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El plan perverso
El plan perverso
Servando Clemens
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UN MAPACHE, sentado en la cornisa de una casa, efectuaba anotaciones en una libreta, mientras examinaba a la gente que circulaba por la calle. Momentos después, una niña llegó corriendo hasta aquel lugar y le preguntó:
—¿Qué hace, señor? El mapache no contestó.
—¿Me escucha?
—Una investigación —respondió al fin— sobre monstruos.
—Nárreme más sobre ese cuento.
El mapache guardó sus cosas en un morral. Brincó, cayendo a un costado de la pequeña, enseguida pensó en rodearle el cuello con sus manos, sin embargo se arrepintió.
—¿Cuál es tu nombre?
—Umma.
—Si te interesa saber más sobre mi investigación, te invito a mi casa.
—¡Yuju!
El mapache trotó por la acera. La nena le pisaba los talones. Llegaron a un terreno baldío. El animalito observó a sus alrededores, asegurándose de que nadie los vigilara, enseguida quitó unos tablones del suelo. Ambos se metieron por un boquete. El mapache encendió un mechero y se arrastraron varios minutos por un túnel.
—Tengo miedo —dijo la niña.
—Hemos llegado —dijo el mapache, abriendo una compuerta metálica—. No hay nada que temer.
Ingresaron a una ciudad subterránea, iluminada por farolas y llena de sombras. Caminaron por unas callecitas adoquinadas hasta que arribaron a una casona de piedra.
—Bienvenida a mi hogar —dijo el mapache.
La niña tragó saliva. Entraron. Un par de gatitos jugaban ajedrez en la sala.
—Hola —saludaron.
—Hola —repitió la nena.
Sentados en el piso, tres ratones jugaban a la baraja. En la cocina, un sapo comía un platón de moscas.
—¡Croac! Finalmente, ingresaron a una biblioteca custodiada por un perro pastor alemán.
—¿Quién es la intrusa? —gruñó el can. —Es amiga.
—Un perrito —dijo la niña—. ¡Ay, qué lindura!
Adentro de la biblioteca, el mapache empezó a sacudir unos empolvados libros, luego se sentó en una silla, cruzó las patitas y dijo:
—Presta atención...
—En el colegio siempre pongo atención.
El mapache subió las patitas a un escritorio y suspiró.
—El mundo está colmado de engendros que quieren acabar con nosotros…
—¿Quiénes son?
—Son entes que habitan la Tierra hace miles de años, ellos son fuertes e inteligentes, pero son perversos.
—¿Estamos en peligro?
—Sí, Umma. No obstante, tienen una debilidad.
—¿Cuál?
—La soberbia.
El mapache bajó de la silla.
—Sígueme, Umma. Te mostraré mi laboratorio secreto.
La niña lo siguió hasta una puerta que decía: «Baño fuera de servicio». El animal abrió la puerta. Adentro había un tubo metálico, como el de las estaciones de bomberos. El mapache descendió.
—Umma, baja ya.
La niña de igual manera descendió, cada vez más atraída por la aventura. —Este es mi laboratorio, el fruto de años de esfuerzo.
—¡Qué bonito lugar!
—Esas botellitas que ves son la pócima para el proyecto. Por eso me paso las tardes vigilándolos, para poder identificar sus debilidades.
El mapache saltó encima de una mesa, levantó una botellita y reanudó su discurso:
—Con este veneno los aniquilaremos, ¿quieres saber cómo?
Ella dudó unos instantes.
—Sí.
—Los mosquitos han succionado la pócima y ellos serán los encargados de infectarlos.
—Nunca he visto un monstruo. Mamá dice que no existen.
—Es que no los puedes notar, ellos nacen inocentes, pero al crecer sufren una metamorfosis que los hace maléficos.
Apareció un cuervo en el laboratorio, aleteando de forma estrepitosa. Después de calmarse dijo:
—Ya está servida la comida, señor. ¿Se va a quedar la jovencita a comer?
—Ya me quiero ir a casa.
—Déjanos a solas —le ordenó el mapache al cuervo.
El cuervo se retiró.
—Vámonos, Umma.
El mapache encaminó a la niña hasta un elevador, el cual los condujo a la superficie.
—¿Dónde estamos? —preguntó Umma.
—En el centro de la ciudad. Sígueme, por favor.
La nena y el mapache circularon por varias manzanas.
—De aquí sé cómo llegar sola a casa.
—¿No tienes curiosidad por saber quiénes son los seres malignos?
—¡No creo en monstruos, ya le dije!
—¿Quieres que te muestre cómo mato a un monstruo?
Umma retrocedió. El mapache extrajo de su morral una daga. La niña huyó por la calle, mientras el mapache la perseguía, en ese momento, se atravesó un camión. La niña lo pudo esquivar, pero el mapache murió aplastado.
—¡Mamá! —entró la niña a su casa, gritando—. ¡Un mapache me quiere matar!
—Otra vez —suspiró la madre, mientras lavaba los trastes.
—¿Por qué tanto escándalo? —gritó el papá desde la sala, leyendo su periódico.
—Tu hija —respondió la madre— dice que la quieren matar… ahora son mapaches.
—Umma, ven acá —ordenó el padre.
La niña se dirigió a la sala, lloriqueando.
—Papá —gimoteó la niña—, un bicho intentó asesinarme.
—Debes madurar, los animales no hablan ni piensan.
Entretanto, un mosquito picaba el cuello del padre y murmuraba: «Misión cumplida».
—Inició el exterminio —sentenció el loro desde su jaula.
Servando Clemens (México)