Signo :: Suplemento de Arte y Cultura de ElDía (SEPTIEMBRE 2015)

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S gno Sテ。ADO 12 DE SEPTIEMBRE DE 2015

las apasionantes

desventuras del ingenioso caballero

Mempo Giardinelli en Gualeguaychテコ


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SÁBADO 12 DE SEPTIEMBRE DE 2015 .:. GUALEGUAYCHÚ .:. ENTRE RÍOS

EFEMÉRIDES CULTURALES

Cantaba en mapu-dugun, su lengua casi extinguida y confeccionaba su propia ropa indígena. Curiosamente, durante su larga trayectoria artística jamás logró grabar un solo disco. Tocaba el cultrun y las cascahuillas, la pifilca y el torompe (instrumentos musicales típicos mapuche) y cantaba con el alma...

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10 de septiembre de 1987

Olga Elisa Aime Painé A

ime Painé fue el nombre artístico de Olga Elisa Painé, cantante e investigadora de origen mapuche que se dedicó al rescate y difusión de la música folclórica de su pueblo. A los tres años de edad fue separada de su familia y entregada en adopción a una adinerada familia de la provincia de Buenos Aires, lo que le permitió recibir una educación en los colegios más selectos; así, mientras por un lado sufría la discriminación por su origen aborigen, no dejaba de impresionar con su voz privilegiada entonando cantos gregorianos en el Colegio María Auxiliadora de Mar del Plata. En 1972, a los 29 años, integró el coro polifónico nacional hasta que decidió viajar a la Patagonia tras sus orígenes. Allí descubrió que quizás sería nieta de un cacique: Lonco Painé, y fue entonces que decidió cambiar su nombre. Cantaba en mapu-dugun, su lengua casi extinguida y confeccionaba su propia ropa indígena. Curiosamente, durante su larga trayectoria artística jamás logró grabar un solo disco. Tocaba el cultrun y las cascahuillas, la pifilca y el torompe (instrumentos musicales típicos mapuche) y cantaba con el alma; con los escasos recursos económicos que le originaba su profesión, se internaba todo los años en la Patagonia y cuando le alcanzaba el dinero, se cruzaba a visitar al resto de su familia en Chile, porque como ella decía: "Nosotros los mapuches somos una gran familia, hoy dividida por fronteras estatales impuestas". Durante una entrevista con la BBC de Londres, respondiendo sobre los problemas para preser-

var el idioma mapuche dijo: "Nos es difícil mantener nuestro idioma, por esa falta de respeto, esa falta de comprensión a una cultura indígena, cuando nos den el espacio, el respeto que como seres humanos necesitamos, entonces creo, que no va ser tan complicado. Yo espero y sueño que alguna vez en Argentina, al igual que otros pueblos, nosotros, los Mapuches, también podamos hablar nuestro idioma y sentirnos felices de ser nosotros mismos". Tu eres optimista entonces, agregó el periodista; "Si por eso hago lo que hago, sino me moriría", respondió sin dudar. En 1987 viajó a Ginebra, Suiza, a la Conferencia sobre po-

blaciones indígenas del mundo, luego viajó a Londres para asistir a eventos organizados por el Comité Exterior Mapuche. Ese mismo año, mientras grababa un programa para la televisión paraguaya, sufrió una hemorragia cerebral y falleció a los 44 años. Refiere la periodista Gloria Guerrero en su artículo: “El canto era su excusa para difundir la cultura mapuche”. Cuando Aimé Painé murió, en 1987, tenía sólo 44 años. No llegó a conocer la bandera mapuche ni la Ley de Desarrollo Indígena 19.253, ambas instauradas recién en 1991. Nada supo de la Declaración de los Derechos de los Pueblos Indígenas de la Asamblea General

de las Naciones Unidas (2007) ni tampoco de las huelgas de hambre de los militantes mapuches chilenos a quienes les fue aplicada la ley antiterrorista, ni de cada uno de los dramáticos conflictos que la comunidad enfrenta particularmente desde los años ’90, cuando vio perdidas sus tierras... una vez más. Tampoco imaginó Aimé que alguna vez habría una calle con su nombre –en un Puerto Madero igualmente inimaginable por entonces– ni mucho menos que su rostro iluminaría las paredes del Salón Mujeres Argentinas de la Casa de Gobierno a la par de los de Eva Perón, Juana Azurduy, Mariquita Sánchez de Thompson, Alfonsina Storni o Cecilia Grierson.


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CRÓNICAS URBANAS | Héctor Luis Castillo

De jinetes y sueños

Su pasión, aparte de vivir, eran los caballos. Hasta las últimas ocasiones en que logró montar, lo hizo como seguramente lo había hecho desde siempre, desde que sentía –según exageraba– que era más fácil para él andar a caballo que caminar...

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enía los ojos del color del campo, la mirada aguda y la sonrisa esquiva. Una instrucción que, para su tiempo, no era escasa ni demasiada, apenas suficiente, pero una agudeza e inteligencia que lo hacían diferenciarse rápidamente en donde quiera que estuviera. Manejaba la ironía como un estilete y jugaba con las palabras como un malabarista con sus clavas, seducía con los silencios y alguna que otra estrofa robada a algún desconocido poeta. Vivía con la ingenua sensación de que lo efímero podría llegar a ser eterno, excepto el amor, del que desconfiaba tanto como de las promesas; aquí y ahora eran las dos coordenadas que marcaban su ímpetu; no solía gastar imaginación en un futuro cuando vivir el presente le insumía tanto tiempo. Su oficina era su reino y el escritorio ancho de madera, en el que bajo un grueso vidrio cobijaba recuerdos en pequeños papeles manuscritos o en fotografías, todos sus dominios. Toda su riqueza la atesoraba en su corazón y en su memoria; su anecdotario

era vasto, inacabable, desopilante y gustaba de desplegarlo entre amigos y vasos de vino tinto mediante. El no usaba copas para saborear el vino entre amigos y no tenía vergüenza de empuñar una guitarra y acompañarse con algún recitado campero de dudosa autoría. Pero eso ¿a quién iba a importarle si las noches estaban recién comenzando a cualquier hora y el callar de la guitarra apenas era un pretexto para desandar los recuerdos? El día que yo me muera –solía repetir casi como una súplica– en vez de velorio quiero una guitarreada; que haya asado, empanadas, vino y que alguien cante, porque no hay nada más lindo que morir como se ha vivido. Se murió sin que nadie pareciera haber recordado su pedido. No hubo guitarreada, ni vino, ni empanadas y, mucho menos aún, amigos. Pero hasta tuvo la suerte de no darse cuenta, ya que el cerebro lo había abandonado mucho antes de que él hiciera lo propio con el cuerpo. Quizás, en su mutismo y el vagar sin rumbo de sus ojos color del campo de un extremo a otro del cielorraso blanco de su

cuarto, seguía contando historias, inventando recuerdos, rompiendo los silencios con estridentes risas provocadas por sus ocurrencias, su humor negro, su desfachatada verborragia; quizás, aunque no tengo la certeza –quién puede tenerla– cuando en nuestra ignorancia pensábamos que estaba muerto en vida, no hacía sino burlarse desvergonzadamente de la muerte. Su pasión, aparte de vivir, eran los caballos. Hasta las últimas ocasiones en que logró montar, lo hizo como seguramente lo había hecho desde siempre, desde que sentía –según exageraba– que era más fácil para él andar a caballo que caminar; y ni que hablar de andar en bicicleta, algo que nunca quiso aprender, y lo logró. Solía lucir unos aperos que hacían la delicia de cualquier entendedor y asombraban al más lego, no tenía pereza de ir hasta Salta, Jujuy o hasta a Bolivia si es que alguien le decía que podía encontrar algunas riendas, o un bozal o una montura que le hiciera brillar los ojitos de entusiasmo y ansiedad por tenerla. El que hoy tenga esos aperos en su poder jamás podrá alcan-

zar a disfrutar de ellos como él lo hizo, del mismo modo en que solo el canoero que creció junto al río es capaz de dialogar en el indescifrable lenguaje de la arena y los camalotales. Yo lo he visto velar los cueros la noche previa a un desfile como refieren que los antiguos caballeros lo hacían con sus armas. Yo lo he visto regalarme una sonrisa de orgullo y satisfacción cuando me veía montar como quizás él lo habría hecho cuando tenía mi estatura. Algunos se jactan de lo que tienen o han tenido, el se jactaba de lo que había soñado. A veces creo que el día en que nos vio a mi hermano mayor y a mí montar como él imaginaba vernos, pudo haber sido cuando –sin tener plena consciencia de eso– empezó su ineludible camino hacia la inmortalidad. Quién puede dudar de que el convencimiento de que persistirá en la memoria permanente de quienes ama es la más eficaz forma de sortear la inexorabilidad de la muerte. Mi padre ya hace varios años que dejó de soñar, pero ¿quién sería tan insensato de pensar que él está muerto?

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MIRADAS | Eduardo Julio Giqueaux

Reflexiones de la vida cotidiana

El hombre y la pesca

Pero la pesca no sólo sirve para corporizar una fuyenda organizada o figurar a la cabeza de un ranking. Cumple también, en beneficio de la humanidad, un cometido de mayor importancia: le proporciona ingentes recursos alimentarios...

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a imaginación publicitaria nunca –o casi nunca– se ha olvidado de poner una caña de pescar o una pequeña red en el brazo del hombre que parte rumbo a sus vacaciones. Y ocurre así, seguramente, porque la pesca evoca en nuestra mente la idea del descanso. O bien porque el descanso se asocia en nuestra mente con la idea de la pesca. O ambas cosas a la vez. Da lo mismo. Lo cierto es que la pesca es considerada por la mayoría de los hombres como un descanso, como una tregua y hasta inclusive como una pequeña aventura que permite una evasión de la tarea ordinaria y convierte a un aplicado oficinista o a un apacible profesor en un ser semidesnudo y natural que despotrica contra la civilización y predica el evangelio de la naturaleza. Esto no lo exime, claro está, de programar su excursión bien munido de todos los adelantos de la técnica, y así, convierte a su auto en una especie de bazar persa en el que uno puede encontrar sillones, pequeñas heladeras, latas surtidas de toda especie, espirales y repelentes de insectos, pequeñas cocinas, faroles, radios, un televisor portátil, un bote inflable, una notebook y un teléfono celular. La cuestión es gozar de los beneficios de la vida natural, lejos del asfalto y los artilugios de la civilización. No todos consideran, sin embargo, que las funciones de la

pesca puedan quedar reducidas al descanso o el efugio. La pesca es también un deporte, un apasionante deporte. Quienes así lo entienden, son todos aquellos que tarde a tarde pueblan muelles y escolleras sin más instrumentos que una caña con su reel, un pequeño banquillo, una cajuela metálica con hilos, anzuelos, plomadas, señuelos y un par de herramientas. Y el canasto de la esperanza, desde luego. En los concursos de pesca, ya sea costeros o embarcados, organizados por las asociaciones o los clubes, el pescador deportivo tiene la oportunidad de poner de manifiesto las habilidades aquilatadas durante los largos períodos de entrenamiento. Eso si: la diferencia entre el pescador deportivo y el aficionado, que pesca con el propósito de lograr reposo, tranquilidad y de paso, si puede, obtener algunas piezas, no reside únicamente en el gorrito, en el wader o en el centímetro que verificará la validez de la presa obtenida, sino en las técnicas pesqueriles, en las comodidades de que uno y otro se rodean mientras pescan y, sobre todo, en la actitud mental que ambos asumen frente a la pesca y su fruto, el pescado: para uno, la pesca es un deporte y el pez es un trofeo; para el otro, la pesca es un provechoso recreo y los peces un futuro chupín o un escabeche. Son, pues, como vemos, dos "éticas" las que establecen al final la diferencia.

Pero la pesca no sólo sirve para corporizar una fuyenda organizada o figurar a la cabeza de un ranking. Cumple también, en beneficio de la humanidad, un cometido de mayor importancia: le proporciona ingentes recursos alimentarios. En efecto, desde los tiempos más remotos, antes y después de la utilización del fuego, el hombre ha sabido valerse de la pesca, lo mismo que de la caza, para nutrir su existencia. Claro está que el provecho que hoy sacamos de sus frutos resulta muy diferente del que obtuvo el hombre primitivo quien, errante y recolector, durante mucho tiempo debió comerse los peces "al natural" porque Prometeo no había decidido aún arrebatarle el rayo a Zéus para entregarle el fuego a los hombres. En efecto: desechando las aromáticas especias y el ardiente regazo de la cacerola -al mejor estilo esquimal- los prefirió "al dente" y se los comió crudos. Es evidente que la pesca, enfocada desde esta nueva perspectiva, no se encuentra al servicio del competicionismo y sobrepasa con holgura el favor de la asistencia familiar: consuma una función vertebralmente social y humanitaria. Pero la pesca, sirve aún para algo más que todo eso. Es un valioso instrumento para conocer mejor el mundo en el que vivimos. Al comienzo, unas pocas nociones de la geografía lugareña parecerán suficientes: la

ubicación de ríos y arroyos, los principales modos de acceso, el conocimiento de los lugares más profundos o adecuados, etc. El círculo de estos conocimientos se ensanchará considerablemente cuando aprendamos algo acerca de la vida y las costumbres de los peces, de fundamental importancia para el buen pescador. Sabremos distinguir el voraz chafalote -alias "machete"- del sábalo inocente y apacible; el dorado -luchador insobornable- del majestuoso y a veces imponente surubí. Hemos de aprender también algo de las especies más sabrosas de la fauna ictícola como asimismo la forma de preparar los platos más apetecidos. Y decimos esto porque, generalmente, las amas de casa no suelen mirar con buenos ojos al entusiasmado ictiófago que ingresa en la cocina con una sarta de "inmundas, y resbaladizas bestias" en sus manos. Aprenderemos quizás, también, que una ciencia llamada ictiología se ocupa de estudiar la anatomía y la vida de los peces y, si tenemos algo más de curiosidad científica, podremos averiguar que a partir de los peces, en épocas muy remotas, la vida desembarcó sus apetencias sobre la superficie de la tierra. Así, los hombres, llegaremos a saber que nuestros miembros tienen un curioso antecedente en las aletas de los peces y que nuestros pulmones estaban antes adaptados a la respiración subacuática en la forma de branquias. A partir de este momento, es probable que lleguemos a considerar con mayor interés la vida de bagres y mojarritas, y seamos capaces de advertir entre su mundo y el nuestro, semejanzas más sugestivas que las que nos proporciona la anatomía comparada, porque esas semejanzas se refieren al comportamiento. Caeremos en la cuenta de que, a veces, el hombre es capaz de una conducta ictioidea; en ocasiones, suele convertirse en un peligroso "tiburón"; puede llegar a ser una "trucha de aquellas” o transformarse en una cándida "boguita", prenderse como un "pulpo", hacerse "anguila" con facilidad, ser capaz de morder con la fiereza de una "piraña" y camuflarse hasta lograr la invisibilidad cuando pasar inadvertido es lo que las circunstancias le aconsejan. Si algo es necesario agregar aún, no tendremos dificultad en advertir que tanto en el mundo humano como en el de los peces, el más grande


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se come a los más chicos y todos se mueven con mayor celeridad cuando existe de por medio una jugosa "carnada". A esta altura, ¿quién puede dudarlo?: el pez es nuestro semejante. Pero la pesca no es útil tan sólo para amplificar nuestros conocimientos del mundo exterior, sino también para indagar en nuestro propio mundo interior. Lo primero que al asomarnos a esta nueva dimensión deberíamos tomar en cuenta es nuestra reacción ante la pieza obtenida: ¿la devolvemos a su medio, haciendo gala de una actitud proteccionista? ¿la sacrificamos inmediatamente o bien, indiferentes, la dejamos que muera por asfixia? ¿la matamos de uno o varios golpes o somos capaces de cortarla viva para encarnar un anzuelo de mayor tamaño? ¿la dejamos reposar antes de cocinarla o, al contrario, le concedemos el "privilegio" de un último coletazo en la salsa de la cacerola? Sin duda, respondiendo a estas preguntas obtendremos una primera aproximación a nuestra vida instintiva. Pero pasemos del instinto al plano reflexivo. En más de un sentido, la pesca es muchas veces lo que uno hace de su soledad, es decir, estando sólo en compañía de nosotros mismos. En esa circunstancia, solos, es cuando nos expresamos tal como somos y sentimos, sin el influjo antagonista de la comunidad que habitamos. Pues bien: ¿cómo nos comportamos solos? ¿Qué hacemos de nuestra soledad? Hay quienes son pacientes y tolerantes, capaces de aguardar sosegadamente a que un representante del reino de Neptuno ponga a prueba su temple al tironear de la tanza o al agitar el "corchito"; pero, a su vez, también existen los impacientes y temperamentales, los que no tardan en maldecir contra la falta de pique o los "descarnadores", contra el sol o contra los mosquitos; aquellos que en el momento en que la boya se borra de la superficie son capaces de propinar al hilo un tal tirón, que en lugar de arrebatarle una presa al río le arrebatan a la presa... una quijada. Pero, permítasenos, aún hay algo más: ¿cómo ordenamos nuestros elementos de pesca en su cajita metálica al cabo de una jornada infecunda? Los hay meticulosos, aquellos que devuelven los anzuelos a sus respectivos frasquitos, las plomadas y las boyas a sus compartimientos y pliegan pacíficamente su banquillo junto con sus esperanzas y emprenden resignados el camino del regreso. Pero ¡ cuidado! ,también están los irascibles, aquellos que nunca podrán explicarse por qué a la vuelta no entran en la valija las mismas cosas que entraban a la ida, y necesitarán -como la mujer lo requiere, a veces, del buen marido- sentarse

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un instante encima para poder cerrarla. Pero nos resta todavía un aspecto importante por considerar, si queremos ahondar en nuestro conocimiento interior: ¿qué hace el pescador cuando regresa a su casa con las manos vacías? ¿es capaz de reconocer su fracaso y soportar las bromas de su entorno o bien, orgulloso, prefiere pasar antes por el mercado? Una vez llegados a este punto de nuestras reflexiones, estamos en condiciones de advertir que la pesca no es un simple "divertimento". Se trata más bien de una actividad multidisciplinaria y compleja: satisface el placer de una evasión, gratifica el espíritu del deportista, cumple una importante función en beneficio de la comunidad, sus frutos constituyen el fundamento de una

industria y de una ciencia, es un instrumento valioso para el conocimiento del mundo en el que vivimos y de los que vivimos en el mundo. Pero, justo es reconocerlo, junto a tantas virtudes la pesca tiene también un defecto. Un gran defecto. Vuelve mentiroso al hombre. Sin embargo, la mentira del pescador –forzoso es reconocerlo- no es una mentira común, una mentira vulgar, una mentira mentira. Es una mentira especial, muy especial, una mentira que – como ninguna– tiene el poder del autoconvencimiento: días pasados –comentaba un pescador– saqué en este mismo lugar un dorado así; no, más bien así, haciendo a la vez el consabido gesto con las manos. Pero este defecto, aunque parezca una contradicción, es capaz de engendrar una nueva

virtud, la única que nos faltaba, después de haber estudiado la vida instintiva e intelectual del pescador: la pesca, que vuelve al hombre embustero, lo hace también religioso. Y no precisamente porque la infecundidad de alguna jornada le haya dejado el tiempo disponible para el ejercicio de la meditación trascendental, sino porque crea en él el hábito de la oración. Ahora, la oración del pescador no es una oración común. Es algo "sui generis", es algo así como una imploración al divino Pescador para que también ahora como aquella vez, le ayude a multiplicar abundantemente los peces y haga de la pesca un renovado milagro: "Señor -reza la oración- haz que pesque un pez tan grande que no tenga necesidad de mentir".

La pesca no es un simple "divertimento". Se trata más bien de una actividad multidisciplinaria y compleja: satisface el placer de una evasión, gratifica el espíritu del deportista, cumple una importante función en beneficio de la comunidad, sus frutos constituyen el fundamento de una industria y de una ciencia, es un instrumento valioso para el conocimiento del mundo en el que vivimos y de los que vivimos en el mundo...

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LECTURAS EN PROFUNDIDAD | Fernando Sorrentino

Me contó Borges que una noche habían invitado a alguien del campo, quizás un arrendatario o un capataz. El hombre no estaba acostumbrado a ningún tipo de refinamiento y observaba qué cubiertos usaban los otros antes de tomar los que le correspondían...

FERNANDO SORRENTINO nació en Buenos Aires en 1942). Es un escritor y profesor de literatura argentina. Sus relatos se caracterizan por una interesante mezcla de imaginación y humor que a veces raya en lo grotesco. Algunos de sus cuentos han sido traducidos al inglés y han sido publicados en varias revistas literarias y antologías en los Estados Unidos y Gran Bretaña. Además de obras de ficción y de periodismo cultural, ha escrito ensayos completos de autores clásicos españoles y argentinos (Don Juan Manuel, Arcipreste de Hita, Juan Ruiz de Alarcón, Mariano José de Larra, José Hernández) y ha editado varias antologías de cuentos de Argentina que han sido publicadas por la editorial Plus Ultra de Buenos Aires.

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Anécdotas universales

De cómo Borges no recreó un episodio del Quijote de la Mancha

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aría Esther Vázquez publicó "La memoria de los días. Mis amigos, los escritores" (Buenos Aires, Emecé, 2004). En la página 86 presenta una semblanza del doctor Adolfo Bioy (1882-1962), es decir el padre de Adolfo Bioy Casares (1914-1999). Fue ministro de Relaciones Exteriores y presidente de una serie de instituciones prestigiosas, que agrupaban a la alta sociedad argentina de su época. Al mismo tiempo, más allá de este esquema prototípico de personaje importante, se trataba de un señor muy sencillo, casi humilde, incapaz de colocar a nadie en una posición desairada. Como ejemplo de esta prudente manera de ser, María Esther aduce este testimonio: "Me contó Borges que una noche habían invitado a alguien del campo, quizás un arrendatario o un capataz. El hombre no estaba acostumbrado a ningún tipo de refinamiento y observaba qué cubiertos usaban los otros antes de tomar los que le correspondían. De postre trajeron una fuente con frutas diversas entre las que había varios racimos de uvas y, junto al plato, el bol con agua para enjuagarse los dedos.

El invitado tomó las uvas, la fruta más fácil porque no hay que pelarla, y cuando terminó de comerlas, levantó el bol con las dos manos y se bebió el agua. Inmediatamente, se dio cuenta de que algo andaba mal; el clima de la mesa había cambiado. El doctor Bioy, entonces, alzó su propio bol, tomó el agua y con una ojeada invitó a su hijo a hacer lo mismo. Imposible me resultó no recordar al instante que, mutatis mutandis, lo mismo le había ocurrido a don Quijote en el castillo de los duques burlones de la parte publicada en 1615. Una rápida consulta al libro me reveló que el episodio consta en el capítulo XXXII y empieza con este pasaje: "Finalmente, don Quijote se sosegó, y la comida se acabó, y en levantando los manteles llegaron cuatro doncellas, la una con una fuente de plata y la otra con un aguamanil asimismo de plata, y la otra con dos blanquísimas y riquísimas toallas al hombro, y la cuarta descubiertos los brazos hasta la mitad, y en sus blancas manos -que sin duda eran blancas- una redonda pella de jabón napolitano. Puesto que no hay aquí espacio para transcribirlo por com-

pleto, el lector podrá ver, en el lugar señalado, el gracioso relato. Que concluye de esta manera: Finalmente, la doncella del aguamanil vino, y acabaron de lavar a don Quijote, y luego la que traía las toallas le limpió y le enjugó muy reposadamente; y haciéndole todas cuatro a la par una grande y profunda inclinación y reverencia, se querían ir, pero el duque, porque don Quijote no cayese en la burla, llamó a la doncella de la fuente, diciéndole: -Venid y lavadme a mí, y mirad que no se os acabe el agua. La muchacha, aguda y diligente, llegó y puso la fuente al duque como a don Quijote, y dándose prisa, le lavaron y jabonaron muy bien, y dejándole enjuto y limpio, haciendo reverencias se fueron. Después se supo que había jurado el duque que si a él no le lavaran como a don Quijote, había de castigar su desenvoltura, lo cual habían enmendado discretamente con haberle a él jabonado. En su edición anotada del Quijote, don Francisco Rodríguez Marín comenta: A lo que parece, esto del lavado de las barbas de don Quijote es reminiscencia de un hecho que

se contaba como sucedido en el palacio del duque de Benavente y que trae don Luis Zapata en su sabrosa Miscelánea, publicada en el Memorial histórico español, t. XI. Ya Pellicer indicó la semejanza, a que también se refirió Clemencín, resumiendo el relato de Zapata de esta manera: «Un hidalgo portugués se hospedó en la casa de don Rodrigo Pimentel, conde de Benavente; y estando de sobremesa, los pajes del conde, por burlarse del portugués, salieron con bacía, aguamanil y toallas, y le lavaron muy despacio la barba, trayendo la mano por las narices y boca y haciéndole hacer mil visajes. El conde, por disimular la burla, y porque no se corriese su huésped, mandó que a él también le lavasen la barba». Y, en la suya, don Francisco Rico señala: Es versión de una sabida anécdota, según la cual el rey se bebe el contenido del aguamanil, para no dejar en ridículo al invitado que ha hecho otro tanto. Menos crédulo que María Esther, declaro con todas las letras que, a mi juicio, la historieta en cuestión jamás sucedió: ni en la casa del doctor Adolfo Bioy ni en ningún otro lugar del mundo. Sólo es un embuste de algún hablador jactancioso (especie abundante entre los escritores argentinos), quien, como vemos, se remonta, más allá del Quijote, hasta el origen tal vez folclórico. El "invitado" ha sido sustituido por el "arrendatario" o "capataz"; el "rey" o el "conde", por "Adolfo Bioy"; el "aguamanil", por el "bol". Por otra parte, resulta del todo inverosímil que Borges fuera tan ingenuo como para relatar, a modo de anécdota verdadera, un cuentecito literario que cualquier aficionado a los libros reconocería sin vacilar. Mi conclusión es que, con toda buena fe, María Esther ha confundido dos personas distintas. Le pareció recordar que la anécdota estaba en labios de Borges, cuando sin duda su narrador fue otro individuo cualquiera.


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LECTURAS EN PROFUNDIDAD

La última novela de Mempo Giardinelli

La felicidad narrada de manera admirable

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o primero que hay que decir es que Mempo Giardinelli es uno de nuestros grandes escritores. Premio Rómulo Gallegos 1993 por su novela Santo Oficio de la Memoria, traducido a más de 25 lenguas y autor de textos inolvidables como La revolución en bicicleta, Luna Caliente e Imposible equilibrio, Mempo Giardinelli escribe además una columna en el diario Página 12, en la que expone sus opiniones políticas con lucidez y enorme honestidad intelectual. La última felicidad de Bruno Fólner es la primera novela que publica en los últimos once años. No es un dato menor, porque Mempo, a diferencia de otros escritores, se toma todo el tiempo del mundo para trabajar sus textos. El resultado, entonces, es una fiesta para el lector. Porque no hace falta decir que una buena historia muy bien escrita es la esencia de la literatura. Y eso es lo que viene haciendo Mempo a lo largo de toda su carrera: buscar el lenguaje adecuado para cada narración, encontrar el ritmo que requiere lo que se cuenta y corregir el texto hasta en los detalles más mínimos. La última felicidad de Bruno Fólner parte de una fantasía universal, la de vivir otra vida. Y no porque la que uno tiene no sea buena dentro de la medianía de cualquier existencia, sino más bien por ese humano afán de vivir diversas experiencias. Bruno, el protagonista, aprovecha un golpe fuerte que recibe, o que el mismo produce, para dar un giro completo a su existencia. Y a los sesenta y cuatro años, en un momento en el que muchos piensan en retirarse, emprende

una aventura en la que no está ausente el amor. Bruno Fólner es el nombre que ha elegido para nacer otra vez. Antes se llamaba de otra manera y convivía con su mujer y sus hijos. Pero lo que ocurrió fue demasiado grave, y a partir de ese hecho, que conviene no develar, Bruno determinó la muerte de G.R, las iniciales de su nombre anterior, y recaló en la brasileña Praia Macacos. ¿Huye de algo? ¿Es culpable de lo que pasó? ¿Tiene derecho a alejarse de su país y dejar afectos y obligaciones? Las respuestas están en la novela. Pero también tiene que responderlas el lector. Estoy entre los que creen que hay que intentar acercase a la porción de felicidad que nos toca aún cinco minutos antes de la muerte. Y también estoy convencido de que el amor puede llegar en cualquier momento y que dejarlo pasar es un verdadero atentado a nosotros mismos. La novela de Mempo Giardinelli, como toda la buena literatura, tiene una generosa zona de ambigüedad. El protagonista deja atrás su identidad en el intento de convertirse en otro. Y en ese punto el escritor regresa a una idea que ya aparece en varios de sus cuentos: la de la fuga. También en la novela hay otra perspectiva de la muerte, donde el crimen es dudoso que sea crimen. En definitiva, ni nada es lo que parece ni tiene una sola lectura. La última felicidad de Bruno Fólner, que se lee de una sentada por el interés que despierta la trama y por la admirable prosa del autor, cabalga sobre temas universales, pero no por eso abandona la singularidad de personajes que nos siguen

acompañando aún después de finalizada la lectura. Bruno Fólner, además, es escritor. Y cada tanto desliza opiniones sobre el oficio que sería difícil no compartirlas. Por ejemplo: “La literatura universal se degradaba, además, hasta devenir intento fácil de trascendencia, torneo de vanidades demasiado competido, textualidad playita como de banco de arena, y él allí no encontraba un lugar aunque el azar hubiese ya determinado la publicación de algunos de sus libros. Había llegado a la conclusión de que sobraban escritores en el mundo. Demasiados. Plaga en expansión. Y pocos grandes poetas. El mundo estaba jodido”. La otra reflexión que provoca La última felicidad de Bruno Fólner tiene que ver con el erotismo. Es ridículo pensar que el erotismo solo es la pura la genitalidad. Una vida erótica supone una apuesta por ciertas variantes del placer: como disfrutar con lo que uno hace, elegir una buena lapicera para escribir o deleitarse con un buen libro. El que llega a la cama con una vida satisfecha llega mucho mejor. Saber amar es básicamente saber vivir. Y por favor que nada de esto se confunda con el abominable género de autoayuda. Bruno Fólner ha hecho en su vida lo que él creía que debía hacer. Pero no escapa a la historia de su país. Cuando a un argentino alguien le nombra una pastilla de cianuro enseguida la asocia

con las que llevaban algunos militantes para matarse antes de caer en las garras de los grupos de tarea de la última dictadura. Llevar consigo esa pastilla, como lo hace Bruno Fólner, es una marca de época. El disfrute sexual puede ser real o formar parte de un sueño en la novela de Mempo, pero la pastilla es la marca de un tiempo que se hace visible en los momentos menos pensados. La generación de Bruno Fólner, que es la misma que la mía, todavía se estremece frente a un uniforme. Los símbolos de la muerte no terminan cuando llega la democracia. Persisten en la memoria aunque en el predio de la ex Esma tengamos la dicha de ver a jóvenes melenudos y barbudos besándose a plena luz del día. Muchos de nosotros jamás le perdonaremos a la dictadura que nos haya robado la fiesta de la juventud. A otros les robó la vida, y eso es mucho peor. Bruno Fólner, en esta novela imprescindible, percibe la inminencia del final. Y sabe que siempre vale la pena apostar a una última felicidad. Porque si nos toca partir, nada mejor que hacerlo saciado de vida. La ilusión de ser otro, de tener un cuerpo deseante y de ser hijo de un país que a menudo le quitó los sueños, impulsa a Bruno a actuar. Es un gesto que lo transforma. Nadie le podrá quitar lo bailado. Bruno sabe que la vida es una sola. Quizá nunca tuvo tanto como en esa felicidad casi postrera.

mempo giardinelli, en gualeguaychú En el marco del Programa de Formación en Políticas Públicas de la Municipalidad de Gualeguaychú, el escritor y periodista se presentará el lunes 14 de septiembre para disertar acerca de la importancia de la educación y la lectura para la formación ciudadana. La actividad será a las 19.30 en el Centro de Convenciones Municipal (entrada por la calle Estrada) y está destinada a la comunidad en general. La charla hará un análisis de las implicancias de la lectura y estatus de la educación en nuestro país y su relevancia fundamental en el fomento de la educación ciudadana y la inclusión. En tal sentido, el autor, durante el pasado Encuentro Nacional de la Palabra, realizado en Tecnópolis manifestó: "El centro de la cuestión es qué se aprende y cómo se enseña por eso el valor de la lectura es constitutivo, es lo que forma ciudadanía y desde esta perspectiva me parece fundamental la función de los padres. Cuando está el bebé en la panza, ahí hay que empezar, porque esto llega, hay una especie de contención del mundo que empieza ahí. No hay camino hacia el conocimiento que no sea través de la lectura, no hay atajos. El buen uso de la palabra es una necesidad cada vez mayor en nuestro país”.

La novela de Mempo Giardi-nelli, como toda la buena literatura, tiene una generosa zona de ambigüedad. El protagonista deja atrás su identidad en el intento de convertirse en otro. Y en ese punto el escritor regresa a una idea que ya aparece en varios de sus cuentos: la de la fuga...

Artículo firmado por OSVALDO QUIROGA | Télam.

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SÁBADO 12 DE SEPTIEMBRE DE 2015 .:. GUALEGUAYCHÚ .:. ENTRE RÍOS

FRAGMENTOS Katsushika Hokusai (1760-1849)

LA FRASE Miguel de Unamuno (1864-1936)

el clan puccio Rodolfo Palacios | Editorial Planeta

STAFF

TODOS LOS DÍAS UNA COPITA x Paio

Sólo el que sabe es libre, y más libre el que más sabe... Sólo la cultura de libertad... No proclameis la libertad de volar, sino dad alas; no la de pensar, sino dad pensamiento. La libertad que hay que dar al pueblo es la cultura.

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Director ElDía Sebastián Carbone Editor S!gno Luis Castillo Editor Suplementos Fernando Piciana Colaboradores Eduardo Julio Giqueaux Fernando Sorrentino Paio Zuloaga

OCIO RECOMENDADO

Cuando supo que le quedaba poco por vivir, Arquímedes Puccio, amante de las frases célebres y las citas literarias, recurrió a Almafuerte. En una de sus últimas cartas escribió: "Todos los incurables tienen cura cinco segundos antes de su muerte". Luego, de viejo, murió acompañado por un pastor evangelista, en la provincia de La Pampa. Allí lo había entrevistado, un tiempo atrás, el periodista y escritor Rodolfo Palacios, a quien le contó asuntos que nunca antes había revelado. El clan Puccio relata la historia de una familia de San Isidro que conmovió a la Argentina durante los años 80 con una serie de secuestros extorsivos y asesinatos. ¿El perfil de las víctimas? Hombres sanos, fuertes, jóvenes, luminosos, llenos de vida. ¿El lugar de cautiverio? El sótano de la casa de la familia Puccio, en la coqueta zona norte. ¿Los integrantes de la banda? Arquímedes y un grupo de conocidos y amigos cercanos. Además, sus hijos Daniel y Alejandro -jugador de rugby de CASI y también de Los Pumas- fueron encontrados culpables. Su esposa Epifanía fue acusada aunque no pudieron probar su participación. Su hija Silvia, sospechada de tener algún grado de complicidad, no llegó a ser procesada. Guillermo y Adriana, los hijos menores, fueron los únicos sobre los que no recayó ningún tipo de acusación penal. Las entrevistas a los miembros del clan, los testimonios novedosos de los familiares de las víctimas, una profunda investigación y una escritura notable son los ingredientes más poderosos de un gran libro sobre un caso electrizante.

lo que no te mata te hace más fuerte David Lagercrantz | Editorial Destino

signo@eldiaonline.com.ar

Vuelve Lisbeth Salander. Millennium continúa con la esperadísima cuarta entrega de la serie de culto que marcó un antes y un después con más de 80 millones de lectores en todo el mundo. Lisbeth Salander está inquieta. Ha participado en un ataque hacker sin razón aparente y está asumiendo riesgos q ue normalmente evitaría. Mientras, la revista Millennium ha cambiado de propietarios. Quienes le critican, insisten en que Mikael Blomkvist ya es historia. Una noche, Blomkvist recibe la llamada del profesor Frans Balder, un eminente investigador especializado en Inteligencia Artificial quien afirma tener en su poder información vital para el servicio de inteligencia norteamericano. Su as en la manga es una joven rebelde, un bicho raro que se parece mucho a alguien a quien Blomkvist conoce demasiado bien. Mikael siente que esa puede ser la exclusiva que él y Millennium tanto necesitan, pero Lisbeth Salander, como siempre, tiene sus propios planes. En Lo que no te mata te hace más fuerte, la singular pareja aclamada por más de 80 millones de lectores en Los hombres que no amaban a las mujeres, La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina y La reina en el palacio de las corrientes de aire continúa su historia. Ha llegado la hora de que sus caminos se crucen de nuevo.


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