Signo :: Suplemento de Arte y Cultura de ElDía (FEBRERO 2016)

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el matテウn que se codeテウ con gardel

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SÁBADO 13 DE FEBRERO DE 2016 .:. GUALEGUAYCHÚ .:. ENTRE RÍOS

EFEMÉRIDES CULTURALES

3 de febrero de 1858

Gabino Ezeiza

Carlos Gardel y José Razzano conocieron a Gabino Ezeiza en los comités políticos, como a casi todos los payadores de aquel tiempo, y ese conocimiento se hizo trato amigo en la rueda del popular Café de los Angelitos. A su muerte, el dúo cantó en su homenaje Heroico Paysandú, que años después llevó al disco el Zorzal Criollo...

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l Negro Gabino Ezeiza se considera no solamente –y con justicia– el mejor payador argentino y rioplatense sino que , además, revolucionó el género al imponer el ritmo de milonga pampeana en la payada. Había nacido en el populoso barrio de San Telmo cuando éste era un barrio de negros y de esclavos; allí, los ritmos africanos llegados en los barcos iban creando nuevas formas musicales que se expandían en las barriadas tanto de buenos aires como de Montevideo y otras grandes ciudades orientales. Su maestro, se dice, fue el negro Pancho Luna, conocedor y difusor de la payada. La payada llegaba a su punto más culminante en los contrapuntos, que podían sucederse tanto en los boliches (recuérdese la famosa payada de Martín Fierro y que culminara con la muerte de su contrapuntista, precisamente un negro) como, más adelante y a medida que el género ganaba en adeptos, en los teatros. Así, se recuerda el contrapunto que Gabino Ezeiza llevó a cabo el 23 de julio de 1884 en el teatro Artigas, de Montevideo frente al crédito local, el cantor Juan de Nava; con un teatro a pleno y las barras en su contra, el negro Ezeiza improvisó: Heroico Paysandú

(Saludo a Paysandú mencionan otros), que no solo le permitió alzarse con la victoria esa noche sino que lo posicionó como el payador más grande. Más adelante participó en otros teatros y otros contrapuntos hasta que recorrió el país con su propio circo, que se perdió en un incendio en 1893. Asiduo concurrente de los comités políticos, allí conoció a Gradel y Razzano quienes, a la muerte del negro, cantaron y luego grabaron su Saludo a Paysandú. Ferviente seguidor de Hipólito Irigoyen, el negro Ezeiza moría el mismo día en que éste asumía la presidencia de la Nación. En 1884 hizo una payada de contrapunto con Nemesio Trejo, a beneficio de las víctimas de una inundación en Barracas; Ezeiza culminó la función haciendo una descripción en verso de la ciudad de Montevideo, en un momento dado se cortó una de las cuerdas de su guitarra. Sin inmutarse, Ezeiza comparó aquella cuerda rota con sus propios sentimientos Otra memorable payada fue la que sostuvo con Pablo J. Vázquez, de Flores, con quien mantuvo una payada en Pergamino, que comenzó el 13 de octubre de 1894 y duró dos noches. Ha sobrevi-

vido versión taquigráfica de éste contrapunto, en la que Ezeiza llegó a provocar a Vázquez diciéndole: «Hay algunos que pensaban / que del todo yo había muerto; / calcular ahora usted puede / lo que puede haber de cierto» Cierta vez, el caricaturista José María Cao le exigió que payase sobre el logaritmo: Ezeiza pidió permiso, fue hasta la casa de un profesor amigo para asesorarse y volvió al rato dispuesto a improvisar con el nuevo conocimiento: "Señores, voy a explicar / la ciencia del logaritmo, / si acierto a cantar al ritmo / de mi modesto payar. / Pongamos, para

empezar, / dos progresiones enfrente; / por diferencia y cociente / correspondiendo entre sí, / y ¡ahijuna! saldrá de aquí / un sistema sorprendente...". En un encuentro en un teatro de Lomas de Zamora, alguien del público pidió como tema la metempsícosis (una doctrina religiosa según la cual las almas transmigran de un cuerpo a otro). Ezeiza lo respondió de este modo: "Al que me mete metempsícosis / le contesto en estilo vario, / le contesto en estilo vario: / ¿por qué al mandarme la pregunta / no me mandó también el diccionario?".


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CRÓNICAS URBANAS | Héctor Luis Castillo

Los niños del volcán

. Si alguien casualmente estuviera pasando o detenido en la plaza, no los percibiría. Yo mismo he intentado esto que relato con inútiles resultados. He probado esconderme detrás de algún árbol (hay muchos jacarandaes en la plaza) y espiarlos desde allí. Solamente desde allá arriba, desde el campanario pueden verse...

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ay una plaza, una iglesia y sobre ésta, un campanario. El campanario se abre hacia los cuatro puntos cardinales a través de aberturas de medio punto con ladrillos a la vista, o mejor dicho, sin revocar. Nadie lo mira, a lo sumo escuchan su horario y monótono repicar de campanas antiguas y pesadas. Si uno se para justo frente a la entrada de la iglesia puede ver cómo, apenas el sol atraviesa la hendidura posterior (que da al oeste naturalmente); la plaza se tiñe de ocre y algunos instantes después, cae la noche. Pocos, creo, han observado esto que digo. Menos aún son los que pueden observar la imagen inversa: sentir el sol perderse detrás de sus espaldas mientras la plaza se opaca, las hojas de los árboles parecen cerrarse y, en invierno, especialmente en invierno, los senderos interiores de la plaza se afinan hasta casi extraviarse. Desde allá arriba pueden verse también (o adivinarse) las oscuras siluetas que comienzan a poblar la oscuridad. Yo las he visto. Se mueven velozmente apareciendo y desapareciendo entre el follaje que, desde arriba, parece más frondoso de lo que en realidad es. Si alguien casualmente estuviera pasando o detenido en la plaza, no los percibi-

ría. Yo mismo he intentado esto que relato con inútiles resultados. He probado esconderme detrás de algún árbol (hay muchos jacarandaes en la plaza) y espiarlos desde allí. Solamente desde allá arriba, desde el campanario pueden verse. Y creo que ellos también me ven entonces y me permiten que los observe. Sólo eso. Que los observe e imagine lo que quiera, que son hormigas, gnomos o fantasmas. Que no existen. Que es mi imaginación, mi torpeza visual dados la oscuridad y la distancia. Pero al menos bajo esas condiciones me permiten que los vea. Con el tiempo y con paciencia he aprendido mucho acerca de ellos. Son niños, se mueven como niños, no como enanos; de pieles pálidas y, al mismo tiempo, oscuras. O al revés, pieles oscuras que se adivinan pálidas. Pieles secas, pegadas a la escasa carne y casi contorneando los huesos. Aparecen desde los cuatro costados de la plaza y la recorren casi de un modo mecánico: primero se acercan a la fuente, allí algunos beben agua y otros parecen recogerlas en cántaros o en bolsas laxas que se adivinan frágiles y apenas continentes; más tarde, en grupos minúsculos, revisan los cestos de basura, recogen las migajas que suelen

caer debajo de los bancos, entre la arena del arenero sobre el que se apoya el tobogán; revisan con esmerada paciencia las bolsas vacías de galletitas, los papeles brillantes de los alfajores, los multicolores envoltorios de los caramelos. Algunas noches, encuentran algún juguete que extravió alguien y entonces esas noches son diferentes. Es en esas noches que se percibe, además de movimiento, sonidos. Ruido a risas. A risas de niños. Los he visto disfrutar de una raída pelota de tenis hallada entre los arbustos que rodean la calesita y en ese momento parecían hasta olvidarse de las medidas precautorias para no ser vistos ni oídos. Pero, por suerte para ellos, nadie los ve. Nadie los escucha. Ellos no lo saben y por eso sólo en raras ocasiones se permiten jugar o desviarse de su rutinaria tarea de cada noche. No creo que sean siempre los mismos aunque nunca pude diferenciar uno de otro, parecen todos iguales, se ven iguales (desde mi altura y mi escasa visión, claro) pero sé que no lo son. A veces pienso qué harán cuando se enferman, o se lastiman. O se mueren. Porque supongo que se morirán como cualquiera. Por eso nunca se me ocu-

rrió ponerles nombres. Siendo anónimos es menos doloroso ver todo lo que les pasa y no hacer nada, porque debo confesar que muchas veces los he sentido gemir (o emitir sonidos que para mí eran gemidos) o llorar incluso. Por eso, porque los oí llorar sé que son reales, y que sienten dolor y acaso algunos otros sentimientos que me hacen pensar que deben ser humanos. Otras veces, en cambio, creo que no, que son apenas sombras que dibuja el viento en complicidad con los árboles y que mi imaginación hace el resto; como imaginarme que la plaza no es una plaza sino un volcán, apagado claro, la imagen de un hormiguero me parece muy dura. Un volcán del que no brota lava sino niños. Y yo desde mi campanario observo los niños del volcán, que aparecen por las noches a hacerse dueño de lo que no son dueños, de las migajas de las palomas o de los olvidados juguetes de los niños de verdad. Los que conocen la luz, el sol y el abrigo de un abrazo, un beso o una caricia. Los niños del volcán sólo tienen la noche, los restos de las sombras y la mirada piadosa de alguien que los observa callado y temeroso desde la frialdad de un campanario.

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MIRADAS | Ricardo Ragendorfer

El matón que se codeó con Gardel

Ruggierito

En la primera hora del 22 de octubre, el viejo caudillo conservador –quien aún gobernaba ese pujante arrabal– ingresaría allí por una entrada secundaria, escoltado por una docena de guardaespaldas. El comisario Habiague lo vio irrumpir en la morgue con la mirada humedecida. No era para menos; el finado había sido su ladero, mano derecha y custodio. Era Juan Nicolás Ruggiero, más conocido como Ruggierito...

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oco antes había ganado una fuerte suma en el Hipódromo de La Plata sin imaginar que aquel sábado –el del 21 de octubre de 1933– no sería su día de suerte. Ahora, al filo de la medianoche, su cuerpo desnudo yacía sobre una fría mesada de mármol en la morgue del Hospital Fiorito; un pequeño agujero rojo resaltaba en el costado izquierdo del tórax, entre la segunda y tercera costilla. Junto a él, un hombre aún joven persistía en auscultar esa herida sin encubrir su pesadumbre. Se trataba de su ocasional compinche, el comisario inspector Esteban Habiague, quien tendría a su cargo la investigación del crimen. Apenas unas horas antes, tras volver del circo hípico, la víctima pasó por su casa para cambiar el traje de lino blanco por otro oscuro, el cual adornaría con una rastra criolla. Después se hizo trasladar en su auto particular –un Cadillac 1929– a lo de Elisa Vecino, una morocha de 25 años, quien desde hacía casi una década lo recibía en su alcoba. La mujer vivía en la calle Dorrego al 2000, del barrio de Crucecita. A eso de las nueve de la

noche, la pareja conversaba animadamente con Ana Gallino; al rato, se sumaría su esposo, Héctor Moretti, un simpático pistolero con quien el hombre de la rastra tenía una gran amistad. Su chofer, en tanto, dormitaba en el Cadillac. Hasta que, de manera súbita, el inequívoco estampido de una 45 lo arrancó del sueño. Éste, quien respondía al apodo de Joselito, entonces vio dos imágenes: a su patrón caer en brazos de Moretti y, luego, al girar la vista, a un tipo retacón, de traje negro, que corría hacia la esquina, en donde lo esperaba un Chrysler azul ocupado por otros tres sujetos, y con el motor en marcha. El vehículo partió a toda velocidad. En ese instante, los acontecimientos se tornaron vertiginosos. Moretti, arma en mano, hizo unos disparos, mientras apoyaba al moribundo sobre el regazo de Elisa. Y saltó al estribo del Cadillac, cuyas ruedas al arrancar desataron un sombrío chirrido. Moretti siguió disparando. Desde el Chrysler le tiraban a él. Elisa, en tanto, sostenía entre las manos la cabeza de su amante, quien, tal vez presintiendo que

la vida se le cortaba, miró a su alrededor. En los labios se le dibujo una sonrisa. Quiso hablar. Pero entonces su boca se llenó de sangre. Y cerró los ojos. Fue cuando el Cadillac regresó desde una calle lateral. El guardabarro y la parte superior del radiador lucían huellas de proyectiles, al igual que el cristal del parabrisas, o lo que quedaba de él. Casi sin frenar, el herido fue cargado en el asiento trasero, antes de que Joselito enfilara hacia el sur, en dirección a la avenida Mitre, hasta llegar al Fiorito, el nosocomio inaugurado en 1913 por el intendente de Avellaneda, don Alberto Barceló. Dos décadas después, en la primera hora del 22 de octubre, el viejo caudillo conservador –quien aún gobernaba ese pujante arrabal– ingresaría allí por una entrada secundaria, escoltado por una docena de guardaespaldas. El comisario Habiague lo vio irrumpir en la morgue con la mirada humedecida. No era para menos; el finado había sido su ladero, mano derecha y custodio. Era Juan Nicolás Ruggiero, más conocido como Ruggierito.

LA DIALÉCTICA DE LAS ARMAS En los primeros días de 1919, un conflicto sindical en los Talleres Vasena desató una sangrienta represión policial y parapolicial. La misma se extendió por varios días en toda la ciudad. Y no sólo tuvo como blancos preferenciales a obreros socialistas y anarquista sino también a colectividades extranjeras, en especial, la judía. Para el periódico La Vanguardia, esas jornadas dejaron unos 700 muertos. Pasarían a la historia como la Semana Trágica. Y sus hacedores, además de la caballería policial, pertenecían a la Liga Patriótica, pero también había otros individuos que actuaban por cuenta de esta organización a cambio de unos pesos. En consecuencia, lo novedoso del caso fue precisamente el uso político de elementos reclutados en los bajos fondos. Tal práctica marcaría un punto de inflexión en el escenario delictivo argentino. Y si hubo una vida que ejemplifica tal tendencia, no fue otra que la de Ruggierito. Nacido el 24 de junio de 1895, fue el menor de los 11 hijos concebidos por la unión entre una criolla y un humilde carpintero napolitano establecido en la Isla Maciel. A los 14 años ya pegaba afiches para el comité de Barceló, quien iniciaba su primer período municipal en Avellaneda. Quizás fue por esos días cuando el caudillo reparó en ese pibe que solía ir a la Intendencia para buscar la comida que los conservadores repartían a los pobres. Una década más tarde, el tal Juan ya era un avezado puntero político y un pistolero audaz. Supo ganar fama en tiroteos con patotas adversas a su padrino. En pleno auge del fraude patriótico –tal como los conservadores llamaban a sus trampas electorales– fue diestro en el arte de intimidar a votantes y conseguir libretas. Administró con eficacia algunos negocios partidarios. Y acostumbraba salir de juerga con un correligionario célebre: Carlos Gardel. Su abultado prontuario incluía máculas por juegos prohibidos, robo, lesiones, abuso de armas y varios homicidios. Una de sus víctimas fue el Gallego Julio, un prestigioso matón al servicio de los radicales, cuyo nombre era Julio Valea. Su providencia –al igual que, luego, la de Ruggierito– no resultó bendecida por el turf. En octubre de 1929, mientras miraba correr a su tordillo, Invernal, en la séptima carrera del Hipódromo de Palermo, cayó de bruces con la frente atravesada por


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un proyectil. El tirador, quien se había agazapado en el bosque, a unos 25 metros del blanco, abandonó aquel sitio en un auto veloz. Mientras ahora una acongojada multitud rodeaba al Hospital Fiorito para despedir a Ruggierito, a Habiague le vino a la mente dicho episodio. Y en ese momento llegó a conjeturar que en la ejecución del Gallego Julio –de la cual el protegido de don Alberto no había sido ajeno– podría estar el anagrama de su propia muerte. Luego descartó tal idea. O, mejor dicho, la juntaría con otras tantas hipótesis, dado que así como deslizó el caudillo al retirase de la morgue, los enemigos del pistolero “hacían fila para liquidarlo”. Motivos no faltaban: rivalidades políticas y discrepancias en los negocios sucios era el combustible de semejante estado de las cosas. Habiague bien lo sabía, ya que él era un importante engranaje del asunto. EL EXCARCELADOR Hubo un tiempo en el que el Flaco Esteban –como todos le decían– no fue policía. Lo cierto es que había sido un muchacho con vocaciones oscilantes. Supo ser periodista en La Razón y, luego, en La Tarde; fue administrador del Hipódromo de San Martín, además de oficiar como banca en algunos garitos. En ello estaba cuando Barceló le dijo: “Júntese 200 libretas y lo hago diputado provincial”. Dicho y hecho: aquel hombre fue legislador por el partido de San Martín entre 1925 y 1928. El siguiente paso de su mentor fue designarlo como comisario inspector en Avellaneda. Desde aquel cargo, haría excelentes migas con Ruggierito. Ambos, claro, eran parte de la misma maquinaria. Y en aquel contexto, una de las funciones policiales de Habiague era la de excarcelar por vía extrajudicial a los amigos y aliados que habían tenido la pésima fortuna de caer tras las rejas. El comisario inspector supo jactarse

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El tal Juan ya era un avezado puntero político y un pistolero audaz. Supo ganar fama en tiroteos con patotas adversas a su padrino. En pleno auge del fraude patriótico –tal como los conservadores llamaban a sus trampas electorales– fue diestro en el arte de intimidar a votantes y conseguir libretas. Administró con eficacia algunos negocios partidarios. Y acostumbraba salir de juerga con un correligionario célebre: Carlos Gardel... de ello con la siguiente frase: “En esa época macanudísima, de Avellaneda nadie entraba a pudrirse en Sierra Chica”. Y menos, Ruggierito. Al respecto, Habiague evocó una anécdota: por cuestiones del momento, una noche Ruggierito hirió de muerte a otro compadrito, el Pichón Canevari, en un turbio almacén de Barracas, antes de darse a la fuga. Al llegar la policía, el moribundo fue interrogado en estos términos: —¿Quién te hirió? ¿Fue Ruggierito? La respuesta, declamada con el esfuerzo propio de la agonía, fue: —Vea, agente, el varón para ser hombre no debe ser batidor. Dicho esto, el Pichón cayó en el sopor eterno.

Jamás supo que su frase póstuma inspiraría el famoso tango Sangre Maleva, compuesto por Juan Manuel Velich y Dante Tortonese. Ahora, esclarecer el asesinato Ruggierito era para el comisario una suerte de imperativo moral. En ese instante se le cruzó la última imagen que tuvo de él en vida. Fue durante un acto en el barrio La Mosca, cuando –para la sorpresa del propio pistolero– la multitud empezó a aullar: “¡Barceló, no! ¡Ruggierito, sí!”. Entonces la mirada del caudillo, ya clavada de soslayo sobre el aludido, adquirió un extraño brillo. En la soleada mañana del 22 de octubre de 1933, una muchedumbre nunca antes reunida en Avellaneda marchaba por la avenida Mitre llevando en andas el féretro de Juan Nicolás Ruggiero,

envuelto por la bandera. Alberto Barceló aguardaba al cortejo en el cementerio municipal. Aún seguía siendo el individuo más poderoso de aquella ciudad. Su estrella recién declinaría a mediados de la década siguiente. Y murió en 1946. Habiague concluyó su carrera en esos mismos años, sin que pudiese dar con los asesinos de Ruggierito. Mucho tiempo después, en una brumosa tarde de 1965, el ya viejo comisario departía con un conocido en una mesa de la confitería El Molino. Entonces, no sin cierta prudencia, reveló: —A Juan lo mataron sus amigos… Y tras una pausa, agregaría: —Lo mataron porque ya no les era útil. Su voz sonaba muy cansada.

RICARDO RAGENDORFER es periodista argentino. Trabajó en las revistas El Porteño, Página/30, Noticias, Pistas, Tres Puntos, Gente y TXT. Y en los diarios Sur, Página/12 y Ámbito Financiero. Colaboró en el diario La Prensa y en las revistas First, Delitos & Castigos, El Tajo, Cerdos & Peces, Geografía Universal, Rolling Stone y Le Monde Diplomatique. Fue corresponsal de las revistas Proceso (México) y Número (Colombia). Actualmente colabora con las revistas La Mano, Hombre y Caras y Caretas. Es autor de los libros Robo y falsificación de obras de arte en Argentina, La Bonaerense (junto a Carlos Dutil) y La secta del gatillo.

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DESDE EL ABISMO

Héctor Ángel Benedetti

Historias en clave de 2x4

desentendidas del tango y que no querían saber nada con él. Pero tal como ocurriera varias veces a lo largo de su historia, el tango logró resurgir de esa decadencia; obtuvo un nuevo empuje fabuloso e insospechado gracias a que se redescubrió que era un baile muy atractivo. Este proceso ocupó buena parte de los 90 y de principios del siglo XXI. Y para demostrar una de las tesis de este libro (que en el tango se repitió varias veces el ciclo de apogeo, inercia, decadencia y reformulación), se hizo imprescindible llegar al siglo XXI, para ver qué fue lo que pasó, al menos durante sus primeros años.

Creo que ya se terminó aquello de no querer saber nada con el tango que tuvo el grueso de la generación precedente. Hay un interés muy fuerte por esta clase de música de parte de los jóvenes; y no solo en las pistas de baile, sino que también hay artistas que prefirieron volcarse al tango desde muy temprana edad...

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l libro Nueva historia del Tango de Héctor Ángel Benedetti, publicado por la editorial Siglo XXI, recorre la historia de la incorporación de los instrumentos, la consistencia de los repertorios, la aparición de las orquestas y la renovación clave que en su momento introdujera Astor Piazzolla. Benedetti nació en 1969 en General San Martín. Su especialidad es el estudio de la música popular, pero entre sus libros se cuentan crónicas de viaje, investigaciones, ensayos y libros de ficción. Es miembro del Centro de Estudios Gardelianos. ¿Por qué sería nueva esta historia del tango? Tenía la impresión de que muchos libros de historia del tango no partían de una hipótesis de traba-

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jo, sino de conclusiones sentimentales que cada autor ya tenía de antemano; que recién a partir de allí el escritor componía su texto, justificándolas. Pensé que sería útil revisar esa postura. Quiero decir: este libro nació a partir de algunas necesidades más que evidentes; tal vez la principal sea que aquella clase de obras descontextualizaban a un determinado artista o a cierto período, a menudo de manera convencional y sin atender a que en realidad la actividad tanguera tuvo (y tiene) muchos movimientos internos, graduales, dentro de los cuales las cosas no aparecieron y desaparecieron de golpe, ni se produjeron milagrosamente de manera aislada. Por otra parte, se tendió a utilizar un tono complaciente, se sobrevaloró la real incidencia que tuvieron algunos artistas, no se

comprendió cómo era el verdadero funcionamiento profesional de los intérpretes, se aceptó sin cuestionar cualquier cita autorreferencial, se sacralizaron opiniones previas, etcétera. Lo que hice, fue reconsiderar todo eso: quitar mitos a favor de lo documental, centrar en movimientos antes que a individuos, hacer una crítica ecuánime y una valorización sin adjetivaciones. ¿Qué quiere decir cuando dice "hasta el siglo XXI"? Hacia mediados de los 80, del tango ya estaban surgiendo pocas novedades verdaderamente gratas Era claro que estaba muy débil, y prácticamente llegó a tocar fondo; por un lado, tenía un auditorio cautivo, pero en retroceso y sin perspectiva de renovación; por el otro, al menos dos generaciones

¿Cómo han variado las formas del tango en los últimos años? A simple vista parece algo muy raro. Todos esperábamos que el sonido “post-Piazzolla” evolucionara hacia formas casi impredecibles, y de hecho algo de esto se vio en determinados conjuntos; pero poco a poco fue ganando más terreno la recuperación de formas tradicionales. Orquestas tocando en estilos clásicos; siguiendo la marcación de algunos directores de los 40, sobre todo. Pero no debería sorprendernos tanto: como dije antes, la última recuperación del tango fue por la danza; y para practicarla, los estilos más “conservadores” son los más adecuados. ¿Cómo perciben las nuevas generaciones al tango en sus más diversos formatos? Creo que ya se terminó aquello de no querer saber nada con el tango que tuvo el grueso de la generación precedente. Hay un interés muy fuerte por esta clase de música de parte de los jóvenes; y no solo en las pistas de baile, sino que también hay artistas que prefirieron volcarse al tango desde muy temprana edad. El tanguero de la barra ya no es un bicho raro; y a la vez, el que no se siente identificado con el tango aprendió a respetar esos gustos. Es como una vieja fisura que comenzó a arreglarse, y lo mejor de todo es que lo está haciendo espontáneamente, sin imposiciones. ¿Qué futuro se puede esperar para este género? En el arte debemos desconfiar de aquello que digan las bolas de cristal sobre el futuro de las tendencia; pero si algo nos enseñó la historia del tango, es que para sobrevivir con éxito necesita dosis equilibradas de novedad, variedad y calidad. Los ingredientes están. Pablo E. Chacón (Télam)


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LECTURAS EN PROFUNDIDAD

Adolfo Argentino Golz

Escritos entre ríos

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l periodista y escritor Adolfo Argentino Golf nació el 8 de febrero de 1930 en la ciudad de Nogoyá, Entre Ríos. Su infancia transcurrió en Viena, Austria, donde inicio su formación primaria, la que completo en Paraná donde también realizo la secundaria. Estudió Literatura y Ciencias de la Educación y se especializó en Comunicación Social. Entre las principales distinciones literarias y periodísticas obtenidas se encuentran: el premio Santa Clara de Asís, Faja de Honor de la SADE, EL Cimarrón Entrerriano de la Secretaria de Cultura, Premios Andrés Bello, F. Antonio Rizzutto (de la Asociación Técnica de la Prensa Argentina), Hipólito Vieytes (de la Asociación Rural Argentina y de la CAPA), Fundación Cerien, Fundación de la Caja Nacional de Ahorro, El Diario de Paraná y El Territorio de Posadas, Fray Mocho (2da mención), Primer Premio a la Excelencia del IADE (en tres oportunidades), Supremo de Honor de la Popularidad de ADE, entre otros. Además, fue declarado Mayor Notable Argentino en el Congreso de la Nación, en la Biblioteca del Congreso de la Nación se le entregó el Premio Fundación Bill y Melinda Gates. Los Consejos Deliberantes de Paraná y Nagoya lo declararon Ciudadano Destacado de las respectivas ciudades. Por otro lado la H. Cámara de diputados de Entre Ríos y Municipalidad de Paraná le otorgaron un reconocimiento al merito por su trayectoria periodística y literaria. Fue secretario fundador de la SADE de Entre Ríos y del Consejo

Federal de la misma entidad, donde llego a ocupar la vicepresidencia. Dirigió las Colecciones “Entre Ríos” y “Autores de Hoy”, de la desaparecida editorial Colmegna de Santa Fe, que reunió más de 60 títulos. Durante varias décadas fue Secretario de Cultura del Sindicato de Prensa de Entre Ríos, fue Miembro Titular del Comité Ejecutivo de la Fundación Mayorazgo e integra el Grupo de Apoyo Cultural de la Fundación OSDE y Asesor Cultural de la Clínica Modelo en Paraná. Es autor de los textos y asesor literario de la suite “Entre Ríos, tierra de poetas”, de los Leñeros. Ha integrado las redacciones de la mayoría de los medios gráficos de Paraná, llegando a dirigir algunos de ellos. Fue corresponsal de medios de Santa Fe, Rosario, Buenos Aires y del interior entrerriano. Se ha desempeñado en programas de radios y televisión. Fue Jefe de Comunicaciones del INTA en Entre Ríos y en calidad de tal becario de la OEA en el IICA, en Turrialba (Costa Rica) y en el CIESPAL, en Quito ( Ecuador), cumplió una pasantía en la Universidad de Puerto Rico y una misión técnica en Australia, esta ultima en el marco del PINUD de las Naciones Unidas y completó un curso en el St. Matías College, en Alemania. Ha realizado viajes periodísticos por España, Holanda y Francia, Bélgica, Austria, Hungría, Luxemburgo y en la Base Marambio Antártida Argentina. Tiene editada las siguientes obras: El Hombre Incompleto (cuentos). Las manos del montonero (recitado). Ocho cuentos

octogonales (cuentos). La gargantilla negra (cuentos). Crónicas de Entre Ríos (Compilación). Todos los Hombres, ningún amor (cuentos). Compartidarios (cuentos). Daniel Elías, el poeta del sol (ensayo), el Mate en Aires de coplas (poesía), Cuentos desde Entre Ríos y Cuentos con Mates. Entre otras obras compartidas: De orilla a orilla (cuentos). Cuentan para usted (cuentos), Cuentos para los niños del litoral cuentos), Cuentistas de la Mesopotamia (cuentos), Itinerario Entrerriano (cuentos). Además está incluido en numerosas antologías. Aquí reproducimos dos relatos de su autoría. BATUQUE Mauro Santillán trabajaba de ordenanza en la Casa de Gobierno de Paraná. Vivía solo en una casita que el mismo había construido en las cercanías de Aldea Salto, que distaba unos 20 km de Paraná, por la ruta 11. Mauro tenía un perro, de los llamados “barbilla”, que había bautizado Batuque, en recordación de una historieta que había publicado la revista Billiken. Lo cierto era que Mauro salía todas las mañanas a las cinco y media de su casa, acompañado por Batuque, caminaba con los zapatos en la mano unos cien metros hasta la ruta, donde esperaba el colectivo que venía de Diamante. Allí se sacaba las alpargatas y se calzaba zapatos que traía en la mano, a su vez Batuque se echaba sobre las alpargatas, quedándose allí esperando el regreso del amo alrededor de las 14, se producía entonces el proceso

inverso, se sacaba los zapatos para calzarse las alpargatas e ir hasta la casa a almorzar. Esto se cumplió durante diez años hasta que un mal día Mauro Santillán fue atropellado por un auto al bajar del colectivo, muriendo en el acto. En tanto Batuque seguía acostado sobre las alpargatas, extrañando la demora, llego la noche y amaneció y el perrito no se había movido en una inútil espera. Se corrió la voz entre los vecinos cercanos que conocía la costumbre de Mauro, algunos comenzaron llevarle comida y agua al animal, pero este gruñía cuando se acercaban como defendiendo las alpargatas de su amo. Se resistía a beber y a comer, de manera que ocurrió lo previsible, con el correr de los días Batuque se fue debilitando cada vez mas hasta que dejo de existir. Lo enterraron en las proximidades junto a las alpargatas. Alguien comento que le resultaba extraño que el animal no haya vuelto a su casa, a lo que el otro agrego: —Su casa era el propio Mauro. EL PERSONAJE Con rítmico manejo de la escoba el barrendero cumplía con su labor, acumulando la basura junto al cordón de la vereda. Tenía asignada la zona de la Costanera Alta de Paraná. Le llamaba la atención ese hombre delgado, con una melena gris y anteojos que cruzaba de su casa hasta enfrente, ya en zona de Parque Urquiza y se sentaba en un banco mirando al río, a veces se ponía a leer un libro o unos papeles que traia en la mano. Disfrutaba del paisaje. Si pasaba algún conocido, respondía con una voz un poco baja. El barrendero miraba esa figura tan delgada y su cabellera desordenada, aunque a veces los días muy soleados, aparecía con un sombrero de paja que daba sombra a su rostro que parecía cansado. Curioso el barrendero quería saber de quién se trataba y no se animaba preguntarle, hasta que un día viendo venir a una vecina de la zona se atrevió. — Buenos días señora, ¿le puedo hacer una pregunta? —¿De qué se trata? —respondió cautelosa la mujer. — ¿Quién es ese señor que se sienta siempre allí a leer? —¿No lo conoce? Es todo un personaje —¿Y cómo se llama? —Juan L. –y agregó—: es un gran poeta. —Muchas Gracias. Se preguntó de qué trabajaría. Pensó para sí, un día de éstos le voy a encargar que me escriba versitos para mi novia y se los voy a pagar, así lo ayudo. Pobre hombre.

En una sala atiborrada de libros, estatuillas y una pared llena de placas con homenajes –que Golz bautizó “el muro de los lamentos”–, el escritor pasa sus días en la capital entrerriana, donde desarrolló su largo romance de más de 70 años con el periodismo y la literatura...

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FRAGMENTOS Roy Lichtenstein (1923-1997)

LA FRASE

OCIO RECOMENDADO

Julio Cortázar (1914-1984)

STAFF

TODOS LOS DÍAS UNA COPITA x Paio

Lo que me gusta es escribir y cuando termino es como cuando uno se va dejando resbalar de lado después del goce, viene el sueño y al otro día ya hay otras cosas que te golpean en la ventana, escribir es eso, abrirles los postigos y que entren....

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Director ElDía Sebastián Carbone Editor S!gno Luis Castillo Editor Suplementos Fernando Piciana Colaboradores Ricardo Ragendorfer Paio Zuloaga

nueva historia del tango Héctor Ángel Benedetti | Editorial Siglo XXI Hay muchas versiones sobre los orígenes del tango: se dice que nació en las orillas, que tardó mucho en ser admitido por la alta sociedad, que se bailaba en los prostíbulos porteños. En este libro, el gran estudioso del tango Héctor Benedetti logra sortear esas imágenes de idealizada marginalidad para analizar el devenir del género, desde el siglo XIX hasta las nuevas expresiones del siglo XXI. Así, construye una historia diferente y original, una obra de referencia que, a contrapelo de la tendencia más extendida, no recae en la sumatoria de biografías elogiosas ni en el esquematismo de las divisiones rígidas. Por el contrario, apuesta a sistematizar y articular un largo curso de acontecimientos y dar su justo lugar a los hechos y personajes más notables. Además de indagar en el momento fundacional, recorre el período de la consolidación del género con la incorporación del bandoneón, la conformación de un repertorio, la aparición de la orquesta típica y las posibilidades de difusión de la industria fonográfica. Explora el pasaje de la Guardia Vieja hacia las nuevas corrientes, y advierte las secuencias de inercia creativa, crisis y renovación que lo marcaron cíclicamente. Sigue las peripecias del tango cantado, desde la intimidad de Mi noche triste hasta el desencanto de Cambalache y más allá; y avanza con preguntas que buscan desarmar ciertos clichés: por qué Carlos Gardel continúa gravitando como un cantor insuperable, por qué los años cuarenta quedaron inscriptos como la "edad de oro", qué formas adoptó el debate entre los músicos más convencionales y los más innovadores, como Héctor Varela y Ástor Piazzolla. Con una prosa entretenida y ocurrente, este libro ofrece un panorama integral y crítico del mundo del tango, que sin duda ayuda a comprender su historia, pero además abre vías para profundizarla sobre bases verdaderamente sólidas.

los dueños del mundo Eduardo Sacheri | Editorial Alfaguara

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Los amigos del barrio. La época en que la vida entera se presenta por delante. Héroes de carne y hueso. Aventuras. En este libro, Eduardo Sacheri convoca a sus amigos, mediante una interesante amalgama entre la ficción y la realidad. El fútbol, las carreras en bicicleta, los rompeportones en Navidad y las tensiones entre barras; carnavales, personajes ilustres y algunos mitos del barrio. No se sabe dónde terminan los hechos reales y empieza la fantasía. Allí reside el encanto. Las palabras se transforman en una cámara que proyecta imágenes de un grupo de amigos que vive la epopeya de saberse los dueños del mundo. Sacheri publicó Esperándolo a Tito (2000), Te conozco, Mendizábal (2001), Lo raro empezó después (2004), Un viejo que se pone de pie (2007), La vida que pensamos (2013), La pregunta de sus ojos (2005), Aráoz y la verdad (2008), Papeles en el viento (2011) y Ser feliz era esto (2014). La pregunta de sus ojos fue llevada al cine por Juan José Campanella con el nombre El secreto de sus ojos, film que fue distinguido con el Oscar a la mejor película extranjera (2010).


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