Pasión y Glorias Estepa 2018
La mirada cofrade de un corazón “Blanquillo” Muchos han sido los escultores, de todos los tiempos, que han plasmado a golpe de gubia ese desgarrador momento de la pasión en el que una madre, rota de dolor y sumida en la angustia, sostiene en su regazo el cuerpo inerte de un hijo que, en su grandeza, ha entregado su vida para la salvación de quienes se la arrebataron. Sin duda una estampa de tal dolor, la de la Virgen de las Angustias, que cautivó el alma y el corazón de esos obreros que a pie de un andamio fundaron esta Her-
mandad y que hoy sigue haciendo latir de una manera especial el corazón de quien, por Ella, se siente “Blanquillo”. Y así es como me siento, “Blanquillo”, y por eso el título de estas palabras, que no pretenden descubrir ni decir nada nuevo de la Hermandad de las Angustias, simplemente aspiran a mostrar esa vivencia personal de alguien que desde niño vinculó su fe a la Virgen de las Angustias y que, como cofrade, hizo del Lunes Santo
el momento ansiado de nuestra Semana Santa. Pero, ¿por qué de las Angustias?, ¿por qué del Lunes Santo?, ¿por qué de corazón “Blanquillo”?, si además el destino hizo que no fuese ni del barrio. Y en un intento por dar respuesta a estos interrogantes echo la mirada atrás, tiro del recuerdo y pienso que tal vez fue porque mi padre ya pertenecía a la Hermandad cuando yo nací, y casi desde su fundación; tal vez porque viví mi infancia en la calle Moya donde al llegar la cuaresma se escuchaban redobles de roncos tambores que, de la mano de Manuel Rueda “el Bugui”, sonaban a preámbulo de noche de Lunes Santo; tal vez porque fui vecino de Manolo González, quien fuera veinte años Hermano Mayor, viendo en él y en su familia la más entregada devoción a la Virgen de las Angustias y el más incondicional compromiso con su Hermandad; tal vez porque la mañana del Lunes Santo vivía con impaciencia la llegada a mi casa de los penitentes pidiendo con la talega, alimentándome cada año el deseo de llegar a ser algún día uno de ellos; tal vez porque siempre me conmovió el desgarrador dolor encerrado en el dulce rostro de la Virgen por el Hijo muerto que yace en su regazo; tal vez por el incondicional y ejemplar compromiso de la Hermandad con la caridad, o por el recogimiento y sobriedad de su estación de penitencia; tal vez porque encontré una mano tendida de una junta de gobierno que quiso que fuera uno más de ellos con tan solo dieciséis años, y aún recuerdo como Rafael “Talitán” se ofrecía a prestarme años cuando alguno decía, con razón, que era demasiado joven. Todas estas respuestas y tantas otras que quedan en el tintero pudieran hacer pensar que fui yo quien encontré a la Virgen de las Angustias y la tomé como pilar de mi fe y mi vivir cofrade. Sin embargo, más bien creo que fue Ella la que, de alguna manera, me encontró, me llamó e hizo que germinara en mí esa devoción por Ella como camino hacia Jesús y ese
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