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Jueves Santo que reluce más que el sol
No todos los Jueves Santo relucen como el sol, que a todos los hermanos de esta Archicofradía Sacramental ¡ya nos gustaría!; y es que hemos tenido, meteorológicamente hablando, de todo un poco: días de agua, de mucha agua, jueves incluso de tormenta arreciando viento y más agua, y hasta días de granizo, y para más escarnio con la Hermandad en la calle. Pero no es el sentido meteorológico el contenido de ese dicho, es lo que conlleva, lo que se celebra y se vive ese jueves, lo que lo hace reluciente, esplendoroso, embriagador, soberbio y único.
Es el Jueves Santo, el día del Amor Fraterno, el día de la institución de la Eucaristía: el Hijo de Dios quiso que hiciéramos siempre aquello que Él hizo cuando con el pan y con el vino expresó que eran su Cuerpo y su Sangre, y lo expresó con una certeza sólo posible siendo Dios hecho hombre que estaba a punto de morir de una muerte injusta pero aceptada. Es el día del Sacerdocio. Es el día en el que Jesús nos muestra lo que es el servicio a los demás lavando los pies a sus apóstoles: ser los últimos para ser los primeros en el Reino definitivo de Dios, ser servidores de los demás en la medida en la que nuestras posibilidades hace posible que así actuemos y teniendo siempre en cuenta que cuando Jesús lavó los pies a sus discípulos (trabajo sólo, entonces, propio de esclavos o de servidores propiamente dichos) fue el primero en hacer lo que hacen los últimos.
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Por eso este Jueves es Santo, no sólo por estar dentro de nuestra Semana Santa; este Jueves es también Santo, porque en él se llevan a cabo realidades espirituales sin las cuales nuestra fe ni se entendería ni sería la misma, y este Jueves también brilla más que el sol porque lo hace con la luz de Dios y eso no debemos olvidarlo nunca.
Y para esta persona que os escribe, reluce, brilla y resplandece como ningún día del año. Es el día en el que la familia, la de sangre, y la que formamos todos los hermanos y hermanas de esta Hermandad, y no sólo los de nómina como se dice, sino todo aquel que siente por el Santo Cristo y María Santísima de la Esperanza una inusitada devoción nacida de lo más hondo del alma, nos reunimos en torno a este día de una forma u otra, para que todo el mundo sepa que somos del Jueves Santo. Y así, sales a la calle con el orgullo y la satisfacción de que hoy procesiona* por las calles de Estepa una Hermandad señera, de casta, con arraigo en un barrio y en un pueblo que la venera, una Hermandad que quiere lucir sus enseres, su número de nazarenos, su Centuria Romana, su Agrupación Musical, sus maravillosos pasos, sus amadas Imágenes, pero que también lleva hecho un estimado trabajo de ayuda y servicio
a los demás que la hace merecedora de esa Caridad que lleva por nombre.
Desde el inicio del día en sus Santos Oficios, donde nuestro Grupo Joven ya nos deleita con sus mantillas, seguimos manteniendo el vívido recuerdo en nuestra memoria de las visitas a nuestros ancianos y ancianas de la residencia de mayores, cuando en años ya muy atrás, los acompañábamos en este día, compartiendo con ellos su comida, o cuando los asistíamos para que pudieran visitar la Iglesia de Los Remedios y pudieran ver la hermosura y grandeza de nuestros pasos a la espera de su salida.
Después de celebrar los Santos Oficios, gusta dar un paseo por la calle Roya donde ya la Centuria Romana de la Hermandad ultima sus pasos a golpe del redoble unísono del tambor, centuria compuesta por cofrades con corazones jóvenes que alientan e impulsan este acompañamiento añejo a fin de evitar su extinción. También son ya muchos los costaleros, que aún con faja y costal en mano, se reúnen para darse aliento unos a otros en tan dura travesía que pronto llegará, acompañados de sus capataces que serán durante esa tarde noche, sus ojos confiados. Puedes incluso asomarte a nuestra Casa de Hermandad donde muchos hermanos ilustres, que ya no acompañan en el recorrido procesional por eso de la avanzada edad y sus achaques, lucen “trajeados” el orgullo de ser del Jueves Santo, compartiendo una rato de convivencia en las que son numerosas las anécdotas y vivencias que resuenan sin fin. En todos los corazones se guarda y palpa el ansia de que llegue pronto la tarde.
Si además, has tenido la suerte de ponerte una túnica blanca con su capa y ceñirte un cíngulo verde y tapar tu rostro con capillo de terciopelo, y hacer el entrañable paseíllo o salir desde la Iglesia churretera cuando el sol de la tarde ilumina la ensombrecida penumbra de la casa de Dios, la tarde de un Jueves Santo, no necesitas más nada para sentirte cofrade.
Si has recorrido las calles empedradas de este pueblo encalado con tu cirio en la mano acompañando a la hermandad, rezando bajo el anonimato del rostro tapado, en silencio, sin poder contemplar salida, ni mecida, ni chicotá alguna, todo lo más el paso aligerado de la Centuria Romana que va a prender a sus devociones, y escuchando alguna que otra marcha a lo lejos o más cercana, dependiendo de cómo el tramo de nazarenos vaya en ese momento, si has sentido la pesadez de las horas de estar de pie con ese caminar ajustado al cortejo procesional, no necesitas mucho más para sentirte cofrade.
Si has subido esa cuesta de San Marcos tan estrecha y ajustada que aún te preguntas cómo el paso del Santo Cristo y los varales de Nuestra Bendita Esperanza traspasan tan milimétricamente esa angosta y empinada calle; si has llegado a la Coracha a los pies de la Abuela Santa Ana entre la multitud arrebolada y expectante, si has hincado tus rodillas ante la barroca puerta del Carmen para glorificar la Presencia Real en el Monumento, si has pasado por Carrera Oficial y escuchas a lo lejos las voces roncas de capataces, antónimas de la mesura de su labor, o el grito del costalero “…cuando quieras…” que no es grito de fuerza sino de amor, inmenso amor por lo que ese día portan sobre sus hombros, si has tenido esa dicha, no es necesario más nada para sentirte cofrade.
Si has llorado cuando todo ha terminado, cuando los pasos reposan ya saciados de haber bendecido y escuchado a todo aquel que a ellos se ha acercado, si rememoras con tus hermanos cada momento vivido después de esos abrazos necesarios e impregnados de orgullo por el buen devenir de tu cofradía, no necesitas absolutamente nada más para ser cofrade. Pero si no has tenido esa suerte de ser nazareno de Paz y Caridad, puedes haber sido afortunado por ser su capataz, su costalero, su demandante, su pertiguero, su acólito, su romano, su músico, su contraguía, su monaguillo, o incluso la madre que de la mano lleva a su nazarenito, o la que en silencio acompaña con pasos de “manda”, … todos tienen la dicha de ser parte en ese Jueves Santo, parte de esa familia, de ese algo que se vive tan intensamente que es difícil de describir con palabras, porque son más los sentimientos los que hablan en ese día, porque son muchos los momentos que apasionan y embelesan hasta casi resplandecer cual sol radiante.
Mas si tú solo eres el espectador, en tan grandioso Jueves Santo, también eres parte de él, también eres protagonista y también te sentirás deslumbrado y enamorado para siempre de esa imagen de un Cristo amarrado a una columna cuya mirada dulce, humilde y de perdón te lo dice todo y, cómo no, de la madre Coronada en Estepa y por Estepa, con ese nombre que es Esperanza, esperanza de nuestras penas y pesares, esperanza de nuestro ruegos y plegarias; Ella, el ancla firme que nos da la confianza.
Por eso el Jueves Santo reluce como el sol aunque llueva o truene, porque brilla en el corazón de todos los que lo viven, porque ilumina el sueño de todos los que lo esperan cada año, cada nueva Semana Santa.