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Experiencia de no ser quinta. Sandra García
EXPERIENCIA DE NO SER QUINTA
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SANDRA GARCÍA (Grelea)
Los quintos de las fiestas para mí siempre fue un rito; un regalo por llegar a tu mayoría de edad y a la vez una responsabilidad que te preparaba para lo que te venía
Sonará a broma pero es anécdota. Vengo aquí a contar un poco la desdicha que tuvimos el año pasado de no tener las fi estas y que muchos jóvenes que cumplían los dieciocho no pudieran vivir la experiencia de ser quintos. Como es obvio, no hay mucho que contar ya que, como dice el título, no existe experiencia de haber organizado las fi estas del pueblo.
Los quintos de las fi estas para mí siempre fue un rito; un regalo por llegar a tu mayoría de edad y a la vez una responsabilidad que te preparaba para lo que te venía. Aunque no llegué a vivirlo, he de decir que sé mucho del tema. Mis ganas de ser quinta son frutos de ser la pequeña de la familia de mi padre, lo que hace que haya visto pasar a muchos por este rito. Los quintos no trabajan solos; normalmente son apoyados por la Junta Vecinal, la asociación Ave Fénix y sobre todo por las familias.
Y es por ello que yo he vivido lo que es la alegría y el sufrimiento de ser quinto. De mis primeros recuerdos en el arte de ser quinto lo primero que se me viene a la cabeza es “vender papeletas”. Siempre empieza así. Te viene un quinto que por suerte o por desgracia es familiar tuyo y te dice: “toma estas papeletas y vende algunas”. En ese momento eres pequeño, adorable y sin vergüenza, así que vas pidiendo a todo el mundo que te compre una papeleta. Una de mis mayores recaudaciones fue en el bar Los Ángeles, que de aquella estaba abierto. Mi hermana había terminado su labor como quinta de Valcabado y le tocaba el trabajo en nuestro otro pueblo. De aquella, Moscas no tenía un bar estable, sino el que se ponía en fiestas, por lo que la gente iba a Los Ángeles. Recuerdo pasar con la bici con mi madre y decirle que probaría a vender allí. Había un camarero que vivía en mi localidad con el que tenía una buena relación, por lo que pensé que podría vender. No recuerdo exactamente qué le dije pero conseguí que un cliente, el jefe y el propio camarero, me compraran unas cinco papeletas cada uno. Para su desgracia luego no ganaron pero seguramente sería porque ese año hicieron tongo. O al menos eso es lo que gritaban todos los años cada vez que alguien ganaba. Me hubiera gustado saber si algún año fue de verdad o simplemente lo hacían por picar al ganador.
Otra tradición que recuerdo es por parte de mi madre y mi madrina. Seamos sinceros: ser quinto no significaba no disfrutar de las fiestas. El problema de todo esto es que cuando son las siete de la mañana, la discoteca por fin apaga sus luces y el sol ya ilumina el sucio polideportivo, todos los jóvenes quieren ir a dormir sus dos, tres horas diarias en épocas de fiestas. Y es que, aunque creamos que sí, la basura no se limpia sola. Pero ahí aparecen las madres y padres (y algún quinto que hace de tripas corazón y coge una escoba pese a la borrachera) y quitan toda la suciedad. Y menos mal que lo hacen, porque, aunque no lo parezca, hay muy poco tiempo entre que todos los jóvenes se van a dormir hasta la hora del vermú.
Una de las cosas que a mí me hacía ilusión y que todo el mundo me decía que era un marrón era el trabajo en la barra del bar. En Valcabado no lo llegué a vivir tanto porque, como dije anteriormente, los quintos estamos muy bien respaldados por toda la comunidad. Pero en Moscas las cosas son algo más complicadas. A mí me gustaba por el hecho de que cuando eres una cría te encanta jugar a lo de tener un bar. Luego, según lo que me han contado, no es tan divertido. Sobre todo en el horario de noche en el que todo el mundo está cantando, bailando y bebiendo y tú debes servir los cubatas. Por suerte o por desgracia de eso me he librado.
Y tampoco se queda corto el tradicional traje de los quintos en el día de Santiago. Yo he vivido más el proceso de quinta y no sé si pasará lo mismo con los chicos pero… el baño de la casa será para preparar a la quinta. Los trajes quedan muy bonitos pero en pleno julio no son muy funcionales. Sin olvidar el hecho de estar toda la misa en frente de toda la iglesia. Las abuelas seguramente se pongan a fardar de sus nietos: “Es muy buen mozo”. “La de la derecha es la nieta de no sé quién ¡cuánto ha crecido!” “Y ese ¿de quién será? No le he visto mucho por el pueblo”. Al salir de la iglesia toca repartir rosquillas, hacerse muchas fotos (porque esto es como el día de tu comunión: debes tener fotos con todo el mundo) y llevar a Santiaguín. Ahora es menos frecuente, pero por lo menos aún se saca también la pendoneta. Muy pocos valientes se atreven a llevarla (entre ellos yo, para qué negarlo) haciendo que luzca lustrosa mostrando el orgullo de nuestro pueblo.
Ya había mencionado la labor de las madres y los padres en la fiesta pero es que no solo el arte de la escoba se le da bien: ¿quién creéis que preparan la chocolatada y la sangría? No sería la primera vez que he visto a familiares míos detrás de las mesas repartiendo chocolate caliente y unas pastas para acompañarla. Es una labor que damos por hecha pero que pocas veces valoramos. Y para qué negarlo, aunque haga calor el chocolate siempre entra.
Las labores de un quinto son múltiples y muy laboriosas. Para mi desgracia mis recuerdos no me permiten contaros mucho más ya que si hubiera vivido en mis propias carnes el trabajo de organizarlas, podría haber visionado a los futuros quintos en este arte. Pero no nos preocupemos, dentro de poco el esplendor de las fiestas volverán a nuestro querido pueblo. A las futuras generaciones que les toque realizar esta labor les aconsejo lo siguiente: vayan avisando a sus familias para que les ayuden y no les pille de improvisto.