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La mirada cofrade de un corazón “Blanquillo” • D Manuel Lassaletta y Muñoz Seca Un párroco muy querido por los estepeños,
La mirada cofrade de un corazón “Blanquillo”
Muchos han sido los escultores, de todos los tiempos, que han plasmado a golpe de gubia ese desgarrador momento de la pasión en el que una madre, rota de dolor y sumida en la angustia, sostiene en su regazo el cuerpo inerte de un hijo que, en su grandeza, ha entregado su vida para la salvación de quienes se la arrebataron. Sin duda una estampa de tal dolor, la de la Virgen de las Angustias, que cautivó el alma y el corazón de esos obreros que a pie de un andamio fundaron esta Hermandad y que hoy sigue haciendo latir de una manera especial el corazón de quien, por Ella, se siente “Blanquillo”.
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Y así es como me siento, “Blanquillo”, y por eso el título de estas palabras, que no pretenden descubrir ni decir nada nuevo de la Hermandad de las Angustias, simplemente aspiran a mostrar esa vivencia personal de alguien que desde niño vinculó su fe a la Virgen de las Angustias y que, como cofrade, hizo del Lunes Santo el momento ansiado de nuestra Semana Santa.
Pero, ¿por qué de las Angustias?, ¿por qué del Lunes Santo?, ¿por qué de corazón “Blanquillo”?, si además el destino hizo que no fuese ni del barrio. Y en un intento por dar respuesta a estos interrogantes echo la mirada atrás, tiro del recuerdo y pienso que tal vez fue porque mi padre ya pertenecía a la Hermandad cuando yo nací, y casi desde su fundación; tal vez porque viví mi infancia en la calle Moya donde al llegar la cuaresma se escuchaban redobles de roncos tambores que, de la mano de Manuel Rueda “el Bugui”, sonaban a preámbulo de noche de Lunes Santo; tal vez porque fui vecino de Manolo González, quien fuera veinte años Hermano Mayor, viendo en él y en su familia la más entregada devoción a la Virgen de las Angustias y el más incondicional compromiso con su Hermandad; tal vez porque la mañana del Lunes Santo vivía con impaciencia la llegada a mi casa de los penitentes pidiendo con la talega, alimentándome cada año el deseo de llegar a ser algún día uno de ellos; tal vez porque siempre me conmovió el desgarrador dolor encerrado en el dulce rostro de la Virgen por el Hijo muerto que yace en su regazo; tal vez por el incondicional y ejemplar compromiso de la Hermandad con la caridad, o por el recogimiento y sobriedad de su estación de penitencia; tal vez porque encontré una mano tendida de una junta de gobierno que quiso que fuera uno más de ellos con tan solo dieciséis años, y aún recuerdo como Rafael “Talitán” se ofrecía a prestarme años cuando alguno decía, con razón, que era demasiado joven.
Todas estas respuestas y tantas otras que quedan en el tintero pudieran hacer pensar que fui yo quien encontré a la Virgen de las Angustias y la tomé como pilar de mi fe y mi vivir cofrade. Sin embargo, más bien creo que fue Ella la que, de alguna manera, me encontró, me llamó e hizo que germinara en mí esa devoción por Ella como camino hacia Jesús y ese
sentirme cofrade “Blanquillo”. Y de una u otra manera este encuentro dio como resultado toda una niñez ligada a la Hermandad, treinta y dos años en la Junta de Gobierno, diez de ellos como Hermano Mayor y la ilusión, hoy por hoy, de seguir comprometido con la Hermandad.
La cuaresma se abre ante nosotros como antesala de la Semana Santa y se hará veraz la popular expresión de que una imagen vale más que mil palabras. Y ahí estará Ella, la Virgen de las Angustias y os digo que al verla presidir los cultos y clavar nuestra mirada a la suya, al igual que a Ella le ocurriera, una espada nos atravesará el alma, y es que su imagen lo dice todo: doliente noche de lunes santo, sacrificio y entrega de un Hijo hasta la muerte, Angustia de una Madre ahogada en lágrimas de dolor y “Blanquillos” de corazón que quieren consolar su llanto sabiendo que en esa muerte se haya precisamente la vida, como fruto del germen de la resurrección.
Como toda paciente espera tiene su ansiada recompensa, un año más, tras el júbilo del Domingo de Ramos, amanecerá una nueva mañana y con ella el soñar despiertos en la noche del Lunes Santo. Pero hasta entonces será un día cargado de emociones e imágenes que se repiten año tras año. Volverá a quedarse en nuestra retina esa bonita imagen de las parejas de “pediores” saliendo a las 9 de la mañana por las puertas de la Ermita, sentiremos la emoción contenida de la cercanía de la Virgen al subirla a su paso, haremos del amarillo jaramago el humilde protagonista del adorno floral del pie de la cruz, veremos en la ermita el interminable trasiego de ir y venir de hombres, mujeres y niños que se acercan para verla y rezarle, y al caer de la tarde anónimos hermanos, vestidos de penitentes y en respetuoso silencio, emprenderán el camino desde cualquier rincón de Estepa para encontrarse con Ella y acompañarla en su duelo.
Y por fin llegará el momento y el reloj marcará las 10 y todo volverá a revivirse: una Ermita que arde de fervor, una luna llena que da luz al negro manto de una noche de duelo, la llamada a la puerta del Director Espiritual para que dé comienzo la estación de penitencia, roncos tambores que quiebran el reposado silencio de la madrugada, hileras interminables de penitentes que alzan sus rezos en cuentas de rosario, dulces plegarias hechas canto de las Hermanas de la Cruz, y todo un pueblo con fe que en Ella depositan su esperanza, buscando su intercesión.
En esa tan especial noche del Lunes Santo, al mirar a la Virgen, siempre se me vienen al recuerdo unas palabras que Ella misma expresó: “Vosotros, todos los que pasáis por el camino, mirad y ved si hay dolor semejante al dolor que me atormenta”. Son palabras que recogen fielmente lo que en Ella podemos ver: el desgarrador sentimiento de una Madre que vive en primera persona la Angustia de recibir en sus brazos el cuerpo sin vida del fruto de sus entrañas...“mirad y ved si hay dolor semejante al dolor que me atormenta”. Con estas palabras de la Virgen resonando en nuestro interior y en puertas de la Semana Mayor en la que nuestras calles serán testigos mudos de una espiritualidad religiosa que representará la pasión, muerte y resurrección de nuestro Dios, volquemos nuestros sentidos en escuchar el mensaje mudo del rostro desconsolado de la Virgen de las Angustias diciéndonos que su dolor no sea en balde y que el mensaje de su Hijo no caiga en saco roto. Y así abramos nuestro corazón blanquillo a ese mensaje, y dejemos que lo invada el compromiso con quienes pasan dificultad en estos difíciles tiempos, ofrezcamos nuestra compañía a quienes tienen a la soledad por compañera, seamos el bálsamo para quien sufre, el bastón para quien teme caer y bufón para quien necesita una sonrisa, impulsemos la grandeza del amor en la familia y disfrutemos los padres de los hijos, los hijos de los padres y los hermanos de los hermanos, hagamos de la amistad una bandera que ondee aún sin presencia de viento, seamos el cálido regazo de quienes en el crepúsculo de su vida se sienten indefensos, reconozcamos nuestras debilidades y embarquémonos en la aventura de vencerlas de la mano de quienes nos quieren y hagamos del amor la sabia que alimente y dé sentido a nuestras vidas.
Que la Virgen de las Angustias, San José Obrero y San Pío X intercedan por nosotros y nos den fuerzas y constancia para no desfallecer en este empeño.