GASEOSAS LA ARGELINA. BALADA DE SANTIAGO CAMBRONERO Mª del Carmen Rodríguez Orive “Se advierte al lector: Los personajes y hechos retratados en este relato tal vez sean ficticios. Cualquier parecido con personas verdaderas, vivas o muertas, o con hechos reales es en parte pura coincidencia”.
C
hagui pasa por la puerta del estanco del señor Remigio y le viene a la cabeza la anécdota muy comentada en la mañana de ayer, parece ser que el gitano Fatura entró con los modales justos pidiendo su habitual paquete de tabaco Diana y el estanquero molesto por las continuas faltas de respeto le amonestó: “Mira, hijo, vuelve a salir y me dices buenas tardes señor Remigio, ¿haría usted el favor de darme un paquete de Diana? Y yo te lo doy”. Salió Fatura con gesto sumiso y volvió a entrar para reproducir el formalismo. El tendero se las creyó muy felices replicándole como un padre: “Así, hijo, así”. Pero Fatura que no había terminado su perorata la remató con un “¿sabe qué le digo? Pues que ahora se Foto entrañable del interior de la fábrica de bebidas refrescantes lo meta usted por el c…”. Recordando ese infortunio La Argelina. De izquierda a derecha: Santiago Cambronero, Luis alcanza el bar de Nino, el Cencerrero, sucursal de la Cambronero, Moneco y Sera Bernal. Chagui acciona la taponadora estación de autobuses, donde un popular cobrador de tapón de platillo o tapón corona, Sera, a la envasadora de de billetes recoge los papeles con los encargos para refrescos y gaseosas de 6 grifos con los protectores descendidos su viaje diario a la capital, echa una mirada al fondo y Luis introduciendo los refrescos en cajas de madera. A la derecha, y capta el momento en que, en su particular chanza otra envasadora de dos grifos y, al fondo, toda la maquinaria para la para seleccionarlos, inspira profundamente pegando obtención del anhídrido carbónico (se aprecia rueda de la saturadora). un estruendoso soplido al mostrador que hace volar las peticiones no aplastadas con propina. Cuentan que en una ocasión le confiaron un hermoso jarrón y al no haber unto, se excusó detallando un estropicio a lo que el demandante muy aliviado comentó: “Pues menos mal que no te di el dinero”. “Pues menos mal que no te lo compré”, contestó el audaz recaudador. Esta mañana al niño le perturba una idea, continua su camino ensimismado hasta que lo despabila un topetazo contra el cajón de Justo, el limpiabotas y acomodador del cine Madrid “¡mira por dónde vas, chaval!”. Dos risotadas afloran por su derecha, son Pablo, el Chocho, con el carrito de mano y Nardo condenado por el peso que soporta su cuello bordeado por una cuerda que va a rematar en los mangos del carretón, ambos van cargados de maletas y vienen de la estación o de los coches de línea, son los mozos de cuerda. No sabe si se ríen de él o es de Jumillano que llega en bicicleta de la huerta del Pincho haciendo la bocina con las manos “¡AUUUU-AUUUU!”. Les hace caso omiso ofuscado, nuevamente, en el pensamiento cuando escucha al servicial asistente Virgilio decirle al hojalatero: se ha roto un cristal, señor Horacio. “No te apures hijo, pa faroles”. El trayecto se le hace eterno: la barbería del señor José María, Espumilla, con su ayudante Agapito, Patato, la tienda de comestibles de Sebastián Torres y su señora Arce Santos y a la vuelta la plaza de Los Herradores, con la serrería de los Remolachos, de los que se comentaba que habían desarmado la máquina para arreglarla y al final le sobraban piezas casi para otra, de ahí “a ver si te sobran piezas como al Remolacho”. Por fin alcanza la calle Canal con las puentecillas que recogen las aguas del regato, lo que provoca un gran desnivel solventado por la rampa que lleva a casa de los
273