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Alejo Hernández, poeta mirobrigense. Por Manuel Calderero Sánchez
Alejo Hernández
MANUEL CALDERERO SÁNCHEZ
Plaza Mayor de Lumbrales.
Mi primer encuentro con la poesía de Alejo Hernández ocurrió de forma totalmente casual. En mi constante búsqueda de todo aquello que, de una forma u otra, está relacionado con nuestra tierra, “tropecé” con unos “simpáticos” versos en los que Alejo cantaba las excelencias del “mosto” de Lumbrales. ¡Agüelo, llenái la bota que rezuma la tinaja y pinga ya gota á gota de la espita por la raja! ¡Mirái que somero baja, como miel de los panales..! ¡Llenaime, agüelo, la bota con el mosto de Lumbrales!
La composición se publicó en el semanario Avante de Ciudad Rodrigo en julio de 1911. Según Alejo, estaba destinada a formar parte de un libro titulado Salmantinas. No soy, ni mucho menos, experto en cuestiones literarias, pero resultaba evidente el gran parecido, por lo menos en la forma de expresarse, con alguna de las composiciones del entonces poeta de moda José María Gabriel y Galán. Todo esto hizo que naciese en mí una inquietud y unas ganas de saber algo más de Alejo Hernández. Alejo nació en Ciudad Rodrigo, el 19 de mayo de 1889, siendo bautizado seis días más tarde en la parroquia de San Isidoro. Suponemos que dada su ascendencia materna catalana y siguiendo la tradición de aquella zona, se le impusieron tres nombres: Alejo, por el padre; José, por el Imagen y firma del escritor, incluida en su libro “Poemas libertinos” publicado en 1932. padrino –quizás también por su abuela paterna- y Pedro Celestino, que era el nombre del santo correspondiente del día. La cosa quedó, por tanto, en Alejo José Pedro Celestino Hernández Estévez.
¿Y tú, eres el de Alejo?.. Y yo respondo con la voz velada: Yo soy hijo de Alejo, el de Lumbrales, y fue mi santa madre Candelaria... (Los Patriarcas, Fuenteliante, 1914)
Efectivamente, tal y como nos indica en esos versos, escritos en lo que él denominó “peregrinación de 1914”, fueron sus padres Alejo Hernández García, un conocido industrial y comerciante natural de Lumbrales y afincado en Ciudad Rodrigo, y María de las Candelas Estévez Garriga, natural de Cardona (Barcelona). Sus abuelos paternos eran Pascual Hernández, ya difunto y natural de Bogajo, y María Josefa García, natural y vecina de Lumbrales. Por parte materna sus abuelos fueron Adrián Estévez de Bañobárez y Joaquina Garriga natural de Cardona.
Partida de bautismo de Alejo Hernández en la parroquia de san Isidoro intramuros de Ciudad Rodrigo-
Desgraciadamente, nuestro Alejo (el poeta) no pudo conocer a su abuelo Pascual ya que éste había fallecido a la edad de 44 años, en 1864. Su abuela María Josefa García casó en segundas nupcias, dos años después, con Eustaquio Alfaro Torres, natural de Cervera del Río Alhama (La Rioja) y fue éste quien realizó las funciones de padre y abuelo de ambos Alejos. Es, por tanto, muy probable, que a él esté dedicada la poesía del mosto de Lumbrales: Yo le pido al Dios del cielo y a la su madre bendita que vos tenga sano, agüelo, y Vos dé vida enfinita; pero si Dios vos la quita, pa endulzarme algo los males... ¡Dejaime á mi esa viñita que da el mosto de Lumbrales! (El mosto, 1911)
No obstante, y a pesar de no haberlo conocido, no se olvida de su verdadero abuelo, fallecido tiempo atrás:
¡Oh Bogajo! Yo tu suelo, piso con dolida planta... (El recuerdo del Abuelo estrangula mi garganta). ¡Aquí nació! …… (En recuerdo del Abuelo, 1917)
Vivió Alejo su infancia y adolescencia en Ciudad Rodrigo, pasando, dada la relativa cercanía, grandes temporadas en casa de sus abuelos en Lumbrales, de donde le viene un profundo conocimiento de las costumbres y tradiciones, no solamente de esta población, sino de toda la comarca.
Aquellas puras mañanas de aire sano y azul cielo en que las yuntas lozanas iban a arar Las Merchanas, desfilando ante mi abuelo. Y aquellas tardes triunfales que en mis horas de Lumbrales miré a los mozos rumbones con los bueyes colosales uncir rebeldes domones. (Evocación)
Ermita de san Gregorio en el paraje denominado Las Viñas de Lumbrales, donde cada 9 de mayo se celebra una romería en el transcurso de la cual se bendicen los viñedos.
Nos habla también en muchos de sus escritos de la finca de El Regajal, situada al norte de Bañobárez, justamente en el triángulo que forma esta población con las de Olmedo de Camaces y Fuenteliante.
Solemnes y apacibles van entrando los viejos patriarcas. Ellos vieron las épocas triunfales -pretéritas y clarasen que mi abuelo al Regajal pusiera con noble empeño las primeras vallas. Ellos le vieron en las noches frías mangar solemne su anguarina parda, y en los albores claros del estío montar su potro. y acosar las vacas. (Los Patriarcas)
Hay constancia en los libros de matrícula que he podido consultar, que Alejo comenzó sus estudios de enseñanza secundaria como alumno externo en el colegio que existía entonces en el Seminario Diocesano de Ciudad Rodrigo. Allí estudió solamente un año, pasando posteriormente al Instituto de Salamanca, aunque nos surge, sin embargo, una pequeña duda: ¿realizó el pequeño Alejo sus estudios primarios también en Ciudad Rodrigo? Puede ser, aunque tenemos indicio, por sus versos, de que algún año asistió a la escuela de Lumbrales. En una de sus “peregrinaciones” -curioso nombre con el que Alejo designa a las visitas que efectúa a la comarca del Abadengo- rememora con un pastor local, condiscípulo suyo, aquellos gratos momentos: “Yo soy aquel Ricardo que contigo en Lumbrales tantas veces jugara a la calva y la pina; juntos fuimos a escuela y a quemar los zarzales que formaban vallado en alguna cortina”. (El maestro)
¡Oh, tardes en que abrimos un paréntesis largo en el colegio y por valles y montes perseguimos las cabras y moruecos, robamos garbanceras y membrillos, trepamos chopos y cogimos huevos de pajarillos…. (Los tiempos varios)
Decíamos que en 1901, Alejo, tras un fugaz paso por el colegio del Seminario de Ciudad Rodrigo, se marcha a continuar sus estudios a Salamanca. Coincide este traslado con un episodio bastante doloroso, traumático y amargo para toda la familia, debido a una serie de problemas jurídicos y financieros en los que se vio envuelto su progenitor Alejo Hernández García. Era éste, como ya hemos indicado, un conocido y emprendedor industrial, que había nacido en Lumbrales en 1856. Metido en el mundo empresarial y comercial fue uno de los pioneros en poner en marcha plantas o fábricas productoras de electricidad, vislumbrando unas enormes posibilidades de negocio en ese sector. Suya fue la primera que existió en Ciudad Rodrigo (1897), ubicándose a orillas del río Águeda en lo que hoy se conoce como la Fábrica de La Concha y que entonces se llamó “La Candelaria” en honor de su esposa. Pero no solo se limitó su actividad “eléctrica” a Ciudad Rodrigo, también lo hizo en la provincia de León, donde estableció, en unión de otros inversores, un salto en el Esla capaz de suministrar corriente eléctrica a una serie de poblaciones como Valencia de don Juan, Villamañán, San Millán…. Una actividad tan emprendedora necesitaba, sin lugar a dudas, fuertes inversiones, que debía procurarse a través de créditos bancarios del Banco de España en Salamanca. Para obtener algunos de ellos, posiblemente apremiado por la necesidad, Alejo (padre) “falsificó” la firma de dos personajes de la alta sociedad mirobrigense (Luis Sánchez Arjona y Fernando
Velasco). Cuando se descubrió el fraude (julio de 1901) Alejo había obtenido del Banco de España más de medio millón de pesetas. Fue encarcelado durante algún tiempo, el necesario para firmar un acuerdo con el Banco de España, por el que dejaba en manos de éste la mayor parte de sus posesiones en Lumbrales a fin de garantizar con ellas el pago de la deuda.
La familia perdió en la comarca todas sus propiedades. Cuando años después Alejo visite una vez más Lumbrales, no podrá menos de rememorar aquellos felices días en unos evocadores versos entre los que aparece la siguiente estrofa, en la que apreciamos claramente su resignación ante la traumática pérdida: -¡Oh prados y dehesas que fuisteis de mí padre y de mi abuelo, si tenéis una mano que os trabaja, bien estáis en la mano de otro dueño!
A este importantísimo quebranto patrimonial, que sin lugar a dudas afectó seriamente la vida familiar, se unió también la dolorosísima pérdida de su madre, Candelaria Estévez Garriga, ocurrida el 12 de octubre de 1903. Unos meses antes, Alejo (padre) había vendido
Portada del libro “Poemas libertinos” publicado por Alejo Hernández en 1932
ya la fábrica de electricidad mirobrigense por más de cuarenta y cinco mil duros. La familia se está preparando para abandonar Ciudad Rodrigo. Los negocios del padre toman otros derroteros y Alejo continúa sus estudios de bachiller en Salamanca, que culminará en junio de 1906 con una calificación de sobresaliente. Parte de la familia en Lumbrales ha abandonado también dicha población. La abuela Josefa había fallecido en 1898 y el “abuelo” Eustaquio traslada su residencia en 1903 hacia la capital charra, donde fallece en 1911. Tras finalizar el bachillerato, Alejo se traslada a Madrid, en cuya universidad estudiará la carrera de Derecho, terminando ésta en 1913.
Poco después de finalizar el bachillerato, y con poco más de dieciséis años, comienza a ser conocido ya como escritor, por lo menos en su Ciudad Rodrigo natal. Sus primeros poemas empiezan a asomarse a las páginas de los semanarios mirobrigenses de la época. Por ejemplo, en La Iberia, que el 22 de septiembre de 1906 publica un breve poema titulado “Canción”, que Alejo ha escrito durante su estancia vacacional en Barbastro (Huesca), donde reside un hermano de su madre, el canónigo don Joaquín Estévez Garriga, que años más tarde ostentará también similar cargo en la catedral de Ciudad Rodrigo.
Durante sus estudios universitarios en Madrid, Alejo continúa visitando regularmente Ciudad Rodrigo, al tiempo que sigue colaborando con diversas publicaciones de dicha ciudad que acogen con deleite y admiración sus poemas. Es el caso de la citada Iberia, así como también Avante, La Ciudad, A.C., …. Aunque no todo fueron elogios. También tiene sus detractores. Así lo deja entrever en una nota publicada al final del poema El Alboroque, publicado en A.C. el 16 de abril de 1914:
“Aunque se molesten los improvisados críticos que atacan sañudamente a los que escribimos en lenguaje popular, seguiremos publicando nuestras poesías ‘Salmantinas’ porque si ellos nos atacan encubiertos, otros nos felicitan y alientan”.
A pesar de terminar la carrera de Derecho, no parece que ejerciese mucho de abogado, al menos en una primera época. Su gran pasión fue la poesía y un modo óptimo de poder cultivarla fue dedicarse al periodismo. Sus aportaciones a la prensa escrita en forma de poemas fueron constantes a lo largo de los años comprendidos entre 1906 y 1932. Muchas de ellas se publicaron en los ya reseñados semanarios mirobrigenses y en otros de nueva aparición como El Eco del Águeda y La nueva Iberia. También datan de esos primeros años sus traducciones de algunas obras de poetas alemanes como Uhland y Heine.
En 1918 se instala durante algunos meses en Ciudad Rodrigo, con el que ya entonces era su gran amigo, el diseñador gráfico y pintor Mario Rivadulla. Lo sabemos porque un anuncio publicado en Avante nos indica que Alejo Hernández se dedicaba por aquellos días a “comprar cuadros, libros viejos, colchas…” Durante ese tiempo reciben la visita de otro amigo Miguel Argiz, que publica en Avante un pequeño artículo titulado “Notas de Arte”:
Pocas, pero agradables, han sido las horas que pasé en Ciudad Rodrigo. Las suficientes para ver las tallas del coro Catedral y visitar el estudio de mis Amigos Mario Rivadulla y Alejo Hernández.
Además de ser un buen poeta, Alejo es también un excelente prosista. Resulta maravilloso su artículo titulado “El Viejo Tamborilero”. No menos interesante resulta un pequeño cuento: La faneguita, ambientado también en nuestra comarca (Lumbrales y Bermellar) y publicado
también en Avante, precisamente en esa época en que Rivadulla y Alejo han montado un estudio con vistas a la vega del río Águeda, en la puerta de Santiago de la villa mirobrigense.
Más o menos hasta el comienzo de la República, Alejo es redactor o colaborador de diversos periódicos como El Orzán de La Coruña, la Revista Popular de Córdoba, la Correspondencia Militar, el Heraldo de Madrid,…. En la Correspondencia Militar se ocupa, por ejemplo, de escribir en verso una sección diaria publicada en primera página y titulada “Sonatinas de Ocasión”, que trata, a veces en forma humorística, cuestiones de actualidad o de cualquier otra índole, como por ejemplo la que dedicó en 1927 a “La mamá política”: ¡Veladas!... ¡Dulces veladas cambiando el naipe sencillo entre buenos camaradas! Dulces, sí; pero amargadas por la suegra en el pasillo. Fino sabueso, conoce vuestra silueta en la sombra y os da el ¡alerta! a las doce de la noche, al oír el roce de vuestros pies en la alfombra. Y en la primera ocasión (día siguiente, al comer) se da el bárbaro placer de decir con distracción: “¿A qué hora viniste ayer?”. Anuncio de “La Candelaria” publicado en el semanario “La Iberia” de Ciudad Rodrigo en 1904.
Más no siempre asoma el buen humor a esa columna diaria. En ocasiones sus versos nos muestran también penas y tristezas, como la dedicada al tío Donís de Lumbrales, cuyo hijo murió luchando en las guerras de Marruecos: El tío Donis tenía un hijo que en el pueblo era un güen mozo un año le cayó en quintas y fue a la guerra del Moro. ¡El pobre del tío Donis!... Ahora que está viejo y solo tie que agarrar la mancera dimpués de uñir los gües rojos.
En El Heraldo de Madrid escribe algunos grandes reportajes que cubrirían las dos páginas centrales del rotativo. Destacan, por ejemplo, “La nacionalización de la ópera y la ópera española” (dic 1929) y “Nuestro patrimonio artístico y el arte de los entalladores” (oct. 1929).
Precisamente este último lo apoya con un poema dedicado al maestro Rodrigo Alemán, autor de la majestuosa sillería del coro de la catedral civitatense: ¡Maestro portentoso, buen Rodrigo Alemán, padre mío en el Arte, consejero y amigo! Tus tallas peregrinas, placer y honra me dan, pues yo, lo mismo que ellas, nací en Ciudad Rodrigo.
En el transcurso de mi investigación pude hacerme con un libro suyo titulado Poemas Libertinos. El libro estaba publicado en 1932. Cualquiera que repare solamente en el título del libro, podría pensar… pero veamos lo que nos dice el propio Alejo en la Introducción:
Antes de dar este libro a la estampa, hemos pensado mucho sobre la conveniencia e inconveniencia de ello. No se nos ocupa que algunos españoles han de recibirlo con indignados aspavientos, encastillados en una tradición pseudomoral con no escasos rebozos de hipocresía, pero no es menos cierto que también muchos españoles más cultos, más libres de prejuicios y con un sentido más helénico del Arte y de la vida, lo recibirán con regocijo, no por el valor intrínseco de la obra (que es bien escaso) sino por la nueva orientación noble y libre que señala, por el paganismo que reverdece,….
En la primera composición que aparece en el libro y que titula “Yo” nos va mostrando, grosso modo, su forma de ser y actuar: Leo todas las noches un trozo del Quijote; sé cincelar el verso lo mismo que la prosa y desprecio al torero igual que al sacerdote. ….. Amo los voladores corceles, el buen vino, los naipes y el encanto de las bellas mujeres,…
En los dos últimos versos de este poema nos indica que ha sido “padre de un ángel”. Esto me “descolocó” un poquillo en mis investigaciones, porque en la partida de bautismo de Alejo existía una nota marginal en la que constaba que se había casado canónicamente en la parroquia de san Juan de la Cruz de Madrid con Marta Rivadulla Méndez, en febrero de 1957. Y este libro había sido publicado en 1932. Así que, podría estar hablando en forma metafórica o podría haber tenido el hijo con otra mujer anterior. La sorpresa llegó en forma de nuevos hallazgos en los que descubrí que esa referencia podría apuntar a uno de sus hijos que aún vive y que se llama Virgilio Hernández Rivadulla –un famoso periodista de Marca, ya jubilado- , nacido en 1921, lo cual nos indicaría que Alejo y Marta (hermana de su amigo Mario Rivadulla) llevaban conviviendo más de treinta años antes de contraer matrimonio “canónico”. ¡Una situación bastante “avanzadilla” para aquella época!
Tras la Guerra Civil desaparece prácticamente de los periódicos. Parece como si se lo hubiese tragado la Tierra, como si hubiese sido condenado al ostracismo y la marginación. ¿Sus ideas políticas? ¿Sus escritos no eran del gusto de los censores? En una de las primeras páginas del libro “Poemas libertinos” aparece una relación de sus obras publicadas hasta esa fecha, que transcribo a continuación:
NOVELAS: • Lulú, personal y ambigua • La novicia amó al torero… y a la miss • Gozadoras del dolor • El Chulo del Kholonial • La República Imposible
EN VERSO: • Poemas libertinos • Farsa de estudiantina (Poema de la clásica vida escolar española)
TRADUCCIONES: • Poesías alemanas de Ludwig Uhland • La lágrima de Guerra Junqueiro • Luz de Oriente de Alejo Komiakoff
PRÓXIMAS A PUBLICARSE: • Baladas de Castilla (Poesías) • Canciones rurales (Poesías) • Canciones de burguesía (Poesías)
¡Cualquier censor de la época franquista no necesitaría más que leer el título de algunos de los libros para ponerle la crucecita y relegar al autor y a sus composiciones al olvido y a la desaparición! Eso llevó, probablemente, a que nos quedásemos sin poder ver editadas esas obras “próximas a publicarse”.
Desgraciadamente no se pudo cumplir lo que auguraba el crítico de El Sol el 3 de septiembre de 1932:
“En Poemas Libertinos, alienta un alto poeta. Basta la lectura de sus páginas, …., para convercernos prontamente. En otros empeños, la musa de Alejo Hernández, acreditará y ratificará sus admirables realidades”.
Con toda probabilidad, y tras su defenestración periodística, Alejo se dedicó a su profesión de abogado. Sabemos que entre sus clientes se contaban los herederos de Gustavo Adolfo Bécquer.
Falleció Alejo el 18 de junio de 1972. Así recogía la Hoja del Lunes la noticia de su muerte:
Tras penosa enfermedad, llevada con resignación cristiana, ha fallecido ayer en la Ciudad Sanitaria Francisco Franco, don Alejo Hernández Estévez, abogado y periodista, a los ochenta y tres años de edad. Era padre de nuestro entrañable compañero en las tareas informativas del diario “Marca” don Virgilio Hernández Rivadulla, a quien testimoniamos nuestro sentido pésame… ¡Vaya desde estas páginas nuestro reconocimiento personal para un hombre de esta comarca que sintió y amó profundamente nuestra Tierra Charra, sus gentes y sus costumbres!