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La Columna de Agalina Catarrate

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ABonos

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Mis muy estimados: Aquí, Agalina, en plena cuarentena a causa de este COVID-19 tan mentado. Guardada en casita como corresponde a todo ciudadano responsable y especialmente a mí que soy lo que se dice una señora mayor. Sin embargo, continúo con mi noble tarea de aconsejar a almas necesitadas de una palabra sabia y equilibrada, no me atrevería a privarlos de ella. Así es que, en esta oportunidad, responderé a la consulta de Elisa, de Km. 3, quien me envía un cálido mail. Elisa, que como casi todos se encuentra aislada en su domicilio, me cuenta que se ha visto obligada a compartir el aislamiento con su ex marido: Pánfilo. Ella elige no contarme las razones, pero lo cierto es que lleva dos semanas compartiendo la vivienda con el hombre del que hace doce años se divorció y al que no veía desde aquella época. Pues bien, esta convivencia forzada que pensó que iba a ser una tortura, le ha permitido hacer un descubrimiento sorprendente: ella y su ex pueden mantener un trato respetuoso y hasta agradable. Incluso, dice Elisa, han advertido que se ha vuelto a encender la chispa, que cree que se queda corta con lo de chispa, que se trata mejor dicho de una brasa ardiente… y que presiente que si la cuarentena se extiende puede llegar a convertirse en un verdadero incendio. ¿Qué irán a decir sus hijos? ¿Se enojarán con ellos? ¿Considerarán que son dos viejos chiflados? ¿Debería apagar el fuego o avivar las llamas? Estas preguntas se hace Elisa y me las transmite. Estimada Elisa, como usted y mis apreciados lectores ya saben, no seré yo quien responda directamente. Así como una tarotista que se precie responde con sus cartas, Agalina responde con una historia. La de hoy me la trajo usted a la memoria, Elisa, con su incendiario reiniciado romance en medio de la cuarentena, por varias razones. Preste atención y se dará cuenta por qué le digo. Mire lo que son las casualidades, Elisa querida, esto que voy contarle comenzó un 30 de marzo, como hoy (día en que termino de escribir esta columna) pero no de 2020 sino de 1331. Para ser más exactos era un sábado santo. Giovanni Boccaccio, escritor italiano y protagonista de este relato, quien tenía en ese momento apenas diecisiete años, conoció a una bella napolitana y se enamoró ardientemente de ella. Ese fogoso e intenso amor quedó registrado en la serie de canciones y sonetos que le dedicó sin descanso a la dama, a la cual él llamaba Fiammeta (llamita en italiano). Usted dirá, Elisa, que todo esto me lo invento. Pero tengo pruebas de que no es así: Boccaccio lo cuenta con detalles en Filocolo, una de sus obras juveniles. Decían por ahí, las vecinas de Nápoles que Fiammeta era en realidad María de Aquino, una mujer casada con un noble de la corte, de la cual también se comentaba que era hija ilegítima del rey. De estos rumores no hay pruebas, pero vio, Elisa, cómo corren los chismes. En eso no han cambiado las cosas, es más o menos lo mismo en la actualidad que en el 1300. Al parecer, la famosa Fiammeta terminó por rendirse ante el cortejo insistente del joven Giovanni, y sería ella quien lo introdujo en su cuarto y luego en la corte italiana. Bajo el luminoso influjo de Fiammeta, Boccaccio escribiría poemas y novelas. Sin embargo, el romance entre el escritor y su musa tendría un doloroso final para él, cuando la napolitana dio por terminada la relación: un baldazo de agua fría para apagar la fervorosa llama. Con el corazón herido (carbonizado), regresa Giovanni a Florencia, la ciudad en la había vivido gran parte de su vida y desde donde su padre lo reclama debido a problemas financieros que afrontaba. Para confirmar que los males no vienen de a uno, en la misma Florencia, el joven autor sería testigo de los horrores de la peste bubónica o peste negra. Pero el arte florece en los sitios más oscuros, lo estamos viendo en estos días tan duros que nos tocan vivir. Así es que aquella cuarentena fue el marco que Boccaccio elige para contextualizar los cien cuentos que reúne El Decamerón, su obra más reconocida. Diez jóvenes, siete mujeres y tres varones que se han alejado de la ciudad y han elegido una villa para escapar del espanto de la peste, son los personajes que relatan estas historias durante diez días. Elisa querida, como ya me he extendido mucho, le propongo continuar contándole acerca de esta magnífica obra en mi próxima columna. Mientras tanto, la dejo con el siguiente consejo: mantenga la distancia de Pánfilo, sobre todo para evitar la transmisión de este virus que nos ha transformado la vida. Y sepa que hay un dicho que reza: “La distancia es al amor, lo que el viento al fuego: apaga las velas, pero aviva las hogueras”. A usted y a los lectores les digo, con renovado placer: continuará. Hasta la próxima.

Nota de Agalina Catarrate maestra ciruela

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