S gno Sテ。ADO 14 DE MARZO DE 2015
amor roland barthes Los extravテュos del
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SÁBADO 14 DE MARZO DE 2015 .:. GUALEGUAYCHÚ .:. ENTRE RÍOS
EFEMÉRIDES CULTURALES
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4 de marzo de 1811
Mariano Moreno
“Si los pueblos no se ilustran, si no se vulgarizan sus derechos, si cada hombre no conoce lo que vale, lo que puede y lo que se le debe, nuevas ilusiones sucederán a las antiguas, y después de vacilar algún tiempo entre mil incertidumbres, será tal vez nuestra suerte mudar de tiranos sin destruir la tiranía...
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uele afirmarse que provenía de una acomodada familia porteña, con casa propia y esclavos a su cargo en la zona de San Telmo, sin embargo, en el Colegio de San Carlos (posteriormente Carlos Pellegrini) debido a los problemas económicos familiares, Mariano Moreno solo pudo concurrir como oyente. Del mismo modo, una vez finalizados sus estudios secundarios, debió esperar hasta noviembre de 1799, cuando su padre consiguió reunir la cifra necesaria para continuar —a los 21 años— sus estudios en la Universidad de Chuquisaca (Sucre, Bolivia). De esta Casa de estudios surgieron nombres como Bernardo
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Monteagudo, Jo-sé Ignacio Gorriti, José Mariano Serrano, Juan José Castelli y Bernardo de Monteagudo, entre otros. Todos ellos de trascendental papel en la revolución emancipadora. Su viaje demoró más de dos meses de viaje, incluidos 15 días que debió permanecer en Tucumán, lo cual habla de su salud siempre precaria. Por aquel entonces lo impresionaron dos cosas: el trato brutal hacia los aborígenes y los esclavos y la lectura de JeanJacques Rousseau, en particular “El contrato social”, libro que posteriormente tradujo y prologó. Allí escribió: “Si los pueblos no se ilustran, si no se vulgarizan
sus derechos, si cada hombre no conoce lo que vale, lo que puede y lo que se le debe, nuevas ilusiones sucederán a las antiguas, y después de vacilar algún tiempo entre mil incertidumbres, será tal vez nuestra suerte mudar de tiranos sin destruir la tiranía”. En 1805 debió regresar a Buenos Aires ya que su defensa de los aborígenes estaba siendo vista con malos ojos en Chuquisaca y las presiones en su contra iban peligrosamente en aumento. Luego de las invasiones inglesas (1806 y 1807), se incrementaron los enfrentamientos entre los grupos económicos que deseaban sostener el monopolio español y aquellos que pugnaban por abrir
el comercio a los ingleses evitando la innecesaria y costosa intermediación española, posición que salió favorecida tras la reglamentación del Virrey Cisneros a favor del libre comercio. En 1810 es nombrado secretario de Guerra y Comercio de la Junta de Gobierno patrio. Desde allí, produjo la apertura de varios puertos al comercio exterior, redujo los derechos de exportación y redactó un reglamento de comercio; el 13 de septiembre de 1810, bajo el nombre de Biblioteca Pública de Buenos Aires creó lo que hoy es la Biblioteca Nacional así como el órgano oficial del gobierno revolucionario, La Gazeta de Buenos Aires, dirigida por él. Enfrentado con Cornelio Saavedra, de quien lo dividían visiones diametralmente opuestas respecto de los pasos a seguir como país independiente, fue enviado a una misión en Londres en la fragata Fama, muriendo durante el viaje por una intoxicación “accidental” con arsénico el 4 de marzo de 1811. “Resulta altamente sospechoso —refiere el historiador Felipe Pigna— que el gobierno porteño hubiera firmado contrato con un tal Curtis el 9 de febrero; es decir, quince días después de la partida del exsecretario de la Junta de Mayo, adjudicándole una misión idéntica a la de Moreno para el equipamiento del incipiente ejército nacional. El artículo 11 de este documento aclara ‘que si el señor doctor don Mariano Moreno hubiere fallecido, o por algún accidente imprevisto no se hallare en Inglaterra, deberá entenderse Mr. Curtis con don Aniceto Padilla en los mismos términos que lo habría hecho el doctor Moreno”.
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CRÓNICAS URBANAS | Héctor Luis Castillo
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Despertar
A Sabina, y en ella, a todas las madres...
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l sol sale, a veces más tarde que temprano, y se abre paso como puede entre las nubes que alcanza a divisar desde su cama. En ese momento —en alguno de los infinitos instantes que abarca ese momento— otro sol, menos pomposo quizás, pero más suyo, asoma desde atrás de una sonrisa. Gorjea, como robándole el sonido a alguna avecilla que no duerme, se arremolina sobre su cuerpo menudo, y después, ríe. Y esa risa se mete entre sus sábanas, merodea las almohadas, se cuela entre frazadas aún tibias y llega a través de los oídos a su alma.
Un alma que aún no termina de deshacerse de los fantasmas del ensueño. Los párpados pesan aún, es breve el reposo y larga la fatiga, pero unas manos pequeñas y suaves como capullos se acercan y la tocan. La acarician. Le transmiten su ansiedad y su alegría. Acaso ve el sol. O lo adivina. Y tal vez por eso imita su calor y su simpleza. Abre los ojos para encontrarse con los otros que le hablan sin hablar; con el mágico lenguaje sin palabras de sus ojos, de su mirada color miel, de su boca jadeante. Siente que le dice: Hola mamá,
ya es otro día, ya estoy acá. Esperando tus besos, tus caricias, esperando tus manos que me aprieten la panza, esperando tus ojos que recorran mi talla y vean cuánto he crecido desde ayer, desde que cerré mis ojos al calor de otros ojos que me condujeron al inhóspito mundo de los sueños. Estoy acá, con los pelos como un perro caniche tapándome la cara y esperando a esconderme para que me descubras detrás de alguna sábana. Y gira la cabeza hacia aquí y hacia allá hasta encontrar la otra mirada, la que la acuna a cada ins-
tante, la que acompaña su solaz y su fatiga, la que la cubre de besos, la embebe de canciones, le exorciza los miedos. Y al encontrarla halla la paz. Mamá está a su lado. Como siempre. Desde siempre; hasta que llegue ese maravilloso día en que el mismo sol, detrás de otras nubes, la hagan descubrir su propio sol entre otras sábanas, con otra sonrisa que tendrá algo de estas que ahora la acompañan. Y la llamará mamá, como llama ella en su silencio a quien la ama, a quien la cubre de amor, a la que aún en sus sueños la acompaña.
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LECTURAS EN PROFUNDIDAD | Gustavo Faigenbaum
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Si yo estoy esperando a mi amada en una esquina, y ella se demora, por mi cabeza pasarán automáticamente, un conjunto de frases: “siempre me hace lo mismo…”, “no me considera, yo no le importo…”, “ya le voy a decir cuando venga…”. Los puntos suspensivos con que terminan estas frases son importantes. Indican que no se trata de pensamientos cerrados y completos, sino de desplazamientos, de formas de pensamiento, de pura sintaxis...
Fragmentos de un discurso amoroso
Roland Barthes y los extravíos del amor
En esta obra, el semiólogo, lingüista, crítico literario y ensayista francés no presenta una teoría, no informa nada que no sepamos acerca del amor y no intenta convencernos de nada. Es el libro de un autor que ha tenido él mismo aventuras en dos contextos: leyendo y amando.
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ay que distinguir a los viajeros de los turistas. Los turistas son (en mi definición arbitraria) aquellas personas que piensan que un viaje es una oportunidad para ver cosas lindas, atractivas o interesantes. Si vas a Roma, no podés dejar de ir al Coliseo. Si vas a Misiones, no te podés perder las cataratas. Si vas a Gualeguaychú, tenés que estar en el Carnaval. Cada país y cada ciudad, según esta concepción, tendría su propio circuito de atracciones ineludibles. Con esta filosofía, se diseñan itinerarios que maximizan la cantidad de escenarios vistos por unidad de tiempo viajada y, por ejemplo, se planifica “conocer” diez ciudades europeas en 25 días. Lo cual es perfectamente posible, puesto que la persona que viaja para ver la Torre Eiffel, una vez que llegó a la Torre Eiffel y la ve, no tiene más que sacarse la foto, subirla a Facebook y proseguir con su travesía. ¿Y para qué sirven esos viajes? Para poder decir que estuvimos en Europa, y para tener información visual acerca de cómo es una ciudad, aunque el ser quede reducido a una imagen, una foto. Pero hay otras personas que viven los viajes como si fueran aventuras. Para ellas, viajar es abandonar la comodidad y la previsibilidad del hogar para sumergirse en sabores ajenos, lenguas de sonido extraño, arquitecturas inesperadas, mundos posibles cuya existencia desconocían. La intensidad del viaje no es proporcional a la distancia que se recorre; no es necesariamente más viajero quien va a Jordania que quien visita Fray Bentos. La clave es cambiar la mirada, salir de nuestros esquemas habituales. Ya lo dijo Proust: “El único verdadero viaje de descubrimiento consiste no en buscar nuevos paisajes, sino en mirar con nuevos ojos”. Los viajeros son quienes viven en estado de disponibilidad (la expresión es de Ricardo Piglia), siempre abiertos a las digresiones del destino. Lo mejor que le puede pasar a un viajero es llegar a Dublin, que le roben los documentos, que no pueda cumplir con su itinerario, y quedarse allí por meses. Los turistas usan GPS; los viajeros saben perderse.
Cuando dicto clases en la Universidad Autónoma de Entre Ríos (UADER) tengo presente esta comparación. Intento que mis alumnos sean más viajeros que turistas. El territorio por el que habrán de desplazarse es el conjunto de textos que leerán durante la cursada. Siguiendo la analogía al pie de la letra, suelo trabajar dos o tres textos solamente (libros completos, nada de fichas) a lo largo de un cuatrimestre. Espero que mis colegas no se enojen demasiado conmigo por tratar de “agentes turísticos” a quienes asignan veinticinco apuntes (generalmente de pocas páginas cada uno y de autores distintos) con el objeto de cubrir todas las teorías dominantes o las opiniones relevantes en una cierta área del conocimiento. No los culpo, la naturaleza enciclopédica del saber universitario propone esa metodología. Pero yo prefiero que mis alumnos se demoren en un único libro (largo, en general) y lo exploren en profundidad. “El origen de la tragedia” de Nietzsche, “El Emilio” de Rousseau, o “La República” de Platón son lugares lo suficientemente interesantes para quedarse a vivir allí algunas semanas de nuestra vida. Alumnos: dejen que Dublin los atrape y olvídense del resto de Europa. Omitanlas fotos y las frases hechas; piérdanse por las calles y las páginas. Hagan una experiencia de lectura. Un texto no es un repositorio de informaciones, sino una aventura posible. “Fragmentos de un discurso amoroso”, libro de Roland Barthes incluido en la Biblioteca Esencial del Pensamiento Contemporáneo que distribuye el diario ElDía, es un ejemplo paradigmático de esta concepción de la lectura. No es un libro académico. No presenta una teoría, no informa nada que no sepamos acerca del amor, no intenta convencernos de nada. Es el libro de un autor que ha tenido él mismo aventuras en dos contextos: leyendo y amando. Barthes yuxtapone ambos tipos de experiencia (la amante y la lectora) y con esta mezcla arma un pequeño diccionario de las figuras del amor. ¿A qué denomina Barthes figuras? El término está tomado de una disciplina en parte olvidada, llamada retórica. Esta disciplina tiene
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una historia compleja: no es lo mismo la retórica griega antigua que la escolástica medieval, o que la contemporánea, ligada a las modernas ciencias de la comunicación. Pero, sintéticamente, podemos decir que la retórica tiene como objeto inventariar las formas de decir. En otros términos: los retóricos son personas con formación en lingüística, comunicación y ciencias sociales que analizan el discurso que producen los distintos actores sociales: abogados, políticos, poetas, publicistas, amas de casa, etcétera. Los retóricos se proponen hacer el catálogo de las “figuras”, que subyacen a las formas de hablar (frases típicas, esquemas argumentativos, recursos poéticos) utilizadas por esas personas. Por ejemplo, cuando un político dice “la casa está en orden”, “estamos condenados al éxito”, o “ésos son los piquetes de la abundancia”, estas locuciones adquieren brillo porque ponen en juego un recurso retórico, que muchas veces se puede identificar (metáfora, sinécdoque, hipérbole, antítesis, anáfora, etcétera). Pues bien, el libro de Barthes es una especie de diccionario de las figuras retóricas que utiliza el enamorado, ordenadas alfabéticamente: abismarse, abrazo, adorable, afirmación, alteración, angustia... En términos de la teoría retórica, este intento de inventariar las figuras constituye una tópica. Barthes, sin embargo, se diferencia de la retórica en un punto importante. No entiende a las figuras como trucos lógicos o estéticos, sino como figuras coreográficas. Es decir, si yo estoy esperando a mi amada en una esquina y ella se demora, por mi cabeza pasarán automáticamente, un conjunto de frases: “siempre me hace lo mismo…”, “no me considera, yo no le importo…”, “ya le voy a decir cuando venga…”. Los puntos suspensivos con que terminan estas frases son importantes. Indican que no se trata de pensamientos cerrados y completos, sino de desplazamientos, de formas de pensamiento, de pura sintaxis. Son movimientos, pequeñas coreografías de nuestramente agitada. Es la moción o emoción (la decepción del enamorado que se siente olvidado, en este caso) la que empuja estos movimientos discursivos. “La figura”, nos dice Barthes; “es el enamorado haciendo su trabajo.” Roland Barthes fue un semiólogo, lingüista, crítico literario y ensayista crucial para el mapa cultural de Francia, y de occidente en general, del siglo XX. Fue un hombre tímido, que vivió hasta su muerte junto a su madre, que nunca alcanzó el grado de doctor por no considerarse capaz de terminar su tesis, que mantuvo su homosexualidad oculta (aunque era un secreto a voces) y que consiguió todos los puestos de enseñanza por recomendaciones de sus amigos (ya que los concursos docentes le producían terror). Sus amigos, claro, incluían monstruos como Jean-Paul Sartre, Michel Foucault y Algirdas Julius Greimas. A pesar de esta aparente debilidad de carácter, llegó a ser director de la prestigiosa École Pratique des Hautes Études, donde dio clases de semiótica, y profesor de Semiología Literaria en el también prestigiosísimo Collège de France. No existe algo que podamos llamar “el sistema de Barthes” o “la teoría barthesiana”. Fue marxista al comienzo de su carrera; en los años 60 se acercó al existencialismo; hizo su entrada rutilante en el campo de la semiología con su obra “Sur Racine”, uno de los trabajos fundacionales del estructuralismo; y finalmente criticó las limitaciones de este enfoque. Su actitud consistió en dejarse impactar por los textos para salir transformado de la lectura. Ante todo, Barthes era un viajero. “Fragmentos de un discurso amoroso” pertenece a la última fase de la obra, la del post-estructuralismo. Aunque Barthes claramente se nutre del análisis estructural al producir su listado de figuras, el principio ordenador no es la estructura simbólica sino la enunciación misma. En otras palabras: más allá de todo dogmatismo o todo exceso teórico (habituales en el estructuralismo), se trata de escuchar al enamorado que habla, de notar y anotar sus movimientos. Veamos un ejemplo. Cuando Barthes analiza la figura “celos”, abreva primero en algunas citas del “Werther” de Goethe, y de otros textos
de Proust, Hölderin, Freud y Tallemant. Hace este recorrido derivando despreocupadamente, asociando libremente, pero escuchando con atención, en los distintos ejemplos, qué dice el enamorado cuando está celoso. Haciendo gala de su impresionante erudición, deja resonar a las figuras, y se guía por sus ecos. Luego de este recorrido, luego de permitir que la coreografía se despliegue, y de prestarle atención a las imágenes que obnubilan al celoso, Barthes resume la figura de modo magistral: “Como celoso sufro cuatro veces: porque estoy celoso, porque me reprocho el estarlo, porque temo que mis celos hieran al otro, porque me dejo someter a una nadería: sufro por ser excluido, por ser agresivo, por ser loco y por ser ordinario”. Barthes no describe el discurso amoroso ni teoriza sobre él, sino que lo simula. Es como un director de teatro que ordena a las figuras en la escena y las hace actuar. No utiliza un metalenguaje ni propone una teoría abarcadora. Simplemente, escucha a la enunciación del sujeto amoroso, sin analizarla. Su método no es científico: a Barthes no importa qué cosa sea el amor en realidad. Hoy en día, cientos de investigadores de las primeras universidades de todo el mundo intentan comprender la vida emocional humana (incluyendo la pasión amorosa) estudiando neurobiología. Ahora se escanea el cerebro de los seres humanos utilizando la tecnología fMRI (Imágenes de Resonancia Magnética funcional) para detectar qué áreas del cerebro son responsables del sentimiento amoroso. Se intenta así capturar al amor en la realidad. Pero Barthes es un hombre del siglo pasado. No le importa la biología del amor. Pertenece a una época en la que se hablaba de las pasiones como fenómenos de la cultura. A Barthes lo mueve la misma pulsión por entender que a los neurocientíficos actuales, pero sus métodos son la escucha y el análisis semiológico. Barthes dice que el discurso amoroso “es hoy de una extrema soledad”, que es “un discurso al que nadie sostiene, y que en particular no es tenido en cuenta por la academia”. ¿Es esto verdad? La frase me llama la atención porque el amor ha sido desde siempre objeto de estudio y discusión para los filósofos y psicólogos. Pero además, alcanza con encender la radio para notar el exceso de discurso amoroso, o por lo menos de palabrerío pseudo-amoroso. Sea rock, cumbia, heavy metal, tango o melódico, veremos que casi todas las canciones hablan del amor apelando a sus figuras: el abandono, los celos, el deseo, el éxtasis, la esperanza, la nostalgia, el desengaño... Barthes no se priva de dar su opinión sobre la música supuestamente romántica (pensemos en Arjona, Sanz o Luis Miguel). “Es mala poesía”, nos dice, pero afirma también que la mala poesía revela algo verdadero, porque “toma al sujeto en el registro de la palabra que no le pertenece más que a él: la expresión”. Es una explicación simple y al mismo tiempo sorprendente de la sobreabundancia de poesía y letras de canciones con temáticas amorosas. Nadie como el enamorado tiene tanta urgencia por “sacarlo todo afuera”, por expresar lo que siente. Esto también explica su baja calidad artística: se expresa todo lo que uno siente, sin filtro; la canción surge de expresar sentimientos y no del trabajo artístico. En resumen: lean el libro. Es un libro placentero. Como habrá quedado claro, a pesar de que Barthes se apoya decididamente en la cultura clásica y occidental, su enfoque no es académico. Es un texto que nos lleva de viaje, pero los viajes se pueden hacer en pequeños tramos, con pequeñas escalas, porque (como indica el título) no hay un argumento unificador, sino una colección de fragmentos que pueden ser leídos en cualquier orden. Cada figura es descripta en tres o cuatro páginas que se leen en diez minutos: es un libro ideal para la mesita del baño, como para aprovechar cada incursión atacando una figura. Es un libro que se puede leer por la mitad, o al azar, en un orden rayuelístico. Sepan que no van a aprender nada al leer esta obra (en el sentido universitario del término) y que sin embargo, estos viajecitos de diez minutos que pueden hacer cotidianamente, los transformarán. Si viajan con Barthes, cambiará su pensamiento sobre el amor.
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Barthes dice que el discurso amoroso “es hoy de una extrema soledad”, que es “un discurso al que nadie sostiene, y que en particular no es tenido en cuenta por la academia”. ¿Es esto verdad? La frase me llama la atención porque el amor ha sido desde siempre objeto de estudio y discusión para los filósofos y psicólogos...
GUSTAVO FAIGENBAUM es Licenciado en Psicología (UBA) y Doctor en Filosofía (New School University, NY). Es autor de dos libros: Children’s Economic Experience y Conversaciones con John Searle, y de artículos sobre psicología del desarrollo, la moral en los niños, y la teoría de la argumentación. Se desempeña como docente e investigador en la Universidad Autónoma de Entre Ríos (UADER) donde dicta clases de filosofía, psicología y epistemología. Desarrolla su práctica particular como psicólogo clínico.
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MIRADAS | Mirta Harispe
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Las tres damas monstruos del arte contemporáneo nos siguen advirtiendo que son la imagen grotesca de un poder que vuelve y vuelve, no perece, no usa la política, que es el instrumento para dirimir los desacuerdos, no negocia, no consulta, no tiene compasión ni con los propios. Como dijo Oscar Wilde: “La realidad imita al arte”...
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Entre la ficción y la realidad
Tres viejas terribles La literatura y el cine han construido arquetipos que simbolizan monstruos de lo colectivo y de la subjetividad. Carlos Saura, Roberto Cossa y Gabriel García Márquez se encargaron de construir personajes que metaforizan verdades a puñetazos.
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arlos Saura, el director de cine español, nunca fue tan gran artista como cuando debía sortear en sus guiones y filmes la dura e implacable censura de la larga dictadura de Franco. De esas escaramuzas por dar cuenta de su historia contemporánea a pasear de todo, nació la terrible y omnipresente anciana de “Mamá cumple cien años” y de” Ana y los lobos”. La cruel y esperpéntica vieja dominaba el clan que esperaba su muerte mientras ella resistía a todos los embates y atentados, arbitraria y cínica. Nunca estuvo mejor retratada la larga dictadura que aisló a España de Europa y del mundo. Entre nosotros “La Nona”, que estrenó Roberto Cossa en plena dictadura en el Teatro Lasalle, dirigida por Carlos Gorostiza y un elenco notable encabezado por Ulises Dumón, erigía como símbolo grotesco e implacable a esa nona sin sueño que iba acabando a la gran familia con su voracidad sin límites, que fagocitaba vidas y bienes y moral, ya que instauraba el todo vale de la supervivencia. En la puesta, una mandíbula triturando amplificaba en off la potencia del sentido. No pudo el cine ni la folclorización popular trasmutar en simpática a la vieja monstruosa, pero sí conservar el humor negro cínico al que somos tan afectos. La vieja no tenía sentimientos ni compasión con los suyos, iba acabando con los sueños, el trabajo, las relaciones y hasta los
insumos de la producción familiar. Los europeos rápidamente interpretaron el sentido subyaente en la obra. Cualquier relectura atenta lo evidencia, además de connotar otras alusiones, como la de que la Nona es el capitalismo salvaje. Se repuso con éxito en Mar del Plata con un nuevo lenco, encabezado por Osvaldo Soriano y dirigida por Jorge Graciosi. En el programa se explicita ya ese primer sentido metafórico. Y “la abuela desalmada” de Gabriel García Márquez, metáfo-
ra vigente de la deuda externa latinoamericana que podrá leerse con mucha actualidad en España y Grecia y traducirse a las lenguas africanas. Las tres damas monstruos del arte contemporáneo nos siguen advirtiendo que son la imagen grotesca de un poder que vuelve y vuelve, no perece, no usa la política, que es el instrumento para dirimir los desacuerdos, no negocia, no consulta, no tiene compasión ni con los propios. Como dijo Oscar Wilde: “La realidad imita al arte”.
La pérfida deuda externa Es tiempo de volver a leer la brevísima novela de García Márquez “La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y su abuela desalmada”. No es de las preferidas por el autor y fue escasamente reeditada, sin embargo tiene muchas notas de lectores jóvenes en Internet. Fue publicada en 1972 y una década después se realizó una versión cinematográfica con la gran Irene Papas. La novela metaforiza verdades a puñetazos y es una hermosa historia de violencia y amor. La cándida Eréndira es hija bastarda de Amadis, llamado como su padre, el esposo de la abuela, un contrabandista legendario. Al morir los Amadis, es la abuela terrible quien “siguió apacentando sus sueños de grandeza en la penumbra de la casa furtiva gracias al sacrificio de la nieta bastarda que había criado desde el nacimiento”. Perdidas las criadas, “mientras la abuela navegaba por las ciénagas del pasado” y ya ha perdido muchos bienes, aunque conserva la casona, obliga a la niña, su nieta, a pulir sus platerías y lustrar sus pisos trabajando hasta la extenuación. La nieta desfallecerá de cansancio mientras su abuela reposa y los candelabros encendidos caerán
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con el viento que empuja las cortinas e incendiarán la casa. Al amanecer, cuando se extingue el fuego que lo ha devorado todo, la abuela, “con lástima sincera” le dice: “Mi pobre niña-suspiró .No te alcanzará la vida para pagarme este percance. Pagará Eréndira, la cándida, no sólo ya con su trabajo sino también con su cuerpo. Empezó a pagárselo ese mismo día, bajo el estruendo de la lluvia, cuando la llevó con el tendero del pueblo, un viudo escuálido y prematuro que era muy conocido en el desierto porque pagaba a buen precio la virginidad…La niña me ha hecho un daño de más de un millón de pesos —dijo la abuela—. A este paso le haría falta como doscientos años para pagarme”. Más adelante: “Cuando no hubo en el pueblo ningún otro hombre que pudiera pagar algo por el amor de Eréndira, la abuela se la llevó en un camión de carga hacia los rumbos del contrabando”. Gran metáfora de Gabo y el realismo mágico; las bandas de redundancia del texto desnudan la gran metáfora de la Deuda Externa latinoamericana que se paga con dinero, con condiciones de explotación y con el cuerpo y la riqueza de los países. Impagable e incobrable, como ya se sabe, en los años 80 circuló desde nuestro país la voluntad de organizar un club de deudores para afrontar de conjunto los pagos y las condiciones, voluntad política que se frustró por las presiones internas y externas y el cambio de las condiciones. Dos excelentes economistas y notables lectores de ficción, los Calcagno, padre e hijo, escriben entonces un ensayo “La pérfida
Deuda Externa” y, sin forzar el texto, dan cuenta de la metáfora. La novela seguirá con la peripecia de Eréndira en la carpa del desierto, pintarrajeada y disfrazada para ocultar su agotamiento, prostituida a los malvivientes del camino. Y aparecerá Ulises: “Un adolescente dorado, de ojos marítimos y solitarios, y con la identidad de un ángel furtivo”, en una camioneta de vendedor de pájaros, con su tío, pero en realidad contrabandea naranjas que contienen diamantes. Después de la fila de soldados maltratadores y trabajadores perdidos que compran a la niña todos los días. Los jóvenes se enamoran y Ulises participa a sus padres de ese amor. Luego vendrá el episodio de los misioneros que rescatan a Eréndira, menor de edad y las novicias la raptan para protegerla. La abuela recurre por sus derechos a la tutela “a la autoridad civil, que era ejercida por un militar”. La abuela decide ofrecer dinero a un joven indio, que asiste a un casamiento comunitario, para que se case con su nieta y burle al convento y la minoridad. Así se hace, pero la joven, hechizada y dominada, vuelve con su abuela. Muchos lectores, en el primer nivel del texto, destacan las relaciones de explotación de los niños y jóvenes que expone la nouvelle o cuento largo del brillante colombiano. Es evidente que todos los vínculos en la historia son producto del interés y la conveniencia. Y es una lectura analítica interesante. También preocupa a los nuevos lectores el tema, saturado en el texto, de la prostitución forzada. “De aquí en adelante todo es mundo”, le dice a la abuela
el transportista de su carga. Es también territorio de misiones, pero la abuela desalmada dirá: “No me interesa la caridad sino el contrabando. Detrás de los hombre vinieron mesas de lotería y puestos de comidas, y detrás de todos vino un fotógrafo… La abuela, abanicándose en el trono, parecía ajena a su propia feria. Lo único que le interesaba era el orden en la fila de clientes que esperaban turno, y la exactitud del dinero que pagaban por adelantado para entrar con Eréndira”. Es notable y obvio el nombre de Ulises que elige el autor para el joven héroe que recatará a la joven Eréndira: el nombre del héroe de Troya, protagonista de la Odisea, que pasa todas las pruebas para regresar a Itaca, su reino y recuperar su trono, su hijo y su mujer, Penélope. Para los filósofos de la Escuela de Frankfurt, Ulises representa en el imaginario al héroe moderno. Sobrevive a todos los protagonistas de la Ilíada, es Ulises, el sagaz, el que no pagará con su vida sino será recompensado por los dioses por su lucha de gran estratega. Recordemos además que Ulises no le huye al conocimiento y al goce, como se lee en el episodio de las sirenas. Cuando avanza la historia en un episodio desfallece Eréndira y “la abuela supo entonces que había traspuesto los límites del horror y acariciándole la cabeza la ayudó a calmarse”. La vieja le grita a soldados y civiles: “Desconsiderados... Pervertidos... ¡Apátridas de mierda!”. La opulencia de la abuela contrastaba con aquellos reinos de pobres. Y ahora trata de seducir a la nieta con el futuro que vendrá
después de su sacrificio: “Cuando yo te falte no quedarás a merced de los hombre, porque tendrás tu casa propia en una ciudad de importancia. Serás libre y feliz”. Era una visión nueva e imprevista del porvenir. En cambio no había vuelto a hablar de la deuda de origen, cuyos pormenores se retorcían y cuyos plazos aumentaban a medida que se hacían más intrincadas las cuentas del negocio”. El lector avezado verá como se despliega la metáfora para mostrar el corazón del relato. Eréndira le propondrá a Ulises que mate a su abuela y la libere. La abuela sobrevive al veneno “como para exterminar a una generación de ratas”, sin inmutarse. Le pone un explosivo en el piano que produce una deflagración radiante en la carpa y cuando van a ver a la abuela sólo tiene la peluca chamuscada. “Dios te oiga —dijo la abuela— porque estamos otra vez como al principio. Hay que empezar de nuevo”. Dice la vieja cruel: “Lo único que has conseguido es aumentar la deuda”, le dice Eréndira a Ulises. El joven recurrirá al cuchillo para exterminar a la abuela, que termina derrumbándose y un chorro de “sangre oleosa, brillante y verde, igual que la miel de menta” ( del color del dólar, dirá algún lector), confirma la muerte. En un final que huye de la convención, Eréndira tomará resuelta el chaleco de oro de la abuela, se irá corriendo y alejándose de la ciudad, y de Ulises, que llora de soledad y miedo. Se irá “más allá de los vientos áridos y los atardeceres de nunca acabar, y jamás se volvió a tener la menor noticia de ella ni se encontró el vestigio más ínfimo de su desgracia”.
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Las bandas de redundancia de “La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y su abuela desalmada” del genial escritor colombiano Gabriel García Márquez desnudan la gran metáfora de la Deuda Externa latinoamericana que se paga con dinero, con condiciones de explotación y con el cuerpo y la riqueza de los países...
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FRAGMENTOS Giuseppe Arcimboldo (1527-1593)
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LA FRASE Alejandra Pizarnik (1936-1972)
OCIO RECOMENDADO
STAFF
TODOS LOS DÍAS UNA COPITA x Paio
Se ha dicho que el poeta es el gran terapeuta. En ese sentido, el quehacer poético implicaría exorcisar, conjurar y, además, reparar. Escribir un poema es reparar la herida fundamental, la desgarradura. Porque todos estamos heridos.
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Director ElDía Sebastián Carbone Editor S!gno Luis Castillo Editor Suplementos Fernando Piciana Colaboradores Gustavo Faigenbaum Mirta Harispe Paio Zuloaga
conversaciones... una introducción a la filosofía Eduardo Julio Giqueaux y Héctor Luis Castillo | Editorial UCU - Colección Cultura & Sociedad Estas “Conversaciones” son una invitación a un gran banquete, en el cual –como corresponde– hay para todos los gustos; un enorme salón en donde los más lúcidos pensadores de la historia expondrán, a través de la palabra amena y precisa de Eduardo Julio Giqueaux, sus particulares visiones de un mundo en permanente cambio, porque hablar de filosofía es hablar de la vida, de la muerte, de los sueños, del mito y de la magia, de la búsqueda de la verdad. Filosofar es confrontar a los dioses y dialogar fluidamente con los demonios; es el asombro: es hablar de todos y de cada uno de nosotros. Hablar de filosofía es alejarnos por un instante de la vorágine de la cotidianeidad y mirarnos al espejo casi impúdicamente, con el lógico temor de quien recorre lugares inciertos y,luego, entrecerrar los ojos con la ilusión de aprehender el conocimiento, algo que se sostiene solamente mediante la utopía. ¿Serán acaso estos tiempos turbulentos los más propicios para intentar conocer algo acerca de una disciplina que cambió para siempre nuestra forma de ver el mundo? ¿Podremos abstraernos durante el lapso que dure la lectura de este libro, de la obscenidad de los informativos y la mediocridad de los metamensajes encriptados en la banal vulgaridad de los medios masivos de comunicación? Seguramente sí, porque no es éste ni un libro de historia ni una enumeración cronológica de filósofos y pensadores, sino un lúcido y vertiginoso recorrido a través de la evolución del pensamiento.
¿usted
también, doctor? Juan Pablo Bohoslavsky | Siglo XXI Editores
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¿Cuál fue el papel que desempeñaron los funcionarios judiciales, los abogados y sus asociaciones, y los juristas durante la dictadura? ¿Qué podrían haber hecho los jueces dadas las circunstancias de entonces? ¿Son legalmente responsables los abogados, los fiscales y los jueces cómplices? ¿Cómo se enseñaba Derecho en esos años? ¿Hubo una renovación de jueces con el retorno de la democracia? ¿Qué conclusiones nos aporta este libro para reflexionar sobre el papel de la justicia en la Argentina de hoy? Fortaleciendo la investigación sobre la dimensión civil de la complicidad con el último gobierno de facto, ¿Usted también, doctor? revela y sistematiza el modo en que una inmensa mayoría de los integrantes del Poder Judicial contribuyó con el régimen y le proveyó legitimidad, mientras que sólo unos pocos asumieron una conducta independiente y comprometida con la sociedad. Indiscutible obra de referencia sobre el tema, este libro deja en claro que la complicidad judicial, la violencia estatal y la impunidad desafían aún hoy a la democracia argentina. Y propone, además, caminos concretos para que el avance de la democratización institucional actúe también en el ámbito del Poder Judicial.