elías Vegas

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“¡Cuántas veces temblaría la voz de las campanas sobre los campos de esmeraldas! Quédese en la soledad de sus recuerdos y para los que viven sea fuente de poesía que mana de las cosas muertas”.

Con esta tristeza resignada, resume la suerte del monasterio de La Caridad mi querido y admirado abuelo, Santiago Vegas Arranz que fuera corresponsal oficial de Ciudad Rodrigo, en uno de sus muchos escritos que a lo largo de su longeva y fructífera vida publicó sobre el monasterio e iglesia de La Caridad cada tres de febrero, donde se celebran la romería y fiesta de san Blas.

El convento de Nuestra Señora de La Caridad, que así se denomina porque en el año 1171 don Gonzalo de Coria donó una ermita situada en el lugar que ocupa el monasterio, donde se veneraba a la Virgen de la Caridad, fue construido de la mano de los monjes franceses de la localidad de Premontré cuando corría el año 1171 y ha sufrido todo tipo de vicisitudes a lo largo de estos nueve siglos, padeciendo las consecuencias del terremoto de Lisboa de 1755 en el que sufrió daños de importancia o siendo cuartel del ejército de Portugal en la Guerra de la Independencia, entre otras muchas cosas. Entre las diversas comunidades religiosas que trajo consigo el rey Fernando II de León, cuando vino a repoblar nuestra ciudad según relata Vegas Arranz, una de ellas fue la de los frailes Premostratenses, de hábito blanco y de la Regla de san Norberto, cuya comunidad le acompañó en la famosa batalla contra los moros en el año 1165. Fue por ello que el rey premió sus servicios edificándoles un monasterio en el lugar denominado las “canteras”, posteriormente en el 1171 se hizo la ermita y en 1590, bajo la dirección del arquitecto Juan de Sagarvinaga, se iniciaron las obras de la iglesia, el coro y la pila bautismal.

De esta misma época es la hermosa fachada de la iglesia del monasterio premostratense de La Caridad, un prodigio de arte, que fue construida por un hermano lego de la Orden, que era un excelente maestro de obras, el cual al terminarla murió de pesadumbre, porque le dijeron que estaba falsa la obra, y más aun sabiendo que se hacía a expensas del convento, habiéndose demostrado en el transcurso de los siglos que esta fachada es una fortaleza. Las estatuas que adornan la fachada desde 1670, obra de Juan Fauguera, costaron tres mil noventa y nueve reales, asegura nuestra fuente, que se pagaron de la siguiente manera: 480 un religioso que los había ganado a juego prohibido; 940 el escultor, 770 varios religiosos, y 909, los puso el convento.

El claustro, que es de una magnífica obra, comenzó en 1760, durando su construcción dos años.

LA HISTORIA DEL ABAD

En otro de los artículos de su sección: “Ciudad Rodrigo artístico y monumental”, Vegas Arranz cuenta una interesante historia.

En aquellos tiempos, tuvo lugar la famosa cuestión de la anexión de los monasterios premostratenses de España a la Orden de san Jerónimo, en virtud de un Breve de San Pío V a instancias del rey Felipe II. Para ejecutar la anexión de este monasterio vinieron a Ciudad

Rodrigo dos padres Jerónimos en diciembre de 1567; pero el abad don Hernando, para no autorizarla huyó a Portugal, de donde regresó al siguiente año, cuando ya los Jerónimos habían tomado posesión de esta casa. Apenas llegado le prendieron, poniéndole, para mayor seguridad, en los aposentos más altos del palacio episcopal, con guardas a la puerta. A pesar de estas precauciones, el abad, con auxilio de unas tenazas que le introdujeron en un cántaro de agua, desclavó las ventanas y atando las sábanas de la cama y los manteles se descolgó una noche y puesto de acuerdo con otro religioso, fray Juan Domínguez, vestidos de seglares, se dirigieron a Roma, a donde llegaron venciendo mil dificultades, pues Felipe II, noticioso del caso, había mandado tomar todos los caminos. Una vez llegaron se pusieron los hábitos de su orden y recibidos por el Papa, consiguieron buleto por el cual se revocaba la anexión de la orden de Premostratenses a la de san Jerónimo. El abad de este monasterio había libertado su casa y todas de la misma Orden de España y por este motivo fue nombrado general de la Orden, festejándose en Ciudad Rodrigo una gran fiesta.

Pero lo cierto es que la suerte de este histórico, conocido y querido paraje situado en las frondosidades del Águeda a tiro de piedra de nuestra ciudad ha sido más bien esquiva a la hora de establecerse en algo concreto que le asegure un mínimo cuidado digno de las maravillas que esconde. Siempre ha estado de actualidad, como ocurre en estos momentos, porque llegado el momento de su puesta a punto para que el interior de sus muros volviera a la vida y resurgiera de sus cenizas, siempre ha habido un pero que ha impedido que los proyectos de futuro vieran la luz.

Ocurrió en el año 1910, con motivo de la implantación de la República en Portugal, los padres jesuitas solicitaron adquirir este convento para noviciado de su orden, interviniendo el religioso, reverendo padre José María Álvarez, muy querido en Miróbriga por su magnífica obra de

apostolado. Quince años después los frailes trapenses de Venta de Baños vinieron a conocerlo para fundar una nueva casa de su orden, encontrándolo muy apropiado, y por último, durante el pontificado del prelado doctor Enciso Viana se proyectó construir en el convento una residencia de sacerdotes jubilados y sobre todo hacer de la iglesia un santuario mariano diocesano, con lo cual hubiera sido restaurado este grandioso monasterio. Posteriormente con la desamortización de Juan Álvarez Mendizábal, promulgada en febrero de 1836, pasó a manos privadas. Al igual que hubiera pasado en la actualidad con el magnífico complejo turístico de promoción privada que se ha proyectado, tras la venta de la familia Uhagón de Foxá en diciembre de 2015 a la empresa Hotel Abadía nº100 y cuyas obras se han comenzado en su primera fase, pero que por motivos que se nos escapan, han sido detenidas. Habría sido sin duda, y esperemos que al final así sea, el gran premio que después de nueve siglos, bien se merecía un convento al que la suerte le ha sido esquiva durante demasiado tiempo.

Pero una vez más, los malos augurios se ciernen sobre esta maravilla arquitectónica que de nuevo vuelve a quedarse sola en medio de la ribera del Águeda, abandonada, sintiéndose morir día a día, encerrada en la celda de su amargura y en la desolación de su templo sin culto resuenan misteriosamente las pisadas de aquellos venerables premostratenses.

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