MIAJADAS 2019 FERIA Y FIESTAS DE AGOSTO A mi amigo Isidro, que tanto amor y cariño recibió de su padre. Sabes bien, compañero, que si nos quitaran de la boca todo el bien que la fiesta de los toros nos ha dado, tú y yo tendríamos que hablar casi por señas…
A LA MEMORIA DE MIGUEL SOSA, “CURRO”
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Doblaba ya el otoño, cuando una noche de diciembre, con todas las luces navideñas encendidas, se apagó la que alumbraba tu vida. No fue esa la misma Navidad, ni en tu casa ni en la mía. Tu recuerdo lo empapaba todo. Fueron días de volverse atrás en el tiempo, de añorarte con nostalgia, evocando tu figura, tus consejos de aficionado y tus siempre sabias palabras. Son ya ocho meses pensando que, cualquier día de estos, volveré a encontrarte en la calle y volveremos a hablar, como siempre, de los toros de otras ferias nuestras, de aquel corridón de “El Sierro”, de los “adolfos” de estos últimos años… Va a ser difícil no verte más, aunque me consuela saber que un día te encontré en el murmullo del viento, y me he dado cuenta, por si alguien no lo sabe, que, a orillas de tu recuerdo, ahora estás en todas partes donde el pensamiento te lleve: en la arena del ruedo y en los tendidos de cualquier plaza de toros. O en un rincón del campo, en el monte bajo, en la hierba, en las ramas de una encina, en el tronco de un olivo, en el canto de una perdiz, a la sombra de un cercado, en una noche de estrellas, en una luna grande, en el rocío de la mañana, en el “jé” de la boca de un torero, en los acordes de un pasodoble, en los vuelos de un capote, en el galope de un toro, en el temple de una muleta… Buena gente, entrañable, gran persona, siempre estarás en la memoria y en el corazón de quienes tuvimos
Miguel Sosa, “Curro”.
el privilegio de gozar de tu cariño. Tu pasión fue el toro pero tu familia, “Jacinti”, esa guapa escurialega con la que te casaste, tu hijo Isidro (¡qué buen aficionado es!) y tu nieto, Miguel, también Olga, lo eran todo para ti. Sé que gozaste en tu juventud de ver pasar a un animal alrededor de la cintura, que sin llegar a vestirte de luces gustaste del triunfo y del fracaso de los toreros, de la amargura de ponerle cerrojos al que tú lleva-
bas dentro para poder tirar adelante. Pero tu ilusión nunca se marchitó. Sin rencores, con la sonrisa en tus labios, siempre buscaste el calor del mundo de los toros. Se lo metiste en la sangre a tu hijo cuando lo llevabas a la plaza, cuando en un tendido, a treinta metros del ruedo, tu visión de aficionado estaba a ras de suelo, junto a las tablas, donde saltan las astillas que de las tablas sacan los pitones de los toros al rematar de salida; donde se palpa el miedo y la gloria del que se viste de luces… porque un