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Versos y estrofas (sueltas), del reloj suelto. Por Chema Sánchez

VERSOS Y ESTROFAS (SUELTAS), DEL RELOJ SUELTO

Chema Sánchez

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uena el ¡don!, ¡don! del reloj suelto sonido mágico de advertencia; algo está ocurriendo, o va a ocurrir.

Estos versos, estas estrofas, a veces palabras inconexas, poso de viejas experiencias, o recuerdos imborrables de juveniles vivencias.

El torito en el Registro tiene patas volanderas, los mozos buscan refugio saltando hasta la barrera tras una veloz carrera.

Un recorte sobre el ruedo, un suspiro en el tendido, un brindis enardecido a unos ojos azul cielo.

Un mozo que se resbala, un toro que hace por él, un barullo en la arena angustia en el redondel.

Cholas era un taurino, toreaba con su gabardina y si tomaba dos vinos se adorna por chicuelinas, que es un toreo muy fino según el público opina.

Tirichi llegó de Madrid y toreó con su pijama. De nuevo ha triunfado aquí en la prueba, cada mañana.

Torea desde el burladero, tiene detalles de artista; pero Cortés es dentista, nunca un torero puntero.

Al Guta lo empitonó un toro negro zaíno. Él dice que se coló, hay quien dice que fue el vino.

Conrado siempre torea de paisano y con jersey, y donde nadie lo iguala es cuando juega al giley. La muleta de Conrado traza naturales hondos,

se imagina derechazos largos, lentos y templados, y una tanda de redondos. Dicen que fue colorada, se la regaló un matador con un par de costurones. Está cosida a cornadas de los cientos de enganchones, y hasta ha perdido el color.

Si tuviera que elegir entre un toro y un torero, el toro sería el segundo y el matador el primero; pero ambos tienen sitio cuando salen al albero iniciando el paseíllo con empaque, con esmero, soñando alcanzar el triunfo, dominando al toro fiero, rematando con la entera tras usar bien el acero.

Han sonado los clarines que tocan a banderillas,

brindare a una madrina que luce blanca mantilla.

Se rompió en dos la manada, corre alocado el encierro, lo encabezan dos cabestros que en su carrera alocada atropellan a los mozos. Se oye el tañido y el eco del ¡don!, ¡don!... del Reloj Suelto.

Si un día de Carnaval escuchas el Reloj Suelto, prepárate para volar y disfrutar del encierro. Elige entre varios tramos. Hay quien prefiere Torroba llegando a los Carrilanos, y correr hacia los Pinos. Otros subir al Registro y al pasar la churrería, encaramarse en buen sitio.

Han espantado el encierro, no ha llegado hasta los Pinos, el Reloj Suelto acelera y avisa de que hay peligro. Un toro se va a la Muge y otros dos al Pinalito, salen varios picadores e intentan reconducirlos.

Junto a la copa secular del Árbol Gordo, avisa del peligro el Reloj Suelto

180 que salta sin problemas la muralla y supera escandaloso el Rebellín.

-¿Me dices que es un encierro? -Cinco bureles de negro, cuatro cabestros berrendos cientos de mozos corriendo. Emoción, magia y misterio.

Un cinqueño embravecido, con cinco más de la camada, hermanos del mismo hierro. Seis cabestros cornalones inician raudo el encierro caminito de la plaza donde llega la manada, escoltada por los mozos, desembarcando en el ruedo. Las once de la mañana.

Estos mozos son atletas, excelentes corredores, no llegan siempre al final mezclados con la manada, cabestros y picadores, que conducen a la plaza. ¡Solo llegan los mejores!

Con su caballo lucero Macotera es picador. Luce todo su esplendor conduciendo los bureles, es un gran encerrador.

Hay disfraces en la plaza, también en el Rebellín, a veces en el Registro y hasta en la calle Madrid

Arturo, el de sindicatos, Fue el mejor Don Quijote, Sancho Panza, su escudero, puede entrar en el lote, y algún viejo caballote que le cede un ganadero. Payasos arlequinados, un encantador de serpientes. Y, entre copas de aguardiente, churros recién sacados calentitos y crujientes, un excelente bocado para un paladar exigente.

Y si en la calle Madrid te encuentras a Supermán,

no te creas que es de aquí, se trata de un alemán que ha llegado de Berlín, al reclamo del Bolsín. Este teutón sorprendido, acompañado de un moro, quiere presenciar los toros sentadito en un tendido. La plaza no es un teatro ni los tablaos son palcos ni lo que llueve es nieve, son blancos polvos de talco.

Es un tendido divino donde nadie bebe zumos, allí solo se bebe vino: el tablao de los del UMO.

En una ocasión yo vi, disfrazado de paleto, a José Mari, Pesetos a punto de hacer pipí junto al flamante museo que es templo del orinal, novedoso, original, que tú puedes visitar incluso en el Carnaval.

Encierro de gran altura rodeado por los mozos que miran los cinco toros, que son como cinco miuras un vendaval de bravura. Se ha separado un burel, ¿quién lo cita y va a por él? De entre todos un valiente, buena planta, mejor porte, lo cita y hace un recorte que paraliza el ambiente. Y fruto de la emoción aplaude toda la gente, nadie queda indiferente, y se escucha una ovación.

En el palco consistorial presiden cuatro madrinas dando gloria a un festival con su presencia divina y su porte angelical. Quisiera ser matador y brindarles la faena mandando desde la arena este mensaje de amor.

Hubo grandes corredores: Abisinio, Chago Lopez, Tayo Sánchez y Angelito. Excelentes picadores: Macotera y los Patato2, Altares, el marquesito, Elías el de Gavilán mayorales de Guinaldo centauros de Villavieja tras la estela de Dionisio que fueron protagonistas como buenos garrochistas del encierro del domingo.

Un turista extraviado, que se perdió en el encierro, preguntaba extrañado: ¿”un toro lleva un cencerro”? Lauren que es muy educado, y que iba camuflado con un disfraz de maestro, le explicó muy moderado: “no es un toro, es un cabestro, un animal que es castrado por un capador siniestro que corta los cataplines, materia en la que es diestro”.

La reina del Carnaval parece una quinceañera ¡qué bonita primavera! presidiendo el festival. Y a su lado, ¡qué esplendor! cuatro hermosas esculturas, cuatro preciosas criaturas modelos para un pintor.

Lo he contado en ocasiones, en la peña a los amigos, que el que busque emociones en tiempos de Carnaval que venga a Ciudad Rodrigo.

Ha muerto Miguel Bayamo, el mejor encerrador, caballero con caballo, con espuelas y zahón, con la mirada en el campo y el campo en el corazón. Encinar de Fuenterroble, arrullados por torcaces, vigilados por milanos, podéis echar una lágrima recordando siempre al amo.

Un morlaco corre solo, se abre el paso a la carrera. Este toro es un coloso, se echa encima de los mozos y es que parece que vuela para llegar hasta el coso, donde los capas lo esperan con capotes y muletas sometiéndolo en la arena.

Entramos en las agujas para correr el encierro. Ella me cogió la mano en busca de protección, la noche anterior bailando me contó su pretensión. Le propuse hacerlo juntos, aceptó con la mirada y me pasé toda la noche esperando la mañana. Ahora llegó el momento, siento su mano alterada no sé si por los toros o por mi mano cerrada que pregona el sentimiento de mi alma enamorada.

Una procesión de toros enfila la calle Madrid, hermanos de la camada lo hicieron en San Fermín. Pertenecen a aquel hierro que pasta entre encinares de océanos vegetales, que traen ecos de cencerros mezclados de alegres trinos con arrullos de torcaces volanderas, montaraces, que han construido el nido velado, entre el follaje, en lo alto de una encina, con su tronco centenario y ramas que vaticinan la paz que llega de noche y que la luna ilumina.

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