ISSN 1666-6682
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L A
H I S T O R I A Marzo 2008 Nº 21
Autor: Miguel Dávila
Carlos Alvarado y el paludismo en la Argentina
Comentarios de libros
Mitos y verdades sobre el origen del VIH
Diccionario de Médicos Italianos hasta el siglo XIX
Hermanas del Huerto
Esta caricatura de Julio Méndez, realizada por Zavattaro, apareció en la revista porteña Caras y Caretas en su año XXI, Nº 1051, del 23 de noviembre de 1918. Al pie lleva esta cuarteta: Respetando hoy como antes/ su justa autoridad,/ votaron su elección los estudiantes/ por unanimidad. Méndez nació en Córdoba en 1858 pero se doctoró en Buenos Aires, dirigió el Instituto Bacteriológico de la Asistencia Pública, donde preparó la antitoxina diftérica y, posteriormente, su creación, la vacuna anticarbuncosa animal de uso veterinario. Elegido decano de la Facultad local, muy querido por los alumnos, renunció por oponerse al examen de ingreso. Falleció en 1947.
VOL. IV - Nº 21 - 2008 - Buenos Aires ISSN 1666-6682 Director
Federico Miguel Pérgola
Subdirector
Carlos C. Castrillón
Sumario
Mitos y verdades sobre el origen del VIH
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Hermanas del Huerto
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Laura Pérgola
Carlos Alvarado y el paludismo en la Argentina
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Secretaría
Comentario de libros
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Noticias
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Diccionario Biográfico de Médicos Italianos hasta el siglo XIX
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Editora
Laura Pérgola Emilce Iervolino Agustín García Puga Comité de Honor
Norma Acerbi Cremades, Abel Luis Agüero, Gustavo Brandariz, Jaime Elías Bortz, José Emilio Burucúa, Alfredo Buzzi, José B. Cibeira, Jorge E. Gallardo, Manuel Luis Martí, Delia Outomuro, Teodoro Puga, Norma Sánchez, Florentino Sanguinetti, Orestes W. Siutti, Juan C. Stagnaro y Alcira Zarranz. Comité Editorial
José M. Ayala, Amalia M. Bores, Inés A. Bores, Alfredo E. Buzzi, Donato A. Depalma, María Teresa Di Vietro, Osvaldo Okner, Alejandro H. Rodríguez, y Juana Zarranz Diseño y diagramación
Eric Geoffroy tel. 15-6281-0595 ericgeof@gmail.com www.egdg.com.ar
En los próximos números:
-Aspectos sociales y médicos de la provisión de agua en Buenos Aires (Isabel Nicola) -La diálisis en el tiempo (Daniel H. Román) -La ciencia del siglo XX (Moratal Ibáñez) -La sociedad sentada (Silvia Szkura) -Malformaciones fetales en madres adolescentes (Elsa Valiño) -Nihilismo médico y encarnizamiento terapéutico (Liliana Alvarez)
La revista Médicos y Medicinas en la historia es una publicación trimestral. Registro de la propiedad intelectual Nº 188920. Propietarios Laura Andrea Pérgola y Federico Miguel Pérgola. Impresa en marzo de 2008. Tirada de esta edición 1000 ejemplares. Las opiniones que los autores vierten en los artículos son de su exclusiva responsabilidad y no representan necesariamente las de la revista. Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta publicación, aun mencionando la fuente. Esta publicación es una realización de:
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Editorial
Para qué sirve una carrera docente Luego de un intervalo de un año, regresamos. Nada más. Quiero referirme a una práctica que, en la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires, tiene mucho más que medio siglo de vida. Comenzó con lo que se llamó Carrera Docente, en la Facultad de Ciencias Médicas (porque así se llamaba, en ese entonces, la Facultad de Medicina actual); hoy se denomina Curso de Formación Docente Pedagógico en Ciencias de la Salud. Aunque su contenido curricular no es el mismo, el espíritu que la anima no ha cambiado. ¿Para qué sirve este curso? La medicina, mucho antes que ahora, osciló entre el arte y la ciencia. Cuando dominó el arte, tal como el taller de un pintor, el maestro tenía sus discípulos a quienes ponía al tanto de sus secretos y enseñaba sus habilidades. Durante siglos fue así. Cuando la Ciencia se constituyó en el Dios moderno y la estadística inició su reinado, esas prácticas quedaron desvalorizadas
y los valores corrieron por otras sendas. Los discípulos comenzaron a desconocer quiénes eran sus maestros: no supieron ni su nombre. Apareció la tecnomedicina. No obstante, algunos visionarios comprendieron que una y otro, la ciencia y el arte, se complementaban. Snow promovió –a mediados del siglo pasado– el “matrimonio” entre las ciencias duras y las disciplinas blandas. Pero, ¿a qué viene todo esto? El maestro, si consideramos la necesidad de su existencia, debe estar capacitado para su labor. No todos los médicos tienen vocación docente. Lo se bien. Pero aquel que haya sido galardonado con ese don inigualable debe, o mejor dicho tiene, que devolver como un deber moral, a la Facultad que lo preparó en forma gratuita para ejercer su profesión, las enseñanzas que recibió. Qué mejor modo que formando a los nuevos médicos. La necesidad de una Carrera Docente deviene, como he
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dicho, de preparar al futuro profesor y, por otra parte, establecer pautas reglamentarias que impidan el acceso a la docencia de los que no hayan cumplido el plan propuesto por la Facultad. Con ello se evitan las inequidades y los acomodos o, por lo menos, soy sensato, pueden mitigarse. Grandes figuras de la medicina sin ese requisito pueden acceder al cargo de profesor Honorario que, de cualquier manera, no se encuentra en el rango de esta creación pedagógica que, por vez primera en la Universidad de Buenos Aires, implantó Medicina. Los cambios que se sucedieron en nuestra profesión obligaron a que, paralelamente, el currículo del curso tuviera variantes. Cuando yo la cursé, hace muchas décadas ya, previos los exámenes de idoneidad e idioma –como en la actualidad– duraba cinco años, con materias como Introducción a la Filosofía, Historia de la Ciencia e Historia de la Medicina. Entre nuestros maestros estaban Eugenio Pucciarelli y José Babini.
Hoy, se cursa en cuatro años (existe un proyecto en la Universidad para que su duración exceda levemente los dos años). Los dos primeros módulos, es decir los dos primeros años, son de contenido pedagógico. El primero de ellos con estas asignaturas: conducción del aprendizaje, recursos instruccionales, dinámica de grupos y educación y evaluación educacional; el segundo, observación y práctica de la enseñanza y desarrollo interdisciplinario. En tercer año se cursa Metodología de la Investigación y, en el cuarto, con dos materias, optativas una de las dos primeras y una del resto, historia de la medicina, historia de la ciencia, antropología médica y ciencias sociales y salud. Está claro. Las condiciones para ser un buen médico, tantas veces explicitadas, lo señalan sabiamente: vocación, capacidad de trabajo, valores éticos, entusiasmo, investigación y formación de discípulos. Federico Pérgola
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Mitos y verdades
sobre el origen del VIH Waldo H. Belloso
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l VIH es un lentivirus de la familia de los retrovirus que afecta a los seres humanos comprometiendo al sistema inmune y es la causa del síndrome de inmunodeficiencia adquirida (sida), la pandemia contemporánea más trascendente y, al decir de muchos especialistas, la peor catástrofe sanitaria que la humanidad ha debido enfrentar en toda su historia. En muy poco tiempo desde su aparición el VIH se difundió por todo el planeta, favorecido por los transportes y la globalización, y hoy más de 40 millones de personas se encuentran infectadas por el virus en el mundo, más de 26 millones han muerto y la epidemia se encuentra lejos de ser controlada (1). El epicentro de toda esta situación se encuentra en África, en donde se concentra alrededor del 70% de los casos de sida y en donde mueren más de dos millones de personas anualmente – la mayoría de ellas de entre 25 y 35 años de edad-, fundamentalmente por no acceder a los tratamientos antirretrovirales de alta eficacia que han demostrado dramáticas reducciones en la morbimortalidad vinculada al VIH y han cambiado verdaderamente el curso de le enfermedad en los países que los proveen. Existen áreas del África subsahariana en las que la prevalencia de infección por VIH es de entre 25 y 30% y la esperanza de vida al nacer no excede los 40 años como consecuencia de la infección. Se estima que en Argentina hay en la actualidad más de 120.000 personas infectadas por el HIV, de las cuales alrededor de 20.000 han sido efectivamente diagnosticadas y notificadas al Programa Nacional de Sida (2). Este hecho contribuye a sustentar la trágica paradoja por la cual la epidemia continúa avanzando en nuestro país –al igual que en el resto de los países en vías de desarrollo- a pesar de existir acceso a la medica-
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Las victorias tienen muchos padres, las catástrofes son huérfanas.
tos Nacionales de la Salud de los EEUU dirigidos por Robert Gallo –en una historia no exenta de intrigas y vanidades- se logró identificar al agente causal, un retrovirus que recibió la denominación de Virus de la Inmunodeficiencia Humana o VIH (10-11). Esto permitió reconocer e identificar anticuerpos específicos dirigidos contra el virus que desde ese momento y hasta nuestros días constituyen los pilares fundamentales del diagnóstico de la infección y abrió el camino para encontrar y desarrollar fármacos antivirales específicos.
ción antirretroviral garantizado por ley (3). Existen al menos dos variantes principales de VIH que producen sida: el VIH-1 –distribuido en todo el mundo-, y el VIH-2 localizado principalmente en algunas regiones de África central. Existen 3 grandes grupos de virus VIH-1 (M-main, O-outlier, y N-ninguno de los anteriores), y al menos 6 grupos de VIH-2 (4-5). El grupo M del VIH-1 es el responsable de la epidemia mundial de sida, subdividido a su vez en 10 subtipos virales (A a J) que presentan una considerable diversidad genética entre sí y una distribución geográfica característica (siendo el subtipo B y el subtipo recombinante B-F los más prevalentes en nuestro país) (4, 6-7).
Esta es la parte de la historia que más se conoce y que fue reflejada en medios gráficos, documentales y hasta largometrajes como “Y la banda siguió tocando” basado en el libro del escritor Randy Shilts (12).
El Grupo O comprende pocos casos (5%) localizados fundamentalmente en Camerún, Gabón y Guinea ecuatorial, mientras que el N se observó solamente en muy pocos individuos en Camerún (8-9).
Pero la pregunta que surgió desde los inicios de la epidemia y derivó en una pléyade de teorías y suposiciones fue: ¿cuál es el origen de esta enfermedad? Desde un castigo de la Providencia destinado a personas con conductas particulares, un descuido originado en un laboratorio de la CIA o hasta un enviado del espacio exterior que llegó a la tierra en la cola de un cometa las explicaciones más originales y más descabelladas llenaron durante años ese vacío del conocimiento.
Esta epidemia se encuentra actualmente en su primer cuarto de siglo de historia ya que los primeros casos fueron observados por médicos de Nueva York y de San Francisco en el otoño de 1981, en grupos de hombres homosexuales y posteriormente en usuarios de drogas intravenosas. Estos pacientes presentaban infecciones oportunistas extremadamente raras o neoplasias particulares en el curso de su evolución –habitualmente hacia la muerte- que hicieron considerar la posibilidad de la existencia de una nueva enfermedad, que en ese momento no tenía siquiera nombre y cuya causa era completamente desconocida.
Pero entonces, sin caer en suposiciones infundadas ni extravagancias del pensamiento: ¿cuál es el verdadero origen del VIH y del sida? ¿Se trata de una condición propia de los seres humanos o es una enfermedad transmitida desde otras especies? ¿Se trata de una zoonosis? ¿La aparición de la epidemia se debe a actos propios de la naturaleza o a acciones humanas? ¿Puede la medicina moderna haber contribuido inadvertidamente a la aparición de uno de sus más temibles enemigos?
¿Podría tratarse de una infección venérea? ¿Afectaba solamente a grupos particulares de la población? Poco tiempo después, en 1983, gracias al trabajo de investigadores del Instituto Pasteur de París bajo la dirección de Luc Montagnier y de los Institu7
L-70: el primer eslabón
Mapa de Camerún
Vista del Río Sanaga
En 1959 un marino originario de Manchester falleció a causa de una extraña enfermedad con características similares a lo que después se conoció como sida, y aparentemente en muestras conservadas de tejidos se detectó posteriormente la presencia del VIH; aunque la autenticidad de este hallazgo nunca pudo ser completamente confirmada y fue refutada por expertos virólogos que alegaron la posibilidad de contaminación posterior de dichos tejidos. Varios indicios apuntaban al África central como el lugar en donde se podría haber originado la transmisión del VIH. En 1986 un grupo de investigadores descongeló 1213 muestras de plasma recolectadas en África a partir del año 1959 por equipo de científicos norteamericano y Europeo liderados por el Dr. Joseph Vandepitte de la Universidad de Lovaina con el objetivo original de analizar la prevalencia de enfermedades hematológicas e infecciosas (13). Una de estas muestras analizadas, denominada L-70, resultó positiva para VIH-1 por pruebas de inmunofluorescencia, western blot y radioinmunoprecipitación. La “L” indicaba la proveniencia: Leopoldville (actual Kinshasa) y correspondía a un varón adulto aparentemente sano de la tribu Bantú que fue tomada sólo un año antes que el Congo Belga comenzara a transformarse en la República Democrática del Congo. Existe consenso actual en reconocer que esta es la evidencia confirmada más antigua disponible de una persona infectada por el VIH-1. Posteriormente esta muestra fue analizada genéticamente, demostrándose que su secuencia virológica colocaba a esta cepa muy cerca del nodo ancestral de los subtipos virales B, D y F dentro del Grupo M, indicando que la introducción del VIH-1 en humanos podría tratarse de un episodio único ocurrido no más de 10-20 años antes de 1959 (14).
Los factores determinantes de la diseminación del virus permanecen aun poco claros y serán el motivo principal del resto del presente texto. Si el virus –como se cree- provino originalmente de áreas del sur de Camerún, es posible que el intenso transito comercial y de pasajeros a través del Río Sanaga haya contribuido a su llegada a Kinshasa; mientras que el acceso a transporte público, el aumento de la densidad poblacional, la existencia de conflictos bélicos en la región y posteriormente el creciente acceso a los viajes internacionales y la mayor frecuencia de contactos sexuales ocasionales incluyendo la revolución sexual gay de fines de los 70 y principios de los 80 pueden haber sido elementos decisivos para la propagación inicial en África central y posteriormente con increíble velocidad al resto del mundo (15-17). Lo cierto es que a partir de ese momento y hasta nuestros días el VIH fue transmitido de persona a persona, fundamentalmente por contacto heterosexual. La posibilidad de un único ancestro viral de toda la epidemia y quizás de un único origen epidemiológico fue perseguido durante los primeros años del estudio del sida. Incluso durante algún tiempo el CDC (Centro de Control de Enfermedades de los Estados Unidos) consideró la existencia de un “paciente O” o “Paciente Zero” como fuente primaria de la epidemia en EEUU. Un periodista relacionó estas investigaciones con un asistente de vuelo canadiense fallecido en 1984 (Gaetan Dugas) quien había tenido múltiples parejas sexuales. Durante cuatro años se consideró a Dugas prácticamente como la causa de la epidemia hasta que el CDC admitió que habían existido errores metodológicos en sus consideraciones y que no se podía rastrear la llegada del HIV a una sola fuente. Como en todas las grandes catástrofes una de las reacciones iniciales es la búsqueda de culpables o -al menos- de alguien a quien culpar.
Médicos & Medicinas
Chimpancé portador de SIV
Papá mono endemicidad de los tres grupos de VIH-1.
Los lentivirus tienen un genoma compuesto por ARN de cadena sencilla y se caracterizan –como su nombre lo indica- por producir enfermedades de muy larga evolución. Se han encontrado lentivirus que afectan animales muy variados como gatos, ovejas, caballos y cabras.
Este hallazgo sustentó la idea aceptada actualmente que indica que el huésped y reservorio primario del VIH-1 es el P.t. troglodytes, y que a partir de este reservorio natural se produjeron al menos tres episodios independientes de transmisión interespecie (una por cada grupo primario).
Sin embargo, el lentivirus más interesante en relación al origen del VIH es el virus de la inmunodeficiencia simiana (SIV) que afecta a algunos tipos de monos.
La evidencia acerca de la existencia de transmisión zoonótica se basó en similitud genómica, relación filogenética, prevalencia en el huésped natural, coincidencia geográfica y posible existencia de rutas de transmisión.
Ya a fines de la década del 80 se tenía conocimiento que el VIH-2 era un virus genómicamente indistinguible y filogénicamente muy relacionado con el SIVsm que se encuentra en el Mangabey fuliginoso (Cercocebus atys, Sooty Mangabey, Mangabey de collarete blanco o Mono verde) del África occidental (18). Este dato alentaba la idea de un origen simiano del VIH-1, aunque la identificación de su reservorio primate era mucho más difícil de establecer.
Posteriormente pudo determinarse que el SIVcpz apareció como un producto recombinante de ancestros de SIV presentes actualmente en mangabés de coronilla roja y Cercophitecus del África occidental (20-21). Pero el hecho que distintas especies de simios sean identificados como portadores de virus potencialmente mortales para los humanos no es suficiente como para explicar la transmisión interespecie. Dado que el origen del virus de los chimpancés provino inicialmente de otras especies de monos, la posibilidad de salto interespecie existe claramente, pero deben concurrir asimismo conductas humanas que favorezcan el traspaso de esta barrera.
En 1999 la Dra. Beatrice Hahn de la Universidad de Alabama en EEUU publicó un artículo fundacional en la revista Nature, revelando el hallazgo de un tipo de SIV prácticamente idéntico al VIH-1 desde el punto de vista genético (19). El estudio de secuenciación genética de cepas de SIV cpz (el virus simiano encontrado en chimpancés) reveló que todas las cepas de VIH-1 que afectan a los seres humanos, incluyendo los grupos M, N y O se relacionan filogénicamente con una misma estirpe viral encontrada en la subespecie de chimpancé Pan troglodytes troglodytes del África central. Las áreas en las que habita este animal coinciden con áreas de
Existen distintas teorías acerca de la ruta de la adquisición del retrovirus a partir de sus huéspedes originales, algunas de ellas sustentadas por evidencia científica, otras de ellas ba9
llegado a América del Norte y del Sur en la era del tráfico de esclavos (26).
Mangabey fuliginoso (“mono verde” africano)
sadas en investigaciones periodísticas. Y en muchos casos la prensa actuó como formadora de opinión, no siempre con la rigurosidad documental que el caso requería (22-23). Hacia principios de 2002 el New York Times tituló “La carne de chimpancé culpable de la epidemia de SIDA”, y el Daily Telegraph “El sida comenzó en humanos que comían chimpancés” (24). Sin embargo la explicación más probable es la existencia de contacto casual entre la sangre de animales infectados y la sangre de seres humanos. Si aceptamos que se produce una transferencia de virus entre los animales y el hombre, entonces estaríamos en presencia de una zoonosis.
¿Es el sida realmente una zoonosis? En base a los descubrimientos anteriormente referidos, durante mucho tiempo sidasido interpretada como una zoonosis, aunque esto nunca haya sido probado científicamente, y en realidad esta visión puede ser seriamente cuestionable. Si bien se conoce bastante sobre el origen del VIH, poco y nada se conoce sobre el origen del sida. La búsqueda del origen no se agota en el descubrimiento de la fuente. Se debe llegar a entender cuáles son los mecanismos adaptativos que tienen lugar en el nuevo huésped para dar lugar (o no) a una enfermedad emergente. Más allá de una cuestión semántica esta distinción es muy importante a la hora de estudiar los procesos por los cuales los virus animales pueden producir epidemias y hasta pandemias (25). En el caso del sida la matanza indiscriminada de monos serviría para comprometer aún más la supervivencia de varias especies de primates en riesgo de extinción pero seguramente no tendría impacto alguno en prevenir la diseminación de la epidemia entre los seres humanos. Una de las actividades en las que puede existir contacto entre humanos y grandes cantidades de sangre de simio potencialmente infectada es la cacería de animales salvajes para alimentación o comercio de la carne (en inglés: “bushmeat”). Sin embargo el sida emergió bien entrado el siglo XX a pesar que los seres humanos han estado expuestos a la carne de simio cazado por miles de años. Si el sida fuera una simple zoonosis debió haber aparecido en África mucho antes y debió haber
Vale la pena profundizar un momento sobre algunas definiciones: Zoonosis: enfermedad de animales (vertebrados) que puede ser transmitida al hombre bajo condiciones naturales (ej: brucelosis, rabia). No existe evidencia alguna de que la adquisición de sida se produzca directamente a partir de una fuente animal. Zooantroponosis: zoonosis normalmente mantenida por humanos pero pasible de transmisión a otros vertebrados (ej: amebiasis). Anfixenosis: zoonosis mantenida en la naturaleza por el hombre y por animales inferiores (transmisión hombrehombre y animal-animal). A pesar de la extensa exposición sólo existe evidencia sobre 11 episodios de transmisión interespecie en los últimos 50 años, de los cuales sólo 4 generaron cepas epidémicas (los grupos M y O del VIH-1 y los grupos A y B del VIH-2). Esto significa que la transmisión interespecie es necesaria pero no suficiente para generar una epidemia. Este concepto no es desconocido en la naturaleza y en otros casos como el virus de la influenza aviar el salto entre especies produce habitualmente patógenos relativamente débiles e incapaces de generar epidemias humanas de gran escala (27). De hecho la transmisión experimental interespecie entre monos del SIV produce frecuentemente cepas no patogénicas y eventualmente la eliminación de la infección. La inmunodeficiencia es muy rara entre primates infectados con SIV y su eventual desarrollo demora más que el tiempo promedio de vida del animal, lo cual refuerza el concepto que se requirió un cambio en el potencial patogénico de la cepa original de SIV para resultar virulenta en un nuevo huésped (28). Por otro lado la exposición accidental de humanos al SIV produjo en algún caso la eliminación directa del virus o bien una infección persistente asintomática, lo cual agrega evidencia respecto a que la transmisión cruzada del SIV requiere una adaptación posterior a su nuevo huésped para presentar una replicación eficiente y poder desencadenar enfermedad. Esta explicación se sustenta también en el hecho que el genoma humano presenta muestras de exposición a otros retrovirus y retroelementos a lo largo de toda su evolución (29) Por lo tanto puede concluirse si bien el origen del HIV es el SIV, el sida no es una verdadera zoonosis, sino una enfermedad humana de origen zoonótico. Y tanto para el sida como para otros virus como el Ébola o el virus de la influenza aviar no conocemos prácticamente nada acerca de los factores que desencadenan epidemias o pandemias a partir de un virus de origen animal.
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Nativos comiendo carne de animal de caza furtiva (“Bushmeat”)
Principales teorías sobre el origen del sida Teoría de los “cazadores”
del “Corazón de las tinieblas” por la similitud del escenario descrito con la clásica novela de Joseph Conrad– es una variante de la teoría de los cazadores propuesta en 2000 por Jim Moore, especialista en comportamiento de primates. Durante la época del florecimiento del colonialismo en África, entre fines del S. XIX y principios del S. XX existieron en el África Ecuatorial Francesa y el Congo Belga verdaderos campos de trabajo forzado, donde se mantenía a los trabajadores con demandas físicas extremas, poco alimento y prácticamente sin condiciones sanitarias (34). Más aún, según Moore se los inoculaba con vacuna para viruela o para la enfermedad de sueño sin utilizar agujas estériles y se contrataba prostitutas para la distracción de los trabajadores, creando así numerosas posibilidades de transmisión en una población debilitada. Esta teoría permitiría explicar no solamente la transmisión interespecie sino la acumulación de factores predisponentes para la adaptación del SIV en un momento histórico particular, cercano al momento en que se presume que se originó la enfermedad por VIH (35). La aparición del sida en esta población puede haber sido muy difícil de distinguir en ese contexto en que muchos trabajadores morían precozmente sin asistencia alguna debido a múltiples enfermedades. Como escribe Conrad: “Ellos morían lentamente, eso estaba muy claro. No eran enemigos, no eran criminales, no eran nada terrenal ahora, nada más que sombras negras del padecimiento y la inanición, yaciendo confusamente en la verde penumbra….alimentados con comidas desconocidas se enfermaban, se volvían ineficientes y, recién entonces, eran autorizados a arrastrarse hacia fuera y descansar” (36).
Esta teoría –que cuenta con la mayor aceptación generalsostiene que la transmisión del SIVcpz a los humanos se produjo como resultado del contacto de sangre con heridas o cortes durante la cacería furtiva de chimpancés. Habría existido posteriormente una adaptación del SIV a su nuevo huésped, produciendo en la mayoría de las ocasiones una cepa no patógena subsecuentemente erradicada. Pero en algunas ocasiones puede haberse producido una adaptación que permitió la persistencia, infección y transmisión en humanos. Recientemente se ha demostrado la existencia de nuevos saltos interespecie de otros retrovirus simianos (el virus espongiforme y el virus T-linfotropópico) entre primates no humanos y cazadores del África central, lo cual brinda mayor sustento a esta teoría (30-31). Entre los factores sugeridos como favorecedores de la adaptación de los retrovirus –y en particular el SIV– a su nuevo huésped humano se encuentran la deforestación, que puede facilitar las cacerías furtivas, y el acceso al transporte promovido por el levantamiento de las restricciones coloniales a los viajes, el hacinamiento en ciudades y el comportamiento social como fuentes de múltiples pasajes interhumanos o de la posibilidad de recombinaciones virales (32). Entre 1905 y 1940 la población de ciudades como Kinshasa y Brazzaville se incrementó alrededor de 10 veces, y otras 10 veces –de 49,000 a 420,000– entre 1940 y 1961 (33).
Teoría del colonialismo
Teoría del colonialismo –también conocida como la Teoría 11
Teoría de las agujas contaminadas
Extensión de la teoría de los cazadores que postula que la reutilización de jeringas y agujas en programas de vacunación en África en las primeras décadas del S. XX (y hasta más allá de 1950 cuando en el resto del mundo se extendía el uso de descartables) fue el factor decisivo para la diseminación de partículas virales creando la situación propicia para replicación y mutación del VIH ya adaptado a su nuevo huésped. Entre 1920 y 1935 se llevó a cabo una campaña masiva de vacunación para enfermedad del sueño en las colonias francesas en momentos en que la reutilización de agujas era una práctica corriente. La práctica de la vacunación de “brazo a brazo” para la viruela (inoculación directa de material de vesículas –con la consecuente exposición a linfocitos infectados– involucró a miles de personas desde los primeros años del siglo pasado en distintas áreas del África (35, 37).
Teoría de la Vacuna de Polio
En la edición del 19 de marzo de 1992 de la revista Rolling Stone, el periodista independiente Tom Curtis escribió un extenso y polémico artículo acerca del origen del sida en el que sostenía la hipótesis que el origen de la diseminación del VIH podía vincularse a la contaminación de vacunas vivas de polio desarrolladas sobre tejido renal de monos, una teoría ya sugerida cinco años antes por Louis Pascal quien no había tenido éxito en su intento por publicar su trabajo en revistas médicas. En su artículo, Curtis hacía referencia a masivas campañas de vacunación para polio que involucraron a más de 1 millón de personas realizadas ente 1957 y 1960 en la zona del Congo Belga, Rwanda y Burundi, y al hallazgo de contaminación de esas vacunas con un virus simiano, el SV40 a quien interpretaba como un ancestro del VIH (38). Si bien la probabilidad de sobrevida del VIH luego de la ingesta es mínima o nula puede especularse sobre la posibilidad de contacto entre células infectadas presentes en la vacuna y células de la mucosa oral o gastrointestinal, especialmente en el caso de existir lesiones activas que permitan el contacto con la sangre del receptor. Hacia fines de la década del 50 la epidemia de polio se encontraba en su cincuentenario y, debido a su vía de administración parenteral, la necesidad de refuerzos de dosis y a cierto descrédito vinculado a la contaminación de un lote que derivó en la muerte de algunas personas, era claro que la erradicación no sería posible con la vacuna a virus inactivado desarrollada por Jonas Salk. Dos ambiciosos investigadores recientemente emigrados a los EEUU –Albert Sabin y Hilary Koprowski– se embarcaron en una violenta puja por obtener una vacuna oral. Para el desarrollo de esas vacunas se utilizaban células de riñón de mono porque se creía que la utilización de células humanas podría producir un riesgo de transmisión de cáncer. Pero una vez obtenida la vacuna era necesario probarla en una vasta población no inmunizada, algo imposible de encontrar en Norteamérica. Mientras Sabin probó su vacuna, posteriormente reconocida en territorios de la URSS (su patria original), Koprowski, que trabajaba en ese entonces en el Wistar Institute de Philadelphia, aprovechó
el desarrollo sanitario creciente del Congo Belga para probar su vacuna en Stanleyville (hoy Kisangani en la República Democrática del Congo) y posteriormente en Leopoldville. El nudo del problema es el tipo de monos que se utilizaron para producir las grandes cantidades de vacuna oral necesaria para las campañas masivas de inmunización. Curtis postuló que si bien en general se utilizaban macacos rhesus (Macaca mulatta) originarios de Asia, en algún momento a raíz de falta de provisión o de conveniencia económica el desarrollo africano de la vacuna para polio utilizó especies locales mucho más accesibles. El artículo indicaba que en las campañas de Koprowski se habían utilizado mangabés fuliginosos (mono verde) para el cultivo de la vacuna, y ese fue el error que derivó en el descrédito de Curtis y la retractación pública por parte de la revista: el mono verde africano no es huésped del VIH-1 (sino como se demostraría después del VIH-2). Sin embargo el área geográfica y el tiempo en que aparecieron los primeros casos de sida coinciden casi perfectamente con los de los experimentos de la vacuna de polio. Y esto persistía en la memoria de un periodista de la BBC, Edward Hooper quien pensaba que la controversia no había sido saldada completamente. Hooper volvió sobre los pasos de la investigación de Curtis, pero en este caso, buscando evidencia sobre la utilización de chimpancés en los laboratorios de Koprowski en el África central. A fines de 1999 Hooper publicó el libro “El río” en el que volcó todos sus años de investigación acerca del origen del VIH y del sida y su relación con la contaminación de vacunas orales de polio (39). La reacción no se hizo esperar: Koprowski negó enfáticamente que se hubieran utilizado chimpancés en el desarrollo de sus experimentos y la Royal Society de Londres convocó a Hooper para una conferencia acerca del origen del sida que tuvo lugar a fines de 2000, la primera vez en que una persona sin formación científica participaba de un debate en la prestigiosa academia alguna vez presidida por Isaac Newton. En esa conferencia se presentaron los resultados de análisis realizados sobre muestras de la vacuna original conservadas en el Instituto Wistar (vacuna CHAT) que demostraban no solamente que no habían rastros del VIH-1 sino que habían sido preparadas utilizando riñones de macacos y no de chimpancés (40-42). Desde el punto de vista científico esto terminaba con la especulación de la diseminación del VIH a partir de la vacuna oral de polio (43). Sin embargo Hooper aún plantea dudas sobre esta evidencia y mantiene su teoría. Se analizaron sólo algunas muestras de vacuna CHAT conservadas en Philadelphia, un sólo lote entre los muchos que fueron utilizados. Es posible también que varios lotes de vacuna fueran desarrollados localmente en Stanleyville para poder abastecer a la enorme campaña de inmunización en curso. Incluso hay evidencia que indica que alrededor de 250.000 vacunas fueron “acondicionadas” en el laboratorio de Stanleyville dirigido por Koprowski y Ghislain Courtois. Y en ese laboratorio se criaban y se experimentaba con chimpancés. No se trata de demonizar a algunos pioneros de la medicina sino de entender la posible ligazón entre un acto indudablemente humanitario y el desarrollo de una epidemia. Curtis escribió: “Como Salk y Sabin, Koprowski tuvo las mejores intenciones. Querían erradicar un flagelo mortal. Pero con lo que sabemos
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Vacunación oral antipolio en Africa Central
cipantes de una guerra biológica. Con similar afiliación, William Campbell Douglass escribió el libro “SIDA, el fin de la civilización” en el que señala a la Organización Mundial de la Salud (OMS) -“conducida por comunistas”- como la causa de la epidemia. Esta teoría, basada en manipulaciones, tergiversaciones y falsedades, ha servido durante mucho tiempo como fuente de las creencias de activistas negros y población carcelaria en los EEUU (44). Entre muchas otras aseveraciones Campbell escribe en su libro que el sida“no es una enfermedad de transmisión sexual”, afirmación de impredecibles consecuencias entre personas sin acceso a la evidencia científica. Alan Cantwell sostiene en su libro “El SIDA y los doctores de la muerte” que el VIH es un organismo producto de una manipulación genética por parte de científicos del gobierno de los EEUU y que fue introducido a través de los experimentos sobre hepatitis B que tuvieron lugar en distintas ciudades de los EEUU entre 1978 y 1981. La experta en oncología y sida Matilde Krim comparte la última parte de la teoría de Cantwell aunque cree que se trató de un hecho accidental en lugar de una verdadera conspiración. Gary Glum escribió en su libro “Full disclosure” que contaba con información que indicaba que el VIH fue elaborado en laboratorios de Nueva York y fue diseminado con un claro fin eugenésico en conjunto con las vacunas utilizadas por la OMS en la campaña de erradicación de la viruela en países del tercer mundo. La erradicación de población negra, hispánica y judía es también el propósito sugerido por Leonard G. Horowitz en la teoría sobre la conspiración del VIH presentada en su libro: “Virus emergentes: SIDA y Ébola. Naturaleza, accidental o intencional?” Thabo Mbeki, el actual presidente de Sudáfrica y presidente del Congreso Nacional Africano sostiene que el sida es el resultado de la pobreza, desnutrición y otros factores ambientales, relegando al VIH a un rol a lo sumo como cofactor secundario.
hoy, existieron algunos puntos oscuros en las aceleradas campañas para conquistar a la polio. Existe evidencia que estos tres pioneros utilizaron vacunas contaminadas con virus de especies similares a las que producen enfermedad en el hombre. Si la vacuna del Congo termina sin ser la forma en la que el sida se inició en los humanos, será porque la medicina ha tenido suerte, no porque sea infalible”.
Teorías conspirativas
Existen diversas teorías que sugieren que el VIH es un producto de la “mano del hombre”. Aun hoy en muchas comunidades se siguen sosteniendo como la expresión de una forma deliberada de extermino. Los causantes culpados son tan variados como los métodos propuestos. Hacia 1987 Jakob y Lili Segal, profesores de la Universidad Humboldt de Alemania del Este, propusieron en la URSS que el VIH jamás podría haber evolucionado en forma espontánea y que su aparición involucraba una combinación de dos virus conocidos –el retrovirus visna y el HTLV-1– producida en un laboratorio norteamericano en Maryland. Sin embargo en esa época no existía la sofisticación tecnológica de la ingeniería genética necesaria para tal empresa. La creencia que el VIH tuvo origen en laboratorios de la CIA con el objeto de desestabilizar el mundo occidental circuló durante algún tiempo, impulsada según analistas por agentes de la Unión Soviética infiltrados en Norteamérica. Algunas figuras de la extrema derecha norteamericana adujeron en su momento que el VIH era –obviamente- un producto soviético que había sido introducido en EEUU como parte de la guerra biológica. En sentido inverso incluso la respetada keniata Wangari Maathai, premio Nobel de la Paz 2004 públicamente manifestó su creencia que el virus del sida no tenía un origen natural sino que era un producto de “científicos occidentales” parti13
Verdades y consecuencias La controversia y la aceptación de las teorías acerca del origen del sida no agotan su ámbito a la primacía de las ideas o la elegancia de la retórica. Tienen consecuencias prácticas directas. Permite focalizar las prioridades de los esfuerzos preventivos, incide sobre la forma de atención médica y su aceptación por parte de la comunidad, y orienta la asignación de recursos. Por ejemplo los esfuerzos de los activistas en la lucha contra el sida en Sudáfrica chocan no sólo con las deficiencias estructurales heredadas de los tiempos del Apartheid sino con el escepticismo y la apatía de los actuales gobernantes negros. Es difícil juzgar intenciones manteniendo una visión imparcial pero entre los defensores de las teorías conspirativas sobre el origen del VIH se encuentra seguramente un espectro muy amplio de protagonistas, desde personas bien intencionadas recelosas del razonamiento científico hasta oportunistas profesionales que ven en el planteo de hipótesis arbitrarias el espacio para su provecho personal, que puede ir a su vez desde la notoriedad por la venta de sus libros hasta la promoción de sus tratamientos milagrosos y fórmulas mágicas. Algunos artículos recientemente publicados presentan una nueva magnitud de la consecuencia de las teorías, una magnitud personal. Bogart y Thorburn realizaron una encuesta telefónica a 500 afroamericanos de entre 15 y 44 años residentes en los EEUU para evaluar la prevalencia de la creencia conspirativa sobre el origen del HIV y su relación con la existencia de una actitud negativa respecto del uso de preservativos, práctica promovida por el mismo gobierno presuntamente causante de la epidemia (45). La hipótesis planteada era que la misma sospecha sobre el origen de la enfermedad podría hacer descreer sobre las ventajas del uso de métodos de barrera.
Mediante análisis factorial se obtuvo un núcleo de 10 preguntas focalizadas en las principales teorías conspirativas y se preguntó acerca del número de parejas y el uso de preservativos en cada relación vaginal o anal en los tres meses previos. Más del 50% de los encuestados sostuvieron la veracidad de al menos algunas de las afirmaciones interrogadas. Y entre los varones encuestados la aceptación de las teorías conspirativas se asoció significativamente con una peor actitud general frente al uso de preservativos y una menor tasa de uso de preservativos. Esto sugiere que la inclusión de la discusión sobre las creencias conspirativas del HIV/SIDA dentro de las campañas masivas de prevención puede influir sobre la receptividad del paciente a la información brindada sobre el uso de profilácticos y determinar un uso más consistente. Datos de una encuesta callejera anónima realizada entre 1997 y 1998 a personas de Houston, Texas, demuestran que la creencia conspirativa en relación al origen del sida no es privativa de la población afroamericana sino que también se encuentra arraigada en hombres de origen hispano y aun entre la población indicada como “blanca” (46). Tanto a nivel individual como poblacional y cualquiera fuera el motivo o el origen de las teorías conspirativas, la consecuencia práctica es muy clara: existe una clara correlación entre la aceptación de estos mitos y la ausencia de decisiones y acciones preventivas que podrían salvar vidas humanas. La desinformación es aliada de las fabulaciones y la histeria colectiva que conducen a la discriminación de las personas que viven con VIH y producen un indudable perjuicio en la lucha contra esta pandemia. Siempre se debe tener claro que la lucha es contra el virus y no contra sus huéspedes.
Conclusión
Humano, demasiado humano Es posible que nunca logremos saber con certeza cuál fue el origen del sida. Distintos investigadores, periodistas y personajes públicos insisten en sostener sus teorías como verdaderas desestimando a las demás. Sin embargo es probable que la diseminación de esta enfermedad sea el resultado de la concatenación de distintos eventos. Hoy por hoy la evidencia científica es demasiado sólida, la eficacia de los tratamientos antirretrovirales demasiado categórica y son demasiados los muertos por esta epidemia para permitir la banalización de la discusión (47). Pero recapitulando esta historia en la que se conjugan la envidia, la competencia desleal, el ocultamiento de la verdad, la explotación de seres humanos, la experimentación sin controles, la brutalidad con los animales y con el medio ambiente, las consecuencias adversas de la globalización y la discriminación impiadosa, resulta razonable considerar que la emergencia de esta epidemia se trata de un hecho difícilmente casual. Como escribió Conrad: “Repugnante, sí, era bastante repugnante. Pero si uno fuera lo bastante hombre reconocería que dentro de sí mismo habita el delicado trazo de una respuesta …una débil sospecha de que hay un significado en todo eso que uno podía comprender. ¿Y por qué no? La mente del hombre es capaz de cualquier cosa, porque todas las cosas están en ella, tanto el pasado como el futuro”.
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onseñor Antonio María Gianelli nació en Cerata, humilde región de la Liguria Oriental (Italia), el 12 de abril de 1789. Fueron sus padres Antonio Gianelli y María Tosso, y su consagración al sacerdocio data de 1812. Más tarde se desempeñó en calidad de coadjutor y administrador de la abadía de San Mateo, y posteriormente fue elevado al rango de rector de San Erasmo de los Campos. Fue director de la Congregación laica de la Santa Cruz y del Círculo Hijas de San José. Desde 1814, poco después de culminar sus estudios teológicos, se vinculó a la Misión Suburbana, cofradía de seglares instituida en Génova en 1713. En todas partes Gianelli dio pruebas de su inquebrantable celo apostólico. Comenzó a regir los destinos de la parroquia Chiavari el 21 de junio de 1826, y se prodigó dentro de su vocación en la atención de enfermos y en la asistencia de los pobres. El 12 de agosto de aquel mismo año cristalizaron sus esfuerzos en la igle-
gregación de las Hermanas del Huerto” fue extendiendo su cometido, y en 1834 en el “Hospicio de Caridad y Labor” –también en Chiavari– ya atendían alrededor de 90 niñas y jóvenes. Aquí las Hermanas impartían normas de cuidado e higiene, repartían alimentos preparados por ellas mismas, velaban en las enfermerías y no economizaban fatigas para brindar apoyo espiritual y material a sus desposeídos. El hábito religioso de aquellas misioneras “Hijas de María Santísima del Huerto” les fue impuesto en 1834. Se componía de ropaje negro, de lana, rosario en el lado izquierdo, escapulario oscuro, frontín, honestín y velo. En 1835, se les confió el “Hospital Civil” de Spezia, primera realización fuera de la población de Chiavari. Durante ese año y en el siguiente asistieron a los enfermos de cólera, corolario de una virulenta epidemia, en las que algunas jóvenes religiosas ofrendaron sus vidas contagiadas por el morbo asiático. También por aquel tiempo la Congregación
Hermanas del Huerto Donato A. Depalma sia de Nuestra Señora del Huerto –sede en la que fundó el “Instituto de las Hijas de María Santísima del Huerto”– al incorporar 12 novicias. Esto acontecía el 12 de enero de 1829 y, entre las reglas de la Orden, se instituía el compromiso de servir en los asilos de huérfanos, en catequizar a los niños de condición humilde y promover la acción bienhechora de la Iglesia entre los recluidos en las cárceles. Expandía sus ideales evangelizadores hacia los lazaretos, donde se internaban los enfermos de peste. Una de las primeras misiones cumplimentadas por la bisoña Congregación se realizó en el “Hospital de Caridad y Trabajo”, fundado en Chiavari, en 1831, por el marqués Esteban Rivarola. Era éste un renombrado patricio que fue lanzado a la Gobernación de la República de Génova por los electores avanzados de un nuevo ordenamiento político. Ciudadano progresista, abogó por la creación de escuelas de geometría, de dibujo y de arquitectura, e impulsó la creación de una biblioteca. Para lograr sus objetivos organizó una Sociedad Económica, que se propuso incentivar el progreso de la agricultura, de las artes, de la industria y del comercio. Con su predicamento y el apoyo de donantes, la “Con-
se hizo cargo del Colegio de Marinasco, poco distante de la ciudad de Spezia. En 1837, se echan los fundamentos de una amplia casa e iglesia en Chiavari. Estos progresos se verían proyectados en el Hospital de Bobbio (1841); en el Colegio de Niñas Internas de Ventimigli (1822); en el nosocomio de Celle Ligure (1844) y en la escuela de Niñas habilitada también en Bobbio, en 1844. En 1846, el padre Gianelli aqueja un cuadro febril que fue adjudicado a una insolación por haberse realizado una procesión en la plenitud del calor; se recuperó, pero el 7 de junio de ese mismo año falleció. Las Hijas de María prosiguieron su labor silenciosa y abnegadamente y ocuparon sucesivamente la dirección del Hospital de San Remo (1847), la administración del Hospital Novi Ligure (1848), y la rectoría del nosocomio y escuela de niñas (Triora). Nuestra revisión de datos se nutre con algunas biografías de devotas que entregaron hasta su último aliento por el bienestar de niños abandonados y enfermos incurables. En el lapso 1856-1858 las Hermanas se trasladaban a América del Sur. Las palabras que fueran de su visionario fundador parecerían una premonición, cuando refirmó
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esta sentenciosa locución: “Las Hijas de María así como nos favorecen a nosotros, si se les ofrece la ocasión de poder hacer lo mismo en otra parte del Reino de Italia, o en cualquier otra parte del mundo, lo harán con la misma actividad y con el mismo entusiasmo, y desde este punto de vista el “Instituto de las Hijas de María”, no es una institución municipal ni provincial, ni ligure; es nacional, es italiana, es europea, es universal…” Diez años después del fallecimiento de Gianelli, las Hermanas divulgaban sus emprendimientos en el Nuevo Continente. De las primeras ocho religiosas que partieron en 1856, hasta las últimas doce que viajaron el 18 de julio de 1887, el Instituto había entregado doscientas ochenta y siete religiosas. Las primeras Hermanas fueron recibidas en Montevideo el 18 de noviembre de 1856, previa escala en Brasil. Habían partido desde el puerto de Génova y su llegada a la capital oriental tuvo una acogida sin precedentes. La tesonera acción de Juan Ramón Gómez –verdadero mecenas de esta gestión– a la que se agregó el beneplácito de la Comisión de Caridad y la Sociedad de Beneficencia, enmarcaron esta escenografía en una recepción inolvidable. El domingo siguiente prosiguió el júbilo de los circunstantes: se realizó el Te-deum en acción de gracias, al que concurrieron los más encumbrados representantes del Gobierno. El 1º de diciembre de aquel mismo año la Orden se hizo cargo de la dirección del “Hospital de Caridad”, de Montevideo, y con su acertada administración se abonaron los haberes a los proveedores, se construyó otro cuerpo en el predio nosocomial y se edificaron viviendas separadas para albergar dementes y niños expósitos. Refirmemos que el Hospital de Montevideo fue la primera casa de las Hermanas en América. Bien pronto establecieron la Casa Provincial y el Noviciado, hasta que en 1869 se decidió el traslado de ambas organizaciones al “Colegio de Nuestra Señora del Huerto” sito en la misma Capital. Luego de la epidemia de fiebre amarilla sufrida por la población cisplatina, en la que las Hermanas tuvieron una actuación descollante, la “Sociedad de Beneficencia” de Buenos Aires invitó a las religiosas que regenteaban la Orden para que visitaran los hospicios que se hallaban bajo su égida y sugirieran reformas. La inspección se realizó en febrero de 1859, y en ocho días las delegadas recorrieron diferentes instituciones benéficas. Interiorizadas del funcionamiento nosocomial se ofrecieron para reorganizar el “Hospital de Mujeres”, que se hallaba asistido precariamente. El lector debe conocer que varios de los asilos y hospitales se hallaban en la órbita municipal, y que no existía en la mayoría del Concejo la disposición necesaria para acordar toda la libertad de acción que se les había otorgado en Montevideo. Lo cierto es que a fines de enero de 1860, llegaron de Italia veinte religiosas con la Superiora Reverenda Madre Luisa Solari, las que luego de un breve descanso en la ciudad Oriental partieron hacia Buenos Aires. La recepción que se
les ofreció en nuestra ciudad fue análoga a la que vivieron sus predecesoras en Montevideo. Pocas semanas después las monjas se integraron al Hospital cercano a la iglesia de San Miguel, y en escaso tiempo transmitieron orden, principios de higiene y un renacer de esperanzas. Más de doscientas enfermas recibieron esta diligencia de amor y caridad, estimuladas siempre por el ejemplo de las religiosas. Ámbitos limpios, cortinas adamascadas, ropa blanca, cubre-camas y moblaje renovado, conferían a las salas un ambiente de confortabilidad y calidez. Catorce profesas ayudadas por médicos y personal de servicio trataban de pautar un modelo de asistencia que permitiera suavizar tantas penurias físicas y morales. En 1886, el “Hospital de Mujeres” fue trasladado a su nueva sede donde fue bautizado con el nombre de “Rivadavia”. Al expurgar viejos archivos, descubrimos que en 1859, las Hijas de María se habían instalado en Córdoba, en el Colegio designado con el nombre de la Congregación. Cuarenta niñas internas y dos secciones externas recibían instrucción y enseñanza, cultivándose además de la doctrina cristiana todas las asignaturas en boga. Por iniciativa de una benemérita comisión de vecinos se fundó en la ciudad mediterránea una “Casa de Huérfanas” que también contó con el apoyo de las religiosas. Idéntica misión les cupo en el “Asilo de Mendigos”, refugio de menesterosos y pobres de solemnidad. En 1860, arribaron otras veinte novicias dirigidas por la Reverenda Madre del Buen Pastor Pirandelli, quien juntamente con la hermana Clara Podestá asumieron la organización del “Manicomio de Mujeres” y la “Casa Cuna”. La primera Superiora fue María Josefa Fontanarossa, pero su actuación tuvo un destino efímero. Aquejada de grave dolencia falleció prematuramente. Tenía 34 años… En la “Cuna”, aquellas religiosas demostraron una vez más su alto espíritu de solidaridad, ya que contribuyeron a la asistencia de varios centenares de niños. Amén del cuidado de los pequeños se ocupaban del control de las nodrizas y de conducir la educación. La irreprochabilidad de la Misión está avalada por documentos, poesías, cartas, notas y artículos, en los que se hace mención de la labor encomiástica que aquella realizara en todos los eventos que requirieron su actuación. Durante 1861, la provincia de Buenos Aires participó de un sangriento enfrentamiento con las provincias integrantes de la Confederación Argentina, cuyo jefe era Justo José de Urquiza. Gobernaba Buenos Aires el general Mitre que era a la vez comandante supremo del ejército. El choque de fuerzas se realizó en Pavón, y para asistir a los heridos, además del personal médico y auxiliar convocados, Mitre solicitó el envío de las Hermanas de Caridad. La historia ha recogido los nombres de María Catalina Demartini, María Chantal Pertica, María Felicitas Pratolongo, María Rosa Sanguinetti y del sacerdote Luis Fraffina, héroes anónimos que sellaron
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su comportamiento con dedicación sin igual. Forjados en los hospitales civiles dieron pruebas de amor y abnegación socorriendo a los dolientes heridos y mutilados. La gratitud demostrada por jefes, oficiales, autoridades jurisdiccionales y pobladores se tradujeron en vivas muestras de simpatía, aprecio y reconocimiento. De regreso a Buenos Aires se reprodujeron aquellas manifestaciones, de las que participaron el elenco gubernamental y el mismo presidente. En 1862, prosiguiendo su labor evangelizadora, las Hermanas regentearon el “Colegio de Nuestra Señora del Huerto”. Cuidaban ochenta pupilas, niñas externas, y dictaban enseñanza en una escuela gratuita para alumnos de escasos recursos. También desplegaron su apostolado en la “Casa del Buen Pastor”, en el “Hospital San Luis” –que recibía a niños menores de 12 años– en el “Hospital Italiano”, en la “Casa de Lomas de Zamora”, en el “Manicomio de Experimentación” y en otras instituciones de caridad.
cial y adscriben a su función la atención de indígenas. En 1879, expanden su ecumenismo a Tucumán y otras capitales del interior desplegando sus lauros de cristianismo y hermandad en escuelas, orfelinatos y hospitales. A partir de 1880, hito fecundo para nuestras instituciones, las Órdenes religiosas consolidarán con su ejercicio e idoneidad la administración de hospitales, asilos, escuelas, hospicios y casa de expósitos. Con su clarividencia de historiador e higienista, José Penna, médico de cuño y Director General de la “Asistencia Pública” escribía en 1910: “[…] Las Hermanas de Caridad han desempeñado siempre un papel importantísimo en la organización hospitalaria que nosotros conceptuamos absolutamente indispensable e irremplazable, mientras nuestras costumbres, nuestra educación y la legislación de trabajo no garanticen más que ahora, la seguridad y la confianza de cierto personal de selección que los hospitales en particular deben exigir […]”
En 1864, estalló la Revolución de Paysandú (Uruguay) y las hermanas designadas para socorrer a los heridos permanecerán cinco meses en el lugar de los hechos participando de todas las privaciones y vicisitudes emergentes de aquella sublevación, agravada por la destrucción del hospital. Promediando 1866, las Hermanas organizan un Colegio en Paraná, y en 1876, en la misma ciudad, acceden a la dirección de la “Casa de Salud” que carecía de elementos materiales y espirituales. Las secuencias de la obra apostólica emprendida por esta Orden es pródiga en realizaciones. Sería farragoso incluir la riqueza biográfica de las hermanas que con magnanimidad y largueza todo lo dieron en aras de su ministerio y de sus semejantes, principalmente de los niños. Por los años 1867 y 1868, esta Congregación también asistirá en Buenos Aires y en Montevideo a los atacados de cólera, donde una vez más exhibirán su altruismo y desapego, en hospitales y lazaretos. Lo propio ocurrirá en 1871, cuando en Buenos Aires cunde la epidemia de fiebre amarilla. Hacia 1874, las misioneras son encomendadas para dirigir en la ciudad de Catamarca, el “Colegio”, el “Asilo de Huérfanas” y el “Hospital”. Llega 1877 y en el límite más lejano de nuestro país –Jujuy– establecen otra sede provin-
Sabias palabras que aún tienen vigencia. “Desde entonces las misioneras continuaron sin estridencias, cumpliendo con sus votos y su catequesis, iluminadas por la antorcha fulgente de Gianelli, un místico, un romántico, un innovador, que en la tercera década ochocentista se inspirara simplemente en la praxis bíblica de ayudar al doliente y de inclinarse ante el necesitado […] Empero, la asistencia espiritual indisolublemente ligada a tradicionales congregaciones religiosas que se desempeñaron con insobornable entrega fue cambiando. Nuevos parámetros culturales, diferentes ideas, distintas concepciones de vida y sensibles crisis vocacionales, hicieron que las hermandades religiosas resignaran su presencia de los ámbitos hospitalarios. Hoy quedan sus sombras y sus recuerdos. Se difuminó el hálito que comunicaba calor, esperanzas y serenidad al desvalido y al desasistido. Y así discurrieron por nuestros corredores y pabellones, silenciosamente, con natural modestia, con expresión beatífica, compartiendo nuestras alegrías y nuestras pesadumbres. Partieron quedamente, sin oropeles, tal vez resignadamente, y conviviendo aún en su intimidad con el drama cotidiano del Hospital de Niños… Esto acontecía en mayo del 2004.
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Carlos Alvarado
y el paludismo en la Argentina Federico Pérgola
Por razones cronológicas –puesto que Ramón Carrillo era dos años menor– fue el primer sanitarista del país en virtud que su figura surgió cuando los avances de la medicina y de la higiene habían hecho a esta disciplina más científica. Los que practicaban la especialidad con anterioridad se denominaban, y así lo hacían ellos mismos, higienistas. Su actuación más destacada fue la lucha contra el paludismo.
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to de las especies argentinas capaces de trasmitir el paludismo. Bajo este punto de vista debemos citar los estudios de Neiva y Barbará, que fueron presentados a la primera conferencia sudamericana de Higiene, Microbiología y Patología (1916), los de Paterson y luego, los de Shannon y Del Ponte”1.
l paludismo constituye una de las endemias características de las zonas tropicales y subtropicales del globo que se conoce desde la antigüedad y que no respetó los continentes situados en esas latitudes. Su aparición cercana siempre a las zonas palustres motivó que se basara su génesis en la teoría de los miasmas y así nació lo de malaria (malos aires), sinónimo de la enfermedad.
El Anopheles pseudopunctipennis es el anofelino más común en el país. Se encuentra en casi todas las provincias del Norte y Centro y es más raro en el litoral. Paterson, en Jujuy, demostró que trasmite las tres especies del Plasmodium. El Anopheles argyritarsis también está difundido en el norte y abunda en Misiones donde es el responsable trasmisor del paludismo, mientras que el Anopheles tarsimaculatus acentúa su presencia en Tucumán. En la provincia de Buenos Aires, Neiva encontró al Anopheles annulipalpis, descrito por Lynch Arribalzaga en 1878 y cuya existencia se puso durante mucho tiempo en duda.
Mucho antes de la llegada del hombre blanco al continente americano la enfermedad se acentuó en Centro América y en el norte de Sudamérica, hizo presa también al Imperio Inca y llegó hasta el asentamiento de los diaguitas. Desde el Amazonas, alcanzó el Matto Grosso y llegó al litoral de la Argentina cuando los desplazamientos poblacionales y las comunicaciones le acordaron vías favorables de dispersión. A fines de 1857 e inicios de 1858, Paolo Mantegazza comentaba de la levedad y poca frecuencia de las fiebres intermitentes de la ciudad de Salta y la gravedad que adquiría en la zona que, hacia el sur, limita con Tucumán.
En épocas pasadas existieron hechos que, aparentemente científicos, fueron clasificados como de simple superchería. En 1902, se destacó a un diputado tucumano, el doctor Carlos Alberto Vera, para que se contactara en Italia con el profesor B. Grassi a fin de efectuar pruebas sobre un milagroso medicamento Esanofele, descubierto en Ostia por el señor Félix Bisleri de Milán. Lógicamente sin ningún resultado2.
En 1880, Laverán descubrió el plasmodio que luego se caracterizaría en tres especies: los Plasmodium vivax, malarie y falciparum. En Italia, posteriormente, sería Giovanni Battista Grassi y su equipo quienes demostrarían que los mosquitos del género Anopheles son sus vectores, mientras que en Inglaterra lo hacían Ronald Ross y Patrick Manson.
En 1911, en la revista porteña Caras y Caretas3, se da cuenta de la campaña contra el paludismo. “Las provincias de Tucumán, Salta y Jujuy, son las que se encuentran más expuestas a los peligros del paludismo.
Nuestro país padeció –además de la endemia– focos epidémicos relevantes como los de Catamarca en 1878, Santiago del Estero en 1900 y 1902, y Santa Fe en 1914, donde la morbimortalidad alcanzó cifras elevadísimas.
“Con el objeto de evitar el flagelo el Departamento Nacional de Higiene ha establecido en aquellas provincias dispensarios antipalúdicos para atender gratuitamente a las víctimas del ‘chucho’. Ha sido designado director regional en la provincia de Jujuy –que es la más atacada– el doctor Jaime Carrillo, quien está secundado por el médico de la primera circunscrip-
Los infectólogos argentinos no se quedaron de brazos cruzados, “después de los notables investigaciones de Lynch Arribalzaga sobre mosquitos, trabajos donde tratan magistralmente la morfología y sistemática de los mismos, mucho se ha hecho con respecto a la importante cuestión del conocimien21
ción doctor Ricardo Alvarado.” En el artículo se mencionan los trabajos de saneamiento, tales como drenaje de cuencas, relleno de zanjas, limpieza de ríos para evitar los remansos y el dispensario donde funciona un laboratorio bacteriológico, las dos páginas de la publicación están profusamente ilustradas y se reproduce un afiche destinado a educar a la población en la profilaxis del mal. Ya a inicios de 1911, otro número de Caras y Caretas4 daba cuenta de la preocupación de las autoridades sanitarias por esta endemia: “Las estadísticas que se han podido confeccionar revelan que en la zona palúdica figuran regiones con una morbilidad de las más elevadas que se registran en el mundo. “Esta importantísima campaña en una grande y rica zona argentina es todo un problema de cultura y educación higiénica para difundir el concepto de la profilaxis, del mosquitero aislador, de la protección mecánica de las habitaciones, del drenaje y saneamiento del suelo, petrolización larvicida, etc. El programa comprende una serie de medidas que ya se están ejecutando: edificios para instalar laboratorios de investigación y oficinas en Salta, Jujuy y Catamarca; construcción de hospitales antipalúdicos (sic) en Rosario de la Frontera, Güemes (Salta), San Pedro (Jujuy) y Concepción (Tucumán); formación de numerosas cuadrillas de peones que han de ejecutar trabajos de saneamiento; desecación y esterilización de charcos y lagunas, que son criaderos de larvas y ‘anofeles’ trasmisores del paludismo, empleando para ello la ‘brea’ (petróleo impuro que esteriliza inutilizando el agua) y la Azolla foliculoides (alga de hoja pequeña que cubre la superficie y mata las larvas de mosquitos sin inutilizar el agua [Nota del autor: no se trata de un alga sino de una Pteridophyta o helecho acuático]); reglamentación de los sistemas de riego, del trabajo y de la protección del obrero; escuelas para la preparación del personal técnico del servicio; provisión de agua potable a muchas poblaciones; distribución amplia de buenos preparados de quinina como las usadas en Italia (en comprimidos azucarados, sellos, etc.) por intermedio de las oficinas de correo, escuelas, jefes de estación.” En 1926, Salvador Mazza, en colaboración con Conrado González, hizo un informe epidemiológico palúdico de la margen izquierda del río Chico en la ciudad de Jujuy. Como era de suponer, lagos, lagunas y ríos fueron examinados, en búsqueda de anofeles contaminados por estos reconocidos investigadores.
Melfi5, en 1935, publicó un estudio epidemiológico efectuado tres años antes en el norte argentino. Hizo referencia a los trabajos de saneamiento y aconsejó, entre otras cosas, “realizar estas campañas más a fondo en las épocas de frío, puesto que las actividades de nutrición y reproducción están casi abolidas en estos insectos. “Los anofeles (ya que son los que nos interesan) son insectos que, como hemos dicho, por las causas ya apuntadas, tienen la particularidad de no alejarse mucho de su fuente de origen, es decir, que si tienen el cebo humano próximo, no tienen porque alejarse de los focos de sus criaderos, pero no por la existencia de dificultades para trasladarse a distancia cuando las necesidades lo requieran, como fueran demostradas por la misión Rockefeller en 1926 y repetidas más tarde, bajo la dirección del doctor Ricardo Alvarado.” Melfi se lamenta porque las intensas lluvias le habían impedido llegar al Instituto de Patología Regional del Norte que dirigía Salvador Mazza. En su artículo relata la ingeniosa experiencia de teñir a los mosquitos de rojo con fucsina básica y de azul con azul de metileno. El número de ejemplares capturados y teñidos era elevado: de Anopheles pseudopunctipennis fueron 15.200 hembras y 12.655 machos. Liberados, se los volvía a recapturar en los domicilios de los lugareños para comprobar su itinerario. “Con esta experiencia se pudo demostrar que los mosquitos liberados en la margen izquierda del río Grande, en el lugar denominado ‘La Viña’, cruzando el río pasaron a la ciudad, que se hallaba situada en su margen derecha”. Posteriormente, hace referencia a los sanatorios (“Lástima grande [...] que no se multipliquen en número suficiente”) y dispensarios. Agradeció, al terminar, a varios colegas e investigadores, entre ellos a Rufino Cossio (h.) y Ricardo Alvarado. Otro Alvarado, Carlos Alberto, sería convocado muchos años después por el ministro Ramón Carrillo, para continuar la lucha contra el paludismo. Además de ocuparnos de él, no sería justo dejar de mencionar el informe que, por encargo del presidente Julio A. Roca, efectuara el médico español Juan Bialet Massé que publicó –en 1904– con el título de Informe sobre el estado de las clases obreras en el interior de la República. En él hace un pormenorizado estudio sobre las endemias en el norte del país, se ocupa del paludismo y menciona el triste espectáculo de “multitud de charcos, cubiertos de un verde sucio que despide un olor
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con el fin de reducir la mortalidad, morbilidad e incapacidad y reducir los riesgos de nuevas infecciones disminuyendo las fuentes de infección de los anofeles, actuando sobre los portadores de gametocitos.”
infecto de pantano sobre los que pululan multitudes de mosquitos y jejenes que pican y que muerden (sic) e inoculan la enfermedad a los más refractarios; y esto se ve de igual modo penetrando en aquellos bosques preciosos, magníficos que atraen como sirena para envenenar al seducido”. Obviando las metáforas y la verba romántica de Bialet Massé, el panorama era bien descriptivo.
En la década del 30, Alvarado realizó una constante y proficua labor en la lucha antipalúdica. Se basó en trabajos de los sanitaristas italianos que expandían el saneamiento (bonifica) en diversos sectores. Kohn Loncarica, Agüero y Sánchez8 señalan: “Tras varios ensayos de hipótesis, Alvarado postuló que para el desarrollo de sus larvas, el A. pseudopunctipennis necesita ausencia de vegetación acuática vertical, aguas bien aireadas y soleadas en constante renovación y la presencia del alga spirogirae que le da alimento y protección. Circunstancia que, irónicamente, se facilitaba con la bonifica hidráulica o la piccola bonifica.
Tres años después, durante la presidencia de Figueroa Alcorta se sancionará la Ley Nº 5195, de profilaxis del paludismo. Sin embargo, la gran lucha contra el paludismo la daría Carlos Alberto Alvarado, hijo de Roque Teodoro Alvarado y María Tránsito Romano que nació en San Salvador de Jujuy, el 4 de noviembre de 1904. Realizó sus estudios secundarios en el Colegio Nacional “Teodoro Sánchez de Bustamante”, que terminó en 1922. Practicante del Hospital de Clínicas (1928/1929), en la sala de Gregorio Aráoz Alfaro consolidó su amistad con Ramón Carrillo, su condiscípulo. Se graduó en la Facultad de Ciencias Médicas de Buenos Aires en 1928, con Diploma de Honor. Presentó su tesis sobre Tratamiento del paludismo, con un padrinazgo de lujo: Carlos Fonso Gandolfo; ésta fue publicada por la editorial El Ateneo en 1941, y reeditada en 1944 y 19476. Entre sus compañeros de promoción se contaban figuras sumamente representativas de la medicina argentina: Augusto Casanegra, Raúl Chevalier, Felipe de Elizalde, Florencio Escardó, Oscar Orías, Daniel J. Greenway (h) y otros.
“La solución propuesta consistió en ‘renaturalizar’ los cursos de agua plantando berros y lampazos en el lecho, y arbustos para la sombra en los bordes. El resultado fue la desaparición de las larvas del temido pseudopunctipennis.” Organizado el Ministerio de Salud Pública y Asistencia Social de la Nación en 1946, es puesto al frente del mismo Ramón Carrillo que pronto elabora el Plan Analítico de Salud Pública, de 4.000 páginas, que supone la descentralización administrativa (creando Direcciones Generales de Sanidad) y por el cual Alvarado, ya sanitarista prestigioso, sería designado en setiembre de 1947 Director General de Paludismo y Enfermedades Tropicales de la Secretaría de Salud Pública. El DDT será el gran aliado de Alvarado que atacó 120 mil kilómetros cuadrados en la zona endémica y otro tanto en zonas donde la enfermedad aparecía temporalmente. Las primeras experiencias que realizó con la fumigación con DDT fueron en la localidad tucumana de Monteros, utilizando una donación que le había efectuado la empresa Geigy. Así, puso en marcha el rociado de las viviendas de las zonas endémicas. García Díaz9 dice que “la vieja ley de 1907 ya era obsoleta. Alvarado redactó el proyecto de una nueva que fue sancionada en 1948 bajo el número 13.266, uno de cuyos artículos tornaba obligatoria la aspersión de viviendas”.
Carrillo y Alvarado, becados ambos, marchan a perfeccionarse en Europa: el primero en neurocirugía y Alvarado en enfermedades tropicales, con especial dedicación al paludismo7. En su vuelta al país será reclamado por el gobierno de Bolivia para ocuparse de la fiebre amarilla y Miguel Sussini, en ese momento presidente del Departamento Nacional de Higiene, lo designó secretario del organismo. En 1937, se creó la Dirección Nacional del Paludismo y esta institución se instaló en Tucumán, centro geográfico de la endemia. Alvarado seguía con su cargo de director General de Paludismo y Fiebre Amarilla del Departamento Nacional de Higiene. Tenía 33 años. Pocos años después escribía: “El tratamiento de un enfermo de paludismo es un problema clínico, el de una comunidad palúdica es un problema social que debe propender a beneficiar al mayor número de enfermos
El resultado de su labor está demostrado en estas cifras: en 1946 se registraron 300 mil casos nuevos de paludismo, en 1949 se declararon solo 137. Alvarado había descubierto tam23
bién que el mosquito anofeles de la especie que producía el paludismo en nuestro país no prefería las aguas sombrías, sino la exposición solar y las aguas claras. En 1954, Alvarado se retiró y en febrero de 1955 fue designado director de la OPS del programa de erradicación del paludismo en América con residencia en México. Dos años después se trasladó a Washington y, en febrero de 1959, fue nombrado Director para la erradicación de la malaria en la Organización Mundial de la Salud con Sede en Ginebra. En esa tarea permaneció durante siete años. De regreso al país, en octubre de 1966 ocupó el cargo de secretario de Salud Pública de la provincia de Jujuy. Allí puso en marcha el Plan de Salud Rural (PSR) y creó dos zonas pilotos: la del Carmen y San Antonio, en regiones bajas y cálidas; y la de Tumbaya y Tilcara, en las frías cumbres andinas. “La esencia del proyecto consistía en cambiar la concepción de los establecimientos sanitarios y trasladar las acciones a la comunidad. En lugar de un hospital/pasivo que resuelve las demandas de los lugareños, propiciaba una organización abierta, proyectada sobre el área/programa asignado. En énfasis de la promoción y protección de la salud cambiaba, además, el enfoque de la labor: la medicina no quedaba centrada en la enfermedad sino que su objetivo era la salud. A tal fin, se crearon los agentes sanitarios que, cada tres meses y sin importar las distancias, pudieran efectuar una visita a cada grupo familiar para realizar acciones preventivas y comprobar el cumplimiento de los tratamientos domiciliarios indicados por el médico, combinando entonces la prevención con la asistencia.10” Desgraciadamente, el plan abortó a los pocos días de puesto en marcha ante la renuncia del gobernador. En 1972, cumplió funciones sanitarias oficiales en Salta. Falleció en Jujuy, el 28 de diciembre de 1986, a los 82 años de edad. En toda su obra, Alvarado tuvo que mostrar una gran cintura política para evitar quedar pegado a los gobiernos de turno que poco entienden de sanitarismo y honor. Su figura fue ponderada con frecuencia y de él dice Rodríguez Castex11: “Además de su tan prestigiosa actuación sanitaria nacional e internacional, de su vasta producción científica, de su tan destacada participación en reuniones, congresos, con-
ferencias, de las distinciones que recibió, además de todo eso, el Dr. Alvarado reunió condiciones personales de excepción: modestia, versación, claro criterio, bondad, que se pusieron de manifiesto durante toda su vida. Por ello fue el hombre de consulta indiscutido, respetado y querido por todos los que en una u otra forma han estado vinculados al quehacer de la salud argentina.” Sierra Iglesias realizó un análisis exhaustivo de Alvarado y su actuación como sanitarista en su tesis de doctorado12. Mientras que García Díaz13 nos da detalles de sus inicios: “En la Argentina de 1931, cuando Alvarado regresa, había vastas regiones dominadas por plagas y endemias. La peste, la lepra, el tracoma, la tuberculosis, la anquilostomiasis, el paludismo –sin dejar de mencionar las enfermedades sociales como el alcoholismo y los trastornos mentales– constituían el objeto de las campañas sanitarias que organizaba el máximo organismo nacional de salud, el Departamento Nacional de Higiene (DNH). A su frente estaba entonces una figura liminar de esas épicas batallas: el Dr. Miguel Sussini quien, a los 50 años y siendo un eminente cirujano y habiendo presidido la Cámara de Diputados de la Nación, supo consagrarse a las nuevas tareas absorbentes y comprometidas de la conducción y administración sanitaria, con tal denuedo y competencia que puede considerarse con justo título el padre de las ‘grandes luchas sanitarias’. “Entre las nadas comunes condiciones intelectuales de Sussini, era reconocida su aptitud para elegir colaboradores eficientes. No es extraño, pues, que muy pronto Alvarado fuera designado Director Regional de Paludismo, con sede en la Ciudad de San Salvador de Jujuy. Poco después, en 1935, encontramos a Alvarado convertido en Secretario General del DNH, incluso reemplazaría al Director durante las licencias de éste.” Alvarado tuvo la visión de apuntarle al vector y no al agente causal, es decir al plasmodio. Sánchez14, así dice que “se alejó de la aplicación acrítica de la metodología y de los supuestos universales de la ciencia de los países centrales y le agregó lo relevante del contexto cultural local. De ese modo consiguió mejor colaboración y aceptación de aquellos a quienes iba dirigido el programa”. Esa forma de encarar el problema tampoco había escapado al ojo avizor de Miguel Sussini, quien le dio todo su apoyo. Con su trabajo tenaz, en poco tiempo los resultados fueron halagüeños. Veronelli y Veronelli Co-
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Bibliografía 1. Parodi SE y Alcaraz RA, Parasitología y enfermedades parasitarias (tomo I), Buenos Aires, Ed. Universitaria. 1952. 2. “El doctor Vera de Tucumán en Roma”, Caras y Caretas, Buenos Aires, Nº 170, 4 de enero de 1902. 3. “La campaña contra el paludismo”, Caras y Caretas, Buenos Aires, Nº 690, 23 de diciembre de 1911. 4. “La lucha contra el paludismo”, Caras y Caretas, Buenos Aires, Nº 643, 28 de enero de 1911. 5. Melfi J, “El paludismo en el Norte argentino”, La Semana Médica, Buenos Aires, 42 (Nº 7): 493-501, 14 de febrero de 1935. 6. Sierra Iglesias JP, “Carlos Alberto Alvarado, su contribución a la medicina sanitaria argentina”, Tesis de Doctorado. Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires (3 tomos), 1987. 7. Martine EH y Jorge RA, “Se acabó el Chucho... Carlos Alberto Alvarado y la lucha contra el anofeles”, Todo es Historia, Buenos Aires, Nº 198, pp. 70-88, noviembre 1983. 8. Kohn Loncarica AG, Agüero AL y Sánchez NI, “Nacionalismo e internacionalismo en las ciencias de la salud: el caso de la lucha antipalúdica en la Argentina”, Asclepio, Madrid, 49 (N° 2): 147-163, 1997. 9. García Díaz CJ, “El Maestro Alvarado, vencedor del paludismo y pionero de la Medicina Social”, Revista Medicina y Sociedad, Buenos Aires, 9 (N° 6), noviembre- diciembre 1986. 10. Kohn Loncarica AG, Agüero AL y Sánchez NI, Ibídem. 11. Rodríguez Castells H, “Académico Honorario Nacional Dr. Carlos Alberto Alvarado (1904-1986)”. Boletín de la Academia Nacional de Medicina, Buenos Aires, 64 (2º semestre): 253-254, 1986. 12. Sierra Iglesias JP, “Carlos Alberto Alvarado, su contribución a la medicina sanitaria argentina”, Tesis de Doctorado, Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires (3 tomos), 1987. 13. García Díaz, CJ, Ibídem. 14. Sánchez NI, La higiene y los higienistas en la Argentina (1880-1943), Buenos Aires, Sociedad Científica Argentina, 2007. 15. Veronelli JC y Veronelli Correch M, Los orígenes institucionales de la Salud Pública en la Argentina (tomo 2), Buenos Aires, OPS, 2004. 16. González Cappa SM, “Paludismo en la Argentina”, Ciencia Hoy, Buenos Aires, 2 (N° 11): 22-23, enero / febrero 1991. 17. Bär N, “Lograron descifrar el genoma del mosquito y el parásito de la malaria”, La Nación, Buenos Aires, 3 de octubre de 2002. 18. Veronelli JC y Veronelli Correch M, Ibídem.
rrech15 expresan: “En su memoria correspondiente a 1942, Carlos Alberto Alvarado, Director General de Paludismo del Departamento, señalaba que la incidencia palúdica había sido la más baja registrada hasta entonces en el país, tanto en la zona endémica (Noroeste) como en la epidémica (Litoral), en la cual el último brote se había iniciado en 1939.” Para Alvarado, reiteramos, su gran aliado había sido el DDT. “Originalmente –dice González Cappa16– el área palúdica en la Argentina comprendía 349.051 km cuadrados y abarcaba las provincias de Salta, Jujuy, Tucumán, Santiago del Estero, Catamarca, La Rioja, Formosa, Chaco, Misiones, Corrientes y pequeñas áreas en San Juan, San Luis y Córdoba [...] Gran parte de esta área ha sido saneada, quedando actualmente focos con problemas en las provincias de Salta (11.725 km cuadrados) y de Jujuy (3.249 km cuadrados). Es decir que sólo en el 4 % del área palúdica tradicional se registran casos de paludismo.” No obstante, expresa González Cappa, pese a los logros sanitarios obtenidos las cifras –con altibajos– no fueron iguales en todos los años. Pasaron más de 60 años de la labor de Alvarado pero la malaria, como ocurre todavía en algunas regiones del mundo, permanece endémica en el norte del país (Salta, Jujuy, Tucumán y Misiones). Según datos del Ministerio de Salud, en 2001 se notificaron 195 casos17. Los sanitaristas argentinos, de acuerdo a estas cifras magras con respecto al comienzo del siglo pasado, habían triunfado. “El talento de Alvarado para dirigir y controlar, el que le había permitido vencer al paludismo, estableciendo un liderazgo parecido al de los grandes generales y una disciplina diferente sólo de la militar en los objetivos que la justificaban, le permitió logros significativos. Este ejemplo se difundió, en el país y fuera del país. No era una innovación totalmente original, pero sí una medida oportuna y totalmente adecuada al tiempo del cual disponía el organizador (que estuvo bastante acertado, por otra parte, en su estimación inicial.18”
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Comentario de libros Pedro Cossio. El premio Nobel que no fue Jorge Carlos Trainini - Buenos Aires. Lumen. 2007 Este libro de Trainini me trae reminiscencia de una época lejana pero productiva y feliz. Productiva porque teníamos la posibilidad de aprender medicina con grandes maestros; feliz porque habíamos dejado atrás el ciclo básico y comenzábamos a transitar el contacto con el enfermo, en realidad, nuestra verdadera aspiración vocacional. La fotografía que ilustra la tapa del libro que comentamos es, justamente, la de mi cursada y en ella puedo ver algunos de mis viejos compañeros. Debo confesar que este libro me trajo otra inmensa satisfacción, que fue cuando Pedro Ramón Cossio me convocó para presentar éste, el libro sobre su querido padre y mi querido maestro. Porque Pedro Cossio no tenía que esmerarse para ser un maestro, lo era por naturaleza. Y qué mejor muestra de agradecimiento que honrar la memoria de los maestros, aquellos que sin pedir nada dieron todos sus conocimientos, todo su ímpetu cultural, para la juventud de su sociedad. Trainini, con elegante pluma pinta a Pedro Cossio tal como era: creativo, tenaz, austero, buena persona y con una personalidad desbordante, y es mucho decir. El libro se inicia con un prólogo del profesor Alfredo Buzzi, decano de la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires y, como nos ha tocado la contemporaneidad de la vida, expresa –también con emoción– vivencias similares a las que yo he vivido, tal vez más intensa porque acompañó al maestro como médico residente. El prefacio está a cargo del profesor Jorge Ler-
man, en su carácter de cardiólogo. Luego entra de lleno la labor de Trainini quien, con capítulos tales como “La aparición de la creatividad”, “Los navegantes de la sangre azul”, “Menos aire, más sonido” o “El horizonte traspuesto”, recrea, paso a paso, con gran enjundia, la vida y la obra de Pedro Cossio. Biografías de este tipo, biografías de los hacedores, de aquellos que pasan por la vida en busca de la perfección y las grandes obras deberían ser las que nutrieran las mentes juveniles. Nuestra sociedad necesita paradigmas. El acertijo del subtítulo (El premio Nobel que no fue) lo reservo para los que lean el libro. Federico Pérgola
La ciencia y la técnica en la Argentina - Síntesis cronológica 1600-1966 Nicolás Babini - Saber y Tiempo. Revista de Historia de la Ciencia - Buenos Aires, Nº 21, enero-junio 2006 Esta revista-libro, que inició su vida en 1996 y que mantiene su lozanía y acrecienta su calidad desde esa fecha, dedica íntegramente este número a una minuciosa síntesis cronológica de la ciencia en el país, fruto de la pluma del arquitecto Nicolás Babini. La obra está dividida en cuatro etapas definidas por los cambios políticos: Bajo el Imperio español (1600-1810), Bajo la primera descolonización (1810-1861), Bajo la República liberal (1862-1942) y Bajo la segunda descolonización(1943-1966), que habla a las claras de las ideas del autor. Abarca desde los libros científicos publicados en esos periodos sino también de las instituciones. Por ejemplo, en el subtítulo “Albores de la investigación científica (1906-1915)”, en el ítem Geología, se mencionan las instituciones ad hoc y las exploraciones geológicas en la Patagonia, Tierra del Fuego, Islas Malvinas, MenMédicos & Medicinas
en esas materias sufrieron un duro golpe en 1966, cuando la intervención dispuesta por la dictadura de Juan Carlos Onganía motivó la renuncia masiva de autoridades y docentes de la Universidad de Buenos Aires. El desmantelamiento de cátedras y centros de investigación provocó pérdidas, en algunos casos irreparables, cuyos efectos se sintieron hasta la última década del siglo XX.” Al finalizar, un extenso índice de nombres, nos ponen en la órbita de la cantidad de personalidades científicas del país, la mayor parte de ellos trabajadores intelectuales ignorados que dieron todo por la cultura.
doza y Neuquén, mientras que, en Ciencias de la Salud, los trabajos de Piñero y Roffo. Como no podría ser de otra manera dada la índole de la revista, el ítem “Historia de la ciencia” es el que concita el lugar más destacado. Las acotaciones del arquitecto Babini, también sucintas, son por demás elocuentes –a las que me adhiero– y, por ejemplo, al mencionar los que denomina “La recuperación frustrada (1955-1966)”, expresa: “Llegaron las primeras computadoras y los primeros aparatos de transistores, comenzó la formación superior de personal de computación y de ingenieros electrónicos y se produjo la primera computadora experimental. “La investigación científica e incluso la formación superior
Federico Pérgola
Brujos y cuasi médicos en los inicios argentinos (2ª edición renovada) Federico Pérgola - Buenos Aires, El Guion, 2008. El hombre, como bien lo expresó Sartre en El Ser y la Nada, en última instancia está solo para decidir el próximo paso. Aunque corresponde preguntar si es tanto así, considerando que lo acompaña su historia que, en definitiva, será quien decida. La impotencia que todo ser siente ante la presencia de una enfermedad excede su capacidad de comprensión y en medio de su desesperación, no vacila en recurrir a cualquier arbitrio que le permita evadir o aliviar su mal. El deseo de vivir y el temor a la muerte pueden más que la razón, otorgando, valga la redundancia, la razón a Pascal. Leyendo el libro de Pérgola, uno se encuentra inmerso en un territorio en el que se mezclan la antropología y la filosofía como correlato, sumado a la desprotección del individuo frente a la naturaleza y las enfermedades. El mayor mérito de este escrito reside en que el autor no se limita a historiar la evolución de la medicina, desde sus inicios hasta bien avanzado el siglo XIX, sino que profundiza en aspectos que suelen permanecer ocultos tras lo fáctico. Lo ocurrido en tiempos pretéritos ha sido siempre un tema central en quienes se interesan en conocer sus raíces. Si bien en el contexto histórico en que se desarrollaron los acontecimientos pasados no deben ser juzgados con el criterio que suele utilizarse para juzgar el presente, las dificultades que presenta la historia científica solo pueden ser resueltas con fundamentos epistemológicos. El resto, parafraseando a Shakespeare, es silencio que oculta el sonido y la furia de un mundo dominado por un salvajismo que mezcla indiscriminadamente la tecnología con la guerra, descartando el humanismo. Pérgola desnuda las falencias de una civilización enferma de ignorancia y, basado en el estudio de la vida de nuestros antecesores, tema al que ha dedicado numerosos escritos, además de constituir una parte importante de sus disertaciones y de sus clases, nos brinda la visión de un experto disector de nuestras culturas primitivas. El curandero, figura paradigmática en la historia de las enfermedades en la América colonial, no ha desaparecido, hoy subsiste utilizando otro ropaje y se ha mimetizado mezclándose con la multitud, aprovechándose de aquellos que suelen
recurrir a la magia para solucionar sus problemas. Como bien refiere el autor en la introducción: “Los medios modernos de comunicación, y como muestra consideremos a los televisivos, han abierto una compuerta desde donde se han volcado una caterva de santones, milagreros, adivinadores, hipnotizadores, mentalistas, etc., que se encargan de confundir a quienes están ávidos por solucionar sus problemas.” Es evidente que a través de los siglos se mantienen vigentes dos de los mayores males de la sociedad: las necesidades no satisfechas y el usufructo de esas necesidades. No queremos avanzar en el contenido de esta nueva demostración de sapiencia y erudición de un historiador del prestigio internacional del autor, que con esta obra –hoy renovada– obtuvo una Faja de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores en el género ensayo, sí en cambio nos interesa que el lector apasionado por la lectura de temas vinculados con nuestros orígenes, no deje de consultar este insoslayable trabajo. A. F. García Puga 27
Noticias Lista de libros donados a la Biblioteca Central “Juan José Montes de Oca” de la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires AUTOR
TITULO
AÑO
DONADO POR
Babini, Nicolás
Bio-bibliografía 1897-1984
2001
Dr. Federico Pérgola
Shliapochnik, José
Aspectos psiquiátricos de la epilepsia
2006
Editorial Dunken
Visillac, Enrique F.
Una década de políticas sanitarias. Crónicas de la salud perdida: recopilación de artículos publicados 1991-2001
2003
Editorial Dunken
Tisminetzky, Gustavo
Manual de emergencias médicas: clínicas y cirugías
2005
Editorial El Ateneo
Bergman, Abraham B.
20 problemas comunes en pediatría
2004
Editorial El manual moderno
Bradford, Cynthia A.
Oftalmología básica
2005
Editorial El manual moderno
Buzaid, Antonio Carlos
Manual de oncología clínica. Hospital Sírio Libanés
2005
Editorial El Manual Moderno
Fuentes del Toro, Samuel
Nutrición, cirugía y terapia intensiva
2004
Editorial El Manual Moderno
Way, Lawrence W.
Diagnóstico y tratamiento quirúrgico
2003
Editorial El Manual Moderno
UBA
Guía del estudiante 2008
2006
Editorial Eudeba
Casas Parera, Ignacio
Manual de neurología
2005
Editorial Grupo Guía
Fainboim, Leonardo
Introducción ala inmunología humana
1999
Editorial Librería de la Ciencia
Firpo, Carlos
Manual de ortopedia y traumatología
2005
Editorial Librería de la Ciencia
Quarleri, Jorge Fabián
Virología humana: aplicada
2007
Editorial Librería de la Ciencia
Sordelli, Daniel O.
Bacteriología médica
1995
Editorial Librería de la Ciencia
Arenas Márquez, Humberto
Nutrición enteral y parental
2007
Editorial McGraw-Hill
Chen, Michael Y. M.
Radiología básica
2007
Editorial McGraw-Hill
Cohen, Bruce J.
Psiquiatría: teoría y práctica
2006
Editorial McGraw-Hill
Díaz Zayago, Juan C.
Bioquímica: un enfoque básico aplicado a las ciencias de la vida
2007
Editorial McGraw-Hill
Glantz, Stanton A.
Bioestadística
2006
Editorial McGraw-Hill
Kiernan, John A.
Barr. El sistema nervioso humano: un punto de vista anatómico
2006
Editorial McGraw-Hill
Levinson, Warren
Microbiología e inmunología médicas
2006
Editorial McGraw-Hill
Paniagua, Ricardo
Biología celular
2007
Editorial McGraw-Hill
Paniagua, Ricardo
Citología e histología vegetal y animal: vol. 1 biología celular
2007
Editorial McGraw-Hill
Adler, Ronald
Atlas of foot and ankle sonography
2004
Editorial Médica Panamericana
Berg, Dale
Atlas of adult physical diagnosis
2006
Editorial Médica Panamericana
Campbell, Suzann K.
Physical therapy for children
2006
Editorial Médica Panamericana
Cheng, Liang
Essentials of anatomic pathology
2006
Editorial Médica Panamericana
Chernecky, Cynthia C.
Laboratory test and diagnostic procedures
2004
Editorial Médica Panamericana
Clarkson, Michael R.
Pocket companion to Brenner Rector´s the Kidney
2005
Editorial Médica Panamericana
Doan, Thao
Medical Inmunology
2005
Editorial Médica Panamericana
Médicos & Medicinas
Diccionario Biográfico de Médicos Italianos hasta el siglo XIX
Laura Pérgola y Federico Pérgola
Cardano Juan Bautista: ? 1534 - ? 1560. Hijo de
ne therapeutica et materia medica (Pavía, 1791), Mesu. sull’elettricitá animale (Milán, 1792), Animadversiones in principia theoriae Brunonianae (1793, refutación al dogma de Brown que publicó con el seudónimo de Jacques Sacchi), Dell acque minerali artefatte e native del Regno Lombardo-Veneto (Milán, 1829).
Cardarelli Antonio: Civitanova 1832 - ? siglo XX. Adquirió su fama en Nápoles, donde fue director de clínica de la Facultad de Medicina. El Reino de Italia lo nombró senador. Aún se lo recuerda por el signo que lleva su nombre, de turgencia yugular izquierda por aneurisma de aorta. Obra: Gli aneurismi dell’aorta (1868), Le malattie nervose e funzionale del cuore (1882), Lezioni sulle malattie del fegato e delle vie biliari (1890), Nosografia della pseudo-leucemia splenica dei bambini (1890), Sarcoma primitivo della pleura (1896), L’intervento chirurgico nelle grandi dilatazioni di stomaco (1900).
Carradori Joaquín: Prato 1758 - ? 1818. Físico y botánico. Ejerció en Prato y enseñó filosofía en el seminario de Pistoia. Difundió la vacuna. Colaboró en numerosos periódicos técnicos. Obra: La teoría del calore (Prato, 1787), Lettera sopra l’elettricitá animale (Florencia, 1793), Della fertilitá della terra (Florencia, 1803), Sulla vitalitá delle piante (Milán, 1807), Sui fluidi elettrici e sul galvanismo (Florencia, 1807).
Jerónimo. Se doctoró en Pavía. Fue condenado y ajusticiado en la prisión por haber envenenado a su mujer, como hemos dicho anteriormente (1560). Obra: De abstinentia ab usu foetidorum ciborum, De fulgure (realizada con su padre).
Cardini Ignacio: Mariana 1562 - ? Naturalista y escri-
tor satírico dotado de conocimientos universales. Escribió una Historia naturalis Corsicae insulae, sobre plantas y animales de su isla que ya Plinio el Viejo había recreado. Los ejemplares de esta obra fueron destruidos y en el siglo XVII existían muy pocos de ellos. De su labor como médico poco se sabe.
Carle Antonio: Chiusa di Pesio 1845 - ? 1927. Profe-
sor de cirugía de la Universidad de Turín. Contribuyó al adelanto de la cirugía cerebral, gástrica y de las vías biliares. Obra: Sulla seconda resezione del piloro esguita del prof. Billroth (1881), Luigi Berruti (1888), Contributo allo studio degli adenomiomi dell’utero (1899), Sui fibromiomi dell’utero e loro cura chirurgica (1898).
Carminati Bassiano: Lodi 1750 – Milán 1830. In-
vestigador y profesor de terapéutica, de materia médica, de patología y medicina legal de la Universidad de Pavía; miembro del Instituto de Ciencias, Letras y Artes de Italia que se distinguió, en especial, por sus estudios fisiológicos. Obra: Risultate di sperienze ed osservazione sul sangue e suoi vasi sanguinei (Pavía, 1783), Ricerche sulla natura e sugli usi del sugo gastrico (Milán, 1785), Igie29
Caselli Azzio: Reggio Emilia 1847 - ? 1898. Hijo pródi-
go de una familia de cirujanos, a los 20 años fue director del hospital de su ciudad natal y cirujano de categoría. Con su esfuerzo lo dotó de un museo de anatomía patológica que alcanzó justo renombre. Su fama se originó –en parte– por su actividad en el Congreso Médico de Génova de 1880, donde presentó un trabajo ilustrado sobre la difícil técnica de extirpación de la laringe. Dos años después la Facultad de Génova lo nombró profesor titular de clínica quirúrgica y posteriormente reunió las cátedras de clínica quirúrgica y clínica operatoria. Amado por sus alumnos, aún en vida la Gazzetta degli Ospedali lo alababa por su ingenio, su dedicación y su cultura, que tanto impulso le habían dado a su cátedra. Trabajaba en su Grande Trattato Italiano di Chirurgia, que le editó Vallardi, cuando lo sorprendió la muerte.
Casini Agustín: Nápoles 1858 – Nápoles 1892. Po-
lítico. Representó en el Parlamento al partido Republicano, extrema izquierda en su época. Tuvo tiempo, todavía, para enseñar en la Facultad de Medicina de Nápoles y, como médico práctico, dio muestras de su valor durante la epidemia de cólera que azotó esta ciudad. Director de la sala de cirugía del principal hospital napolitano y consejero comunal. Una rápida muerte lo segó a los 44 años de edad, cuando aún la medicina y la política lo necesitaban.
de effervescentia et mutatione colorum in mixtione liquorum chymicorum (Mesina, 1654).
Castiglione Pedro: Cremona 1824 – Roma 1878. Periodista y político. Tradujo en verso italiano el poema Disfida di Barletta de Veda. Trabajó con Cavours en el Risorgimiento y con Farina en la Societá Nazionale; con el ministro Cordova lo hizo en el Censimento piemontese en 1861 y en los Annali di medicinae di Stadistica en 1866. Organizó la higiene pública romana y fundó el sifilocomio. Inventó diversos aparatos médicos, tales como el graduador neumoterápico. Obra: La popolazione di Roma dalle origini al nostri tempi; Storia, statistica e legislazione della prostituzione e dei modi di impedire la diffusione del contagio sifilitico. Castiglioni Arturo: Trieste 1874 – Trieste 1953. Agustín Casini
Casini Mario: siglo XIX. Profesor de anatomía quirúr-
gica de la Universidad de Génova y hábil cirujano. Obra: Di due casi di rene unico in donna (1885), La situazioni ed i rapporti dell’utero nelle condizioni normali e negli spotamenti patologici (1893), Di due rari casi di anomalia della carotide e della vertebrale (1894).
Casserío Julio: Piacenza 1545 – Padua 1616. Hizo
renacer la cirugía junto a los Colombos, los Ingrassias, Vesalio y su profesor Fabricio D’Acquapendente. Trabajó como criado de este último, el cual al ver su notable inteligencia le hizo estudiar medicina y, en 1604 y en 1609 respectivamente, le entregó sus cátedras de anatomía y de cirugía. El pintor Fioletti y el grabador Valesio realizaron las estampas de sus obras, sobre apuntes que él mismo tomaba de los cadáveres, dejando atrás la costumbre de copiar las ilustraciones de Vesalio. Descubrió el músculo externo del martillo, situado en el interior del conducto auditivo. Obra: Vocis auditusque organis historica anatomica (Ferrara, 1600); Pentaestheseion hoc est de quinque sensibus liber organorum febricam, actionem et usum continens (Venecia, 1609); Tabulae anatomicae LXXVIII (Venecia, 1627); Tabulae de formato foetu (Ámsterdam, 1645).
Castelli Bartolomé: Mesina, siglo XVI – Mesina ?.
Profesor en su ciudad natal. Obra: Totius artis medicae compendium et synopsis (Mesina, 1597), Lexicon medicum greco-latinum (Venecia, 1607).
Castelli Pedro: Mesina 1590 – Mesina 1556. Botáni-
co. Profesor de medicina en el colegio Mammertino de Roma y de botánica en Mesina, director del jardín botánico. Obra: Breve ricordo elettione, quilita e virtú dello spirito e dell’olio acido del vitriolo (Roma, 1621), Incendio del monte Vesubio (Roma, 1632), Catalogus plantarum Aetnaearum (1640), Opobalsamun (1640), Hortus messanensis (1640), Smilace aspera (1652), Responsio chymiae
Historiador de la medicina que, entre 1922 y 1938, fue profesor de la materia de la Universidad de Padua y, desde esa fecha hasta 1947, de la Universidad de Yale. Su obra: Storia della Medicina (1927) fue traducida a varios idiomas.
Castiglioni César: Arluno 1806 - ? 1871. Presidente del Instituto Lombardo, dirigió la Senavra y realizó estudios sobre el cretinismo y los manicomios. Biffi publicó sus obras y su biografía. Castro Isaiae Tommasia: Siglo XV. Hija del médi-
co Matteo, la reina Blanca –como antes lo había hecho con Bella di Paija (1414), esposa de médico– le concedió permiso para ejercer la cirugía.
Cavallero Gaspar: ? siglo XIX. Profesor auxiliar de patología especial de la Universidad de Turín. Obra: Della influenza delle manouvre pneumatiche con aria comprassa sul circolo pulmonare ed aortico (1889), Contributo alla terapia degli essudati pleurici (1890), Lezioni di semeiotica chimica e microscopica (1890). Cavazzani Alberto: ? 1867 - ? siglo XX. Profesor auxiliar de la Universidad de Pisa donde dirigió su hospital. Obra: Della cura e di un nuovo rimedio dell’erisipela (1891), Sulla diatesi artritica (1894), Sulla polmonite pulsante (1897), Ematemesi essenziale (1899), Sulla spelenomegalia con cirrosi epatica (1900), Sulla cure e guarigione di alcune tisici (1902). Cavazzani Emilio: ? siglo XIX. Profesor de fisiología experimental de la Universidad de Ferrara. Obra: Rigenerazione e prima intenzione dei nervi (1888), Sul liquido cerebro-spinale (1892), Come si digerisce (1894), Sul mecanismo della trasformazione del glicogeno nell’organismo (1894), Sulla temperatura del fegato (1895), Termogenesi epatica nell’asfissia e postmortale (1896), Maternitá (1897), Intorno alla formazione del glucosio ne fegato (1899).
Médicos & Medicinas
1930 fue un año muy especial para la Argentina, además de producirse eventos que influyeron en su historia posterior dejando improntas que aún perduran, tuvo que soportar la presencia de un taumaturgo devenido en una especie de dios mitológico por sus seguidores. Nos referimos al médico español Fernando Asuero.
Precedido de una fama mediática, empeñado en ignorar las críticas más furibundas de sus pares, tanto en su país de origen como en los ámbitos universitarios de la Argentina, cuando arribó a nuestra costa una multitud ansiosa lo esperaba en el puerto y luego lo persiguió por la calle clamando su nombre y pujando por acercarse a él. Asuero basó su éxito en las experiencias reflexológicas de Pierre Bonnier, destacado otorrinolaringólogo francés. La reflexología, que durante el siglo XIX tuvo conspicuos representantes como Fliess, Malherbe, etc., inspiró a Bonnier para diagramar un esquema de los segmentos bulbares y su proyección nasal, en el cual demostraba que si se excita con un cauterio una zona determinada de la mucosa nasal, se podría actuar sobre otro sector del organismo aliviando o eliminando una enfermedad o síntoma. Asuero, que se había especializado en los principales centros médicos de París, pocos años después del fallecimiento de Bonnier,
ocurrido en 1918, puso en práctica su método obteniendo un éxito resonante en San Sebastián que, desbordado su consultorio, se vio forzado a instalarse en un hotel. Este éxito, hábilmente manejado por sus adlátere y el periodismo, lo convirtieron en una especie de Mesías esperado por infinidad de enfermos en la mayoría de los países. Además de Mi viaje a la Argentina, publicó un libelo, ¡Ahora hablo yo!, verdadero dislate sobre los médicos y la medicina en general. Después de recorrer países europeos y latinoamericanos, en los cuales no obtuvo el éxito esperado, provocó un revuelo en nuestro medio, hasta que finalmente, descubierta la superchería y el negocio montado por Asuero, un par de meses posteriores a su arribo, fue llevado a juicio. Logró escapar y regresar a su país terminando sus días oscuramente. A. F. García Puga
Este diccionario de 1777 no es de medicina pero tiene la característica singular de traducir el latín al castellano, circunstancia no habitual en ese siglo. Desde la publicación de De Motu Cordis, obra cumbre de William Harvey en 1628, hasta su aparición en el idioma vernáculo: el inglés, pasaron casi cien años. Todo libro de medicina debía publicarse en latín y, por ello, fue llamada la “lengua castradora”. Sería redundante destacar la importancia del lenguaje técnico, en este caso el de la medicina, en el entendimiento de los profesionales y en el de las primeras escuelas de traductores, como la primitiva de Gondishapur. En la actualidad los diccionarios médicos abundan y así podemos nombrar a unos pocos de ellos: Merriam Webster’s Medical Desk Dictionary, Diccionario de Ciencias Médicas “El Ateneo”, Diccionario crítico de dudas inglés-español de medicina (de Fernando Navarro), Dictionary of Medicine (Peter Collin), Diccionario Mosby de Términos Médicos· Inglés-español/ Español-inglés, Diccionario Médico Ilustrado de Melloni (edición en español), Diccionario terminológico de ciencias médicas Salvat. En la representación gráfica del diccionario citado, el lector podrá distinguir las acepciones de los términos médico y medicina, que poco tienen que ver con las que hoy se sustentan.