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MOLESKINE

Por Elena Negri

El legendario cuaderno negro de notas, utilizado por viajeros, artistas e intelectuales de los últimos dos siglos, desde Matisse, Van Gogh y Picasso, hasta Hemingway, Bruce Chatwin y Roberto Calasso, es un objeto tan esencial que resulta insustituible.

Producto de una gran tradición, el sencillo rectángulo de puntas redondeadas con una banda elástica que sujeta las cubiertas y un bolsillo interior, durante más de un siglo se fabricó en un pequeño taller francés situado en Tours, que abastecía a las papelerías parisinas.

El escritor Bruce Chatwin, que lo llamaba Moleskine, “piel de topo” por el suave material de la encuadernación, fue probablemente su mayor impulsor y siempre lo llevaba en su mochila a lugares como Suecia, Afganistán, Grecia, Turquía o África.

Numeraba con tinta negra cada una de las páginas de la libreta, ponía su nombre y por lo menos dos direcciones, más la promesa de recompensar a quien la devolviera en el caso de que la perdiese.

“Extraviar mi pasaporte – escribió – era la menor de mis preocupaciones. Perder mi Moleskine … sería una catástrofe”.

Este mismo sistema fue el que le sugirió a su amigo, el escritor chileno Luis Sepúlveda, cuando le regaló una de las famosas libretas para el viaje que iban a hacer juntos a la Patagonia.

Amaba el color arena de sus páginas y su textura suave. La banda elástica que lo abrazaba le permitía guardar algunas notas al vuelo, un folleto, un recibo o un billete.

En él se escondían secretos y apuntes con un poder de evocación infinito: el mundo encerrado en un cuaderno.

Tenía la costumbre de comprar sus libretas en París, donde siempre se aprovisionaba antes de emprender sus viajes. Los desvelos eran frecuentes y, cuando intentaba conciliar el sueño, se le venían ideas a la mente.

Rondaban por su cabeza una y otra vez y no desaparecían hasta que se levantaba y las anotaba en uno de esos cuadernos que llevaba a todas partes.

A mediados de la época de los ochenta empezó a ser difícil encontrarlos.

En su libro “Los trazos de la canción” (1987) Chatwin nos cuenta la historia del pequeño cuaderno negro.

En 1986 falleció el fabricante y se interrumpió la producción del taller familiar.

“El verdadero Moleskine se acabó”, fue el anuncio que Chatwin recibió de la dueña de la papelería en Rue de l’Ancienne Comédie, donde solía ir a comprarlos. El escritor adquirió todos los cuadernos que logró encontrar antes de iniciar su periplo australiano, pero no fueron suficientes.

En 1997 un pequeño impresor de Milán recuperó el icónico cuaderno, pero en 2006 la empresa fue vendida y ahora la producción se realiza en China con muchos nuevos formatos y colores, para atender la demanda masiva.

Los cuadernos Moleskine desprenden glamour y el reconocido guionista y autor de historietas Neil Gaiman escribe en su blog acerca de su preferencia por ellos.

Esta libreta sigue en las bolsas de los viajeros. Sus páginas están listas para recoger innumerables impresiones, frases, ideas, dibujos, cuentos, teléfonos y direcciones.

Siguiendo las huellas de Chatwin, el cuaderno Moleskine reanuda su viaje y se propone como un complemento indispensable de las nuevas tecnologías, un acumulador de ideas y emociones para captar la realidad en movimiento, capturar detalles y anotar sensaciones.

Sinónimo de cultura, viajes, memoria y personalidad, Moleskine es un objeto nómada de culto, dedicado a nuestra identidad móvil, que nos sigue allá donde vayamos y nos identifica en cualquier parte del mundo. moleskine.com

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