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El ritual
El ritual
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Armando Cervantes
EL MOTOR DEL AUTO comenzaba a forzarse, parecía que aquella pendiente se hacía más pronunciada año tras año, como si una parte del camino quisiera evitar su paso hacia ese paraje. Después de dar un acelerón, el auto cruzó el sendero que ahora le resultaba tan familiar. Lo recordaba como la primera vez; los años habían hecho de aquel momento un déjà vu recurrente, un momento presente que ya había vivido antes, lleno de una familiaridad peculiar, repentina y perpetua.
Todos los solsticios regresaba a la orilla de aquel lago, siempre a la misma hora. El ritual que llevaba a cabo era un poco largo y le gustaba tener tiempo de sobra para ver el paisaje, para drenar la nostalgia, transportarse al pasado, dar algunos sorbos a la vieja licorera y caminar mirando al suelo, como si este pudiera construir con sus huellas un abrazo para darle un poco de consuelo.
Encontraba un sádico placer en la tortura de revivir los momentos previos a su desaparición, aquel cuadro donde Virse prometía volver entre sonrisas fingidas y lágrimas forzadas. Le causaba una profunda tristeza recordar cómo su corazón se le contraía en el pecho mientras ella desaparecía. De pronto, un hormigueo en las mejillas lo escupió de vuelta a la realidad, donde vivía en compañía de una infinita tristeza.
Los caminos de la vida se cruzan de manera aleatoria, aunque son las decisiones el combustible del que se sirven los vehículos para encontrarse. Hay quienes piensan que las casualidades no existen, que todo es parte de un orden, que todo está establecido, que no importa cuánto se haga para cambiar el rumbo, siempre se ha de seguir el camino fijado; sin embargo, la intermitencia de un impulso puede cambiarlo todo. Le gustaba más pensar en la teoría del combustible que aceptar que, como un niño pequeño, perdió muchas canicas en un juego y ahora tenía que levantar las pocas que le quedaban, sacudirse la tierra de los pantalones y apretar los labios para que no le temblaran tras la humillación de haber perdido una partida que desde el principio estaba dada.
Vino a su mente el tiempo antes de conocerla. Thomas había pasado su infancia y adolescencia entre estantes de libros; su padre tenía una biblioteca bien abastecida con tomos de historia y ciencias ocultas, pues sus trabajos antropológicos así lo requerían.
El viejo Wilfred había partido al otro mundo pocos meses antes; él fue quien le heredó a Thomas esa extraña fascinación por los ritos y tradiciones paganas en diferentes partes del mundo. Fueron esas historias llenas de misterio y magia las que alimentaron su imaginario infantil y las que fraguaron el cemento que edificaría su personalidad de devoto investigador de temas «raros». Después de leer muchos de los libros de su padre, Thomas desarrolló una extraña fascinación por los rituales de sanación de ciertas tribus lejanas, casi siempre olvidadas; le gustaba leer sobre ritos sencillos donde se juntaban algunos elementos de fácil acceso y cuyo proceso casi inocente ocultaba un conocimiento exquisito de sustancias que, detrás de su sencillez, escondían una alquimia oscura llena de simbolismos.
Sabía que algunos de esos rituales en realidad hacían invocaciones a deidades y presencias de otros tiempos; descubrió que el contenido de aquellos libros rompía los mitos alrededor de lo que se consideraban placebos de fe y a la vez documentaban extraños sucesos, algunos inexplicables desde el punto de vista científico y racional.
En uno de esos volúmenes encontró aquel amuleto, que estaba rodeado de leyendas de todo tipo: algunas lo colocaban irónicamente como el santo grial y otras tantas hablaban de sucesos y desastres que eran desatados cada vez que aparecía en algún sitio.
Los datos encontrados indicaban que en alguna tribu ancestral, una especie de sabio, erudito o brujo, había descubierto una serie de conjuros y rituales, que permitían la intemporalidad, que permitían abrir puertas y umbrales a otros tiempos que no eran conocidos por los nuestros, pasadizos a sitios remotos y desconocidos de eterna sabiduría y soledades eternas, recónditos lugares desprovistos de crueldad y dolor. Los datos revelaban que todo el conocimiento generado por los diferentes «sabios» había sido depositado en aquel amuleto, que podía ser representado por una medalla, un collar, un arete, una moneda o incluso un alma.
Supo del amuleto el día que se atrevió a preguntar a su padre por el significado del símbolo en el anillo que llevaba siempre en uno de sus dedos. Walter, en un inicio cautivado por el interés de Thomas, hizo algunos comentarios, pero después cayó en cuenta que había puertas que deberían permanecer cerradas, que no debían cruzarse a solas.
Thomas no sabía que sin querer había jalado el hilo de una madeja interminable. Fue entonces cuando, impulsado por una extraña sed de conocimiento, se fue adentrando poco a poco en la búsqueda de respuestas, no solo del origen, también del destino, de la permanencia y de la perpetuidad de aquel símbolo.
Tras meses de investigación y de algunos viajes por diferentes tiendas de antigüedades, anticuarios y casas de coleccionistas, había encontrado un viejo libro en una librería de usado, en Centroamérica, pero la proeza en realidad fue, encontrar con vida a aquel viejo librero, que junto con el libro le entregó un puñados de respuestas.
Virse, por su lado, tenía una misión a la que ella fue predispuesta desde pequeña, la búsqueda de respuestas a todas esas preguntas sin eco en la realidad. Quería explicarse de dónde provenían todos esos lugares místicos, misteriosos y bellos que aparecían en sus sueños, quería saber en qué rincón recóndito de su imaginación tomaban vida todos aquellos hermosos paisajes que la dejaban con una sensación de amarga soledad al despertar, saber de dónde venían, quién o qué los ponía ahí… dentro de su mente…
No fue hasta aquel episodio de xenoglosia hasta que tomó conciencia propia de lo que sucedía; no tenía claro ni el qué, ni el cómo, pero un hecho estaba claro: despertar un día hablando una lengua muerta, que existió durante algunos siglos en un recóndito rincón del planeta, habría hecho que cualquiera emprendiera una búsqueda.
Había un elemento recurrente en sus sueños, un símbolo raro que se dibujaba en las nubes de aquel cielo azur diáfano que se proyectaba en esos desiertos de color verde donde las hadas aprendieron a volar. La misma figura apareció en el collar de una mujer que le cantaba una canción de cuna a una bebé que ella no reconocía, pero que era ella en otro tiempo; el mismo símbolo se dibujaba en su mano, cual tatuaje, en aquel sueño en el que, como doncella, ella dormía en una cama muy antigua con cortinas rosas y flotaba entre susurros de terciopelo.
Ese fue el punto de partida. Después de búsquedas en grimorios y manuscritos de antiguos ocultistas, había podido dar con la ciudad en la que encontraría el libro que le mostraría la historia de aquel símbolo, que en ese momento no sabía si iba a darle más preguntas que respuestas.
Así fue como «casualmente» se conocieron en aquella tienda de antigüedades a la que habían llegado por una nota escrita por la misma persona en dos libros que por años compartieron el mismo escritorio y el mismo lector, pero que habían tenido destinos totalmente contrarios y habían terminado en diferentes partes del continente.
Esa fue la conexión que los unió.
Ella buscaba respuestas sobre el símbolo que aparecía en sus más etéreos sueños y sus más horribles pesadillas; él buscaba respuestas que le dieran un poco de paz, porque todas las que encontraba solo alimentaban más su curiosidad.
La conexión trajo consigo, no solo un intercambio de conocimiento, sino de emociones, de temores, dudas y de algunas certezas. Ambos tenían documentados antecedentes históricos, manifestaciones y testimonios de la aparición de aquel símbolo y del amuleto a lo largo de los últimos dos siglos. Fueron tardes de reuniones etéreas, adornadas por libros viejos, un trabajo en conjunto que los llevó a desnudar sus miedos y a conocer los recovecos de sus más profundos anhelos.
Habían descubierto que existía un ritual ligado a todo aquello, una invocación que se debía llevar a cabo en el ocaso del solsticio de invierno y que tenía que realizarse cerca de un lago, que implicaba conectar algunos elementos, como el agua y el fuego, y que irónicamente el tiempo era muy importante.
Tardaron casi cinco años en encontrar todo lo necesario. Hubo cosas que tuvieron que investigar en dónde podían conseguirse porque eran elementos que se habían transformado a lo largo del tiempo; años para reunir todo lo necesario tanto física, material y espiritualmente para poder llevar a cabo la invocación. Había algo que él desconocía, aquel ritual debía hacerse en conjunto, pero solo una persona podía abrir la puerta; la otra persona era solo la conexión entre dos plataformas, esta y el otro lado; su presencia era necesaria tanto para ir como para volver.
Llegó el día esperado después de tantos planes, tantos sueños, tantos anhelos compartidos. Llevaron a cabo el ritual de manera sencilla pero disciplinada, cuidando el más mínimo detalle ya que, aunque no lo sabían, un error podría ser fatal y no por la muerte sino por la locura que aquello desataría si hacían algo mal.
Tras la puesta de sol, justo en la orilla del lago se pudo ver en medio de este un hueco en el agua, un orificio arremolinado que mareaba a todo aquel que lo mirara; esta vez fue el agua, pero pudo haber sido el fuego, el aire o la tierra.
Ella lo tomó de ambas manos. El fuego de la fogata se avivó como si le hubieran arrojado combustible; ella apretó su mano, lo miró a los ojos apenada, había lágrimas, sabía que había funcionado, comenzaba a irse, por fin tendría todas las repuestas, por fin vería todos aquellos palacios a voluntad propia y sentiría aquellas brisas en su rostro. Él seguía los pasos establecidos, soltarla sería romper el círculo, pero no podía evitar sentir ese vacío inmenso que crecía conforme ella iba desapareciendo…
Al caer la noche, ella ya no estaba, no existía más, simplemente era una ausencia…
Le gustaba recordar los momentos compartidos; las tardes sublimes de charlas sobre lecturas oscuras, sobre los viejos ritos y tradiciones de diferentes pueblos que cada uno había conocido y practicado durante todos aquellos años antes de encontrarse, esos años de búsqueda y poco entendimiento, hasta que se conocieron.
Quien oyera aquella historia, su historia, pensaría que fueron colocados en diferentes momentos y lugares para complementarse el uno con el otro, para llevar a cabo una misión.
Tardó cinco años más en entenderlo todo; buscando entre libros encontró el diario de una mujer escrito varios años antes, donde hablaban de un ritual, de las conexiones, de los elementos necesarios, pero lo más importante, mencionaba la unicidad, solo una persona podía cruzar al otro lado. Todo aquello no tenía sentido, era como si estuviera leyendo los pensamientos de Virse sobre todo lo que fueron descubriendo juntos; cada descripción, cada detalle, todo era una revisión de lo que vivieron juntos, parecía que había sido escrito por ella.
Entendió tantas cosas, tantos detalles que en su momento pasó por alto, no se cuestionó si fue usado o no, solo sabía que para que ella regresara era necesaria una conexión. Por eso, igual que cada año, estaba ahí esa tarde, pero ahora todo sería diferente.
El último año una idea comenzó a invadirle. Pensó en conocer a alguien, en tratar de coincidir, en contarle todo aquello, quizás mentir un poco para convencerla y repetirlo todo: descubrir el mundo juntos, compartir sueños, miedos, certezas, tomarse de la mano y explorar los elementos, eso tan necesario.
Se había convencido de que esa era la única forma en la que él podria pasar al otro lado: tener, igual que Virse, una conexión, un puente, algo que lo pudiera unir a ambos lados, aunque tuviera que mentir; la idea dejó de ser solo un pensamiento.
El motor de otro auto se oía a lo lejos, podía verla: su nombre era Marian. Llevaban justo un año saliendo, habían hecho de todo juntos, desde visitas al cine, paseos en bicicleta, hasta pequeños juegos de amor con «piedras mágicas» y lecturas ominosas. Les faltaba un paseo por un lago, con un extraño ritual donde le preguntarían al fuego acerca de su destino. No había estado mal después de todo. Esa tarde Thomas por fin podría cruzar al otro lado; aún no sabía qué haría con Virse si la encontraba, las respuestas ya no importaban, ahora solo se trataba de callar ese dolor causado por su engaño, su abandono, una parte de él creía que aún podía hacer algo por ella allá donde se encontrara.
Armando Cervantes (México) Blog: traeum-suess.blogspot.mx