S gno SÁBADO 11 DE JUNIO DE 2016
macedonio fernández
metafísica urbana
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SÁBADO 11 DE JUNIO DE 2016 .:. GUALEGUAYCHÚ .:. ENTRE RÍOS
EFEMÉRIDES CULTURALES
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1 de junio de 1874
Macedonio Fernández
La escritura de Macedonio Fernández define como la de ningún otro autor de su tiempo un verdadero cuestionamiento de la figura tradicional del lector; obliga insistentemente a sus lectores a interrogarse acerca de hasta qué punto sigue siendo sostenible la división nítida entre lo real y lo aparente, o entre realidad y ficción...
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n filósofo, un poeta y un novelista mueren en Macedonio Fernández, y esos términos, aplicados a él, recobran un sentido que no suelen tener en esta república... Con estas palabras iniciaba Jorge Luis Borges, amigo y admirador de Macedonio, el mensaje de despedida ante la tumba de este influyente escritor y pensador argentino que nació el 1 de junio de 1874 y falleció 10 de febrero de 1952. Qué mejor entonces que reproducir el texto completo de aquel sentido adiós. “Filósofo es, entre nosotros, el hombre versado en la historia de la filosofía, en la cronología de los debates y en las bifurcaciones de las
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escuelas; poeta es el hombre que ha aprendido las reglas de la métrica (o que las infringe, ostentosamente) y que sabe, también, que puede versificar su melancolía, pero no su envidia o su gula, aunque tales pasiones sean fundamentales en él; novelista es el artesano que nos propone cuatro o cinco personas (cuatro o cinco nombres) y los hace convivir, dormir, despertarse, almorzar y tomar el té hasta llenar el número exigido de páginas. A Macedonio, en cambio, como a los hindúes, las circunstancias y las fechas de la filosofía: no le importaron, pero si la filosofía. Fue filósofo, porque anhelaba saber quiénes somos (si es que alguien somos) y qué o quién es el universo. Fue
poeta, porque sintió que la poesía es el procedimiento más fiel para transcribir la realidad. Macedonio, pienso, pudo haber escrito un Quijote cuyo protagonista diera con aventuras reales más portentosas que las que le prometieron sus libros. Fue novelista, porque sintió que cada yo es único, como lo es cada rostro, aunque razones metafísicas lo indujeron a negar el yo. Metafísicas o de índole emocional, porque he sospechado que negó el yo para ocultarlo de la muerte, para que, no existiendo, fuera inaccesible a la muerte. Toda su vida, Macedonio, por amor de la vida, fue temeroso de la muerte, salvo (me dicen) en las últimas horas, en que halló su coraje y la esperó con tranquila curiosidad. Íntimos amigos de Macedonio fueron José Ingenieros, Ignacio del Mazo, Carlos Mendiondo, Julio Molina Vedia, Arturo Múscari y mi padre; hacia 1921, de vuelta de Suiza y de España, heredé esa amistad. La República Argentina me pareció un territorio insípido, que no era, ya, la pintoresca barbarie y que aún no era la cultura, pero hablé un par de veces con Macedonio y comprendí que ese hombre gris que, en una mediocre pensión del barrio de los Tribunales, descubría los problemas eternos como si fuera Tales de Mileto o Parménides, podía reemplazar infinitamente los siglos y los reinos de Europa. Yo pasaba los
días leyendo a Mauthner o elaborando áridos y avaros poemas de la secta, de la equivocación, ultraísta; la certidumbre de que el sábado, en una confitería del Once, oiríamos a Macedonio explicar qué ausencia o qué ilusión es el yo, bastaba, lo recuerdo muy bien, para justificar las semanas. En el decurso de una vida ya larga, no hubo conversación que me impresionara como la de Macedonio Fernández, y he conocido a Alberto Gerchunoff y a Rafael Cansinos Assens. Se habla de la irreverencia de Macedonio. Este pensaba que la plenitud del ser esta aquí, ahora, en cada individuo, venerar lo lejano le parecía desdeñar o ignorar la divinidad inmediata; de ese recelo procedieron sus burlas contra viejas cosas ilustres. Los historiadores de la mística judía hablan de un tipo de maestro, el Zaddik, cuya doctrina de la Ley es menos importante que el hecho de que él mismo es la Ley. Algo de Zaddik hubo en Macedonio. Yo por aquellos años lo imité, hasta la transcripción, hasta el apasionado y devoto plagio. Yo sentía: Macedonio es la metafísica, es la literatura. Quienes lo precedieron pueden resplandecer en la historia, pero eran borradores de Macedonio, versiones imperfectas y previas. No imitar ese canon hubiera sido una negligencia increíble. Las mejores posibilidades de lo argentino —la lucidez, la modestia, la cortesía, la íntima pasión, la amistad genial— se realizaron en Macedonio Fernández, acaso con mayor plenitud que en otros contemporáneos famosos. Macedonio era criollo, con naturalidad y aun con inocencia, y precisamente por serlo, pudo bromear (como Estanislao del Campo, a quien tanto quería) sobre el gaucho y decir que éste era un entretenimiento para los caballos de las estancias. Antes de ser escritas, las bromas y las especulaciones de Macedonio fueron orales. Yo he conocido la dicha de verlas surgir, al azar del diálogo, con una espontaneidad que acaso no guardan en la página escrita. Definir a Macedonio Fernández parece una empresa imposible; es como definir el rojo en términos de otro color; entiendo que el epíteto genial, por lo que afirma y lo que excluye, es quizá el más preciso que puede hallarse. Macedonio perdurara en su obra y como centro de una cariñosa mitología. Una de las felicidades de mi vida es haber sido amigo de Macedonio, es haberlo visto vivir.
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CRÓNICAS URBANAS | Héctor Luis Castillo
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El método de Diana S i bien al método lo había inventado ella —o eso creía ya que no lo había visto en ninguna parte aunque, la verdad sea dicha, esas cosas no suelen ser muy divulgadas—, las primeras veces no tuvo otra idea que atribuírselo todo pura y exclusivamente al azar pero, cuando los aciertos comenzaron a ser demasiado numerosos, no pudo menos que asombrarse. Y por qué no, asustarse también. Diana tenía cuarenta y pico largos, sin ser fea no era particularmente atractiva, o al menos así se sentía ella; vivía sola en una pensión de mala muerte a pocas cuadras del centro y su única compañía era un gato de peluche al que llamaba Pepe. Sin trabajo fijo desde que cerró la tienda en la que trabajó durante más de quince años, vivía con la magra pensión que le había heredado su madre. Tenía la manía de leer cuanto horóscopo cayera en sus manos y así fue como un día se le ocurrió —y lo vivió casi como una iluminación— que esa podría ser una buena fuente de ingresos. Sabía que ningún diario contrataría o pagaría los servicios de una escritora de horóscopos, tarea en general reservada para los periodistas que recién ingresan a un medio y pagan su derecho de piso alimentando ilusiones, pero evaluó que podría ser un buen comienzo para, algún día, iniciarse como adivinadora en forma particular. Se sabía intuitiva e inteligente, sólo le faltaba práctica y la rutina diaria de los horóscopos —de conseguir el trabajo— se la daría, pensó. En uno de los diarios locales le aceptaron publicar sus trabajos “a prueba” durante algunos meses —gratis, naturalmente— y si veían que nadie se quejaba o no precisaban del espacio, le habían dicho, seguiría en ese lugar. Fue entonces cuando, tras sentarse a escribir lo que el destino y los astros le depararían a cada signo, cayó en la cuenta que le demandaba demasiado tiempo e imaginación esta tarea que conjeturaba sencilla, que debía revisar concienzudamente los pronósticos para no repetir a Géminis lo que le había vaticinado a Escorpio o a Virgo lo de Tauro. Allí se le ocurrió que una planilla Excel sería la solución a sus problemas. Primera columna, los signos; segunda columna, salud: cuídese el pecho, ojo con las piernas, evite los excesos de harinas, etcétera.; tercera columna, sentimientos: llegan noticias de alguien a quien hace mucho no ve, alguien que la ama la sorprenderá con un obse-
quio, los malos momentos pronto dejarán de ser una carga...; cuarta columna, sorpresa: ese dinero largamente esperado llegará a la brevedad, alguien de quien no esperaba lo sorprenderá con un gesto, está a punto de conocer algo que nunca lo había imaginado y otras ambigüedades. Una vez armada la planilla, sólo era cuestión de lanzar un dado y armar, con las diferentes opciones, los albures. No fue sino hasta casi un mes después de iniciado el método —como le gustaba llamar a su forma de armar los horóscopos diarios— que la noticia en la primera plana la hizo dudar. Un tal Ferdinando Balbuena, a la sazón único ganador del Quini 6, confesaba para el diario que estaba seguro de que iba a ganarlo ya que
ese mismo diario —horóscopo mediante—, se lo había anticipado. Comenzó, frenéticamente, a buscar en los archivos enviados al diario y allí lo encontró. “Libra: semana de parabienes en los juegos de azar para los nacidos bajo este signo” y remataba “Sorpresa: aquello que tanto anhela, está próximo a cumplirse”. ¿Cuántos tipos de Libra pueden haber en este pueblo, que encima lean el diario, crean en los horóscopos y de yapa jueguen al Quini? Se preguntó confusa. Se dio entonces a la tarea de cotejar las noticias con sus vaticinios y no dejaba de sorprenderse con las coincidencias —por llamarlo de algún modo— entre sus pronósticos y los sucesos posteriores. ¿No tendría de verdad pode-
No fue sino hasta casi un mes después de iniciado el método —como le gustaba llamar a su forma de armar los horóscopos diarios— que la noticia en la primera plana la hizo dudar. Un tal Ferdinando Balbuena, a la sazón único ganador del Quini 6, confesaba para el diario que estaba seguro de que iba a ganarlo ya que ese mismo diario — horóscopo mediante—, se lo había anticipado... res adivinatorios y ella misma lo ignoraba? ¿Y si su método era una verdadera fuente de conexión con alguna extraña fuerza vital que manejaba el universo y ella pensaba que era un capricho del dado tirado sobre una servilleta? No pudo evitar revisar sus pronósticos para Tauro, su signo, y hacer memoria de los últimos acontecimientos vividos. Leía y cerraba los ojos recordando, asociando, volvía a leer y repetía mecánicamente los mismos gestos , una , diez, quién sabe cuántas veces hasta que finalmente agrandó los ojos, se recogió el pelo con ambas manos y se dijo mirándose al espejo sin dudarlo: ¡Soy Dios! (continuará)
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MIRADAS | Héctor Luis Castillo
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La carencia de competencia lingüística, cuya una de tantas formas de definirla es: “la utilización del lenguaje como instrumento de comunicación oral y escrita, de representación, interpretación y comprensión de la realidad, de construcción y comunicación del conocimiento y de organización y autorregulación del pensamiento, las emociones y la conducta”. Entonces, su ausencia o disminución, ¿no es también una forma de diferenciación invisibilizada tras una apariencia de equidad?...
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La metáfora del pez gordo
Arte, cultura e inclusión
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ratar estos temas quizás nos conduzca a obtener más preguntas que respuestas; lo cual no es malo sino todo lo contrario, ya que lo peor que puede suceder—sea el ámbito que fuera— es creer, errónea e ingenuamente, que no hay nada para discutir. No cuestionarnos, puede hacernos creer que estamos en un mundo perfecto en el que no vale la pena cambiar nada. Ahora bien, cuando logramos tomar conciencia de que algo no está bien, o que podría estar mejor (si uno quiere ser piadoso consigo mismo o con sus instituciones), entonces tenemos la oportunidad de revisar nuestras certezas, analizarlas, contrastarlas, indagar acerca de las circunstancias o las razones que las avalan y, a partir de allí, poder visualizar un cambio. Para empezar, quizás sea importante intentar, si no definir, al menos consensuar qué entendemos por arte, qué es un artista, quién valida la condición de artistas. Y en este punto podríamos revisar nuestra visión acerca de si un artista se nace o se hace, si acaso existen iluminados que fueron dotados con el don del arte —cualquiera este sea—, interrogarnos acerca de si tiene sentido enseñar arte en las escuelas o en talleres en los clubes... Si existe esa escuela en donde uno se gradúe de artista (¿puede enseñarse la excelencia?, se preguntaba Platón, y nosotros podríamos agregar: ¿puede enseñarse a ser artista?) ¿Todos coincidimos en qué es lo que convierte un trabajo artístico en una obra de arte? O si deberíamos preguntarnos: ¿quiénes y no qué? ¿Cómo reconocemos que estamos frente a una obra de arte? O si acaso el arte no es para todos, sino para algunos. Un modo de abordar estos planteos podría ser a partir de suscribir a la teoría de los campos del sociólogo francés Pierre Bourdieu, quien, al referirse a las relaciones que se observan en los diferentes “campos sociales" (como el artístico o el literario, el político, etcétera), los describe como un sistema de diferencias en donde cada posición social no se define a sí misma, sino por la distancia social que lo separa de los que están en otras posiciones (superiores o inferiores) y que pueden variar de acuerdo al capital que los sustentan. Ese capital no es puramente económico (aunque su valor no es menor), sino que se juegan otros: el cultural, el social y, por sobre todo, el simbólico. Recordemos que en este campo sobre el que estamos ahora refiriéndonos, el de la cultura, no es sino un ámbito de producción y consumo de bienes simbólicos, como podría ser una novela o una pintura, y tienen un valor en cuanto mercancía (se compran y se venden) pero también poseen un valor simbólico, el cual se rige tanto por las leyes del mercado como por las propias exigencias del campo artístico donde se produce, tanto para ser reconocido como artista como para obtener prestigio como tal; es decir, un campo se configura como tal cuando la construcción del capital allí en juego responde a sus propias lógicas (que si bien están atravesadas e interconectados con otros campos), lo que define y legitima “lo legítimo” son los propios actores que intervienen y conforman el mismo campo (más allá de lo económico) y como tales disputan ese capital que está en juego. En el caso del campo artístico, podemos consignar un conjunto de actores (críticos de arte, escuelas de arte, etcétera) que lo conforman en particular al tiempo que generan el propio capital que está en juego (en este caso el capital artístico o, dicho de otra forma, qué es el arte o un artista).
En este punto es importante mencionar el concepto de competencia artística, que sería equiparable a lo que conocemos como competencia lingüística; a eso que Bourdieu llamaba libido artística, es decir la necesidad de arte, el amor por el arte, la capacidad de extasiarse frente a una pintura, conmoverse con una sinfonía o gozar de la imagen irreverente de una metáfora; entonces, ¿es también esa competencia un privilegio de quienes han heredado esa capacidad libidinal o no es acaso otra cosa que una construcción devenida de la educación? La carencia de competencia lingüística, cuya una de tantas formas de definirla es: “la utilización del lenguaje como instrumento de comunicación oral y escrita, de representación, interpretación y comprensión de la realidad, de construcción y comunicación del conocimiento y de organización y autorregulación del pensamiento, las emociones y la conducta”. Entonces, su ausencia o disminución, ¿no es también una forma de diferenciación invisibilizada tras una apariencia de equidad? Un ejemplo: dos niños inician su escolarización. Uno de ellos proviene de un hogar en donde existe el hábito de la lectura, durante las vacaciones asisten a ver obras de teatro infantil y la hermanita mayor asiste a clases de ballet e inglés. El otro proviene de una familia que recibe un plan social, se habla poco y mal y la única música que se escucha es la que proviene —distorsionada— de los altoparlantes de los vecinos a cualquier hora. Ambos comparten el banco en la escuela pública, ¿podría pensarse que traen el mismo bagaje de competencias, tanto lingüísticas como artísticas? Por eso hablamos de equidad y no de igualdad ya que como sentenciaba Aristóteles: “Puede ser tan injusta la desigualdad entre iguales como la igualdad entre desiguales”. ¿Y qué sucede en este aspecto con la cultura? ¿Existe una cultura popular y una cultura oficial que responde —aun a veces sin notarlo— a la idea gramsciana de hegemonía cultural, a una cosmovisión o una forma de ver el mundo desde parámetros dictados por el poder dominante a través de la educación, la religión y los medios de comunicación? ¿Tenemos una cultura de élite por un lado y una cultura popular por otro, vinculando la pertenencia a una clase social con una producción simbólica determinada? Porque los artistas son básicamente productores de bienes simbólicos. Entonces, ¿es posible ver como aspectos independientes la cultura y la ideología? Ahora bien, hablar de inclusión social sin inclusión cultural debería ser prácticamente un oxímoron ya que la construcción de ciudadanía depende del reconocimiento de una identidad cultural. Por otra parte, la utilización del arte como un modo de “sacar los chicos de la calle” ¿es una forma de “rescatar” la cultura popular? ¿Cómo podemos, políticas públicas mediante, incluir las diferentes discapacidades sin que predomine dicha discapacidad sobre las competencias artísticas? Quizás una alternativa de intervención podría viabilizarse a partir de separar —como sujetos de intervención— a los espectadores de los creadores; en el primer caso, se trata de ver la posibilidad de actuar sobre el incremento de la competencia artística de modo tal de democratizar el acceso al goce de un bien cultural como lo es una obra artística; en cuanto a los creadores, tal vez sea una buena estrategia facilitar y fomentar el acceso a las herramientas que posibiliten incrementar la formación y capacitaciónde los mismos, como también gestionar los medios necesarios tanto para acrecentar la producción artística como, asimismo, de los espacios de exhibición de sus obras. Podríamos, entonces, basarnos en tres ejes de trabajo: “La protección del patrimonio cultural, el proyecto de la creación artística y cultural y el fortalecimiento de la formación estética de toda la población” (FARAH, 2005). No es menor que el ámbito cultural contiene múltiples posibilidades o nichos de empleo, para los cuales es preciso, previamente, una tarea de formación y capacitación adaptada y específica que, casi en forma inadvertida, irá cumpliendo con algunos de los objetivos mencionados. En referencia a la cultura dice la UNESCO: “Es ella la que hace de nosotros seres específicamente humanos, racionales, críticos y éticamente comprometidos. A través de ella discernimos los valores y efectuamos opciones. A través de ella, el hombre se expresa, toma conciencia de sí mismo, se reconoce como un proyecto inacabado, pone en cuestión sus propias realizaciones, busca incansablemente nuevas significaciones y crea obras que lo trascienden”. Si lográramos hacer realidad en nuestro espacio esa declaración, en nuestra transparente pecera cultural seguramente los peces gordos serán menos gordos y los flacos, visiblemente más saludables. Ponencia realizada en el "Encuentro de Actores Culturales" (19 de mayo de 2016)
SÁBADO 11 DE JUNIO DE 2016 .:. GUALEGUAYCHÚ .:. ENTRE RÍOS
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MIRADAS | Osvaldo Delmonte
Un recuerdo de La Hilda
Ese antiguo oficio
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i en algún lugar se encuentra el drama humano en sus múltiples facetas es en los prostíbulos: el amor, la rufianería, la explotación, la pobreza, la enfermedad, la alegría, el miedo, la marginación, la mentira, la humillación, la soledad... y la lista sigue porque en “los quilombos” —sin maquillajes— transitó y transita la vida misma. Cabe también en esta lista la dignidad. Gualeguaychú tuvo muchos lugares con olor a espadol y creolina en donde al decir de Sor Juana Inés de la Cruz están “las que pecan por la paga” y van los que “ pagan por pecar ”. Pero los prostíbulos no fueron sólo eso. Allí “los doctores” en la espera, anudaron trenzas políticas embebidas en alcohol; poetas soñadores alimentaron la filosofía del tango y algunos compadritos lucieron su hombría en el "catre" y con el facón. Imposible no hacer referencia que en estos “piringundines” se fraguó la música que hoy es orgullo nacional. Hacia 1910, la Municipalidad de Gualeguaychú reglamentó detalladamente la actividad de las “casas de tolerancia" y organiza un registro de las mujeres que ejercían la prostitución. Este registro contaba con “retratos” de cada una de las “pupilas” y de “la regente”, ubicación del prostíbulo y otros pormenores que dan cuenta de la importancia que tenía en el pueblo esta “tolerada" actividad. Las mujeres debían tener su propia libreta de sanidad con una foto igual a la que figuraba en el registro
y esta constancia debía ser exhibida si algún cliente lo requería. Los controles de salud los efectuaba el médico municipal dos veces por semana. Estamos hablando de una época en la que aún no se había inventado la penicilina ni se había difundido el uso del látex, y la sífilis, la blenorragia y otras enfermedades de transmisión sexual hacían estragos en la población. En el museo “La Azotea de Lapalma” se conservan algunas fotos de estas mujeres y es posible imaginar por la tristeza de sus miradas el férreo control social ejercido sobre sus vidas y la esclavitud a la que estaban sometidas. Prueba de esto es la comunicación cursada al “Señor Secretario de la Municipalidad de Gualeguaychú" en 1935 que dice: “La encargada del prostíbulo 'El Farol' se ha presentado a esta oficina dando cuenta que la mujer Maria Perfecto se fugó de dicho prostíbulo la tarde del día de ayer. Saludo a Usted muy atte. A. Boggiano”. Es muy curioso, pero lo realmente sorprendente es la respuesta del intendente Peyret: “Solicitase por nota la detención de la mujer Maria Perfecto. B L Peyret”. Es claro que el Estado no solamente toleraba el ejercicio de la prostitución, sino que también utilizaba su poder de coerción para someter a estas mujeres a la servidumbre sexual. Es la misma época y sociedad que negaba todo derecho a los hijos extra matrimoniales y sólo les reservaba el escarnio y la vergüenza.
Hacia 1945, una nueva clase social se hizo visible, comenzó en el país profundos cambios en el orden político, social y cultural y en la calle Andrade al 1300 los parroquianos conversan sobre esta nueva realidad de la Argentina. Es el patio de “El Brillante”, una de las casas públicas más conocidas, al igual que su encargada: La Hilda. En este lugar, Dora Thompson comparte su historia de vida con algún cliente, victima —al igual que tantas— de una moral hipócrita: el embarazo temprano y no deseado, el abandono del novio y finalmente la expulsión de su casa siendo casi niña. La vida de Dora configura la historia clásica de las mujeres que terminaban explotadas en manos de algún “cafiyo”. La Hilda, recordada —aun hoy— con respeto y cariño por muchos, es una referencia insoslayable de ese Gualeguaychú oculto y comentado en sordina. Consejera de varias generaciones de jóvenes que se acercaban por primera vez al misterioso mundo del sexo. Sus últimos años en nuestra ciudad vivó en la zona de la Costanera en un lugar conocido como "El Conventillo de Mendaro" y falleció en la ciudad de Campana extrañando a su pueblo y al barrio del Puerto. El caserón donde estuvo "El Brillante" quedó asociado a la poesía “La calle olvidada" de Enrique Ángel Piaggio, pues la misma fue ilustrada con una foto en la que casualmente estaba esta vivienda. Para esta misma época (la de "El
Brillante") y entrados los años '50 descollaba “El Chantecler” ubicado en 25 de Mayo y María Luisa Guerra —casi Costanera—, era el típico cabaret de la época: mesitas con mantel, música en vivo y pista de baile. Era un lugar exclusivo ya que los precios no estaban al alcance popular. El Chantecler tenía, además, habitaciones para los que quisieran “ocuparse”. Desde un palco especial , un trío de tango animaba las noches; algunos clientes hacían firuletes en la pista y otros se quedaban sólo para escuchar a un joven cantor, un tenor impecable y afinado: Miguel Ángel Chacón. “La Violeta” fue otro de los lugares emblemáticos, ubicado en Buenos Aires y Villaguay; inolvidable para muchos por el anís escarchado marca “El Mono”, servido en las habitaciones. Un poco más reciente fue “Luces del Puerto ”, que como su nombre lo indica, estaba en la zona de Prefectura; aquí también había música en vivo y los memoriosos recuerdan también a Miguel Ángel con alguna de sus orquestas. “El Gato Negro”, un clásico del Barrio Norte, estaba ubicado en 9 de Julio y Jujuy, regenteado por Doña Alida. En el barrio también estaba “El Tropezón" y la lista continua... Aunque más modestos, en Del Valle y la Vía estaba “La Francesa”, en Luis N. Palma (entonces Soberanía) y Estados Unidos, “La Cordobesa”; para el lado del cementerio y más reciente: “La Paraguaya”... Sin dudas, la lista no se agota en esta breve reseña, ni es objeto de la misma el relevamiento de los lugares en donde se practicó el antiguo oficio. Lo que no se pude negar es que fueron muchos y en todas las épocas. Tampoco se puede ignorar su importancia cultural, social y sicológica. En estos últimos 100 años los prostíbulos de nuestra ciudad estuvieron ocultos aunque fueran el centro de una sociedad negadora, machista y de doble estándar moral. Al inicio hacía referencia a la dignidad. Osvaldo Bayer rescata una historia que tiene que ver con esto y que vale la pena recordar. Fueron las prostitutas de San Julián, allá en el lejano sur argentino en 1922, las únicas que denunciaron —cuando todos callaron— la masacre de 1.500 trabajadores rurales. Estas mujeres pagaron con cárcel y tortura la osadía de gritarles "¡asesinos¡" a los asesinos de sus hermanos: los pobres y olvidados.
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Hacia 1945, una nueva clase social se hizo visible, comenzó en el país profundos cambios en el orden político, social y cultural y en la calle Andrade al 1300 los parroquianos conversan sobre esta nueva realidad de la Argentina. Es el patio de “El Brillante”, una de las casas públicas más conocidas, al igual que su encargada: La Hilda...
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SÁBADO 11 DE JUNIO DE 2016 .:. GUALEGUAYCHÚ .:. ENTRE RÍOS
ENTREVISTA | Héctor Luis Castillo
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A mí lo que me gusta es hacer teatro. Lo de la comedia quizás se dio casi sin querer y porque el mismo público va, en cierta forma, encasillándote dentro de un género. Creo que tiene mucho que ver que a mí me gusta la improvisación, jugar con gestos y demás que, sin dudas, está más cerca de la comedia que del drama...
Dicky Dargain
“Necesitamos recuperar otra vez la comunicación” mente tuvimos muchísima actividad en diferentes escenarios y obras hasta que en 2002 tuve la oportunidad de participar en un certamen provincial en Diamante que, de verdad, creo que fue ahí que pude darme cuenta de las posibilidades inimaginables que tiene el mundo del teatro. Así fue como después, gracias una beca, pude viajar a Buenos Aires a estudiar con Esteban Mellino. Ahí empezaba otra etapa... Imaginate, Esteban Mellino me abrió muchísimas puertas, hice cursos en el IUNA, en el Teatro San Martín, trabajé junto a él en PolKa. Esteban, en ese momento, trabajaba haciendo su personaje de profesor Lambetain junto a Susana Giménez, así que no sabés lo que era para mí poder estar ahí con él, que también estaba trabajando en ese momento junto a Dady Brieva en “Los secretos de papá”. En fin, no sólo fue trabajar mucho y aprender, sino que me permitió entrar después a dar clases en su escuela. En el momento de empezar a dar clases me di cuenta de la fantástica base que había obtenido gracias a Silvia... La importancia de los primeros maestros... Totalmente, cómo te marca un buen aprendizaje no tiene comparación alguna. ¿Y como siguió tu periplo por Buenos Aires? Trabajamos mucho y dado me relacioné con la gente de teatro infantil a través del grupo Alas, un grupo que pisaba muy fuerte entonces en Buenos Aires, empecé a conocer otro tipo de público, el de eventos: cumpleaños, casamientos, cosas así, y por otra parte, siempre con el teatro infantil, las giras que es un mundo aparte. Con ellos anduve por Paraguay, Uruguay, Bolivia y muchísimas provincias argentinas, también. Y lo que tienen de interesante las giras es que aprendés cosas que de otra manera no lo harías, como son las cuestiones técnicas, la iluminación, el vestuario, la escenografía...
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ací un 6 de diciembre de 1981 en Gualeguaychú, en el Barrio Pereda, en donde vivían mis abuelos y después mi infancia fue en el Barrio 338... Así comienza la charla con alguien para quien la actuación no es un pasatiempo ni el teatro un divertimento sino que, de la alquimia de la pasión y el talento, el compromiso y el profesionalismo, hace de su tarea de actor un ejemplo de respeto hacia los demás —en este caso el público— y enseña, aún sin proponérselo, que la risa no solo es terapéutica sino que, además, reírnos de nosotros mismos puede hasta lograr que podamos ser más tolerantes... más humanos. ¿Cómo empieza tu relación con el teatro? Esto empieza en 1996, había empezado un curso de “Contabilidad y práctica de escritorio” en el Instituto Magnasco y, curiosamente, una de las materias optativas que tenía el curso era teatro. Por supuesto me pareció tan extraña la propuesta que no pude evitar ir a ver de qué se trataba. Fui a la primera clase, ahí conocí a Carmen Dreiling que era la directora y, cuando me quise acordar, ya estaba ensayando para poner en escena "Canillita", la obra de Florencio Sánchez.
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Se ve que te gustó, entonces... Más que gustarme, la sensación que sentí fue la de haber encontrado mi lugar. Fijate que después de hacer varias funciones de esa obra, participamos en un certamen que organizaba el grupo Tablas en el Teatro Gualeguaychú y, en un momento dado, Carmen me propone inscribirme en ese grupo y seguir con esto del teatro que —ella no lo sabía pero se ve que lo percibía— ya me tenía atrapado; no solamente por la actuación, sino por todos los ejercicios previos, el clima que se creaba con los compañeros y todo eso. Así fue como al año siguiente, me inscribí en ese curso, que en ese momento estaba a cargo de Silvia Camiolo con quien, después de la división en varios grupos de los alumnos y directores, yo seguí con ella. Con Silvia me formé y real-
¿Cómo se te ocurrió entrar en ese territorio tan complicado como es el de la comedia? A mí lo que me gusta es hacer teatro. Lo de la comedia quizás se dio casi sin querer y porque el mismo público va, en cierta forma, encasillándote dentro de un género. Creo que tiene mucho que ver que a mí me gusta la improvisación, jugar con gestos y demás que, sin dudas, está más cerca de la comedia que del drama. Me acuerdo de algunos directores que me decían que no me podían dar un papel serio porque los hacía reír, se tentaban. Capaz tenga que ver con que me meto mucho en el personaje e improviso desde ese lugar, lo que descoloca a mis compañeros, además de al director (risas); a partir de eso es que se fue dando esto de sacar provecho a ese costado humorístico —y divertido, por otra parte—, pero creo que el broche de oro fue una crítica que recibí después de hacer una participación en el espectáculo de Titi Pauletti “Son de Carnaval”: alguien en la prensa se dirigió a mí como un "capocómico". Así que pensé que, casi sin buscarlo, me había recibido de cómico. No obstante se te nota cómodo en ese lugar... Sí, por supuesto, ver que la gente se va del teatro con una sonrisa, la sensación de alegrarla durante una hora, que pudieran salirse de la realidad muchas veces agobiante aunque sea por un rato y reírse... eso, para el artista, es una sensación, una gratificación, que no tiene precio. Por eso aunque esté haciendo un texto dramático; es decir, aún en la comedia se tocan por momentos temas fuertes, en ese momento es importante decirlo con humor, de tal forma que, aunque estés diciendo cosas duras, la gente pueda recibirlo mucho mejor. ¿Escribís tus propias obras? He escrito algunas y he hecho muchas adaptaciones también. ¿Quién te hace reír? Por lejos, Les Luthiers, el tipo de humor y de humoristas que son no hay palabras para definirlo; el manejo de los tiempos que tienen es increíble, más allá de destacar su calidad de músicos. Por otro lado,
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también me gustaba mucho Midachi, y en los dos destaco la capacidad de llegada al público que tienen: uno desde lo cuidado y el otro desde lo chabacano si se quiere, pero los dos llegan al público en forma masiva. Me gusta mucho lo nacional. El cine argentino, el humor argentino, quizá tenga que ver con que me gusta mucho el color local que pueda dársele al humor, lo que no quita que mi referente a nivel internacional sea Jim Carrey, el manejo del cuerpo que tiene, de las expresiones, eso me parece asombroso. Pero, como decía, trato de que en mis espectáculos siempre esté presente lo local, que haya cosas de acá, que el público se pueda identificar con las historias, ser partícipe o cómplice de las historias o los chistes. Y en cuanto a la selección de las obras, ¿optas también por lo local o preferís los clásicos? En general lo que sea clásico me gusta para darme un gustito, tanto sea en la comedia como en lo dramático. Cuando hago algo de ese tipo es para darme un gusto. Más allá que por supuesto uno tenga casi sin darse cuenta en la memoria tipos como Cantinflas o Chaplin, que tenía un manejo del cuerpo increíble, o Tandarica, a quien llegué a ver y que tenía mucho de ese estilo chaplinesco. Naturalmente que es el estudio lo que te lleva a aprender a observar mucho a las personas y después hacer que tu cuerpo se exprese... observar a los niños, el niño te enseña mucho porque es natural, no tiene posturas impostadas, es él mismo y su cuerpo, su mundo simple, como las caídas que producen gracia, el reírse de una caída tiene sin dudas una cuestión infantil en el fondo, si vemos a alguien caerse, es el niño que todos llevamos adentro el que se ríe; cuando de grande nos reímos con un clown, con un payaso, ¿sos vos o el niño que llevas adentro el que se ríe? ¿Crees que es necesario llegar a ocupar marquesinas en Buenos Aires para sentirse artista? No, de ninguna manera. No sé cómo será ser famoso, estar en la tele, que todos te reconozcan y demás, pero yo disfruto de estar arriba de un escenario. De un escenario o en un salón, arriba de un banquito o de una tarima, sintiendo que la gente está ahí, disfruto de lo que hago, no importa si el público son 10 o mil personas, disfruto de estar ahí, metido en mi personaje —porque me cuesta mucho ser yo mismo, a través de un personaje es otra cosa— y estar actuando me apasiona. Siento pasión. No me desvela la fama, si no hay pasión en lo que haces la fama no te sirve para nada. Comienzo a disfrutar desde el momento en que nace un proyecto, mientas ensayamos, mientras compartimos con los compañeros, leemos los guiones, mientras buscamos la forma de llegar más al público, de hacerlo participar; es decir, todo ese pro-
ceso es lo que me apasiona y quizás me permite no estar pensando en si me van a llamar o no de la tele. Estoy disfrutando de mi propio mundo. ¿Estás con algún proyecto inmediato? Sí, estamos con muchas cosas, preparando la temporada infantil para las vacaciones, mi unipersonal “Sin los pies en la tierra”, “Papitos”, mientras tanto leyendo y adaptando otras futuras obras.
Me gusta mucho lo nacional. El cine argentino, el humor argentino, quizá tenga que ver con que me gusta mucho el color local que pueda dársele al humor, lo que no quita que mi referente a nivel internacional sea Jim Carrey, el manejo del cuerpo que tiene, de las expresiones, eso me parece asombroso...
¿Te gusta más trabajar solo? No, me gusta la compañía. Fíjate que disfruto mucho de ver caras nuevas en el teatro. ¿Cómo es eso? Es que me parece muy importante abrir el juego a nuevos actores, dar la oportunidad y, al mismo tiempo, sentir que el teatro sigue creciendo. Es muy bueno ver que se acerca cada vez más gente a disfrutar de la actuación, del aprendizaje. Ahora bien, vos estás haciendo una comedia, ¿qué hacés si no se ríe nadie? La remo (risas). ¿Te ha pasado? Sí, por supuesto... Me ha pasado que iban 15 minutos de obra y parecían dibujados. Pensaba: ¿qué pasa?, si esto durante los ensayos nos hacía matarnos de risa. Y empezás a mirar fijo, empezás a transpirar, el cerebro empieza a trabajar como loco diciendo: tengo que buscar recursos. Lo más cómico es que terminás la función, por ahí no se rió nadie y después te esperan afuera para felicitarte (risas). ¿Y qué opinas acerca del teatro en la escuela? Es fantástico, el arte en general y el teatro en particular, creo que es una experiencia de comunicación. Necesitamos recuperar otra vez la comunicación, recuperar la charla, el diálogo, esto de mirarse a los ojos, compartir cosas. Hoy estamos todos detrás de una pantallita y ni siquiera nos miramos; estamos sentados a una mesa para conversar y en lugar de eso estamos cada uno en su mundo, metido en su pantallita. Llevar el teatro, la actuación, a las escuelas es eso: apostar a la expresión, a la comunicación. Tenemos que apoyar a esos proyectos y nosotros que, afortunadamente tenemos a la UADER que forma profesores de excelencia, debemos apoyarlos para que puedan llegar más a las escuelas.
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SÁBADO 11 DE JUNIO DE 2016 .:. GUALEGUAYCHÚ .:. ENTRE RÍOS
FRAGMENTOS Cesáreo Bernaldo de Quirós (1879-1961)
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LA FRASE James Joyce (1882-1941)
STAFF
TODOS LOS DÍAS UNA COPITA x Paio
Las máquinas ahorran mano de obra, suplantadores, cancones, monstruos manufacturados para matarse unos a otros, repulsivos trasgos producidos por una horda de lujurias capitalistas mediante nuestra prostituida mano de obra.
Director ElDía Sebastián Carbone Editor S!gno Luis Castillo Editor Suplementos Fernando Piciana Colaboradores Osvaldo Delmonte Paio Zuloaga Diseño de tapa: Collage con ilustración de Tomi Müller ©
OCIO RECOMENDADO manuel belgrano Felipe Pigna | Editorial Planeta La historia oficial relegó a Manuel Belgrano al papel de "creador de la bandera nacional", a tal punto que hasta en el calendario la fecha de su muerte quedó asociada al símbolo patrio. Fue la forma de ocultar, por mucho tiempo, el pensamiento y la acción de uno de los más lúcidos innovadores y revolucionarios de nuestra historia. En esta nueva obra, Felipe Pigna aborda el estudio integral de la agitada vida de Belgrano, tanto en lo público como en lo privado y familiar. Además de sus facetas más conocidas como protagonista de la Revolución de Mayo y general de la Independencia, aparecen con gran relevancia en estas páginas los aspectos menos divulgados: su ideario progresista y las incontables batallas que libró para llevarlo a la práctica. Belgrano fue el primero en nuestras tierras en estudiar y difundir las ideas de la economía política, adaptándolas a la realidad y los intereses rioplatenses; el primer promotor de nuestra industria, un pionero de nuestro periodismo, un hombre de avanzada en ideas culturales y educativas, un defensor de los derechos de los pueblos originarios y, en un tiempo en que se postulaba la instalación de una monarquía en el Río de la Plata, quien propuso la coronación de un descendiente de los incas. La minuciosa investigación y el estilo atrapante de Pigna imprimen su marca personal cuando recorre los múltiples aspectos de la rica vida privada y pública de Belgrano. Este nuevo libro alcanza un dramatismo magistral al recuperar las banderas de un hombre extraordinario que no vaciló en dar la vida con honestidad, coherencia, humildad y amor por la patria.
el último adiós Kate Morton | Editorial Alfaguara Un niño desaparecido... Junio, 1933. En Loeanneth, la residencia de verano de la familia Edevane, todo está listo para la fiesta de solsticio. Alice Edevane, de dieciséis años y escritora en ciernes, está especialmente ilusionada. No solo ha encontrado el giro argumental perfecto para su novela, también se ha enamorado perdidamente de quien no debe. Pero para cuando llegue la medianoche y los fuegos artificiales iluminen el cielo estival, la familia Edevane habrá sufrido una pérdida tan grande que tendrá que abandonar la mansión y Cornualles para siempre... Una casa abandonada... Setenta años más tarde y después de un caso especialmente difícil, Sadie Sparrow -investigadora en Scotland Yard- se encuentra de licencia. Refugiada en la casa de su abuelo en Cornualles, pronto comprueba que estar ociosa le resulta complicado. Hasta que un día llega por casualidad a una vieja casa abandonada rodeada de jardines salvajes y espesos bosques, y descubre la historia de un niño que desapareció sin dejar rastro... Un misterio sin resolver... Mientras tanto, en el ático de una elegante casa en Hampstead, la formidable Alice Edevane, ya anciana, lleva una vida tan cuidadosamente planeada como las exitosas novelas policiales que escribe. Hasta que una joven detective empieza a hacer preguntas sobre su pasado familiar en un intento por desenterrar la intricada maraña de secretos de los que Alice estuvo tratando de escapar toda su vida...