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Una jornada gloriosa. Roberto Carro Fernández
UNA JORNADA GLORIOSA
ROBERTO CARRO FERNÁNDEZ
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El licenciado Gregorio de Tovar, fi scal del rey Felipe II, lee contundentemente la ejecutoria por falso testimonio:
“A los tres reos les acuso de falso testimonio y de haberse contradicho en el pleito. Así que les debo condenar y condeno a que, con vergüenza pública, cada uno de ellos sirvan al rey, mi señor, en sus galeras a la manera de remero forzado, sin sueldo, por un tiempo de diez años; durante los cuales no se pueden ausentar del servicio de las dichas galeras, so pena de serle perpetuo”.
Y así, los tres leoneses: Mateo García, vecino de Valcabado, Pedro González de las Heras, vecino de Roperuelos y Santiago Gómez, natural de Cabreros del Río, pasaron los siguientes años sentados en un banco de remos en la galera Marquesa; de un rincón a otro del Mediterráneo, mentando los muertos de berberiscos, otomanos…., o ciscándose en los propios del cómitre, cada vez que este les medía el látigo en las espaldas cuando la maniobra se tornaba exigente, presta. Pero los leoneses pronto destacan en la boga, así que el capitán, por derecho propio y una noble humanidad, les asciende de galeotes a buenos boyas remunerados. Quién lo iba a decir, gente nacida del terruño, fi delizados a la zoqueta, la tornadera y la hoz, ahora a bordo de una de las doscientas siete galeras que integran la escuadra mandada por Don Álvaro de Bazán. Y ahí están, un siete de octubre de 1571 en el golfo de Corinto, cumpliendo penitencia en aquel lugar del fi n del mundo. Con movimientos tácticos al remo, las galeras dibujan las maniobras más adecuadas para provocar los mayores efectos destructivos. Movilidad, masa de fuego y permanencia eran las claves del éxito antes del abordaje y el enfrentamiento cuerpo a cuerpo. Puede que los otomanos liderados por Alí Bajá tengan más navíos, pero los cristianos de la Liga Santa son más y están mejor armados. Mil doscientos cañones que están dispuestos para sacudir hierro a dolor. Hay un ir y venir intenso de arcabuceros, de artilleros ocupando sus puestos. Aún no se ha producido un solo disparo pera ya huele a plomo, a pólvora, a sudor rancio y nervioso.
Zascabún!! Un proyectil de medio calibre penetra por la borda de babor;
“Miguel de Cervantes en Lepanto” es un cuadro de Augusto Ferrer Dalmau.
en su recorrido cercena varias palas del cuartel de mediana, siembra de esquirlas de madera la cámara de boga y provoca una vía de agua que enseguida, los hombres de mar, tratan de sellar. El espolón de la galera cristiana impacta contra la borda de estribor de la nave turca. Ya no hay vuelta atrás. Empieza la contienda. En poco tiempo el mar de batalla se cubre de una inmensa neblina blanca y gris, punteada de fogonazos, de espirales de humo, de gritos, blasfemias y exabruptos.
-¡Denos usted licencia, por dios! Quizá esta sea nuestra última singladura… Libere vuestra meced los hierros y permita que demos la vida al acero o al rugir de los mares… Solo así podremos, por fi n, redimir las holgadas infamias de nuestro pasado; que todo sea por
Siendo ambos hechos reales, a un servidor le hubiese gustado que la consecuencia de la sentencia y el encuentro de la efeméride bélica, hubiese acontecido así. Pero, quién sabe…
la memoria de la patria y el buen nombre del rey nuestro señor. ¡Se lo ruego! –Inquiere Mateo García al cómitre. Y no parece que este albergue dudas a tal propuesta viendo la que se está librando en la cubierta. Aquellos tres desgraciados tenían todos los números para acabar sus días en una jornada gloriosa, pues el ofi cial les ha encomendado reforzar el esquife. Es un puesto elevado que comparte el privilegio de visionar la profundidad del mar de batalla y defi nir con cierto criterio hacia dónde dirigir el arcabuzazo, pero también el inconveniente de estar oportunamente visible y encajar un disparo certero ejecutado desde la distancia. Que la suerte y el destino hagan el resto.
Comparten faena con un soldado bisoño, sin armadura, ojeroso y de tez lívida que con determinación asiste a los arcabuceros que reparten estiba desde el esquife. Aunque doliente, parece de espíritu inquieto; lleva un frasco de pólvora atado al cinto; el jubón entreabierto deja ver una herida sangrante que le ha ocasionado una esquirla de plomo y otra andanada de tiros de arcabuz le ha alcanzado el dorso de la mano izquierda. A pesar de la merma, parece dispuesto a guerrear lo que sea menester. Bang, raaca, bang, raaca…!! Otra ráfaga impacta en las maderas y reparte esquirlas por doquier, moteando el suelo ensangrentado y penetrando en la piel de la leva. Inmediatamente recomponen el gesto fi ero, recargan arcabuces y vuelta a la brega. Escupir sangre en cada aliento tendrá su recompensa.
El fl amear de los gallardetes invictos anuncia el fi nal de una jornada para la historia. Los leoneses, aún exhaustos y malheridos, encaminan sus pasos hacia el cuartel de proa para volver a ocupar su sitio en el banco de remos. Se giran unos instantes y ven al joven soldado bisoño que, empuñando una espada y cerrando los dedos sobre el recazo, pronuncia estas palabras: -Afortunadas vuestras mercedes, pues han asistido a la más alta ocasión que vieron los siglos.