6 minute read
“Nuestra cultura es un Archipiélago”
Engendros De Sanacho
Por Eduardo Lunazzi
Advertisement
¿Cómo surge su afición a la música universal, tratándose –en su caso–, de un hombre Caribe, nacido en San Andrés, un lugar de clara identificación con los ritmos antillanos?
Recuerdo siendo muy pequeño estar cerca del mar, oyendo la brisa soplando entre las palmeras y en el fondo escuchando las trompetas y tambores de los colegios preparándose para marchar el 20 de julio… Luego, como a los 9 años un primo muy fanático de la música, había comprado un tocadiscos y salía cada semana sagradamente a comprar acetatos. Me parecía genial el hecho de ir y encontrarme en una tienda con un montón de música y tenerla, escucharla y repetirla; tenía mucha curiosidad por el sonido, y a la vez era un disfrute conocer todo el tiempo cosas nuevas.
¿Cuándo llega a comprender la música reggae en toda su dimensión lírica?
Recuerdo que la gente hablaba mucho del grupo ‘The Rebels’; recuerdo también una edición musical de colección editada por la Casa de la Cultura de North End. Esa fue la primera vez que me di cuenta que la música de San Andrés y Providencia, tenía vida propia, original.
Además, recuerdo haber ahorrado para comprar mi primera grabadora, porque cuando tenía alrededor de 12 años hubo un boom de los casetes; algo así como los parlantes y las USB ahora.
Con ella oía ritmos muy del Caribe. Entonces sonaba mucho el tema ‘Red red wine’ –una canción muy popular en donde vivía (barrio School House)–aunque allí coexisten dos culturas fuertes: la isleña y la de la costa colombiana, esta última con influencias de la champeta y lo tropical.
Pero cuando iba a la casa de algunos amigos, ellos escuchaban otra cosa; no precisamente lo que sonaba en el ambiente…
¿Ahí es cuando ‘estalla’ en su cabeza el rock?
Sí. Cursando noveno grado en el colegio Luis Amigó, me hice amigo de un rockero que tocaba la guitarra increíblemente; él me invitó a su casa y tenía un gran archivo musical en CDS. ¡Eran como mil por lo menos!
Ahí me encontré con música de Led Zeppelin, Metálica y de otras bandas que me llamaban mucho la atención, sobre todo por el arte de sus carátulas, como la de Nirvana con el bebecito en el agua (álbum Nevermind). Yo me preguntaba: ¿qué música puede ser la que suena con esa imagen?
Toda esa revolución sonora de principio de los noventas también se empezaba a cocer en el ambiente de la isla con la llegada de la emisora Radioacktiva, conectando con la gente que ya escuchaba ‘baladas americanas’ en la época de Morgan Estéreo.
Después llegó la Súper Estación, donde me hicieron un casting y aunque no tenía tan buena voz, sí sabía manejar los equipos y conocía de música; así que entré a trabajar como ‘bombillo’ (turno de 11:00 p.m. a 6:00 a.m.) y me encontré con una inmensa biblioteca sonora, que empecé a leer y a oír todas las noches mientras transcurría la programación seleccionada.
¿Y en qué momento comienza a escribir sobre música?
Eso tiene otro origen, escolar de hecho, mientras estudiaba en Barranquilla. Allá la profesora de Español nos insistía en que escribiéramos notas sobre algo que nos gustara (o nos disgustara) para publicarlas en el Periódico Mural del colegio.
Yo había leído un artículo en la revista ‘¡Despertad!’ que publican los testigos de Jehová, y hablaba sobre el rock, sobre la música “metálica” como lo peor de la humanidad; como algo satánico. La forma en que ellos lo plantean me parecía algo agresiva, hasta fuera de tono para una revista enrolada en una corriente religiosa, entonces después de leerla escribí una ‘contranota’ que fue publicada en el periódico escolar.
¿Allí surgió, entonces, un narrador de la ‘contracultura’?
Exactamente, porque no me sumo ciegamente a la corriente. Yo diría también que estoy en contra de la incultura: de la exaltación de la ignorancia, de lo mal hablado o lo mal mostrado. De lo que es en extremo básico, limitado o chambón
Desafortunadamente en la isla nos tienen sumidos en una incultura musical bastante generalizada y eso se debe en buena parte a los pobres oídos y el precario concepto que, a mi juicio, exhibe la gente de radio cuando está al aire.
Claro está que hay excepciones como la Radio Nacional de Colombia que cuenta con programas especializados en música, que es a lo que yo me dedico. Y no a un sólo tipo de música, porque sería muy aburrido, caería en la ‘monogamia musical’; creo que hay que cambiar de tajo de vez en cuando para conocer otras cosas.
Hemos leído (y releído) sus crónicas para Welcome y EL ISLEÑO, sobre la música de las islas. ¿Cómo se siente ser una especie de ‘promotor’ de la música local?
Reconozco que lo mío con la música local es algo pasional, algo visceral. Realmente no me sentiría tan bien hablando, escuchando o escribiendo de una música que no fuese la de las islas, porque está presente en mi vida y hace parte de ella.
Lógicamente no está presente en todo el ambiente del Archipiélago como quisiéramos, y tristemente, como decía antes, aquí no se le ha reconocido realmente en toda su valía, como sí ha sucedido afuera, donde críticos, ‘fans’ y especialistas le han dado un valor incalculable.
Lo anterior, porque –entre otras razones– es una música donde confluyen distintos estilos, donde armónicamente convergen el ’compas’ haitiano y ‘vals’ austríaco, por ejemplo.
Es más, la única forma que yo me enteré que Colombia le declaró la guerra a la Alemania nazi, fue porque escuché una canción –un foxtrot– que relata como el país entró en la Segunda Guerra Mundial, porque un submarino hundió a una goleta isleña en el Caribe. Esa historia nunca me la enseñaron en el colegio…
¿Los autores actuales heredaron ese formato calypsonian, de narrar historias?
Algunos sí, pero se ha ido perdiendo un poco porque en el ritmo al que venimos nos estamos olvidando de las letras. Así que, a mi juicio, la música se está convirtiendo hoy en día en un ‘sonsonete’, algo que suena y suena pero al final de la canción no te deja nada.
Es como que en vez de evolucionar estamos involucionando; pero parece ser que a todo el mundo le gusta, y no estoy en contra de eso, porque entiendo que se debe a la falta de educación musical.
Es de lo que hablaba al principio, de cómo durante 20 años nos bombardearon con la música que le gustaba, al parecer, a los locutores de la radio; más no fue algo que se construyera conscientemente.
Aquí hay muchas historias que se ocultan por ignorancia. El origen del ‘compas’ haitiano con sus precursores e intérpretes, o el calipso de Costa Rica, u otros artistas de San Andrés como el salsero sanandresano Rene Grand de los años 70, que triunfó en New York, a quien aquí nadie menciona…
Ahí ratificamos la universalidad de la sonoridad caribeña, porque aquí en el Archipiélago hay influencia de Europa, de África, del continente colombiano y de otros países del Caribe, claro está.
¿Cómo le ha parecido la experiencia del compilado ‘Kriol Myuuzik for the World’?
Como ejercicio es interesante y muy importante. Ojalá que no se quede ahí, porque es lo que suele pasar cuando un proyecto está muy bueno: que en vez de explotar, salir y ser reconocido, implota y se queda adentro. Con la impronta que lo venden, ‘Kriol Myuuzik for the World’ debería ser realmente ‘for the World’ saliendo al mundo.
No conozco completamente el proyecto, pero debería incluir el componente de ‘circulación’; es decir, no quedarse solamente en un compilado de canciones grabadas y subidas a plataformas digitales, sino llevar esos temas de gira, empezando por la casa, por Colombia que es uno de los países más turísticos de Sudamérica.
Por último, sabemos que está terminando su libro. Cuéntenos ¿cómo va?
El libro está casi listo y está recibiendo sus toques finales. Se llama ‘Engendros de Sanancho’, trata sobre un escritor frustrado que está procurando sacar su primer libro, después de cinco intentos, pero ahí también se van colando historias de otros personajes que le rodean y con quienes interactúa, como amigos, mujeres, novias y familiares.
‘Sanancho’, como dice el mismo libro en su introducción, es un lugar a mitad de camino, en la mitad de la nada, entre mis recuerdos y la realidad del lector. O sea… Como la gente quiera que sea, así será. Nuestra cultura es un universo propio, con múltiples elementos regados que se integran y desintegran, porque nuestra cultura, al fin y al cabo, es un Archipiélago.