OLVERA ︱ REVISTA DE LA REAL FERIA DE SAN AGUSTÍN
CAPITAL DEL TURISMO “RURAL”
“L
a ciudad no es para mí”, sentenciaba Paco Martínez Soria, el pueblerino por excelencia del cine español, en una divertida película de 1966. Hasta hace muy poco, el término “rural” se consideraba prácticamente un eufemismo, un blando sinónimo de “atrasado”. Quizás porque todas las modas, los avances, las vanguardias, llegaban a los pueblos, si es que lo hacían, con al menos cinco años de retraso. El pueblerino era, a ojos de una buena parte de la población urbana, un hombre elemental, primario, un digno trabajador en las labores del campo, sí, pero también tosco y cerril… Un cateto con boina y alpargatas. Poco importaba si esto era un injusto cliché o una realidad comprobable, así es como nos veían y punto. Ahí está el cine español de los sesenta, setenta y ochenta para dejar constancia de la opinión colectiva. Pasaron los años, las abarrotadas ciudades se volvieron insufribles
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Muralla árabe, fotomontaje de Ana Márquez.
ratoneras, llegaron las emergencias climáticas y los movimientos ecologistas, se exaltaron las indudables bondades de la naturaleza hasta extremos, a veces, rayanos en el delirio, y la gente comenzó a mirar el campo con otros ojos. El aumento del interés por los pueblos fue directamente proporcional al aumento del odio a los plásticos y los hidrocarburos. Los pueblos están más libres de gases nocivos, se supone. Son más naturales, más tranquilos, más sanos… Se supone. Quiero que el lector entienda que soy consciente de las sensibilidades que puedo herir con mi artículo. Pido disculpas de antemano, pero también quiero que el lector entienda que la primera que se siente ofendida con esta situación soy yo misma. Ojalá no me viera obligada a escribir sobre este asunto nunca más. Aclarado esto, contaré una pequeña historia: