11 minute read

Regreso a la niñez. Por Santiago Corchete Gonzalo

REGRESO A LA NIÑEZ

Santiago Corchete Gonzalo Centro de Estudios Mirobrigenses

Advertisement

1.- INTRODUCCIÓN

Todas las personas hemos sido niños. A tal respecto, conviene aclarar que el diccionario RAE (Real Academia Española) considera sinónimos los términos niñez e infancia, definiendo a ambos como el tiempo transcurrido desde que nacemos hasta nuestra llegada a la pubertad, que la RAE sitúa hacia los nueve años de edad. Durante tal periodo de tiempo, quedarán marcados con sello indeleble los rasgos principales de nuestra personalidad, modelados a través de los procesos del conocimiento-aprendizaje vividos principalmente en el seno familiar y reforzados con la interacción de otros apoyos e influencias externas: escuela, vecindad, barriada, primeras amistades… etcétera. Por todo lo cual y, con razón poética, no es de extrañar que el mundialmente famoso poeta alemán Rainer Mª Rilke (1875 – 1926) haya afirmado que “la verdadera patria del hombre es la infancia”. Dado lo importante que también es la niñez para el autor de esta crónica, pasaremos seguidamente a desvelar algunos datos significativos que quedaron grabados con letras de nostalgia en los recónditos espacios de la ya polvorienta memoria. Hechos y anécdotas que acontecieron ante mis absortos ojos en el universo territorial urbano donde transcurrió mi niñez.

De los tres corralones existentes en la calle Lázaro, el más próximo al desaparecido “Caño La Jesusa” y actual avenida de Béjar, fue regentado por mis padres durante muchos años. Fotografía de F. Domínguez. En el gran corralón familiar monté por primera vez un equino: el del señor Tomás (dueño de la dehesa San Román), que cuando acudía a Ciudad Rodrigo dejaba su cabalgadura en tan amplias dependencias, al igual que lo hacían otros muchos labradores amigos de mi padre.

2.- MI BARRIO, MI UNIVERSO

Nací en el número 37 de la antigua calle Santo Domingo (hoy avenida de Béjar) de Ciudad Rodrigo, por cuanto un altísimo porcentaje de esos nueve primeros años transcurrieron casi exclusivamentemente en el entorno mirobrigense de las calles: Lázaro, precedida por el singular pilón y caño “La Jesusa”, hallándose situadas en ella las sobrias portadas de tres amplios y contiguos corralones; calles Cárcabas, Peramato, Voladero, campo de San Cristóbal e iglesia parroquial del mismo nombre, así como la típica fuente-cañería circular construida con roca granítica para el llenado de los cántaros de barro/latón para el agua del consumo familiar; la amplia y popular calle del Rollo (Lorenza Iglesias), conventos de las MM Carmelitas y Clarisas en la calle Rastrillo; la calle Santa Clara con accesos

a los parques de La Glorieta y La Florida; rotonda del Árbol Gordo, las monumentales Tres Columnas ubicadas en su cercanía, los amplios solares dedicados a los mercados y ferias de ganado: vacuno en el glacis de la muralla con su corral y báscula pública de gestión municipal para el pesaje de los animales. De otra parte, el amplio solar del campo San Francisco, colindante con la carretera de Béjar, dedicado a la compraventa del ganado asnal, mular y caballar, así como a asentamientos temporales de circos y teatros ambulantes, si bien alguna que otra vez sirvieron para ubicar improvisados cosos Campo San Cristóbal con la iglesia originaria al fondo, aún sin reformar, y con la popular taurinos. El resto de tan amplio fuente-cañería desplazada del centro-rotonda donde ahora se halla, privada del que espacio constituía el descampado constituyó su mayor y sencillo encanto. que limitaba, por el lado sur, con el flamante edificio de las Escuelas La generación de niños que Graduadas “San Francisco” y por el este, con el exento cuartel nacimos en Ciudad Rodrigo de la Guardia Civil, en cuya fachada posterior una coqueta durante los años de la Guerra plazuela, aún existente, disponía entonces de una fuente de Civil y posteriores, podría agua continua decorada con la escultura de un Cupido o anafirmarse que crecimos con el gelote encantador, posteriormente trasladado a otro emplagermen de la afición taurina zamiento urbano con mayores exigencias y/o pretensiones dentro de nuestras venas. estéticas: ¿quizá La Florida?

Grupo Escolar San Francisco, centro de carácter público, donde cursé la enseñanza primaria disfrutando de un profesorado que jamás olvidaré. Obsérvese la gran explanada que la antecede, donde la chiquillería practicábamos de continuo toda clase de juegos y deportes.

Tales fueron los principales límites del universo donde transcurrió mi niñez. Para dejar la debida constancia de todos ellos con la minuciosidad requerida, quizá este relator precisaría disponer de todas las páginas de la 43 edición del Libro de Carnaval, cuestión ésta enteramente desaconsejable tanto para el editor como para el potencial público lector. Tales paisajes reaparecen ante mis ojos colmados de una sutil inocencia y a la vez emborronados por una imprecisa melancolía, mas no pueden ni deben suplantar a la cruda realidad del sentido práctico, por Clásica fotografía que, sin previo aviso, hacía en una de las aulas un profesional ambulante. cuanto procuraremos que nuestra Me hallo leyendo el libro escolar Para mi hijo. pasión por la literatura quede relegada a su propio ámbito estético memorialístico, utilizando únicamente este espacio para ser destinado a glosar una modesta crónica de remembranza carnavalera.

3.- LA AFICIÓN TAURINA

Los chiquillos, subidos y a salvo en la alta pared, observábamos de continuo las entradas y salidas del ganado y, cuando percibíamos el acceso de alguna res “pegona” fruto de la emoción el nerviosismo ponía a hervir nuestra sangre de manera que, casi siempre, algún mocetón saltaba de la pared al improvisado ruedo para provocar la embestida del novillete.

La generación de niños que nacimos en Ciudad Rodrigo durante los años de la Guerra Civil (1936-1939) y posteriores, podría afirmarse que crecimos con el germen de la afición taurina dentro de nuestras venas. Las entonces denominadas “Fiestas Tradicionales” ocupaban el centro del máximo interés festivo popular, ya que las festividades anuales giraban en torno a su celebración. Acudían a ellas como invitados los familiares residentes lejos de nuestra ciudad, y las casas se remozaban y enjalbegaban para acoger a tan queridos huéspedes forasteros… Por ello no es de extrañar que El ferial de ganado vacuno asentado sobre los terrenos del glacis tal ambiente de expectación contagiara a la chavalería de la muralla mirobrigense, con la iglesia de Cerralbo y S.I. Catedral durante los meses precedentes, y los juegos infantiles al fondo. se contagiaran teniendo al toro, burdamente simulado, por protagonista totémico generación de escolares tras generación. En mi caso lo fue del siguiente modo: el alumnado, todo él masculino, que cursábamos los estudios primarios en las Escuelas Graduadas “San Francisco”, las semanas que precedían al Carnaval, durante el recreo matinal y todos a una, como impelidos por la fuerza de un resorte natural e instintivo, dedicábamos el tiempo del receso a “jugar a los toros” en el escenario de la gran explanada situada en la parte anterior de la fachada principal que daba, y así continúa, acceso al edificio docente. En un pis pás de tiempo, todo se organizaba para el festejo

Era tan numerosa la concurrencia de vacuno, que ocupaba toda la ladera inferior llegando hasta las viviendas próximas al Cruce de la carretera de Salamanca.

taurino; un grupo de chavales de los cursos superiores, y quizá también de los más pillos, se erigían como toros dotados de improvisadas cornamentas formadas por palos curvados, en cuyos extremos fijaban unos cuernos de carnero o astas vacunas de diversos tamaños traídas de sus casas. Así dotados, la manada se congregaba alejada del entorno escolar, y los varios centenares de niños restantes nos dirigíamos dispersos en grupitos de afines a “esperar” el encierro. La emoción de la chiquillería iba en aumento, y la adrenalina hacía hervir la sangre por nuestros infantiles cuerpecitos. A un golpe súbito e inesperado de voz, la manada echaba a correr hacia la entrada del edificio, dando cornadas y revolcones a diestro y siniestro, sin más refugio que subirse al vallado enrejado que aún se conserva y que constituían las “barreras” del coso taurino infantil. Cuando nos sentíamos perseguidos por alguno de los falsos cornúpetas, trepábamos con apuros al vallado gritando “¡barrera!” y el astado desistía de su embestida no exenta de malicia, e iba en pos de algún otro atrevido/valiente que pisara el coso taurino. Y así en centenares de ocasiones...

El silbato del conserje escolar, con su estridente sonido, ponía el punto final a la capea infantil, y nuestra sangre poco a poco recobraba el ritmo normal de sus latidos camino de la escalinata en rampa que daba acceso a las aulas. ¿Quién de aquéllos niños farinatos no había sentido reforzada la afición taurina dentro del depósito hereditario genético tradicional?

NOTA (1).- Las personas actualmente defensoras del antitaurinismo reciban nuestro más sincero respeto y nuestras disculpas.

4.- LA BÁSCULA

La compraventa del ganado vacuno, como ya fue dicho, requería en ocasiones el pesaje de algunos lotes o ejemplares de reses de todas las edades y tamaños; para lo cual, cerrados los tratos, los dueños encerraban sus ganados en el gran corralón anejo cuya mangada conectaba con el habitáculo donde se hallaba instalada la báscula de plataforma móvil que, al pisar los animales en ella, Todas las noches también entraba quedaban retenidos en tal espacio durante el tiempo que yo en contacto con las sábanas precisara el empleado municipal para verificar el pesaje de de mi cama acompañado en cada lote objeto de compraventa. mis sueños por el tenuemente lejano tañer de los cencerros,

Quiérese decir que tal proceso era lento y, las reses que que ejercían de pacífico fondo se hallaban a la espera en el corralón anterior, permanecían “musical” nocturno a mis afilados en él durante bastante tiempo. Los chiquillos, subidos y a oídos de niño. salvo en la alta pared, observábamos de continuo las entradas y salidas del ganado y, cuando percibíamos el acceso de alguna res “pegona”, es decir, alguno de aquellos moruchos ligeramente encastados, fruto de la emoción, el nerviosismo ponía a hervir nuestra sangre de manera que, casi siempre, algún mocetón saltaba de la pared al improvisado ruedo para provocar la embestida del novillete eral/utrero para darle un desaliñado lance y volver a trepar temeroso la pared para ponerse a salvo. Cuando tal sucedía, los chiquillos aplaudíamos el lance del valiente y arriesgado mozalbete.

NOTA (2).- Aún perdura en nuestra mente el aparatoso y desgraciado revolcón con volteo padecido por el magnífico joven pelotari Eladio Sánchez, Tayo, al destrozarle parcialmente la bolsa escrotal una de aquellas reses moruchas semiencastadas versus “pegonas”. Afortunadamente, la medicina logró recuperarlo.

5.- DE NUEVO EN MI BARRIO

Frente a nuestra casa, calle Santo Domingo, 37 se hallaban dos corrales donde encerraban sus lustrosos bueyes de labor dos grandes labradores de la estirpe familiar apodados Los Bibianos. De madrugada, uncían cada par de bueyes al yugo correspondiente y partían con los gañanes hacia diversos lugares de la socampana donde alzaban los barbechos, binaban y asimismo aricaban con arado romano las cosechas de sus labranzas cerealistas.

En la atardecida regresaban los bueyes al corral cansinos y sudorosos tras una jornada, de seguro, agotadora. Mas al desuncirlos, ya les esperaba en los pesebres su ración de pienso, que consistía en una mezcla de cereales y algarrobas con abundante paja y algún forraje en ocasiones. Al finalizar la “postura”, un gañán abría los portones del postigo y las reses salían del recinto a la calle con alborozo para ir a abrevar en el próximo y largo pilón del caño La Jesusa, cuyas aguas procedían del Nacedero situado en los lejanos parajes más allá de San Giraldo y proveían a todas las fuentes públicas, grifos, cañerías, etcétera de Ciudad Rodrigo. Tras cierto tiempo de beboteo y amagos de luchas, los bueyes más antiguos, soneteando el dolondón de sus cencerros, conducían de regreso la

Típica fotografía carnavalera, ahora sobre caballo de cartón-piedra, llevando en la grupa a mi prima Paulina Barco Gonzalo.

manada respingona al corralón de partida, donde una acompasada y somnolienta rumia metabolizaba el pienso y agua consumidos.

Coincidiendo muy aproximadamente con esa hora, todas las noches también entraba yo en contacto con las sábanas de mi cama acompañado en mis sueños por el tenuemente lejano tañer de los cencerros, que ejercían de pacífico fondo “musical” nocturno a mis afilados oídos de niño. ¿Cómo no iba a resultar “familiarizado” con el casi contacto directo cotidiano de los hábitos y las costumbres del ganado vacuno? De esta manera tan sosegada, pacífica y amable, tales imágenes y sonidos fueron entrando en el foco donde perviven los recuerdos y afectos más íntimos.

6.- DESPEDIDA

Es así cómo aquel universo en el que transcurrió mi niñez ha desaparecido por completo de la realidad urbana del actual Ciudad Rodrigo (¡tenía que suceder!), pero permanece indemne e inmutable en la memoria profunda de mi niñez cada vez que asomo la mirada desde la balconada retrospectiva del tiempo perdido, siempre leve, fugaz y transitorio. Es la ley de la vida quien se impone y hace prevalecer sus criterios de cara al devenir de cada sociedad y cada época: ¿mejor?, ¿peor?, ¡quién lo sabe! Lo que sí resulta cierto y comprobable es que siempre será diferente:

Regreso a la niñez para Tomás Domínguez Cid

Niñez, ¿por qué te fuiste tan deprisa, del todo y sin decirme adiós? Jamás creí que tu infinito territorio quedaría tan irreconocible, transformado, empequeñecido y raro por someterlo a mil intervenciones que lo han desfigurado, las que a mi me han quedado vacío y a la vez talmente en desamparo.

Mas he vuelto a aprender a ser un niño distinto, al que la edad envejeció… y en cambio a ti te ha rejuvenecido.

This article is from: