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~ El Calambrillo ~
Leonor Morales y Mercedes Sophia Ramos
Ilusión
Fermín veía la tele arrellenado en su sillón favorito. Se estaba aficionando demasiado a él; hacía poco ejercicio, estaba engordando… Su mujer lo mandaba al gimnasio. ¿Para qué? Se había jubilado para descansar; ya se había esforzado bastante durante su vida laboral pluriempleándose y haciendo horas extraordinarias para sacar sus hijos adelante. Se tenía bien merecidas las perezosas horas de sillón y tele. La miró de reojo. Siempre tejía cuando se sentaba delante del televisor, nunca tenía las manos quietas. La recordó en los primeros tiempos de su matrimonio. ¡Qué guapa estaba y qué enamorados se casaron! Aquellos fogosos tiempos de pasión estuvieron bien, pero que muy bien ¡ya lo creo! Luego vinieron los hijos, se fueron apaciguando y sus relaciones sexuales se convirtieron poco a poco, en una “rutina de baja calidad”. (La frasecita la había escuchado en no recordaba qué programa de la tele) Bueno, era natural, los años no pasan en balde. La convivencia era buena, se querían, discutían alguna vez… Lo normal. Era una mujer estupenda, sí señor, buena esposa y madre, buena administradora y además graciosa y simpática como pocas. Rosa también rumiaba mientras tejía: “¡Vaya vida la suya! Míralo, en perpetua modorra sillonera. ¡Con lo activo que él ha sido! Pero, hija, se le acabó la cuerda cuando lo jubilaron. Y por más que intento reactivarlo diciéndole que no estoy dispuesta
a cuidar inútiles, no me hace ni puñetero caso. Es que no lo reconozco. ¡Ay, Fermín, Fermín. Yo que me las prometía tan felices pensando en el tiempo que tendríamos para viajar y hacer cosas juntos! Pues nada. Los viajes del IMSERSO le horrorizan, por nuestra cuenta, tampoco. Se me ha hecho viejo de repente”. Esto ocurría en una noche cualquiera, entre un matrimonio… normalito. Pero mira por dónde, a la traviesa diosa IMAGINACIÓN, le dio por darse una vueltecita por aquel hogar. ¡Eran tan majos! Merecían un empujoncito. Y la diosa se introdujo a la chita callando en la cabecita de la mujer. Era más fácil, los hombres, ya se sabe, son tan romos… Rosa miró a su marido con ternura rememorando los buenos y malos momentos de su matrimonio; hacia atrás, desde este momento a los primeros tiempos, los de las noches locas, apasionadas… Y empezó a sentir algo que parecía olvidado: “¿Mariposas en el estómago? ¿Qué dices vieja tonta?” Pero aquella agradable sensación fue invadiéndola por completo. Las mariposas le salían por los ojos dándoles un brillo especial, le llenaban la boca de sonrisas traviesas. Y cuando su marido la miró se encontró con una Rosa rejuvenecida, incitante, sensual, irresistible… Aquella noche comenzó una nueva luna de miel. Por supuesto que no podía ser como la primera. No tenían la fogosidad, ni la resistencia, ni la fuerza de la juventud; pero habían ganado en complicidad, generosidad, ternura y sabiduría. Y sobre todo: el “empujoncito” les había devuelto la ilusión, algo que no deberían haber perdido nunca. Se dieron cuenta de que la ilusión era el arma imprescindible para mantener el impulso amoroso que ilumina nuestras vidas impidiéndonos caer en las “rutinas de baja calidad.” También en la vejez, ¡claro que sí! Leonor Morales