El Callejón de las Once Esquinas
Agua
Carmen
Parece que dentro rumorease el mar... MARCELA llegará hoy, mamá. Quizás debiera posponer este encuentro que no deseo, que temo. Nunca quiso poner los pies sobre esta alfombra, ni contemplar con sus ojos tristes los retratos que yo le hiciera. Tu presencia sigue aquí todavía, en la casa, de la que siempre fuiste reina y señora. Cerciorándote de que todo está en orden: el mantel impecable, con tus rosas de papel en el búcaro; la cocina reluciente. La fruta en el frutero: una manzana, un par de naranjas y bananas. De cera, por supuesto. Todo está así perfecto, inmutable: como usted lo quiere. Sé que lo he hecho bien. Como es su costumbre, vendrá por la noche, acariciará mi frente y sentiré sobre mis 24
Hinojal
labios su boca desmayada. Cuánto tarda Marcela, madre. Presiento que no se atreverá a venir. Ya son las seis, y el tiempo, que amenaza tormenta, parece detenido en la esfera del reloj. Estoy otra vez sediento. Miro su retrato, madrecita. Y, como siempre, pido de usted su aprobación. Bajaré al sótano a saciarme, aunque muy pronto tendré que reponer los botellones, que guardo previsor en el arcón.
—Hijo, no bebas tanto en las comidas. Es de mal gusto, y parece que no disfrutas con mis guisos. —Sí, mamá. Pero el puré es tan espeso… me es imposible tragarlo. —Este chico es un odre, no me come