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Adquisici\u00F3n de mascota nueva

Dibujo de Lucy Dawson

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Adquisición de mascota nueva

Giancarlo Andaluz Queirolo

PERRITO NO QUIERE COMER HOY. Al parecer, ya le hartaron las galletas Eukanuba de carne y vegetales remojadas en caldo. No lo sé, quizás sea eso, o quizás no. Sólo sé que Perrito no quiere comer y eso me tiene bastante preocupado.

Nunca me gustaron los animales, pero este es especial, pues se trata de un regalo, y valgan verdades, yo nunca he despreciado un regalo, por más mascota que este sea. Con decir que aún guardo el juego de cuchillos Cuttyart para cortar quesos que me regalaron en un cumpleaños pasado, a pesar de que no puedo tener cerca ninguna clase de queso, pues me desagradan del todo; su olor tan lácteo y maternal, su consistencia esponjosa, y sobre todo sus diferentes tonalidades de amarillo que no terminan de convencerme de su frescura y naturalidad. Y a pesar de todo eso, ahí están todavía, junto a una ruma de diversos objetos inútiles que ocupan un lugar en mi estantería; como un abrelatas con el girador roto, dos botellas de un licor de las Antillas Holandesas que no me atrevo a beber, una enciclopedia temática en inglés, un marco para fotos hecho con papel reciclado, cientos de cartas, tarjetas de cumpleaños y felicitaciones que no sé qué mensajes tendrán pues nunca me atreví a abrirlas, el póster de una banda que nunca me gustó, varios polos de viajes que nunca realicé… en fin, objetos que merecen estar en ese lugar de reposo y olvido.

A Perrito no pude confinarlo a una eternidad de olvido y penumbra detrás de las puertitas de melanina del estante, mi conciencia no me lo permitía, por lo que ahora vive conmigo, o mejor dicho, Perrito trata de sobrevivir a mi lado. Y no es que sea un mal amo, que lo soy a mi criterio, pero es que un animal tan casero y afectuoso requiere de otra clase de cuidados, los mismos que nunca le he brindado a nadie, ni siquiera a mis periódicas parejas sentimentales (horrible comparación, lo sé, qué culpa tiene el pobre). Las galletitas con caldo por las tardes, o la leche con migajas de pan para el desayuno, el periódico pasado para las necesidades, sus excrementos adornándome la sala, los charcos amarillos y olorosos que me provocan resbalones inevitables, un par de gritos desaforados y la cara de cojudo del animal que se las sabe todas, y cómo no va a ser así, si me lo dio Vilma, y… bueno; entiéndase como quiera tal vínculo.

Pero mi preocupación actual es la falta de apetito de Perrito, quien hace dos días no está comiendo nada de lo que le sirvo con el poco tiempo que me queda en el día. No sé si se trata de algún tipo de protesta canina, huelga de silencio y babas colgando del hocico, o quizás sea que está enfermo realmente y no me lo dice, o lo intenta de muchas maneras, pero mi falta de entendimiento de tan embrionario idioma me aleja de una compenetración soñada con mi mascota. Con esto no vaya usted a pensar que se trata de otro animal, porque no es así. Perrito es un perro, cierto es que parece gato, pero a diferencia de estos, Perrito ladra, y como cualquier otro perro, utiliza tretas clásicas para ganarse el corazón del amo; la típica carita tierna en su estado más puro, la lengua babeante colgando del hocico, los ojitos de tarjeta postal hecha por los niños de algún orfanato olvidado, los gemidos nocturnos, el llanto sin lágrimas. Sí, Perrito se las sabe todas. Como Vilma, si lo sabré yo.

Se llama Perrito porque no encontré un mejor nombre que definiera su personalidad, o sea la de un perro, un caniche enano de lo más cariñoso y juguetón. Fue en un cumpleaños pasado que Vilma, mi ex enamorada y ahora amante de fines de semana, me lo obsequió, después del soplo de las velas de mi torta de chocolate, una vez entregados todos los demás regalos, muchos de los cuales han terminado en el estante de los objetos olvidados. Vilma me dio un tierno beso después de que soplara las velas. Mi caramelo, espero que te recuerde a mí cuando estés solito en casa, me dijo. No se entienda mal, tal vez pareciera una señal de adiós futuro, pero en ese momento no trató de ser más que un estímulo para una mayor identificación entre los dos, o mejor dicho los tres. Pero eso no viene al caso, ya que semanas después terminamos la relación y yo tuve que quedarme con Perrito hasta el día de hoy, que se le ve tan malito al pobre, mientras que Vilma, tan fría y desmemoriada como siempre, se limita a nuestros encuentros casuales los sábados por la tarde, sexo sin sentido en el departamento que antes compartíamos, y frases como: Sácame ese perro de encima… Puedes hacer que se calle… Si lo vi, no me acuerdo. Ese tipo de cosas que dicen las mujeres que no gustan de los animales de soltero.

A lo que iba, hace dos días que Perrito no prueba bocado alguno. La otra tarde le traje un hueso fresco de pierna de res y ni caso le hizo. Me extraña su falta de algarabía, sus ladridos minúsculos por las mañanas, avisándome que la hora avanza y la vida no se detiene, o sus ridículos saltitos al verme atravesar la puerta de la tarde con el cansancio dentro del maletín de la oficina, cargando mis huesos dentro del pesado saco que hasta el día de hoy me aprisiona. Ya no oigo ni siquiera sus lejanos aullidos a la luna desde el balcón del departamento, ni veo sus interminables correteos circulares ni sus juegos con la pelotita de jebe que le regalé por su tercer mes, persiguiéndola en terco vaivén de rebotes contra la pared de la sala.

A Perrito le sucede algo, lo puedo presentir, después de dos años de convivencia lo conozco como si fuera yo mismo, o parte de mí al menos. Algo lo está inquietando profundamente. Hace más de dos horas que su pollito deshilachado con arroz blanco lo espera en su platito de loza, festín que todavía veo íntegro en la entrada de su casita perruna, que no ha sido tocado por su pequeño hocico de caniche, y eso sí es algo que me preocupa.

Llévame al doctor, pareciera decirme con sus ojitos cansinos. Me siento muy mal. Entonces lo levanto y lo colocó en mi regazo. Siento su entrecortado aliento, así como el desacelerado latido de su corazón. Mis manos sienten cómo su corazón pierde la batalla contra la vida, y su lengua colgando a un lado del hocico, me indica que ya no tengo nada más que hacer; sólo un hoyo en el jardín de mi casa y una ceremonia para despedirme de quien fuera mi compañero de habitación en todo este tiempo de necesaria soledad.

La ceremonia terminó muy de noche, cuando el llanto paró de brotarme de los ojos y la resignación ante la pérdida le ganaba cada vez más terreno a mi alma. Después del entierro, he dormido como no lo hacía en mucho tiempo, con cansancio real y una idea de sueño dándome vueltas en la cabeza.

Sin Perrito ahora tenía un vacío en mi vida, un vacío que debía llenar cuanto antes, pues ya me había acostumbrado a tenerlo cerca. Tenía que solucionar ese problema lo antes posible. Pero aún no. Sólo quería dormir y acordarme en sueños de quien fuera por mucho tiempo, mi fiel compañero, mi mejor amigo en el mundo.

Amanece al fin, pero ya no es igual que antes, nada es igual este nuevo día. No quiero recordarlo pero es imposible no hacerlo cuando la casa aún huele a él. Me enfrento al sábado irrumpiendo el reino del sol que explota en la acera tibia de mi barrio, y camino al paradero para tomar un bus que me lleve al centro de la ciudad, con la firme intención de adquirir una mascota nueva en alguna tienda de mascotas, para tapar el agujero que ha dejado la muerte de Perrito. Tarea harto difícil, teniendo en cuenta que nunca antes he pisado un lugar así en mi vida. Pero siento que debo hacerlo, pues su ausencia podría volverme loco en pocos días, y eso no es lo que quiero para mí en estos momentos de mi vida.

Una vez en el centro de la ciudad, emprendo la tarea de buscar una tienda de mascotas. Es obvio que no conozco ni una de esas tiendas, así que le pregunto a un vendedor ambulante de la zona, quien me indica que a tres cuadras de donde estamos, hay toda una calle dedicada a la comercialización de mascotas para el hogar. No lo pude creer pero era cierto. Al acercarme al lugar indicado por el vendedor ambulante, comencé a percibir un peculiar olor a pelos y orines casi insoportable, y al ver las jaulas arrumadas dentro de una quinta, supe que había dado con el lugar, así que entré empujado por la motivación de encontrar a alguien que remplace la ausencia de Perrito, y que llene el vacío de su casita con tejado rojo y de su platito de loza blanca, que desde su muerte luce abandonado a un lado de lo que fue su pequeño hogar perruno.

Dentro de la quinta entro a la primera tienda que veo en el largo pasaje lleno de jaulas, peceras, cajas, chillidos, ladridos de animales desesperados y olores desagradables. La tienda se llama Mi mejor amigo y la dirige un tipo de lo más extraño, vestido de traje elegante, como si su negocio se tratara de una agencia bancaria. El hombre carga un gato azul con los ojos plomizos; el animal más bello que había visto en mi vida. A su lado, un lorito verde con cabeza azul prendido de las rejas de la ventana, emitía un fastidioso parloteo.

—No me diga nada —dijo el sujeto que acariciaba al hermoso gato azul.

—No me diga nada, brrr, brrr, no me diga nada, brrr, brrr —repitió el loro.

—Seguramente usted está buscando una mascota.

¿Y a qué va uno a una tienda de mascotas sino es a comprar una?, pensé.

A primera vista, aquel sujeto me pareció un charlatán, el típico comerciante que quería vender sus productos a como dé lugar. El tipo se me quedó mirando, pero ahora con más detenimiento que antes.

—Lo que usted quiere es alguien que ocupe un espacio en su vida. Más que una mascota, lo que usted busca es un amigo con quien compartir el lento paso de los días, un amiguito para borrar esa mirada triste que usted tiene, un compañero para cubrir una ausencia, ¿no es así? —expuso el vendedor, pero su verborrea tampoco me sorprendió, pues mi cara tenía escrita la palabra tristeza que aquel vendedor mencionó como si se tratara de un adivino obsesionado por presagiar mi presente.

—Lo que busco es una mascota —le dije sin mirarlo a los ojos, sino inspeccionando las numerosas jaulas apiñadas en la pequeña habitación.

—Brrr busco una mascota, brrr, brrr busco una mascota, brrr.

—¿Y qué clase de mascota desea usted, señor?

—Una que no me deje nunca, o por lo menos que me dure muchos años —contesté instintivamente, sin pensar en ninguna palabra de las que mencioné.

—Ya entiendo, usted necesita una mascota eterna.

—Brrr, una mascota eterna brrr, brrr, una mascota eterna brrr.

—No tanto como eterna, pero al menos que me dure mucho años —le expliqué.

Luego de escucharme, el vendedor me invitó a que lo siguiera al fondo del salón, donde se ubicaba su oficina. Atravesamos la tienda llena de clientes y animales atrapados en horribles jaulas, hasta dar con una puerta que escondía un almacén lleno de pequeñas cajitas de cartón agujereadas.

—Tome asiento, señor… —Francisco Gálvez, para servirle.

El vendedor deja el gato azul en una especie de pequeño sofá aterciopelado, luego señala una silla y me invita a sentarme en ella. Sin decir nada, camina hacia un estante abarrotado de cajas y busca caja por caja recorriendo con el dedo índice cada rótulo que tenían a la vista.

—Vamos a ver. Este puede ser… ¿qué le parece?

Y me alcanza una caja pequeña llena de agujeros.

—Ábrala con confianza, señor Gálvez, no tema usted.

Al abrirla, pude ver un animal pequeño escondido entre la viruta; una especie de lagartija enana que se escondía de mi mirada de asombro.

—Es una salamandra roja de los bosques secos de México, es una animalito raro pero muy lindo, puede vivir hasta veinte años con buenos cuidados. ¿Qué le parece?

En ese momento no le respondí, y de inmediato me alcanza otra caja, una un poco más grande que la anterior.

—Vea a este pequeño, espero que le agrade.

Al abrir la caja, pude ver una bola llena de afiladas puntas reposando sobre una tela blanca.

—Es un equidna, señor, un erizo enano de Oceanía, son muy cariñosos y viven largo tiempo, el único problema es que no permiten que nadie más que su amo se acerque a ellos.

Esa característica llamó de inmediato mi atención, pero no dije nada, ya que quería seguir viendo más animales raros antes tomar una decisión.

Estuve cerca de una hora con el vendedor viendo animales, cada uno más raro que el anterior. En todo ese rato, me mostró varias mascotas de lo más peculiares; dos hámsteres rusos, unos ajolotes con los ojos color jade, un pequeño osito hindú —el más pequeño del mundo—, un camaleón, varias aves exóticas y un monito dorado escandaloso y renegón. Pensé mucho en la decisión que debía tomar; todos los animales se ajustaban a lo que yo quería, incluso el terrier escocés del que me enamoré apenas lo vi en la entrada del local. Todos, sin excepción, merecían ser mi próxima mascota.

El vendedor quedó más que complacido con la venta, al igual que su loro parlanchín, que no dejó de repetir: Buena venta… buena venta, con su voz chillona mientras salía del local.

Yo en cambio, aunque quedé conforme con mis nuevas mascotas, todavía me cuestiono si fue buena idea dejar al monito dorado sin hogar, por más malhumorado y chillón que este pudiera haber sido.

Giancarlo Andaluz Queirolo (Perú) Blog: elcuentarium.blogspot.pe

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