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Gaseosas La Argelina. Balada de Santiago Cambronero. Por Mª del Carmen Rodríguez Orive

GASEOSAS LA ARGELINA. BALADA DE SANTIAGO CAMBRONERO

Mª del Carmen Rodríguez Orive

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“Se advierte al lector: Los personajes y hechos retratados en este relato tal vez sean ficticios. Cualquier parecido con personas verdaderas, vivas o muertas, o con hechos reales es en parte pura coincidencia” .

Chagui pasa por la puerta del estanco del señor Remigio y le viene a la cabeza la anécdota muy comentada en la mañana de ayer, parece ser que el gitano Fatura entró con los modales justos pidiendo su habitual paquete de tabaco Diana y el estanquero molesto por las continuas faltas de respeto le amonestó: “Mira, hijo, vuelve a salir y me dices buenas tardes señor Remigio, ¿haría usted el favor de darme un paquete de Diana? Y yo te lo doy”. Salió Fatura con gesto sumiso y volvió a entrar para reproducir el formalismo. El tendero se las creyó muy felices replicándole como un padre: “Así, hijo, así”. Pero Fatura que no había terminado su perorata la remató con un “¿sabe qué le digo? Pues que ahora se Foto entrañable del interior de la fábrica de bebidas refrescantes lo meta usted por el c…”. Recordando ese infortunio La Argelina. De izquierda a derecha: Santiago Cambronero, Luis alcanza el bar de Nino, el Cencerrero, sucursal de la Cambronero, Moneco y Sera Bernal. Chagui acciona la taponadora estación de autobuses, donde un popular cobrador de tapón de platillo o tapón corona, Sera, a la envasadora de de billetes recoge los papeles con los encargos para refrescos y gaseosas de 6 grifos con los protectores descendidos su viaje diario a la capital, echa una mirada al fondo y Luis introduciendo los refrescos en cajas de madera. A la derecha, y capta el momento en que, en su particular chanza otra envasadora de dos grifos y, al fondo, toda la maquinaria para la para seleccionarlos, inspira profundamente pegando obtención del anhídrido carbónico (se aprecia rueda de la saturadora). un estruendoso soplido al mostrador que hace volar las peticiones no aplastadas con propina. Cuentan que en una ocasión le confiaron un hermoso jarrón y al no haber unto, se excusó detallando un estropicio a lo que el demandante muy aliviado comentó: “Pues menos mal que no te di el dinero”. “Pues menos mal que no te lo compré”, contestó el audaz recaudador. Esta mañana al niño le perturba una idea, continua su camino ensimismado hasta que lo despabila un topetazo contra el cajón de Justo, el limpiabotas y acomodador del cine Madrid “¡mira por dónde vas, chaval!”. Dos risotadas afloran por su derecha, son Pablo, el Chocho, con el carrito de mano y Nardo condenado por el peso que soporta su cuello bordeado por una cuerda que va a rematar en los mangos del carretón, ambos van cargados de maletas y vienen de la estación o de los coches de línea, son los mozos de cuerda. No sabe si se ríen de él o es de Jumillano que llega en bicicleta de la huerta del Pincho haciendo la bocina con las manos “¡AUUUU-AUUUU!”. Les hace caso omiso ofuscado, nuevamente, en el pensamiento cuando escucha al servicial asistente Virgilio decirle al hojalatero: se ha roto un cristal, señor Horacio. “No te apures hijo, pa faroles”. El trayecto se le hace eterno: la barbería del señor José María, Espumilla, con su ayudante Agapito, Patato, la tienda de comestibles de Sebastián Torres y su señora Arce Santos y a la vuelta la plaza de Los Herradores, con la serrería de los Remolachos, de los que se comentaba que habían desarmado la máquina para arreglarla y al final le sobraban piezas casi para otra, de ahí “a ver si te sobran piezas como al Remolacho”. Por fin alcanza la calle Canal con las puentecillas que recogen las aguas del regato, lo que provoca un gran desnivel solventado por la rampa que lleva a casa de los

Faldiqueras, labradores de bella estampa saliendo en los amaneceres con los carros y los bueyes. Es inaudito que ni siquiera haya reparado hoy en el árbol con oquedad que da cobijo al taller de Luis, el herrador y su empleado Angelín, el Corchero, tal cual, al aire libre, con lo que le gusta a Chagui pasar las horas muertas viendo al animal sin ataduras, el casco apoyado en la rodilla revestida de cuero, perfilado a golpe de tenaza, pujavante y escofina, probatura y vuelta a moldear, ¡TAN-TAN-TAN!, la bigornia detona aquellos golpes que el niño asume con una pesadumbre que no le corresponde.

Ya no puede controlar su inquietud y sale corriendo hacia el regato Torbellique. El agua discurre entre la trasera de la fábrica y las huertas del señor Cleto, capador de Villar de Argañán, y la de la Gorrera, y por la otra orilla con la del Marquesito y la huerta-jardín de Zoquete, para desaparecer oculta, bajo la carretera, hasta hacerse visible en la huerta de Manolo Alaejos Sagarda y su esposa Clarita. El chaval inicia erguido la expedición hacia el pasadizo, una bóveda principal misteriosa que se nutre en la profundidad por su parte izquierda de las aguas del citado regato y un poco más adelante y, también por el mismo flanco, con las de la fuente del Campo de los Cerdos, además de otros pequeños desagües. La humedad de hoy le intimida, siente las manos frías como las de un furtivo y El viejo olmo con oquedad que da cobijo al taller de Luis, el herrador, el pasadizo apenas tiene visibilidad, no como cuando y su ayudante Angelín, el Corchero, tal cual, al aire libre. El particular camina con sus camaradas provistos de antorchas o “Árbol Gordo” de Chagui, en la plaza de Los Herradores, entre la linternas, ellos lo llaman atravesar la puente, lo conoce fuente y el caño, aquél donde en los atardeceres fríos hacen lumbre tan bien que recita bajito a los vecinos que va dejan- en su interior y saborean el botín. do por encima de su cabeza: primero la serrería de los Remolachos, la carretera de la avenida de España, los Cencerreros (Baltasar Vicente y sus hijos Salus, Balti y Tachi), Rosendo Vicente de la ferretería Sendo, Andrés Vicente, cencerrero y ferretero, el almacén de coloniales de Celedonio Martín (CEMA), la casa de los jareros y por fin la claridad del día. Pero esta vez su motivación no son los membrillos de carne amarilla de Sagarda. Cuántos otoños se ha esfumado por el conducto en sentido contrario, achicado bajo las voces del hortelano, cargando con el fruto hasta su particular Árbol Gordo de la plaza de Los Herradores, el olmo de Luis, entre la fuente y el caño, aquel donde en los atardeceres fríos hacen lumbre en su interior y saborean el botín. El día antes había hecho la ruta con la cuadrilla y en un descuido reparó en la parte alta de un recodo donde, horadada toscamente en la pared, se disimulaba una reducida repisa, encima un libro y una caja a su lado. Fue una revelación, ¿quién habría llegado hasta la cueva para depoDecidió guardar su impaciencia hasta sitarlos en la oscuridad?, ¿albergaban algo prohibido la mañana siguiente teniendo claro o de ocultismo, tal vez? Decidió guardar su impacienque faltaría a escuela, apenas había cia hasta la mañana siguiente, teniendo claro que faldormido pensando en adueñarse de taría a escuela, apenas había dormido pensando en ellos. Chagui camina a tientas y como adueñarse de ellos. Chagui camina a tientas y como en una batida va palpando las paredes, en una batida va palpando las paredes, los ojos granlos ojos grandes como espantados des como espantados escudriñan cada sinuosidad, escudriñan cada sinuosidad, se se imagina contando su hazaña y ganando distinción imagina contando su hazaña y entre los colegas. Intuye su proximidad, está excitado ganando distinción entre los colegas. y tropieza desperezando el sueño de un charco que

Un jovencísimo Gil Santiago Cambronero Iglesias y su esposa Argelina Iglesias Ortega, discernían las formulaciones químicas herencia de los anteriores dueños. Decidieron publicitarse como La Argelina en honor a la matriarca. El matrimonio tuvo 4 hijos, Ángel, alférez que fallecería en la guerra, Luis y las hermanas Asunción y Agustina. La gravedad en su rostro acentúa, de ella, la hermosura charra, mantón negro cruzado, pendientes largos y collar de cuentas “pipo de aceituna”. Anuncio de la reforma de la pensión publicado en Tierra Charra, Semanario independiente. Año II, nº 32. 20 de mayo de 1928.

Campo de los cerdos, y al fondo, la fábrica de bebidas La Argelina. El portón de las cuadras está abierto y un carro con dos bestias carga la mercancía para abastecer a los pueblos. Las bebidas también se contrapesaban en las albardas de las caballerías. El edificio en la actualidad conserva su particularidad, ampliada en una planta más.

salpica al chico hasta la barbilla, de pronto divisa la hornacina, le palpitan las sienes, un acaloramiento recorre su cuerpo hasta que las mejillas le arden, se pone de puntillas y estira el brazo pero su menudo cuerpo no le permite llegar fácilmente, histérico lo intenta dando saltitos, la punta de las yemas permanecen gélidas pero consiguen rozarlos, sólo es cuestión de otro pequeño esfuerzo. Prueba de nuevo y logra mover el ejemplar, ¡venga Chagui, otro impulso y ya!, se anima el chaval. En ese instante presiente que no está solo, escucha unos pasos apresurados que van hacia él, dirige su mirada al abismo pero no distingue nada. ¡Quién anda ahí! ¡Deja eso!, le grita la sombra. Chagui, obediente sale disparado y acelera sin mirar atrás, sin aliento, la boca áspera y el corazón desenfrenado, olvida el pedrusco de la desembocadura, cae al suelo y rueda como un ovillo hasta que la cañería lo vomita y sus ojos por fin ven la luz…

Chagui nació tres veces por la terca voluntad de Dios: la primera alumbrado por su madre Adelaida, el 20 de enero de 1945, en la casa-fábrica de bebidas refrescantes La Argelina del número 1 de la calle Canal; otra allá por el año 55 tras su rescate por un Ángel, apodado Cascarilla, ayudante en la barbería de Ignacio Ortega, de las aguas de la Moretona cuando ya la corriente lo sumergía contra la reja de la compuerta del molino; y la tercera, con 7 años, en el desván de sus tías paternas Asunción y Agustina, regentes del Parador del Sol, al destapar la garrafa prohibida inhalando sus entrañas para terminar metiendo la lengua. Nuestra Señora de la Divina Providencia le dio tal sopapo al niño que bajó rodando las escaleras hasta el grifo, mermando así el

efecto corrosivo del ácido sulfúrico. Las cualidades del compuesto químico, en época de su abuelo, ya causaban una atracción fascinante entre los trabajadores del negocio familiar de la que tampoco se libró Toroco, el del puente, célebre por desarrollar a tope su sentido del equilibrio con la costumbre de cortar la rama que le sostenía, mientras desmochaba la encina o durmiendo por las noches tumbado en el pretil del puente. En otra de sus flojedadades, el muchacho quiso comprobar sobre el pellejo, cuál era el punto de ignición del sulfúrico con tanta perseverancia que quedó salpicado del líquido. Al día siguiente su madre, muy exaltada, se presentó ante el abuelo Gil Santiago: “¡Qué le has hecho a Toroco que según le cojo los pantalones y toda la ropa se me cae a cachos!”. “¡Ven acá Toroco!”, le dijo Cambronero, “¡qué has hecho!”. “Como usted decía que ardía…, que quemaba… y yo no veía que ardiera…”. Pero más gimoteaba el infeliz por no haber provocado la llama que por la reprimenda.

Un jovencísimo Gil Santiago Cambronero Iglesias y su esposa Argelina Iglesias Ortega discernían las formulaciones químicas herencia de los anteriores dueños, un matrimonio sin hijos ubicado en la calle Santa Elena que no quería echar a perder la ciencia de los carbónicos, trasladándose, según consta en documento oficial, a la calle Canal el 4 de diciembre de 1905. Decidieron publicitarse como La Argelina en honor a la matriarca y arrancaron su ansia por la efervescencia prescribiendo el anhídrido carbónico o gas carbónico (nomenclatura no vigente para designar al dióxido de carbono), combinando manualmente bicarbonato con ácido sulfúrico en un voluminoso artilugio con enorme rueda contrapeso que se le hacía girar. Seguidamente, contaban con dos elementos básicos: la saturadora, que funcionaba con la maniobra extenuante de rodar un volante hasta que cogía velocidad y con esa guisa introducir el dióxido de carbono a presión en el agua batida por aspas obteniendo las apetecibles burbujas bajo el control de un manómetro (no siendo la misma presión para sifones que para gaseosas), y por otro las llenadoras de sifones y gaseosas, en los primeros tiempos integradas en la misma máquina. Los demás procesos eran totalmente manuales como el lavado de botellas con ayuda de

Familia en el tablao: El patriarca Luis Cambronero señala con el dedo a la cámara mientras sujeta al pequeño Santiago. A la derecha de Luis, su esposa Adelaida Bajo. En la misma fila, su hijo Ángel (primer niño a la izquierda, de pie y manos en los bolsillos). Aparece el “doctor” Pirolo (a la derecha en primer plano y de pie) que fulminaría para siempre la carrera musical de Chagui. El primer municipal de la izquierda es Santos además de músico saxofonista.

Repartiendo sifones: La inscripción “HC”, hijos de Cambronero, adorna las cajas de madera que protegen los sifones sin funda de relucientes cabezales de peltre. De izquierda a derecha: Santiago Cabrera el obrero de casa, César Ronquillo amigo de Ángel, Ángel “echándole sifón” al pequeño Diego Calaíno, de los de las bicicletas y al lado su hermano Ricardo Calaíno y con gafas ¿”Chicato”? “Con estos carros de mano se repartía cosa poca a particulares o cosas muy concretas”. Están en la zona del Árbol Gordo con la caseta de Felipe al fondo.

En los años 50, Luis empieza a perdigones que arañaban la mugre del fondo y se higieintroducir los primeros cambios nizaban sumergiéndolas en pilas con detergente y agua importantes en el negocio, clara. Al ser retornables, aumentaba el desconcierto con sustituyendo a la burra y al carro las que albergaban restos más complicados debiendo ser con caballo (de nombre Lucero) aplacados con ácido sulfúrico rebajado. “Una por una, traque poseía su padre Gil Santiago bajo de chinos”, comenta Chagui. por la primera camioneta, adquirida a Feliciano Álvarez, Allá en la parte de abajo del campo de los cerdos, al taxista. atardecer de un caluroso verano, dice la leyenda que Gil Santiago perdería su nombre para siempre cuando junto a su mujer tomaba el fresco, “el refresco más barato, y entonces mi abuelo fue a por agua al caño que estaba enfrente”. Por entonces no había muchacho, como Chagui años después, o incluso alguna muchacha que no hubieran caído de bruces. Iba decidido y tan ligero que de un brinco subió al borde del pilón, luego solo debía inclinarse hasta apoyar una mano en el poste del grifo y con la otra llenar el cántaro, siendo su peor trance recobrar la verticalidad con un impulso hacia atrás sin derramar el líquido. Sucedió que cayó al abrevadero y sin aprovechar tal infortunio para hacer rebosar el recipiente, marchó a casa empapado para cambiarse la vestimenta volviendo a intentarlo otra vez o alguna más, según dicen…, hasta que finalmente consiguió salir airoso de su testarudez. “Y por eso lo llamaban Cabecita, no por la cabeza grande sino por cabezón, eso me lo comentaba mi padre y luego mi padre heredó el mote”. El matrimonio tuvo 4 hijos, Ángel, alférez que fallecería en la guerra, Luis que hereda la fábrica de bebidas refrescantes y las hermanas Asunción y Agustina, el Parador del Sol.

Luis Cambronero Iglesias y Adelaida Bajo Valiente, natural de Villar de Ciervo, pronto se convierten en familia numerosa y la vida de sus siete hijos queda consagrada a Dios en la parroquia de San Andrés.

A mediados de los años 30, los conocimientos paternos ya han impregnado a Luis agarrando, con las riendas de la inercia, el relevo de las bebidas refrescantes en la misma calle Canal e idéntico edificio cuya particularidad aún hoy persevera en su fachada, sólo agrandada por una planta. En la parte delantera se ubicaba la 277

La primera camioneta marca Dodge, que tuvieron después del carro con caballo aparcada delante de la fachada principal de la fábrica. Arriba de izquierda a derecha: José Cambronero (Pepe), Ventura Montero (cantero y pocero), Andrés Iglesias, el Riche, del bar Riche (frente de la fuente de San Cristóbal). Abajo de izquierda a derecha: Felipe Alaejos, Preciso, (que tenía tienda de textiles en la calle Canal, al lado de Juan José Alonso el de los piensos), ¿Pepe Montero? y Maximiliano Martín del Hispano Americano. Las marcas Dodge y Ford son muy típicas de estos años 50. En la trasera de la camioneta se anunciaba Rab-Soda, una cola que hacían ellos con derecho de patente. También del zumo Turia de naranja y de limón que “llegaba de Valencia a granel en garrafas, luego nosotros añadíamos azúcar, ácido cítrico y esencia de naranja y de limón para que le diera el aroma”. “El zumo no se conservaba y lo comprábamos a varios proveedores como COSMOS que era de Murcia y nos enviaba las esencias y los ingredientes para mezclar, el ácido cítrico venía cristalizado”. También comercializaban su “Cuba-Libre Rápido” de ginebra y de ron. El pintor Rodrigo reproduce en la chapa del vehículo el logo de las marcas.

vivienda y desde el mismo portal las escaleras daban subida a la pensión El Parador del Sol de las tías paternas, que se anunciaba reformada con diecisiete amplias habitaciones, además de un desván donde la paja entraba a sacos y caía por un deslizadero hasta los pesebres de las cuadras, descanso de las caballerías que arribaban. Al fondo del inmueble se ubicaba la fábrica donde al principio Luis contaba con un obrero, Santiago Cabrera.

En los años 50, Luis empieza a introducir los primeros cambios importantes en el negocio sustituyendo a la burra y al carro con caballo (de nombre Lucero) que poseía su padre Gil Santiago por la primera camioneta adquirida a Feliciano Álvarez, taxista y con negocio de coches de alquiler en la esquina frente al Cruce, un coche hecho furgón marca Dodge muy típica de estos años. El lavado manual de botellas se alivió con una rudimentaria máquina de cepillos giratorios, que inyectaban agua a presión, la máquina llenadora de un grifo pasó a dos, hasta cuatro y seis para terminar siendo, tiempo después, rotativa de diez o doce en la que iban entrando unas y saliendo otras, siempre a mano, pasando de las 120 botellas a las 250 diarias. Pequeñas bombas manuales para la dosificación del jarabe de los refrescos o la gaseosa (antes a cacillos), máquina manual para tapar las botellas, y como ya se fabricaban en nuestro país los tubos que contenían ácido carbónico líquido se simplificó bastante el proceso. Parece ser que en 1950 funcionaban en España más de 5.000 fabricantes de bebidas gaseosas auge que, como no puede ser menos, viene acompañado del peso burocrático de sucesivas órdenes ministeriales que a partir de 1955 regulan estas industrias para asegurar las adecuadas garantías higiénicas de los productos y la adaptación de sus instalaciones. Cambronero cambia las tuberías de plomo y las cabezas de los sifones considerados tóxicos; se crea en 1958 un registro de fabricantes (F. N. Nº 4245 marca registrada, para La Argelina), adquiriendo importancia el etiquetado que precisa el grabado o impreso de forma indeleble en el tapón o en el envase del nombre o marca del fabricante y su número de registro; y son obligatorios los controles periódicos del agua. El Ayuntamiento mirobrigense también le recuerda el pago cada cinco años de los derechos de imagen de las Tres Columnas, inconfundibles en la serigrafía de sus botellas que llegaban desde Gijón.

Entre 1955 y 1975 se considera el periodo de expansión de estas fábricas, se agiganta la producción cuando no se conciben fiestas y verbenas sin las burbujas de una buena gaseosa y llega a hacerse habitual en la dieta diaria incrementándose la demanda de particulares con el reparto casa por casa. A principios de los años 60, ya le ronda a Luis la idea del relevo generacional pues siempre los hijos han echado una mano desde bien pequeños siendo firmes candidatos para el reemplazo. Aunque nunca se retira, el patriarca ya frecuenta relajadamente el Moderno y el Porvenir, disfruta con las penurias de aplacar los calentones de su “forito” (Ford) para ir a pescar hasta Coria y alcanza reconocimiento entre los fogones condimentando los guisos para su peña de pescadores La Hormiga, sin olvidar sus colaboraciones en charangas, herencia que también le caló a Chagui: “Mi padre era de la agrupación Los Tranquilos, él no tocaba nada, iría de cantor…”.

Dos minutos después de la carrera el chico todavía mantiene el resuello, una respiración brusca y sus piernas apenas le sostienen, inclina el cuerpo apoyando las manos en las rodillas para intentar serenarse. Escucha un susurro, eleva la vista y enrancia su mirada, en exclusiva ante él la estampa del Pájaro dando vueltas como una peonza para desenfundarse el fajín ayudado del otro extremo por la Pájara. Chagui hace una mueca, le viene a la chola el cántico: “El Pichi es un campeón que se ha llevao a la Nana camino de Tenebrón…”. La pareja se queda mirando al niño y un aspaviento de la mujer sirve para otorgar solemne respeto a la evacuación del vientre del patriarca en el regato Torbellique. Esta vez Chagui escapa del funesto escenario con voluntaria apatía, las cosas ya no pueden ir peor, del miedo pasa a la incredulidad: ¿quién sería aquel hombre?, ¿qué escondía?, lo rememora y se le ocurre cercano pero nunca podrá saberlo, no tuvo aplomo para aguantar sus pasos y delatar su rostro, sin coraje para retroceder ya no puede contarlo porque se mofarían de él. Era la oportunidad de quebrar la rutina y ser héroe de su epopeya, porque la rutina es su destino y se consuela pensando que irá a donde Lorenzo Cid, el cencerrero de la calle Canal, a venderle el cobre de dos casquillos de bombillas de la fábrica, “unas pesetas p’al cine”, y concluirá la tarde en el comercio del señor Pedro en la calle Santa Clara, a

A principios de los años 60, ya le ronda a Luis la idea del relevo generacional, pues siempre los hijos han echado una mano desde bien pequeños siendo firmes candidatos para el reemplazo. Aunque nunca se retira, el patriarca ya frecuenta relajadamente el Moderno y el Porvenir, disfruta con las penurias de aplacar los calentones de su “forito” (Ford) para ir a pescar hasta Coria.

por pizarra y pizarrín para la escuela. Mañana en el alquiler de bicicletas del señor Calaíno y su esposa Eloína (e hijos Casimiro, Mirín, gran aficionado al velocípedo, Ricardo, Diego y las hermanas Benita y Paca), esperarán todos sentados en el poyo a que la hora pase de y media para rentar el paseo en lo que la aguja del reloj recorre fatigosa la cuesta arriba. Después la procesión a casa de la señora Plácida a por golosinas y para el oscurecer Pepe Rivera ya tendrá preparados los pedazos de carburo del taller de su tío (compartido con Pepe Villoria) a fin de pegar unos cuantos cañonazos en el revellín del foso. Al siguiente día irán a ganarse una reprimenda por jugar al frontón en la fachada impoluta de Andrés, el cencerrero, aunque antes se pasará por donde Fernando, el Guirri, herrero de oficio y músico de pasatiempo a por el herrón para la trompa de corazón de encina que le ha terminado Caridad el artesano, y… Ya no puede más, está cansado, sus tripas berrean por un caldo caliente, ha sido un día despiadado y le vuelven las prisas esta vez por llegar a casa. Se cruza con Litri, el jarero de los hornos de leña subido en su burro y recuerda su eterna retahíla cuando vuelve del monte: ¡Uno, dos, tres, un burro me falta! Y se pregunta Chagui si a estas alturas habrá estimado a la bestia sobre la que va encaramado. Saluda a Isabel, la Patata, su curandera de cabecera que en varias ocasiones le masajeó los tendones, que otro día más auxilia el aperreado regreso de su esposo el Patato, cesto de mimbre y porrilla con punta de hierro, machaca piedra, golpes desapacibles que también sobrecogen al niño. De lejos ve a Juan, el Buche, municipal del que dicen que multó a su madre por tender la ropa en la calle y que encima le espetó petulante: ¡El ejemplo en casa! La cara de la mujer debió de ser un poema… Y ya para despenar aquella tortuosa mañana la demostración de Juanjo Perrita y su recorrido de chatos por el Cruce, Castillo Viejo y bar Nino, que si mal es la ida, la vuelta es más complicá… Primero apoyado en la cayada tantea la pared hasta llegar al desnivel del regato Torbellique, donde se acaba el muro justo en la serrería de los Remolachos, de ahí se echa al suelo y a cuatro patas gatea por el regato hasta volver a alcanzar la pared de la calle Canal. Chagui se hace el sueco, como tantas veces.

Santiago Cambronero “y dos veces Bajo, por chico y por mi madre” disfrutó de una infancia agradable donde todos eran colegas en el barrio. En 1933 las escuelas de muchachas se transforman en párvulos, en la calle Mateo Hernández Vegas, adonde asiste Chagui con doña Feli de maestra; se llamaba la escuela de parvulitos del barrio de San Fernando y en su fachada estaba colocada la caseta de consumeros. Años más tarde fue alumno con su marido don Victorino, en la escuela de San Francisco: Pepe Grillo; Quintín; Santiago Castaño, el de San Agustín; Dani Castilla, el de la caja de ahorros; Alfonso Ortega, hijo del peluquero; Luis Chapera, de los Cánovas; Ángel Collado que vivía en los portales de la ciudad; Fernando, sobrino de Cleto el mecánico, que vivía en Santa Clara frente a la Glorieta; Antonio Facundo, cobrador ayudante con Isidoro el conductor; Fernando Lima…. “En la escuela teníamos una huerta-jardín con don Isaac que era maestro y jardinero”, recuerda Chagui sujetando un par de fotos de su grupo de compañeros.

“Y de la escuela ya a trabajar porque en casa siempre se echaba una mano donde podías aunque fuera para estorbar”. Santiago, el tercero de la saga, se dedica más a la fábrica; Ángel, el mayor, hace el reparto por los pueblos (al principio a los más próximos, luego hasta las Hurdes) con el primer auto, un Ebro; y Luis, el segundo hermano, lo hace entre la población, no sin la previa ayuda de Alejandro Colino, hermano de Tiquio el chatarrero, transportista de profesión que les hacía los portes de las gaseosas antes de comprar el camión para acelerar el reparto. La Argelina elaboraba una gaseosa singular que la hacía diferente del resto. Era una gaseosa con azúcar, ralladura obtenida a mano de la cáscara de los limones de los que se desechaba el resto, regalo para los muchachos que hacían limonada en víspera de Carnaval o jugaban a las pedreas. Rara vez era aprovechable para zumo por su difícil conservación y de obligado consumo en reciente. Se prensaba y se añadía azúcar, ácido cítrico y a veces sacarina y ciclamato: “Edulcorante autorizado por la D.G.S.”, aparece escrito en el vidrio. El azúcar se adquiría en dos almacenes: Quirós y almacén de coloniales CEMA (Celedonio Martín); el anhídrido carbónico en Seijo, que llegaba desde Salamanca a través de los transportes Castilla (en el convento de San Francisco) o con la Comercial Terrestre Marítima (calle Mateo Hernández Vegas); y las botellas de vidrio con la serigrafía de las Tres Columnas llegaban desde Gijón. Las continuas inspecciones sanitarias van exigiendo más información en el etiquetado. Si la reglamentación del 1958 ordenaba un precinto con el nombre de la fábri-

Las cabezas de los sifones con el paso del tiempo fueron evolucionando. Las primeras eran plateadas, de peltre o calamina (aleación de plomo y estaño con otros metales). En la década de los 50 se obligó a un revestimiento plástico interior para evitar contacto del líquido con el metal.

ca y los ingredientes, posteriormente se añade lote y fecha de caducidad, y se mantiene la periodicidad de la análítica del agua, porque en el sifón la calidad del agua influía sobremanera, sólo contenía el agua y el carbónico: “Nosotros teníamos el agua del Nacedero. El néctar. Había mucha diferencia del agua del Nacedero de la del río. En las calles había muchos caños pero la buena era la del Nacedero”. “Aguas científicamente reconocidas”, rezaba en las botellas.

Las cabezas de los sifones con el paso del tiempo fueron evolucionando. Las primeras eran plateadas, de peltre o calamina (aleación de plomo y estaño con otros metales). En la década de los 50, se obligó a un revestimiento plástico interior para evitar contacto del líquido con el metal. Apenas quedan ejemplares de aquellas porque se refundían para revestirlas de nuevo, Chagui conserva uno que en su cabezal lleva marcado: ”S. Cambronero Ciudad Rodrigo. Garantizado estaño sin plomo. L.M.T.”. Las nuevas cabezas venían ya pintadas o esmaltadas con el color de cada fabricante y con el nombre o marca troqueladas. A partir de 1975 se prohíben tales cabezas y se sustituyen primero por nailon (de color marfil) y después por plástico de vivos colores (se pueden disfrutar en la colección de Santiago). A finales de los 70 para garantizar la seguridad de trabajadores y consumidores se obliga a poner funda de plástico a los sifones, las primeras de goma y posteriormente de rejilla, más económicas y fáciles de colocar. En la cara posterior de la botella solían aparecer advertencias como: “Prohibido terminantemente el rellenado de este envase por otra fábrica que la titulada. O.M. de 22-2-58”.

Los tapones de las gaseosas también se fueron transformando y así, en la segunda mitad del siglo XIX, los envases contenían una bola de cristal en su interior a modo de canica que con la ayuda del gas subía y taponaba la boca (“se caía con la pérdida de presión o al invertirla”) y se les denominó botella Codd o gaseosa de pito, envase difícil de encontrar pues se rompían para recuperar su canica como juego para los niños. Chagui no las conoció pero oyó hablar de ellas, tampoco conserva alguna. Después se usó el corcho atado con alambre que al abrir el cristal pegaba la misma sacudida que el champán. Más tarde el tapón corona o de chapa y por último, cuando se popularizó el consumo en el ámbito familiar, aparecen los envases de litro con cabezal de porcelana y alambre (tapón mecánico). Estos tapones iban cubiertos con precinto de garantía “de papel que había que pegar por detrás siendo trabajoso introducirlo por los laterales” lo que demoraba el proceso (indicaba nombre del fabricante, ingredientes, lote y fecha de caducidad). Después sería un capuchón de plástico termorretráctil (se calentaba con soplete). La marca grabada con el sistema de serigrafía en el envase y en el cabezal de porcelana se impone a mediados de los 50. Otra forma habitual de publicitarse era repartir premios con estos precintos de papel. En una ocasión, tras obsequiar con unas cuantas cajas a los buenos clientes como Paco y Candi, del bar La Paloma, su hermano Juan, el Buche, municipal, exigió a los Cambroneros el premio de los papeles de las cajas regaladas. Y llega el momento de enfrentar nuevos desafíos en un intento por adaptarse a la demanda decidiéndose por ampliar la oferta de productos de elaboración propia. Nace y brilla como una estrella su atractivo “Cubalibre Rápido” de ginebra o de ron, con extracto de cola embotellado en vidrio grueso parecido al del refresco y sus zumos azahar de naranja y de limón en botella de 33 cl.

Leído y aprobado en sesión del 14 de noviembre de 1919 el informe de la Cámara de Comercio e Industria de Salamanca al Congreso nacional de Ingeniería estima en cinco las fábricas de bebidas gaseosas de relativa importancia instaladas en la pro-

Como en Ciudad Rodrigo, en otros pueblos salamantinos prolifera, durante la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX, la industria de las aguas gaseosas: “El Faisán” de Pedraza de Alba, “San Miguel” de Peñaranda de Bracamonte, “Molina” de Béjar, y “La Argelina” de Ciudad Rodrigo.

Dos anuncios de Nombela gentileza de Nino Rodríguez: El Pueblo: semanario de intereses generales: Año I Número 2 - 1906 enero 25. p. 4 La Iberia: semanario independiente: Año V Número 204 - 1907 marzo 16. p.3

Impecable el anuncio con amonestaciones de la fábrica de gaseosas de Baldomero Martín. A.C. Semanario. Año II, número 68, p. 4. Ciudad Rodrigo, 17 de junio de 1915. Preciosa botella de gaseosa La Charra Mirobrigense. “Fabricante Nº 4244. Marca registrada. Gaseosa del hogar elaborada con productos de primera calidad. Agua filtrada y descalcificada. Bébala fría sola o con vino. Edulcorante autorizado por la D.G.S. L. Manzano. Telf. 26. Ciudad Rodrigo”. Etiqueta gentileza de José María Ortiz, publicación en Facebook grupo Fan de Ciudad Rodrigo, 23-09-2016: “Marca de finales del Siglo XIX y principios del Siglo XX de la fábrica de gaseosas de mi bisabuela, Isabel Hoyos, Viuda de Pablo Ortiz, y luego de mi abuelo José María Ortiz y de su hermana Felipa Ortiz, Sra. de la La Nava, en la Rúa del Sol, de Ciudad Rodrigo, en Salamanca, Castilla y León, España. Zeppelin “La bebida refrescante libre de alcohol, saludable, sabrosa! “, vanguardista para su tiempo. Orgulloso de ser “fresquero””. En la calle San Juan el carro de Pablo Ortiz para distribuir las bebidas. Veneno era su ayudante repartidor.

Avante. Semanario independiente. Año V, número 209, p. 1.677. Ciudad Rodrigo, 11 de abril de 1914. Carteles publicitarios de Luciano Manzano, el primero publicado en Tierra Charra, año II, de 1928.

vincia y finaliza su conclusión con el comentario de que “la modesta industria salmantina sufre, como toda la economía nacional, los graves males, múltiples veces señalados por nuestros técnicos”, enumerándolos a continuación sin que difieran mucho de los actuales. Al igual que en Ciudad Rodrigo, en otros pueblos salamantinos de cierta entidad y en la propia capital, prolifera, durante la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX, la industria de las aguas gaseosas: “El Faisán” de Pedraza de Alba, “San Miguel” de Peñaranda de Bracamonte, “Molina” de Béjar, y “La Argelina” de Ciudad Rodrigo. Según explicación del museo del Comercio de Salamanca, “Gaseosas Salomé, de finales del XIX, se fundó en 1880, estaba situada en las casas de la Muralla, Rector Esperabé 79, y se denominaba La Esperanza. La saga comercial comenzó con Salomé Sánchez, que según anuncio de El Adelanto de 1910, fabricaba cerveza en las afueras de San Pablo. Hijos de Salomé mantuvo abierto un establecimiento sito en la avenida de la Paz de Salamanca hasta el último cuarto del siglo XX”.

Otras fábricas de gaseosas se anuncian en los periódicos de más tirada de Ciudad Rodrigo de principios del siglo XX, como Gregorio Nombela, que dispone de almacén de vinos como una forma de diversificar el negocio de fabricación de gaseosas, en la calle San Juan número 30, o Baldomero Martín presumiendo de ser el único

Camioneta Ebro cargada con cajas de madera y las botellas de gaseosa de La Casera, a 22,50 pesetas la caja de 10 botellas de gaseosa de 1 litro. Pepe Cambronero subido en la cabina, Chagui al volante y Manolo Patino agarrado en el lateral. Y Chagui en el Arrabal del Puente, más tarde ampliaría el reparto a naranja, limón y cola de La Casera. Años después llegaron las cajas de alambre y las de plástico. Ebro y Avia, las marcas de camionetas para el transporte de esta mercancía más típicas de los años 60. “Lo que hay que hacer para publicitarse”, sonríe Santiago, un chaval muy aficionado de esta suerte y valiente ante el toro en la churrería del Registro.

Boxeador en el pasado, golpeas el presente inmerso en complacencia, coleccionando tus disfraces y chanzas en montajes fotográficos, almacenando en la memoria las coplas más antiguas que no puedes por menos de entonar a cada frase. Fotografía de Nino Rodríguez.

concesionario con fórmula y licencia para elaborar Fruchampañ y sus curiosas advertencias referentes al etiquetado del producto como de posibles fraudes por falsificaciones. Años más tarde, le harían la competencia Luciano Manzano y Juan Manzano (antiguo Parador del Arco, elaboración del sin igual Fruchampáñ propio de la casa. Colada, 10).

En los años 60 compiten, en este momento, en Ciudad Rodrigo otras tres fábricas más: la de Luciano Manzano que era gaseosa La Charra Mirobrigense, zumos El Iris y Fruchampañ, servicio de correos de la estación a la ciudad y a Gata y alquiler de automóviles, en calle El Toro trasera con plaza de Béjar. En 1964 solicita Luciano Manzano Honorato licencia de obra para actividad de fábrica de gaseosas trasladándose a la plaza Poeta Cristóbal de Castillejo, 8. Fernando Díez Casanueva apodado el “Ledesmino”, pide su licencia de obra para fábrica de gaseosas en calle Colegios número 1, en el año 1964, siendo su marca de gaseosa La Tertulia y zumos El Colín. José María Ortiz Hoyos, el Fresquero, comercializa con zumos Diana y la marca Zeppelin en la Rúa del Sol número 12 (frente a la Tercera Orden).

Y del esplendor pasamos a la temida decadencia, un anunciado declive comprendido entre 1975 y 2010. En el último cuarto del siglo XX se inicia en España un proceso de concentración de la industria de las bebidas refrescantes, lo que hace que vayan desvaneciéndose las más reducidas y la que se resiste ha de desentenderse del proceso de fabricación de sus propios productos. La presión de las grandes marcas en extensas áreas de consumo con precios imposibles de rivalizar; las descomunales inversiones que apenas se amortizan como la implantación del envase no retornable o la adaptación de estrictas reglamentaciones con exigencias idénticas para grandes y pequeños fabricantes; y el progresivo aumento del consumo de los refrescos y del agua mineral, cuando antes reinaba el consumo diario de sifón en la mesa de todos los hogares. Todo ello favoreció a que los primeros afectados de las pequeñas fábricas fueran los refrescos que Santiago deja de fabricar, conservando únicamente la gaseosa de medio litro y los sifones, cuya elaboración se mantuvo más tiempo porque aventajaban con su cristal al PET al mantener más presión. Añadimos otro desembolso a finales de los 70 derivado de la “ley de la funda”, cuya pretensión era garantizar la seguridad de trabajadores y consumidores, obligando a Chagui a sustituir el grueso cristal de sus sifones que no era capaz de encajar en las nuevas fundas. Poco a poco va desapareciendo el reparto a particulares por el coste del transporte, y como única alternativa le queda ceder ante los colosos de esta revolución

comercializando los productos de La Casera y, posteriormente, los de la marca La Revoltosa que distribuía con el camión Avia o mandaba a los clientes de la comarca, a través de la Renfe, sus gaseosas de medio litro con tapón corona en cajas de madera de tapa corredera. “Pruébela, cómprela y después exíjala”.

Además la familia Cambronero se convierte en representante de otras marcas importantes como refrescos Schweppes, cervezas El León (de Juan y Teodoro Kutz de San Sebastián) y de la marca Keler. Sin horarios fijos los pedidos podían sorprenderles a cualquier hora. La nostalgia del antes, cuando no se entendía una fiesta o celebración sin la presencia de una buena gaseosa, “una boda era todo gaseosa, una boda era un camión, y se mezclaba cerveza con gaseosa, vino y gaseosa, y ahora como no la pidas te ponen agua”. “¡Quién iba a decirle a mi abuelo que se iba a vender el agua! Todas las fábricas se cerraron”. Nuestro protagonista abandona el proyecto de sus abuelos a principios de los 90, pudiendo con él la botella de agua, la naranja, el limón y la cola de litro, y la ruina de no cobrar la fianza de los envases que, hasta 1976, se prestaban y aunque se intentaba llevar un control de los mismos, se perdían muchos por el camino por lo que la Orden Ministerial de 31 de diciembre de 1976, ante las quejas de los fabricantes, impuso la condición de la obligatoriedad del cobro de la garantía de los envases. El último fabricante de Miróbriga fue su hermano Ángel.

Agustín González Chico, director de la Banda Municipal, le colocó aquel día el bombardino entre los brazos, básicamente, porque era muy bonito y llevaba mucha música, transigiendo el muchacho con la resignación que marca el respeto, porque él quería la trompeta, como todos. A los pocos días, después de un ensayo en los soportales del Registro, le anunciaron que tendrían noche de ronda en el Puente y presagiando el engorro y responsabilidad que debía emplear en el cuidado del metal, pidió que lo esperaran en lo que iba a guardarlo a casa. Su amigo Jacinto, hijo del “doctor” Pirolo, puso la mejor intención y ni con esas ahuyentó al mal agüero, proponiéndole que no se preocupara, que se lo confiara a él y que a la subida lo recobraría. “Pues llévatelo”, le dijo Chagui. Al regreso de la tropa a eso de las dos o tres de la madrugada, Cambronero le comentó a su amigo “oye, el bombardino que mañana me hace falta”. Fue a por él y al momento apareció Jacinto por la bóveda llorando a moco tendido con dos cachos de tubo tronchados y retorcidos. “¡Qué ha pasao!”, gritó el aspirante a bombardinista. “Mi padre que ha venido achispao y se ha imaginao que yo había cambiado el laúd por esto y ha cogido la marra y mira cómo lo ha quedao”. Aquella madrugada Santiago Cambronero Bajo, más conocido como Chagui, ya no sabía si llorar o reír y de la conmoción se le trenzaron las ideas en la cabeza dictaminando que jamás volvería a la banda. Un día, allí, justamente en la bóveda se encontró con el director: “¿Qué?, ven acá”. “Yo no vuelvo”, contestó cabezota el chaval, “yo no vuelvo”. “Que ya sé cómo ha pasado todo y te quiero ver allí otra vez”, replicó Agustín. “Yo no vuelvo, hasta que no tenga un instrumento mío, no vuelvo a cogerlo”. Y así hizo, no volvió más.

“El doctor Pirolo me frustró la carrera de músico”, sigue afirmando Santiago a día de hoy, y será por eso que aunque reconoce su arritmia musical y que interpreta con mucho sacrificio, se recorrió todas las charangas con el trombón y, desde hace más de 60 años, sigue en la Rondalla pulsando las cuerdas de su bandurria, almacenando en la memoria las coplas más antiguas que no puede por menos de entonar a cada frase. Afortunado tú por jugar a la pelota de mano en la pared del convento de San Francisco e inmortalizar de entre sus ruinas, los quejidos de los galgos del señor Luis mientras saboreas un café en la Ermita, con el señor Pedro. Te aferras al entrechocar del martillo contra el yunque de Barreno y “el no menos ruidoso ajetreo del herrero de Valdecarros”. Dichoso por oliscar el tufo a sardinas del bar de Sera, del bacalao guillotinado y del aceite a granel de Salvador Moleras, como del almizcle de las mejores morcillas del mundo, las de carnero de doña Flora, señora de Mangas. Te dejaste deslumbrar por los colorines de la soldadura de los hermanos Martín y el intrincado de las albardas de Loreto. Conociste carreteros, mecánicos y carpinteros; taberneros, pescaderos, joyeros, guitarristas, costureras y modistas; gitanos y judíos; barberos y peluqueros; sastres, panaderos, zapateros; bancarios, operadores de cine, barrenderos, cisqueros y carboneros… Boxeador en el pasado, golpeas el presente inmerso en complacencia, coleccionando tus disfraces y chanzas en montajes fotográficos.

La brisa es fresca y le despeja, a lo lejos reconoce al hombre que está sentado en la margen derecha hojeando un libro, se le acerca por la espalda, siente un pálpito que le empuja a buscar la cajita que, en efecto, el conocido está custodiando a su lado.

Unas semanas después Chagui está contrariado, el estallido de un sifón le ha hincado un cacho de cristal en mal sitio, apareja a Lucero para un paseo por la alameda. La brisa es fresca y le despeja, a lo lejos reconoce al hombre que está sentado en la margen derecha hojeando un libro, se le acerca por la espalda, siente un pálpito que le empuja a buscar la cajita que, en efecto, el conocido está custodiando a su lado. El individuo se gira entre receloso y embelesado a la vez que pregunta al chaval:

-¿Qué día es hoy, hijo? -Como siempre es domingo, padre. -Chagui…, después te veo… -Un saludo y hasta otra…, le contesta sonriendo mientras se aleja a caballo con la emoción incontenida en sus ojos.

FUENTES CONSULTADAS

- Archivo Municipal de Ciudad Rodrigo. Inventario de documentos. https://www.ciudadrodrigo.es/ayuntamiento/wp-content/uploads/2018/11/INVENTARIO-GENERAL-SIS-

TEMATICO-WEB.pdf - Museo del Comercio y de la Industria de Salamanca. 20-07-2015. https://es-la.facebook.com/museodelcomerciosalamanca/posts/932364930166779/ - ISÁBAL MALLÉN Silvia: “Historia de las fábricas de bebidas carbónicas en la Litera”. https://www.cellit.es › uploads › littera03-077-isabal - ISÁBAL MALLÉN Silvia: Publicaciones blogs. http://sifonesantiguos.blogspot.com - MARTÍNEZ COELLO Miguel Ángel. “La historia antigua del sifón y los demás refrescos”. http://botellasserigrafiadas.blogspot.com › 2014/04 › la... - CALVO ANGULO Luis Javier. Keler. Estudio de una marca. - Boletín de la Cámara Oficial de Comercio e Industria de Salamanca, tercera época, diciembre de 1919, número 67. - Hemeroteca A.C. Semanario dedicado a la defensa de los intereses de esta ciudad y su partido.

Ciudad Rodrigo. Año II, número 68, p. 4. Ciudad Rodrigo, 17 de junio de 1915. - Hemeroteca Tierra Charra, semanario independiente de Ciudad Rodrigo. Año II, de 1928. - Hemeroteca El Pueblo, semanario de intereses generales de Ciudad Rodrigo. Año I Número 2 - 1906 enero 25. Pg. 4. - Hemeroteca La Iberia, semanario independiente de Ciudad Rodrigo. Año V Número 204 - 1907 marzo 16. Pg.3. - Hemeroteca Avante, semanario independiente de Ciudad Rodrigo. Año V, número 209, página 1.677. Ciudad

Rodrigo, 11 de abril de 1914. - Pregón Martes Mayor 2014 de la Rondalla Tres Columnas. - Jorge San Román: La última fábrica de gaseosas de Salamanca: Carbónica Molina. Salamanca al día.es - Historia de los refrescos. Asociación de Bebidas Refrescantes. https://www.refrescantes.es › historia https://www.laargelina.com - Grupo Fan de Ciudad Rodrigo. Facebook. José María Ortiz. 23-09-2016. - Cántaro de palabras. Blog sobre Ciudad Rodrigo. Motes mirobrigenses por Alfonso Ortiz Tovar.

El acueducto ‘oculto’ de Ciudad Rodrigo, camino de tener la protección que merece. Casamar. https:// www.lagacetadesalamanca.es › Provincia. - Fuentes y caños de Ciudad Rodrigo: con el calor se les echa más de menos. https://www.lagacetadesalamanca.es › Hemeroteca. - todocoleccion.net - pinterest.es - Google Maps - https://ec.europa.eu/translation/bulletins/puntoycoma/47/pyc472.htm - https://www.frusso.com/saturadoras.html - https://artsandculture.google.com - https://www.kutxateka.eus/Detail/objects/189043/s/0

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