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Agua

Carmen Hinojal

MARCELA llegará hoy, mamá. Quizás debiera posponer este encuentro que no deseo, que temo. Nunca quiso poner los pies sobre esta alfombra, ni contemplar con sus ojos tristes los retratos que yo le hiciera.

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Tu presencia sigue aquí todavía, en la casa, de la que siempre fuiste reina y señora. Cerciorándote de que todo está en orden: el mantel impecable, con tus rosas de papel en el búcaro; la cocina reluciente. La fruta en el frutero: una manzana, un par de naranjas y bananas. De cera, por supuesto. Todo está así perfecto, inmutable: como usted lo quiere. Sé que lo he hecho bien. Como es su costumbre, vendrá por la noche, acariciará mi frente y sentiré sobre mis labios su boca desmayada.

Cuánto tarda Marcela, madre. Presiento que no se atreverá a venir. Ya son las seis, y el tiempo, que amenaza tormenta, parece detenido en la esfera del reloj.

Estoy otra vez sediento. Miro su retrato, madrecita. Y, como siempre, pido de usted su aprobación. Bajaré al sótano a saciarme, aunque muy pronto tendré que reponer los botellones, que guardo previsor en el arcón.

—Hijo, no bebas tanto en las comidas. Es de mal gusto, y parece que no disfrutas con mis guisos.

—Sí, mamá. Pero el puré es tan espeso… me es imposible tragarlo.

—Este chico es un odre, no me come nada, sólo se hincha de agua. ¡Deja la jarra en paz! ¡Déjala te digo, ahí, quieta!

—Ya la dejo madre, mírela, ni una sola gota derramada, ni una sola.

Decía que con cada cucharada de puré me había tragado un océano. Y, será que tiene razón, madre. Tengo el estómago tan hinchado, que parece que dentro rumorease el mar. Mamá, tengo miedo, miedo de que explote en el salón, sobre la alfombra. Temo que se desborde y arrase la mesa, y que se escurra bajo la puerta de su dormitorio y se lleve el perchero, empapando el sombrero de fieltro de papá. Pero soy débil y no puedo dominar esta ansia por beber. ¡Toque mi barriga madre!, redonda, como su vientre preñado en toda su plenitud.

El grifo de la bañera ya no gotea desde su muerte. Hace mucho que no me baño. De sobras sé que la piel también absorbe la humedad, ni siquiera la tocaré.

Marcela no ha venido, y las agujas del reloj de pared se han detenido en las siete.

¿Se da cuenta, mamá? Desde que ya no está conmigo, no vienen los tíos a vernos: ni Pascual, ni Anselmo... ni ninguno de nuestros parientes. El sábado les vi pasar, juntos, como de costumbre. Venían de otro entierro. Comentaban la novedad que relataba la prensa sensacionalista: «Han encontrado, pulcramente facturados en paquetes de kilo, cinco cuerpos desmembrados de mujer».

Me siento agradecido por sus halagos: soy un hombre concienzudo y limpio. Siempre es importante que se reconozca una buena labor. Todos contentos, ellos tienen su portada y yo he satisfecho mi necesidad de beber.

Nuestros parientes debían conocer a las finadas. Son tan sensibles, que lloraban a lágrima viva. Tuve que alejarme de ellos, no quería que me empaparan la camisa. Yo sé, mamá, que hubieras distinguido que la mancha no era de agua, ese cerco salino que deja la lágrima es inconfundible. Ya ve, nada les dije, y me volví para casa.

Pero calle, escuche… creo que un coche se ha detenido en la calle. ¿Será Marcela? ¿Habrá venido en contra de mi pronóstico?

Sí, madre, no me mire así. Estoy angustiado, pero no soy un llorón, ni siquiera lloré su muerte y usted sabe por qué. Perdone un momento, que voy a abrir.

No es Marcela, mamá. Hay un coche de policía con la sirena puesta. Y un hombre y una mujer, vestidos con uniforme, que aguardan a que les abra.

Ya le dije que Marcela no vendrá. Sí, claro que lo sabía. Desde ayer tarde, madre. Pero no quería preocuparla.

No me lo reproche, ella se empeñó. Se empeñó que nos bañáramos.

Si me hubiera pedido otra cosa… Pero quiso hacer unos largos, nadar como en los tiempos de la escuela. Yo me negué, la advertí, la empujé, perdió pie… En un segundo flotaba inerte en la piscina.

Aún puedo ver sus ojos tristes. Y las uñas de colores intentando agarrarse al borde resbaloso. La siento, viene en mi busca. Como un torrente me envuelve, me asfixia: ¡Protéjame, madre! ¡Le juro que no la maté!, a ella no…. Usted nunca hubiera permitido que matara a mi hermana. ¡Fue el agua! Que me arrastra desbocada, hundiéndome para siempre en la humedad de sus entrañas.

Carmen Hinojal Amores (España)

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