Hacendera I 2020
LA MATANZA ENCARNA MONJE ALIJA
N
o, tranquilidad, aunque pareciera por el título, no es mi intención hablar de la “Matanza de Atocha” o de “Paracuellos” o de otras muchas tragedias que podría dar pie este escalofriante título. Y es que, en tiempos de pandemia, bastante horribilis, lo que menos me apetece es machacar en la catástrofe sino más bien tratar de evadirme un poco y poner una nota un tanto jocosa en el asunto.
En mi pueblo, Valcabado, como en otros tantos, por paradójico que parezca, hablar de matanza es sinónimo de fiesta y por lo tanto de alegría. Me refiero, cómo no, a la matanza del cerdo. He de reconocer que con el transcurrir de los años ha perdido un poco ese sentido de fiesta para convertirse en la mayoría de los casos en un quehacer que conviene quitarse del medio cuanto antes para aprovisionarse de víveres como carne, embutido y demás para el resto del año.
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Es cierto que para este fin es necesario un número considerable de mano de obra, lo cual ya en sí da pie a pasarlo bien, pero nada que ver con la matanza de cuando yo era niña. Siempre en invierno, claro está, para curar la carne, justo cuando además los trabajos del campo aminoraban y permitían tomarse todo el tiempo que fuera necesario en estas labores que duraban no menos de tres días. Tres días en tu casa, tres más en casa de tus tíos, otros tres donde tu pri-