Número 9
Libre albedrío Damaris
Gassón «Sea, pues»...
EN OCASIONES basta el más ligero traspiés de un borracho para que las cosas que llevan centenares de años siendo las mismas cambien radicalmente. Mi dueño actual caminaba con una curda fenomenal, agarrando firmemente la botella de whisky y la bolsa a cuestas en donde llevaba las botellas con las almas que constituyen su acto de feria, cuando sin querer tropezó con una piedra y la botella que contenía mi alma cayó al suelo haciéndose trizas. Como se paseaba por el callejón de los borrachos, pude penetrar en el aliento de otro beodo que estaba en las últimas y me adueñé de su cuerpo. Era extraña la sensación de sentirme de nuevo dueño de un cuerpo, mover las manos, oler, vivir. Percibir la realidad a través de los sentidos y no como una esencia gaseosa que se debate en su prisión de vidrio rogando salir, implorando que su castigo acabe. Soy Sebastián y mi prisión eterna me la gané por realizar un pacto satánico en el año del Señor de 1395; acudí a Toledo en busca de hechiceros que me permitieran invocar al diablo a cambio de obtener la fama y la fortuna que me permitirían conquistar a la dama que atormentaba mis noches y mis días. Conseguí el amor y la atención de esa Jezabel que no dudó en envenenar a su esposo el Conde, conseguí desposarla luego de varios meses del luto reglamentario y necesario para no levantar sospechas, conseguí algunos años de dicha matrimonial, a pesar de que mi obsesión por Isabel se iba erosionando ante su frivolidad y su vacuidad. No era en modo alguno la mujer que creí amar, la que sufrí, la que una vez conseguida me aburrió hasta las lágrimas, hasta que, como era previsible, me envenenó y en plena agonía el demonio con el que 169