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Semana Santa, convocatoria a la misericordia
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Todo lo vence el hombre, menos el hambre (Séneca)
Las obras de misericordia componen un recetario sistemático para aliviar las necesidades ajenas, tanto materiales como espirituales. Reparamos en la primera de las corporales que aconseja remediar la carencia de alimentos. Aunque las tratemos bajo el punto de vista material, hemos de encuadrarla en el contexto de la Semana Santa, puesto que, aparte de otras relaciones que hacemos, aún resuenan los ecos de un año jubilar de misericordia. La obra de la redención ha sido la mayor obra de misericordia o reconciliación, según la doctrina se la Iglesia. Qué mayor misericordia que darnos a su Único, escribió san Agustín en el año 414. Todo lo demás que podamos añadir se ha de entender en clave de analogía o afinidad.
No son pocas las devociones que apelan a este vocablo como brazalete en el contexto penitencial; citamos la advocación señera del Cristo de la Misericordia que encuadra a multitud de cofradías en el ámbito nacional; invocamos al de la Misericordia de Chipiona, no por buscar originalidad en la distancia sino por algunas connotaciones leonesas que se manifiestan en su procesión al próximo santuario de Nuestra Señora de Regla, que venera una talla también de virgen “morena”. Su culto y emplazamiento se relaciona respectivamente con un canónigo leonés y la familia de Alonso Pérez de Guzmán.
Contabilizamos hasta veinte cofradías con la advocación de la misericordia que existieron en esta diócesis y provincia con fines religiosos y sociales. De varias fue titular el Cristo de la misericordia: en Cármenes, Tolibia de Abajo, San Pedro de las Dueñas, un santuario de la misericordia en Barniedo, etc. Muchas de estas devociones han desaparecido y solamente se encuentran citas en los papeles de archivos. En la ciudad existió una secular cofradía de la misericordia desde el siglo XVI, que el historiador Albano localizó en la iglesia de San Martín. Esta antigua parroquia albergaba otras que también practicaban la caridad como la del hospital de San Martín. Se constata la importancia que tuvo esta hermandad por documentos del archivo catedralicio y otros de carácter civil. Desde principios del siglo XVII (1603) figura como acreedora de censos que hipotecan a vecinos, así como propietaria de heredades en la ciudad y su entorno. A mediados del siglo XVII disponía de bienes en ocho poblaciones próximas a la ciudad. En 1776, al hacer relación de sus bienes para un subsidio en favor de la corona, disponía de 244 reales en dinero, varios inmuebles y foros. Años después aún figura en la relación que se dispone por el conde de Aranda y el que fuera posteriormente obispo de León, Cayetano Quadrillero, con el fin de reducir miles de cofradías en todo el ámbito nacional, basándose en que no eran operativas, en el desvío de sus funciones o en la carencia de medios para subsistir. Estos antecedentes y la radical supresión de cofradías y demás instituciones de beneficencia a finales del siglo XVIII (1798), creemos que fue la causa de su desaparición, como tantas otras. Este fue el caso de otra contemporánea, una congregación o confraternidad de la Santa Cruz y Pasión y muerte de Nuestro Señor Jesucristo, fundada en la catedral, la cual obtuvo en el año 1615 el privilegio de que quien visitara este templo en la dominica de Pasión y de Ramos, conseguía una indulgencia de siete años. Ciertamente eran tiempos en que la catedral mantenía funciones parroquiales ejemplares para las parroquias de la ciudad y la diócesis, por supuesto, muy distantes de representaciones recreativas e inapropiadas que actualmente promueve.
No nos atrevemos a identificar la actual calle de la Misericordia como un vestigio de dicha cofradía, que a su vez engarza con su afín de la Santa Cruz y la ermita del
Santo Cristo que se asentó sobre el emplazamiento de la sinagoga judía; la memoria topográfica normalmente es fiable garantía histórica no obstante. Nada explícito permanece que nos lo confirme, una decena de establecimientos calificados impropiamente de hostelería, jalonan ambas aceras de dicha calle.
La gran avalancha de actos, celebraciones, citas a la misericordia divina que se divulgaron con motivo de las celebraciones jubilares, nos llevan a reflexionar si no se apeló escasamente a estimular a la vez las llamadas obras de misericordia corporales, que creemos no es necesario desvincularlas de aquellas que imploran el perdón, sino considerarlas como un complemento. Suplicar la divina misericordia, o a Jesús misericordioso, ha puesto en evidencia devociones no muy extendidas, incluso la invención de un VíaCrucis en relación con la misericordia divina, aplicando la segunda estación del mismo para relacionarla con la segunda de las corporales.
Seguidamente tratamos aspectos de este tipo de misericordia ejercida en muchos casos al margen de estatutos o supervisión jerárquica. Ciertamente la realidad histórica a que nos referimos contrasta con las anteriores propuestas, aunque ni una ni otra se contradigan, más que ésta repara en los aspectos materiales. Su eficiencia ha sido tan larga que no dudamos en calificarla como el mayor patrimonio benefactor que ha creado y mantenido unos principios fundados en virtudes humanas, que se han visto estimuladas por los consejos evangélicos. Si recurrimos a frases literarias de carácter religioso, desde los tiempos bíblicos, pasando a los santos padres de la Iglesia o escritores medievales, todos la han aconsejado. Pero no han sido pocos los laicos que representaría la frase senequista que hemos elegido de lema, que nos constatan que civilizaciones y sociedades han tenido sentimientos de solidaridad para remediar los males ajenos. Textos de tiempo del imperio romano nos aportan testimonios sobre la distribución de alimentos en casos de penuria. Plinio el Joven impuso una cuantiosa suma de sestercios para alimentar con sus réditos a niños necesitados en Roma. Para que resulte más comprensible esta exposición, referimos distintas áreas en que se ha intentado remediar el hambre.
Los hospitales medievales fueron las fundaciones que cubrían varias de las necesidades primarias, entre ellas la del alimento. Citamos únicamente el fundado en la calle de los francos en el año 1123, en el que se acoge a los pauperes Christi (pobres de Cristo) y peregrinos. Fue el mismo apelativo que recibieron los miembros de la Orden del Temple, fundada pocos años antes de este hospital en la ciudad. Esta apropiación que hace Cristo de los pobres marca la línea divisoria respecto al trato que se les daba en el mundo pagano, concretamente en el imperio romano. Contamos con testimonios de benefactores personales y de instituciones como las citadas, pero aún no se había introducido el concepto de caridad, por tanto el de la misericordia como aquí la entendemos; se producía el análogo de hacer el bien.
Omitimos enumerar hospitales por cuanto es un tema sobradamente difundido, aunque sean estas instituciones las que abarcan una función más amplia y compleja. Son tantos, que sólo las citas de los que existían en la diócesis y provincia, ocupan varias páginas. Muchos nacidos a la sombra de instituciones eclesiásticas, a veces con fines específicos, como facilitar la peregrinación, traslado de pobres enfermos, los específicos lazaretos o malaterías; muchos también fueron dotados por personas laicas o cofradías de seglares.
Sin duda que la limosna practicada de forma generosa representa la forma más próxima y efectiva para remediar el hambre. Hasta mediados del siglo pasado se repetía la imagen del pobre, más itinerante que vergonzante, royendo uno de los mendrugos de pan en uno de los poyos o en solana del pueblo, bien aportando los excedentes del día para que se le preparara una sopa en la casa que tocara el palo de los pobres. El catecismo (año 1325) del obispo de Segovia Pedro de Cuéllar calificaba como pecado robar el pan a los pobres...
La organización de limosnerías, existió también al máximo nivel de algunos reinados en la propia corte, misión que corría a cargo del limosnero o procapellán real, (se ha conservado el libro de limosnas de la reina Isabel la Católica); en la corte papal ha persistido como tal recurriendo a colectar limosnas con el óbolo de las conocidas bendiciones papales hasta fechas recientes.
En nuestra diócesis disponía de una limosnería la catedral, que de forma generalizada distribuía ayudas para remediar las necesidades más variadas del personal del servicio o ajeno, para: obras, canonización, reparación de templos, peregrinos, cautivos de moros, accidentes, enfermos, dotes para entrar en religión, gastos de enfermedad y entierro, reparación de conventos a clérigos expatriados franceses por la Revolución, por supuesto pobres de toda condición.
La trascendencia de la limosna fue decisiva para mantener el secular hospital de San Antonio. >
En momentos de crisis económica del siglo XVII el cabildo no disponía de recursos, posiblemente por la penuria de las cosechas de que se surtían sus paneras distribuidas por la provincia. El hospital se mantuvo por una campaña itinerante de recogida de limosnas en todos los pueblos de la diócesis. Un depositario nombrado por el regidor del pueblo se encargaba de solicitar limosnas voluntarias fuera en dinero o en especie, las cuales contabilizaba y recogía un colector. Un agente debía visitar los vecinos en la era durante los meses de agosto y septiembre, además de solicitar limosna durante ocho domingos al año. Esta recolección o cogeta corría por cuenta de los vecinos que aportaban dinero o especies: granos, pan, lino etc. las entregas tenían el carácter de limosna; este hecho se confirma por los asientos variables que constan en los libros: 20 maravedís, una heminas de trigo, etc.
Otro cauce de limosnas fueron las diversas fundaciones de eclesiásticos o seglares, en cuyas disposiciones frecuentemente se incluía su distribución. Citamos algunas de las más sobresalientes: la del conde de Rebolledo y Leonor de Quiñones a través del convento de la Concepción. Esta última merece una atención especial por cuanto estuvo ligada al Santuario de la Virgen del Camino en su doble función benefactora, que es conocida por varios estudios de este convento. Citamos otras menos conocidas, que dotaban exclusivamente a pobres: La de Tirso Bayardo distribuía en el siglo XVIII en la festividad de San José 1.111,21 reales, el día de San Antonio 850, en Nuestra Señora de Agosto 949,12. La de los canónigos Flórez 113,5 y la de Pedro de la Carrera 422,7 rs.; destacaba cuantitativamente la fundación citada de Leonor de Quiñones. Muchas de éstas dedicaban
sus fondos o parte a la dotación de huérfanas, fuera para constituir una dote para su matrimonio, ingresar en conventos, para estudios o simple limosna. Posteriormente nos referimos a esta modalidad a nivel de pueblos, dado que las que hemos referido tenían su sede en la ciudad.
El ayuntamiento de la ciudad se sumaba a esta asistencia limosnera antes del siglo XIX, fecha en que toma bajo su patrocino la casa de mendicidad, ampliando, por tanto, sus funciones que no se limitarían solamente a la limosna. Durante el siglo XVII, coincidiendo también con las crisis de abastecimiento, asistió con limosnas a pobres vergonzantes, la manutención de los encarcelados y ayudas a conventos de mendicantes. Esta actuación municipal de limosnería se practicaba también en varios ayuntamientos y pueblos fuera de la capital, sobre todo en núcleos que disponían de hospital propio.
La institución que fuera hospicio, durante el siglo XVI al XVIII fue conocido anteriormente como arca de misericordia. Sin duda que gran parte de su sustento lo constituían las limosnas. Existen signos de que la cofradía que citamos radicada en San Martín, estuviera ligada a la misma catedral por la dependencia patronal que de la misma tenía la parroquia. También en este caso nos fijamos en la recaudación de limosnas que durante la Edad Moderna y bajo la forma de arbitrio se recaudaba en todos los pueblos, a cuenta del concejo, una cantidad denominada arbitrio del maravedí en cántaro de vino sobre el que se vendía en las tabernas. En las relaciones interminables en que se anotaba la recaudación del subsidio y excusado a costa de las rentas y bienes eclesiásticos, figura siempre esta sobretasa que cada pueblo aportaba en cantidades variables. Un ejemplo ilustra los centenares de asientos existentes: San Cipriano del Condado, Arca de misericordia, 60 rs. Es arbitrio del maravedís en azumbre de vino de lo que se vende atabernado, aplicado al arca de misericordia de la ciudad de León.
Seguramente que la actitud de misericordia que representaron las caridades fue la más espontánea, carente de inferencias eclesiásticas y civiles, pero que nos sirve para nuestra argumentación en favor de una misericordia que podría calificarse de laica. Estas fundaciones estaban instituidas en todos los pueblos, aunque no siempre nos ha quedado constancia escrita, dependiendo ésta de la significación que alcanzara su aportación. Se alude a las mismas como caridades a cargo del concejo para dar limosna a los pobres. También en este caso son innumerables: En Villabúrbula se citan cuatro fundaciones piadosas llamadas caridades. Renedo del Monte: foro de las caridades 18 reales. Gallegos de Curueño: Caridades que administra el concejo y vecinos, 10 heminas de trigo, 3 cántaros de vino. Las ayudas son variables también, fuera en dinero o especies. Es sabido que la costumbre en algunos lugares consistía en repartir a la salida de misa una porción del pan (hogaza u oferta) que previamente se había llevado a ofrecer, unas veces se distribuía totalmente gratis entre los más necesitados del pueblo o bien se subastaba entre varios por una cantidad simbólica; costumbre que pervivió en algunos lugares hasta mediados del siglo X.
La Semana Santa puede ser ocasión para reflexionar sobre posibles remedios de los males propios y ajenos que pretendemos evitar. Muchas cofradías locales se ejercitan actualmente en obras sociales que encajan perfectamente como prácticas de misericordia; sin duda que constituye una forma de adaptación a los tiempos y de realizarse el hombre y las cofradías como miembros sociales, morales y religiosos de la comunidad.
El grabado sintetiza el encauzamiento de la misericordia humanizada como se entendía desde los siglos renacentistas, visualizando soluciones prácticas de las necesidades ajenas. Su autor es un hombre ilustrado que aduce textos bíblicos y profanos en su estudio. Contemplando la expresión de sus xilografías (Icones), se percibe la intención de expresar una sensación de júbilo ante la actitud solidaria por solucionar los problemas del hambre, aunque tengamos que reconocer la verdad persistente de la frase inicial de Séneca. Las escenas del grabado son suficientemente expresivas aunque se expresen en latín; se refieren a la primera obra de las corporales: Alimentad a los que tienen hambre. •
Taurino BURÓN CASTRO
Fuentes y bibliografía: Documentos consultados de los archivos catedral y municipal de León. P. Patrick, Religiosidad del pueblo, León, 2007. Julio Roscio Hortino, Icones operum misericordiae, Roma, 1585 (BSC, A197)