Malaga Mayores Solera nº124 may-jun 2018

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MI MESA CAMILLA

Las trenzas

LA SENCILLEZ DE LA COMPLEJIDAD La época que vivieron nuestros mayores, no solo fue de hambre, estraperlo y lentejas con chinos. Estaban las jovencitas que llevaban trenzas y con las que jugábamos en el recreo o mientras nos bañábamos en el río, perseguidas por la mirada de aquellos adolescentes que fuimos y que acaso seguimos siendo. Lo que aun conservo en la memoria de aquella niñez son las trenzas. Aquella manera de recoger el pelo, fue uno de los tópicos a los que recurrían los poetas como hacían con el Sol, la Rosa y la Luna. La consabida metáfora de las trenzas de oro, el sol del amanecer y la luna de agosto la repitieron hasta el hartazgo los poetas románticos, los existencialistas y hasta el cursi. Han existido a lo largo de la historia, han peinado a todas las clases sociales, han representado a distintos estratos y han dado significado a rasgos culturales, incluso definían la condición social, origen étnico, estado civil y hasta la afiliación religiosa de una mujer. Modernamente fue Valentino quien llevó África a París y lo puso en el epicentro de la moda.

Pero quien de verdad eleva las trenzas hasta lo sublime es Lorca en Bodas de Sangre: Que yo no tengo la culpa, / que la culpa es de la tierra / y de ese olor que te sale / de los pechos y las trenzas. Probablemente hoy estas palabras serían tildadas de machistas, pero hasta hace muy poco las trenzas fueron una tentación, como las medias, las ligas y los tacones de vértigo. Estas obsesiones afectan más a hombres que a mujeres, estando tan cerca del complejo de Edipo que el director de cine Luis Buñuel vivió fascinado con la idea y así lo expresó en alguna de sus películas. Y es que la trenza está de vuelta, aunque lo cierto es que nunca se marchó. Ahora se han puesto de moda. Vuelven, y en su eterno retorno no representan sólo la vanguardia, sino las ideas dominantes. El resurgir de viejas culturas ha vuelto a mirar la manera de peinarse de las griegas. Trenzas impregnadas de identidad, resistencia y conocimiento de la naturaleza hicieron que hombres y mujeres tejieran pelo a pelo su libertad. Todos estos códigos, símbolos o claves cuentan la historia de quien las lleva. Las mujeres y su feminidad, representada en largas trenzas, se vinculan con lo natural y con un origen perdido: porque la cabellera de la mujer arranca desde lo más profundo y misterioso; es desde allí donde nace y tiembla la primera burbuja; donde se desenvuelve, lucha y crece entre muchas y enmarañadas fuerzas, hasta brotar en la superficie la naturaleza convertida en explosión de sentidos y, en esa medida, exploración de la sensualidad así como momentos y espacios para desplegar el erotismo.

Nono Villalta


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