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Libre albedr\u00EDo

Libre albedrío

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Damaris Gassón

EN OCASIONES basta el más ligero traspiés de un borracho para que las cosas que llevan centenares de años siendo las mismas cambien radicalmente. Mi dueño actual caminaba con una curda fenomenal, agarrando firmemente la botella de whisky y la bolsa a cuestas en donde llevaba las botellas con las almas que constituyen su acto de feria, cuando sin querer tropezó con una piedra y la botella que contenía mi alma cayó al suelo haciéndose trizas. Como se paseaba por el callejón de los borrachos, pude penetrar en el aliento de otro beodo que estaba en las últimas y me adueñé de su cuerpo.

Era extraña la sensación de sentirme de nuevo dueño de un cuerpo, mover las manos, oler, vivir. Percibir la realidad a través de los sentidos y no como una esencia gaseosa que se debate en su prisión de vidrio rogando salir, implorando que su castigo acabe. Soy Sebastián y mi prisión eterna me la gané por realizar un pacto satánico en el año del Señor de 1395; acudí a Toledo en busca de hechiceros que me permitieran invocar al diablo a cambio de obtener la fama y la fortuna que me permitirían conquistar a la dama que atormentaba mis noches y mis días. Conseguí el amor y la atención de esa Jezabel que no dudó en envenenar a su esposo el Conde, conseguí desposarla luego de varios meses del luto reglamentario y necesario para no levantar sospechas, conseguí algunos años de dicha matrimonial, a pesar de que mi obsesión por Isabel se iba erosionando ante su frivolidad y su vacuidad. No era en modo alguno la mujer que creí amar, la que sufrí, la que una vez conseguida me aburrió hasta las lágrimas, hasta que, como era previsible, me envenenó y en plena agonía el demonio con el que hice el pacto vino a buscar su prenda, mi alma.

Lo que nunca sospeché es que mi castigo consistiría en que mi alma estaría encerrada en una botella por siglos, para que pasara de mano en mano y recorriera miles de ferias y circos ambulantes, en donde el público contemplaría una especie de sombra negruzca revoloteando dentro de una botella antigua gimiendo, implorando salir. Mis gritos y los de otros se podían escuchar una vez que el dueño de turno terminaba de contar nuestras historias y les pedía a los concurrentes que hicieran silencio, y que prestaran atención a los susurros que salían de las botellas: «¡Socorro, ayudadme!».

No todo el mundo lo creía, mas había alguno que otro que se estremecía de pensar en un destino así.

En esta época extraña, desconocida, en donde todo huele tan mal y en donde la cantidad de gente es apabullante, en donde unas extrañas carretas metálicas que se impulsan solas circulan a velocidades suicidas, debo conseguir la manera de vengarme del demonio que me encerró en esa botella: Agaliarept, el dispensador de las riquezas, el divulgador de los secretos enterrados en el corazón de los hombres. Recuerdo como si fuera ayer la invocación efectuada y necesaria para establecer el pacto. Cogí una tiza trazando tres círculos concéntricos, en el círculo del medio anoté ante todo la hora en que empezaba la operación, luego el nombre del demonio que regía esa hora y el nombre del demonio que regía el día. Agregué los nombres que la Tierra, el Sol y la Luna llevaban en esa estación, es decir Festativi, Athemai y Armatas y, por último, en los puntos cardinales del círculo superior, anoté el nombre de los espíritus malignos que regían el Aire ese día, y en el círculo medial agregué el temido signo del dios Shampalai.

—Yo te conjuro, Agaliarept —comenté—, en nombre de Satán, en nombre de Belcebú, en nombre de Astaroth y en nombre de todos los otros espíritus, para que vengas hacia mí. Ven pues a mí, Agaliarept, en nombre de Satán y de todos los demás demonios, ven pues a mí, sin hacerme ningún daño, sin lesión, sin hacerme mal. Te ofrezco mi alma como prenda a cambio de toda la riqueza que puedas dispensarme.

Una vez finalizado el conjuro un frío fétido empezó a filtrase en la habitación, la entidad invocada se hizo presente y una voz rencorosa invadió mi mente.

—Soy Agaliarept, ¿qué quieres mortal insignificante?

—Riquezas y poder, los que sé bien que puedes dispensar. —¿Qué ofreces a cambio? —Mi alma inmortal y mi dedo anular como sacrificio y precio del pacto.

Tomé mi puñal y seccioné el dedo anular de mi mano izquierda, que lancé al centro del círculo, en donde se consumió con un fogonazo. Una vez hecho esto, tan solo escuché «Sea, pues», con lo que se disipó tanto el frio como el hedor.

Me hice rico y acreedor de un condado, con lo que pude llamar la atención de la pérfida Isabel. Copulamos en mi castillo mientras planeamos la muerte de su esposo y yo mismo le proporcioné el veneno con el que lo mató a él y me mataría a mí, la muy desgraciada. Una vez que mi alma salió de mi cuerpo, estuve resignado a bajar al infierno, estaba claro que debía pagar el precio del pacto que había hecho, pero el giro que tomaron los acontecimientos me llenó de furia, por la humillación de haber sido asesinado y no haberlo supuesto y por la indignidad de ser un espectáculo itinerante. Tuve mucho tiempo para convertirme en una masa gaseosa cargada de odio infinito, por lo que después de siglos de oscuridad debo hallar la manera de invocar al demonio ante el cual Agaliarept se somete, que no es otro que Lucífugo Rofocale, uno de los más poderosos de la jerarquía de los demonios, el que junto a Guland y Belial no se doblegan sino ante el propio Astaroth, la más terrible criatura maléfica de la que tenga conocimiento.

Primero que nada, debía conseguir la manera de sobrevivir en este siglo. Contaba con la ventaja de haberme dado cuenta de que tenía acceso a la memoria y los recuerdos de quien me servía de cuerpo, con la fortuna de que resultó ser un hombre culto pero alcoholizado. Mi voluntad superior logró eliminar la afición por el alcohol de este hombre y con sus conocimientos logré dirigirme a su hogar. Me recibieron con aprehensión, mas el nuevo comportamiento que desplegaba bastó para convencer a la esposa y los hijos de este hombre de que estaban ante alguien «nuevo». He de confesar que me disgusta esta época, la gente vive y respira sin propósito ni objetivos, van de aquí para allá acumulando objetos, comida y tristezas y ni siquiera se dan cuenta de que están atados a una rueda que no tiene fin, que solo son unos asnos dando vueltas y vueltas hasta caer muertos, mientras otros asnos les gritan que sigan, que les darán remedios y placeres, panaceas e ilusiones, pero que de ninguna manera pueden parar el movimiento que hace que los engranes de este triste siglo paren. Al menos yo conocí el Mal descarnado y poderoso, no al mal babeante e idiota del siglo XXI que no hace más que gritar que eres feliz, y si no lo eres, algo malo pasa contigo y no con lo que te rodea.

Ustedes se preguntarán por qué habría de desperdiciar la oportunidad de vivir en este nuevo cuerpo a pesar de lo mucho que me disgustara la época; pues bien, Agaliarept de seguro me buscaría y me encerraría de nuevo en una botella. No permitiría que una de sus prendas huyera, pues esto implicaría un fracaso que debería explicar ante los espíritus malignos superiores, so riesgo de ser castigado y hasta devorado, lo que precisamente yo buscaba para ejecutar mi venganza. Además, el cruel destino hizo que la esposa de mi «receptáculo» se pareciese sospechosamente a aquella que tanto daño me hizo. Aunque yo quisiera amarla como se merecía, la sombra del recuerdo se colaba entre sus pestañas y volvía mustio lo que se suponía debía responder con entusiasmo después de tanto tiempo, resulta que aun a través de los años y la distancia, ella seguía burlándome y matándome sin piedad.

Busqué la información en lo que llaman internet e invoqué a Lucífugo, al que solo puede invocarse de noche pues es la negación misma de la luz. A él tuve que ofrecerle mi mano izquierda entera; la oscuridad de que se presentó era una nada que negaba la luz y hasta su propia existencia, una neblina negra que parecía ocupar el lugar de la propia realidad y de todos los pensamientos. Me costaba respirar y pensar ante el poder maligno que se había presentado ante mí. No tuve necesidad de explicarle mi situación ni qué deseaba, y pude sentir que aparecía la presencia aullante de Agaliarept, su infinito terror, y cómo fue devorado por Lucífugo, o más que devorado, absorbido en una negrura más abyecta si cabe. No envidio a los demonios, pues el más mínimo error se paga muy caro. No importa cuánto te esfuerces por complacer al Padre de las Tinieblas, ni importa que seas una pura energía demoníaca, si te equivocas serás anulado. Imagino que otro ser humano no habría podido contemplar un enfrentamiento de esta naturaleza sin enloquecer, mas yo sabía de negruras y de tribulaciones y sonreí en todo el proceso. Al final y como recompensa por haberle entregado a su subalterno me dio a escoger: una nueva vida en este siglo con todas sus prerrogativas o… lo que me susurró al oído.

Así que escogí, y estoy en el infierno, pero no como castigado. Mi labor es torturar a Isabel, a la Jezabel que acabó con mi primera vida, de todas las maneras en que mi imaginación me lo permita y más, pues hice uso de mi libre albedrío.

Damaris Gassón Pacheco (Venezuela)

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