E L I M P O S T O R 10
Gracias a todos los que habĂŠis hecho posible este nuevo nĂşmero.
Pues sí, otra vez verano. El Impostor ya llegó a esta estación llamada Verano. Grandes esperanzas rodean siempre esta estación, promesas de aires nuevos y experiencias revitalizantes, pasando por la metamorfosis personal que nos lleve a poder afrontar lo que le queda al año para acabar. Con esto en las maletas llegamos a la estación de Verano. En la maleta de El Impostor, además de las nuevas galas diseñadas por Sara
Morante, llevamos libros: Tinto de Verano, de Elvira Lindo; Kahlo en el País de las Dadanoias, de Marta Castro y Enigma, de Antoni Casa Ros; no nos faltan películas: Little Miss Sunshine, Donkey Punch y Un verano con Mónica; y para amenizar las vistas, música: Billie the Visions and the dancers y las recopilaciones de Hotel Costes. Y como todos los veranos, no podemos de dejar de mirar a la lluvia de Perseidas, y nos deslumbran especialmente nuestras estrellas: Edward Weston y Marta Rebón. Con ellas fugaces, nos hemos ido al desierto de Arizona y sus sinuosas formas y a Cuba.
Me gusta Marta Por Verónica Carracedo Me gusta Kahlo. En agosto se agazapa en mi bolso tal y como lo hacían Puck y Trixie Belden en mis mochilas para ir al río, y me ayuda a recordar. Era la época de las toallas made in Portugal, cuando estirada sobre ellas, y con un sin fin de guijarros bajo mi espalda, era capaz de pasarme horas con aquellos compactos libros entre mis manos. Eran chillones y de papel barato, pero sus preadolescentes protagonistas me fascinaban lo suficiente como para que aquello no fuera más que parte de su encanto. Eran tardes de huesitos y bocatas de queso. Hoy estoy en una vieja cafetería con el libro de Marta Castro al lado y verlo me remite directamente a aquellos días y Con Kahlo en el país de las dadanoias aquellos libros. Sus colores, rosa y amarime sigue pasando lo mismo. Soy adicta a llo, son claros referentes de mi faceta lecella. Hace ya un par de años que vivo fastora en la adolescencia, y cinada por su mundo. aun ahora, con unos cuanMe hace gracia su interés Datos Técnicos tos años más, me recuerpor el porno y lo bizarro, dan lo exageradas y ruido- TÍTULO: Kahlo en el País y cómo consigue mantesas que podíamos ser de las Dadanoias nerse en equilibrio sobre nosotras, niñas desbocael afilado filo de la eleUTOR Marta Castro A das, que buscábamos en los gancia y lo políticamente libros lo que no éramos ca- ISBN: 978-84-9847-148-9 correcto. ¿Cuál será el sepaces de robarle a la vida 152 páginas; PVP: 18 € creto? real. Norma Editorial, 2008 Para mí reside en
que su yo más exhibicionista está perfectamente integrado dentro de un imaginario rebosante de ilustración, fotografía, Japón, diseño o libros. Estos son algunos de los intereses de Marta Castro, esta versión ibérica de the girl next door que lo mismo te deja un par de huevos, como te enriquece el día recomendándote algún clásico del cine porno. Una chica como tú y como yo, cuya diferencia estriba en lo creativo de la gravedad de sus tirantes. Esos que nos la muestran de forma natural e inocente haciéndonos sentir confortables con su desnudez casi permanente. Somos simples voyeurs. Ella es sobre todo una identidad digital y sus tentáculos se extienden sobre el teclado de su ordenador. Desde su pecera transparente es capaz de mantener su
omnipresencia en todas las redes sociales existentes, llevando a la vez varios blogs en los que la ternura porno (concepto que espero la RAE incluya pronto en sus archivos) es la constante. Hace un año tuvo otra genialidad. Materializarse también en papel, de manera que, entre tapa y tapa podemos encontrarnos con la más plástica de las Kahlos. Color y fotografía (alegría y sensualidad) entremezclados con los momentos más significativos de su blog en los que los lectores se han convertido en protagonistas. Un blog de celulosa que te hará sentirte parte del universo dadá de la dulce musa Kahlo.
Enigma de Antoni Casas Ros Por Roberto Domínguez No deja de ser paradójico que uno de los personajes que aparecen en Enigma afirmase una vez que «la literatura no tiene ninguna relación con la realidad». Lo paradójico es que no lo dejó escrito en alguna novela anterior, ni en un spin-off. No, lo hizo ni más ni menos que en la propia realidad y en una revista de crítica literaria. El personaje es Enrique Vila-Matas, y a buen seguro es más real que el autor de esta novela, el ¿joven? Casas Ros, enfundado aún, pero ya menos, en el disfraz de escritor anónimo y casi anacoreta que se construyó para su debutante y dubitativo Teorema de Almodóvar (finalista del Goncourt de primera novela). Esta paradoja sirve como muestra del juego de espejos deformantes y metaliteratura que nos presenta Casas Ros, que envuelve con un verano barcelonés una historia de envidias, falta de realización personal, tensio-
nes sexuales y, por qué no decirlo, un punto de intriga. No pasa Vila-Matas de la categoría de secundario, por mucho que en la parte final se vea involucrado de lleno en la trama, y nos encontramos en su lugar con dos estrellas principales, la propia Barcelona y los libros, y cuatro letraheridos protagonistas de carne y hueso. Está Naoki, japonesa de belleza sublimante, que pasea por los cafés condales rechazando amantes y reflexionando mientras ignora a Ricardo, poeta a la sazón asesino a sueldo, que compensa con lo segundo la falta de éxito en lo primero. Abre y cierra la obra Joaquim, quizá el “más” protagonista, un profesor universitario que no logra publicar sus propias novelas y siente hacia el resto un odio profundo que inclulca a sus alumnos, como su preferida Zoe, que cierra el elenco. Sus voces, en primera persona, van tejiendo la tela de araña en la que se convierte Enigma. Joaquim persigue con poco éxito a Zoe, que a su vez consigue sacar de su ensimismamiento (sexual y personal) a Naoki mientras ambas son cortejadas por Ricardo. En cada giro, los
hilos de la tela se van acercando más pero también van anunciando la debilidad de la estructura. La obra, además, se vertebra a través del plan maestro que Joaquim perpetra contra las obras que tanto detesta: inundar las librerías de ejemplares de clásicos (y no tan clásicos) con sus finales completamente cambiados. Precisamente la complicidad que termina surgiendo en el grupo a través, y a pesar de, sus veraniegos amores es el motor que mueve tanto este descabellado proyecto como la puesta en marcha de una librería que lleva el revelador nombre de Bartleby & co., en la que lo mismo se toman un café con el propio Vila-Matas como pasan la noche follando. También lo hacen en la playa y en apartamentos de diseño, en parejas, grupos y en soledad, y van expiando sus complejos particulares con visitas al enigmático y sectáreo club Onyx. Absorbidos por la euforia del estío, durante un momento parece tan posible seguir mutilando obras como mantener su equilibrio interno. Pero entonces queda media novela por delante y todos sabemos que la literatura no perdona... A pesar de las máscaras y del extenso campo de referencias literarias (alguien menos perezoso que yo las ha resumido), Enigma no es una obra de difícil comprensión. Los cuatro protagonistas están marcados en exceso por la belleza y el blanco sobre negro, son excesivamente reflexivos, pero hay que reconocer que Enigma ha ganado en agilidad con respecto al Teorema de Almodóvar y algunos lugares de la trama son tan curiosos como interesantes. De hecho hace un uso apre-
ciable del diálogo, uno de los puntos débiles de la primera, aunque a veces su introducción en los textos, todos en primera persona, resulte chocante. Son sólo las descripciones de los escarceos sexuales, algunas verdaderamente simples, las que destacan por debajo del nivel medio. Cuando leemos «por fin me acerqué a su sexo y bebí de él, mientras éste jugaba con mi lengua como una fuente de jazmín» (página 50) es imposible evitar un escalofrío, que cada uno interpretará a su manera. Al final predomina la impresión de entretenimiento literario más que de obra maestra, pero también la duda de si no era eso precisamente lo que pretendía el autor. Por si les sirve de pista, les dejo con la banda sonora que da título, y algo más, al artefacto. Escuchen, lean, y me dicen.
Datos Técnicos TÍTULO: Enigma AUTOR Antoni Casas Ros ISBN: 978-84-322-2864-3; 192 páginas; PVP: 17 € Seix Barral, 2010
Entrevista a Elvira Lindo
Por favor, tinto de verano Por Aitor Aguirre Leo, y los goterones de sudor de esta tarde de agosto sevillano me caen por la frente y van a parar al libro Tinto de verano, de Elvira Lindo. Esas gotas proustianas me recuerdan cuando conocí a Elvira. Era el día más lluvioso en Nueva York en años, y yo caminaba desde la calle Mott hasta el restaurante japonés en el que habíamos quedado, a 45 manzanas de distancia. Mi plan, cuidadosamente estudiado la noche anterior, era ir andando, disfrutar de esa Nueva York bajo la lluvia que describía Colson Whitehead en El coloso de Nueva York, pensar en las cosas que le diría a una de mis escritoras favoritas y sobre todo qué cosas no diría para no quedar como un estúpido. No imaginaba que a mitad de camino tendría que admitir que estaba empapado, que mi plan era un desastre y que tendría que comprar un paraguas de 3 dólares. Para entonces no había remedio, tenía los pantalones y hasta los calcetines chorreando. La suerte (mala) quiso que aquel restaurante fuera japonés de verdad,
y lo primero que tuve que hacer fue quitarme los zapatos y calzarme unas chanclas 4 números menos que mis mojados pies. Dije la contraseña «Lindo» y me llevaron hasta el reservado donde me esperaba la escritora. Lo primero que se me ocurrió decirle fue «es que odio el metro, me encanta pasear por Nueva York» que aunque sea verdad me restaba toda credibilidad como persona «normal». Entonces pensé «vale, ya no puedes hacerlo peor» así que me excusé y me fui al servicio para tranquilizarme un poco y secarme la cabeza. Al volver vi el reguero de agua que habían dejado mis pies, genial. De las dificultades para sentarme en el suelo no hablaré aquí, de cómo se enfriaban mis pies enfundados en esos calcetines tampoco, y por supuesto no mencionaré que el agua había traspasado mi mochila y había estropeado mi ejemplar de Ventanas de Manhattan (Seix Barral) de Antonio Muñoz Molina, mi libro de cabecera, y hasta mojado mi cámara de fotos. En ese momento llegaron algunos amigos de Elvira y entre todos consiguieron que me olvidara de aquel desastre. Lejos de quedarme aislado de aquel grupo tan bien avenido, Elvira Lindo hizo que me sintiera integrado, y cuando dejaba de hablar siempre me preguntaba algo para que partici-
para en la conversación. Gracias Elvira. Era la primera sensación cálida de aquel día frío y mojado. Un día inolvidable en la ciudad de Nueva York. Volviendo a esta Sevilla y a estos goterones de sudor que van a caer a un libro, y además de Elvira Lindo, no puedo más que sonreír. No solo por aquella situación sino por el humor de esos pequeños relatos veraniegos publicados en El País con los que Lindo nos alegró las vacaciones hace una década. Los Tinto de Verano duraron 3 veranos, de 2000 a 2003, y ya tienen al leerlos ese poso de melancolía, ese humor de sonrisa tierna de lo que no volverá. Reunidos por Aguilar en tres volúmenes podemos revivir esos días de verano entre Madrid y una casa en la sierra de una familia real (entiéndase bien) con profundos toques de ficción, formada por Elvira Lindo (La Pájara), Antonio Muñoz Molina (El Santo) y sus hijos adolescentes. Justo antes de que su nuevo libro Lo que me queda por vivir (Seix Barral) otro paseo entre la realidad y la ficción, vea la luz el 3 de septiembre queremos recomendar que vuelvan a leer, si consiguen dar con un ejemplar, aquellos veranos de tinto, visitas furtivas a Madrid, Bicoca, el manzano sagrado, Evelio el obrero, los vecinos, el padre todopoderoso y demás personajes que pueblan esta comedia por entregas, como la autora la denomina,
llena de alegría y melancolía que como no podía ser de otro modo echamos de menos pero con una sonrisa. Hola Elvira, ¿cómo surgió Tinto de verano? El periódico me pidió que hiciera un diario de Manolito en agosto. A mí eso me deprimió porque era como pedirme siempre lo mismo. Dije que no, y entonces me propusieron que hiciera lo que quisiera. Y como estaba en un pueblo tremendamente aburrido, escribí sobre ese pueblo. No había más que contar. ¿Qué es de La Pájara y El Santo 10 años después del primer Tinto de Verano? Son personajes que han quedado atrás. La gente se acuerda de aquellos Tintos, de que lo pasaba bien cada mañana. Unos minutillos de sonrisa. Y a mí ese recuerdo, así de simple, me gusta. ¿Qué sientes ahora sobre aquellos tintos de verano? Siento algo de distancia. Me pasa mucho con lo que escribo. Es como si fuera superando etapas y no necesitara mirar atrás. Son los lectores quienes me hacen mirar con cariño mi trabajo. Veoahora esos Tintos y me parece que fui descarada, atrevida. Me hace gracia que la
gente que tiene como referencia sólo esas lecturas se asombra cuando me conoce en persona, dicen que soy una persona dulce... Sí, soy una persona dulce por encima de la ironía y desde luego del sarcasmo, y creo que eso es lo que estoy siendo capaz de transmitir ahora.
materia prima de esta novela, pero... es una novela. Siempre ha sido así en la literatura, lo que ocurre es que ahora hay como una especie de regresión, de vuelta a un cierto puritanismo (a pesar de la ordinariez reinante) que hace más difícil hablar de la intimidad femenina.
¿Crees que es posible que los lectores dejen de creer que todo lo que se cuenta en Tinto de verano es absolutamente cierto? Los lectores siguen creyendo que todo lo que se cuenta en los Tintos es cierto. Necesitan créerselo porque así les parece más divertido. Y ya no lo voy a desmentir. Pero soy yo la que tenía problemas con esa confusión; a mi marido, en cambio, la confusión le divertía.
Decidiste no sacar el libro al mercado para la Feria del Llibro de Madrid, ¿pudor o cansancio? No quería sacar el libro para la Feria porque quería hacerlo tranquilamente, sin correr, eso me hubiera obligado corregir deprisa y corriendo, y quería hacerlo todo despacio... Pero este tiempo de espera se me está haciendo muy largo, estoy impaciente. Ah, y el pudor... lo tengo siempre.
¿Se reía Antonio Muñoz Molina tanto como los lectores o tenía alguna reserva? Antonio se reía, el que más, fue el primer lector de los Tintos y se partía de risa. Jamás tuvo ninguna reserva, era yo la que me preocupaba... Él me decía, el que no vea que es una broma es que no sabe leer. ¿Existe esa delgada línea entre realidad y ficción también en tu último libro Lo que me queda por vivir? Preséntanos tu nuevo libro. Mi último libro, Lo que me queda por vivir: una mujer muy joven, profesional de la radio, con un niño muy pequeño, sola, confusa, en el complicado Madrid de los ochenta. Sí, tiene muchas cosas basadas en mi biografía, es decir, mi vida es la
¿Qué lectura recomiendas a los impostores para estos días de calor? He dado un curso en la UIMP sobre cuentos, así que recomiendo leer relatos cortos. A ver si el género cunde en España: Grace Paley, Chéjov, Ford, Malamud, Carver, Cheever... Todos maravillosos.
Un verano con Mónica Por Carlos Ceacero Escribo estas líneas desde el invierno de Montevideo. Pienso en el calor sofocante de los últimos días en Madrid y en películas que aborden el tema del verano. Acuden a mi encuentro recuerdos de infancia y juventud, de cines al aire libre y de fugaces amores de verano. Son recuerdos hermosos, cargados de nostalgia, de un tiempo en el que todo era posible, en el que todo estaba por vivir. Eso lo tenía el verano, venía incluido en el precio. El verano era la inconsciencia, el verano era la vida. Era. Resulta curioso. La utilización del pasado en este caso resulta curiosa. Si se fijan casi todas las historias de amor que se desarrollan en verano son evocaciones del pasado, reconstrucciones idealizadas de lo vivido, recuerdos distorsionados más o menos interesadamente que contrastan no pocas veces con la triste y cruda realidad. Es con la llegada del otoño y del frío que llega la
introspección. También los defectos del ser amado. Los defectos de la vida en general. En fin. No deja de ser una cuestión climática. No se puede reflexionar a 40 grados a la sombra. Cada época del año está para lo que está. Recuerdo el método de trabajo de Jack Kerouac, que se pasaba seis meses viajando y seis meses encerrado en casa escribiendo sobre lo vivido en el transcurso de sus viajes. Sigo dándole vueltas al asunto. Al otro lado de la ventana hace un frío de mil demonios. Resulta desolador. Y para colmo de males esta próxima semana se celebra en Uruguay la Fiesta de la Nostalgia. Sí, lo han oído bien. La Fiesta de la Nostalgia. Son cosas que solo pueden suceder acá, incomprensibles y un poco aterradoras para alguien de fuera, para alguien que no acaba de entender en su justa medida lo que es y lo que significa el río de la Plata. Además es una fiesta multitudinaria, la más impor-
tante del año. Yo siempre me llevé bien con la nostalgia pero de ahí a institucionalizarla y convertirla en fiesta nacional… Además no tengo muy claro que estos aspectos de la idiosincrasia uruguaya sean el camino más adecuado para enfocar este artículo. Porque yo quería hablarles de amor, de un viejo amor de verano en Suecia. Quería hablarles de cine, de una película que inspiró y marcó a toda una generación de cineastas allá por los años 50 y 60. Pero no quería hacerlo desde la nostalgia. Porque hay películas por las que no pasa el tiempo y siguen estando vigentes. Y porque las películas están ahí siempre, siempre, siempre, a tiempo real, en presente, esperando para ser descubiertas y revisitadas. Quería hablarles de Mónica, una chica humilde que trabajaba en un triste mercado de verduras del Estocolmo de 1952 y de un verano y una mirada a cámara con la que empezó a gestarse el cine de la modernidad. Al principio la tacharon de neorrealista, de neorrealista sueca, y es verdad
que Mónica no necesitaba maquillajes y tampoco tenía ningún reparo para exhibir su desnudez y naturalidad sin complejos, pero es que había algo más, Mónica quería ser libre, era una mujer moderna, y quizá por eso siempre fue una mujer un tanto incomprendida. Un verano con Mónica cuenta la historia de Mónica y Harry, dos jóvenes de un barrio humilde de Estocolmo que se conocen en un café y que se enamoran perdidamente. Como Harry ha sido despedido de su trabajo y Mónica necesita escapar de su penosa realidad familiar, deciden aprovechando el verano abandonarlo todo y marcharse a vivir a una idílica isla cercana. El suyo es un amor al margen de lo establecido, al margen de las convenciones sociales de los adultos y de las penurias de la vida en la ciudad. Y al principio todo va bien. Toman el sol desnudos en la playa, beben, van a bailar... Pero pronto comienzan los problemas. La comida escasea y empiezan a robar en las casas de los alrededores. Mónica es sorprendida y logra escapar. Pero la situa-
ción ha tocado fondo, Mónica se ha quedado embarazada y los jóvenes, incapaces de salir adelante únicamente con su recién estrenada libertad, no tienen más remedio que volver a la ciudad… Pero en la ciudad, con la llegada del otoño y del frío, todo cambia, Harry encuentra un trabajo y se hace cargo del bebé… pero Mónica es incapaz de asumir su nueva vida como madre y esposa y les abandona. Un verano con Mónica, la primera película importante de Ingmar Bergman como le gusta decir a más de uno, supuso el primer gran papel de la inolvidable actriz Harriet Andersson y marcó decisivamente a toda una generación de cineastas
que luego abanderarían el cine de la modernidad. Junto a Viaggio en Italia (1953) de Roberto Rossellini, aunque partiendo de postulados éticos y estéticos muy diferentes, se podría llegar a afirmar que inventó el cine moderno. Y es que con la desafiante mirada a cámara de Harriet Andersson hacia el final de Un verano con Mónica, uno de los retratos de mujer más apasionantes y fascinantes que se han creado para cine, y como le gustaba decir al propio Bergman «se estableció de repente y por primera vez en la historia del cine un descarado contacto directo con el espectador». Si no la han visto, mírenla. No la olvidarán fácilmente. Se lo digo sin nostalgia, aunque seguramente les estoy mintiendo.
Little Miss Sunshine Por Beatriz Peñas
Aunque a veces se cae en el error de mirarlas con ojos de desdén, las road movies siempre me han parecido películas de las que es necesario aprender. Lo que más me fascina es que son capaces de integrarse perfectamente en cualquier género sin perder su esencia. Films tan necesarios para la historia del cine como Thelma y Louise, Bonnie and Clyde o Easy Rider son Road Movies. «Road movie» significa, literalmente, película de carretera, película de viaje y, ya en los tiempos de Homero, todo viaje implica un aprendizaje. Los personajes de las road movies se ven violentamente arrastrados por la carretera y, a medida que los kilómetros les apartan de su hogar, descubren que están desnudos ante el mundo nuevo que se les presenta. Entonces descubrimos la magia. Los dudas, las emociones que ellos creían tan secretamente escondidas, se nos presentan al espectador escandalosamente claras, se vuelven volubles y vulnerables, frágiles y bellas, con el riesgo de que sean arrastradas por el viento que, a su vez, define aquello que les conduce a su destino, ya sea una nave griega, un Ford Thunderbird descapotable o una furgoneta Volskwagen amarillo chillón a la que le falla el embrague.
Little Miss Sunshine me parece la película perfecta para el especial de verano de El Impostor. Ni los personajes van de vacaciones ni tienen intención de divertirse, pero aun así, sin darse cuenta, realizan el viaje de su vida. Si fuera posible garantizar eso en las agencias, seguramente los «viajes de tu vida» serían los más cotizados. Los Hoover son una de esas familias ensambladas en las que se come pollo
a l’ast de bolsa en platos de plástico. Un obsesivo del trabajo, una madre al borde del ataque de nervios, un heroinómano, un suicida y un fan de Nietszche que se niega a hablar, son los encargados de cuidar de la pequeña Olive, aunque para ella son papá, mamá, el abuelo, el tío Frank y mi hermano Dwayne. Cuando Olive anuncia a su familia entre gritos que es candidata a participar en el concurso de belleza infantil «Little Miss Sunshine» en California, todos se preparan para dos días de convivencia que les llevará entre tumbos de las situaciones más cómicas a las más melodramáticas.
Little Miss Sunshine es humanidad en estado puro, es imperfección, es diferencia y naturalidad a partes iguales. Es también cinismo, un canto a la vida y al fracaso, una crítica a la competición enfermiza y al juicio desmesurado. Ya en su fotografía, suave y de colores pastel –realizada por Tim Suhrstedt – nos damos cuenta de que no se trata de una película que quiera hundirnos en la desgracia de ser como somos, si no aplaudirnos por pasear con orgullo aquello que no podemos (ni debemos) dejar de ser. Jonathan Dayton y Valerie Faris son los encargados de dar vida a este film con
rasgos indies que costó 8 millones de dólares, un presupuesto insignificante si se compara con otras producciones americanas. Entre el elenco de aactores se encuentran Tony Colette, Steve Carel, Alan Arkin —que ganó el Oscar® a Mejor Actor de Reparto por su personaje de abuelo—, y Abigail Breslin, la niña regordeta con gafas que ha conquistado los corazones de todos aquellos que entraron en el cine creyendo ver otra road movie más, y salieron de él descubriendo lo bonito que puede ser fracasar en la vida. La maravillosa música del film fue escogida minuciosamente para no romper el equilibrio, y es que, aunque los personajes o las situaciones rocen el freakismo, la armonía es la base de la película, la manera en como el movimiento de cámara no rompe la acción, sino que consigue que esta fluya, aún más si cabe, dentro del espacio escénico. El amarillo, estridente en su esencia, resulta ser el conductor de todo, el que los lleva a su destino en forma de furgoneta, el que insufla la vida, como los rayos del sol. Un guión excelente, sencillo y realista, unas interpretaciones que se ajustan a lo que se les pide, sin excesos, sin florituras ni brillantina. ¿Quién diría que hablamos de un concurso de belleza? Así es
Olive, así es su familia, naturales, imperfectos y con la peculiaridad de que sus encantadores intentos por cambiar no los hacen si no más entrañables. Olive quiere ser Miss América. Ese es su sueño. Se esfuerza cada día y ensaya con su abuelo para poder ganar, para no ser una perdedora. Pero ser de los Hoover lleva implícito el fracaso, y, con él, la felicidad. Quizá ese sea el mejor destino para las vacaciones de nuestra vida, un viaje que nos lleve a la felicidad. Resulta perfecto en tiempos de crisis ya que ni siquiera hace falta salir de casa.
Donkey Punch Por Manuel Gay Moreno
Que últimamente el talento está más en la televisión que en los cines lo está constatando cualquier seguidor de series. HBO, Showtime y un largo etcétera de canales televisivos se han puesto las pilas para ofrecer las ficciones que, paradójicamente, no tienen lugar en el cine. En el Reino Unido, sin duda alguna, la palma se la lleva Chanel 4, artífices de esa joya llamada Skins que retrata al adolescente contemporáneo como nadie. Chanel 4 maneja sus producciones con bastante tino. Y, lo mismo que HBO con True Blood, ha sabido camelarse a la audiencia joven con productos a su altura, frescos y bastante sobrados de calidad, al margen de un público adulto que también les sigue. La división de cine de la cadena es Film4, y cuenta en su haber con títulos como This is England, de Shane Meadows, o la brillante Boy A, de John Crowley. Suficiente para querer seguirle la pista. Así, hace dos años, la película escándalo de la temporada venía de la mano de Film4, y se llamaba Donkey Punch. Dirigida por Olly Blackburn, conseguía reunir una serie de virtudes que, aunque parezca mentira, no todos los productos de este tipo son capaces de alcanzar. Vamos por partes: el título es el primer acierto.
Donkey Punch, el golpe del burro. Según la película, una leyenda urbana más. Según Google, no hay rastro de esta práctica sexual hasta que hicieron la película. Pero sólo es cuestión de publicitarlo bien para que corra la voz. El golpe del burro consiste en que un chico penetre a la
chica por detrás y, cuando esté a punto de eyacular, le de un golpe en la nuca. Así, el espasmo que ella sufre provoca que se le tensen los músculos de la vagina y aprieten el miembro sexual de él, provocándole placer. Cuando en la película uno de los personajes cuenta la práctica, una chica pregunta: ¿y qué siente ella? Y él responde: no he entendido la pregunta. Terrible y triste realidad, mal que nos pese. Donkey Punch se instala, por tanto, entre las prácticas de riesgo de los jóvenes, como la tristemente famosa, hace unos años, «muerte súbita». Cuenta la historia de Lisa, Kim y Tammi, tres inglesas que van a pasar unos días de verano a Mallorca. Allí, conocen a tres jóvenes militares marineros también de vacaciones, Marcus, Blue y Josh, que les invitan a
tomar unas copas en su yate, donde les espera el cuarto, Sean. El barco zarpa y ancla mar adentro. Los siete jóvenes flirtean y toman éxtasis. Es Blue, uno de esos chicos que uno identifica a la primera como conflictivo, quien habla del golpe del burro mientras los otros se dan un baño. Después, invita a Lisa y Kim a fumar «hielo ruso». Se unen Josh y Marcus, y los cinco acaban, mareados pero divertidos, bajando a la suite del barco... Los «sensatos» del grupo, Tammi y Sean, se quedan en cubierta, charlando. En la suite del yate tiene lugar una gran escena. En la ya mencionada Skins, los creadores conseguieron un nivel de realismo en las escenas sexuales brillante, pero aquí van más allá. La naturalidad y el morbo se combinan a la perfección para que seamos testigos de cómo Lisa y
Blue, por un lado, y Kim y Marcus, por otro, tienen sexo en la misma habitación, mientras Josh, desparejado, graba el momento. Blue invita a su amigo a participar y se queda él con la cámara. Josh es el más joven e inexperto de los marineros, y desde el comienzo de la película busca
amiga quede impune. Aunque, por supuesto, la sartén por el mango la tienen los dueños del barco. La tragedia se cierne sobre los jóvenes de un modo atroz. Si bien el argumento de Donkey Punch no es especialmente original, pues hay miles de películas de personajes encerrados en un
impresionar o estar a la altura de sus colegas. Penetra a Lisa por detrás. Blue, sin dejar de grabar, ve que su amigo está a punto, y le recuerda el golpe del burro... Lisa muere en el acto. En este momento, se acabaron las vacaciones para todos, y comienza la supervivencia. Los chicos quieren tirar el cadáver de Lisa y decir que cayó por la borda, pero las chicas no van a dejar que el asesinato de su
único espacio con una situación crítica, su sentido de la tragedia sí que es admirable. Hay otro gran momento en la película en el que Marcus y Sean van a tirar el cadáver de Lisa, y son interrumpidos en su tarea por Kim y Tammi. Es una de estas escenas símbolo de toda una peli, en la que todos son conscientes de la dudosa moralidad de sus actos pero, sin embargo, se ven abocados a llevarlos a cabo irreme-
diablemente. Todo se confabula para que esa escena brille: la oscura fotografía de Nanu Segal, la intensa música de François Eudes Chanfrault, la acertada planificación de Blackburn... Este momento marca un punto de inflexión en los caracteres de los dos bandos: las dos chicas restantes comienzan a ser presas del pánico, cada una a su manera. Kim quiere sobrevivir a toda costa, mientras Tammi está dispuesta a agarrarse a cualquier resquicio con tal de no aceptar de pleno lo que está viviendo. Los chicos, por su parte, descubren que son capaces de hacer cosas que, hasta esa noche, pensaban que nunca podrían hacer. Y lo que sigue es, por tanto, un cúmulo de despropósitos y equívocos que no hará sino ir empeorando la situación. De hecho, quizás estos equívocos, que para que funcionen a la perfección deber estar bien amarrados a los caracteres de los personajes para que entendamos por qué actúan de esa manera, son lo más flojo de la película. Hay un par de ellos que chirrían. Sin embargo, con mayor o menor acierto, las actitudes de los protagonistas están ahí, y siempre se puede ver qué es lo que tenía que haber sido. Vuelvo al razonamiento inicial: una película bien pensada. Diseñada para generar polémica y atraer al público hasta el cine, para ver qué hay de cierto en todo lo que se cuenta. Y, aparte del sexo —que siempre vende— que implica el «golpe del burro», ofrece una historia de suspense relativamente bien armada que consigue abatirnos conforme avanza su metraje. Todo esto, regado con una banda sonora que, por un lado, recogía los grandes éxi-
tos del momento y futuros —cuenta con «Young Folks», de Peter Bjorn o la remezcla de Justice de «We Are Your Friends» de Simian, canción esta, según algunos blogs, que no puede faltar en una fiesta de modernos— para la primera parte de la película, centrada en la juerga de las vacaciones, y que para la segunda se apoya, sobre todo, en la partitura de Fraçois Eudes, prometedor compositor francés señuelo de algunos de los títulos más punteros de terror de la cinematografía gala, como Haute Tension, de Alexandre Aja, o A L’interieur de Alexandre Bustillo y Julien Maury. Desde luego, no es la película ideal si eres padre y tus hijos se van a pasar unos días a una isla de un país extranjero. Pero sí un refrescante y atroz divertimento, con las dosis justas de reflexión, tanto conservadora como no, y un buen ejemplo, desde el punto de vista de quien escribe, de que vale la pena arriesgarse y, contra todo pronóstico, ofrecer al público lo que está demandando.
Billie the Vision & the Dancers Where the ocean meets my hand Por Gloria Torres A veces sucede que la Fortuna te la juega. Ahora estás bien, te sientes tranquila, feliz, y cuando ese ahora caduca y llega el siguiente ocurre algo imposible de aceptar, un hachazo del devenir que inyecta en tu espíritu mil y una dosis de congoja. Entonces la ves (tarde, pero la ves), agazapada tras algún seto del camino, esperando, perniciosa, para salirte al paso en el momento más inoportuno. Algunos la l l a m a n Desdicha, otros Jodienda; aunque su primer nombre sea el de Putada. Un ejemplo: estar en alerta roja, sufriendo con cada bocanada de aire inflamado en el día en que todo a tu alrededor parece fundirse, y que tu querida compañera de piso descubra súbitamente que el «aire deshumectizado» del aparatejo bajo el que pretendías echarte a invernar el verano le da migraña. Ochenta gradazos a la sombra y las hélices del ventilador derretidas. Cuando algo así te sucede, nada vuelve a ser lo mismo. Un día te descu-
bres fantaseando con el Polo, con Groenlandia o los fiordos noruegos, fantaseando el frío; y poco después empiezas a mirar los filetes de merluza del congelador con otros ojos. La selección natural apremia y para sobrevivir toca consagrarse a las únicas deidades con representantes en el hogar que puedan redimirte del calvario. Diriges, entonces, tus más fervientes rezos hacia la alcachofa de la ducha, quien recompensa tu devoción proveyéndote dos bonitas branquias. A l mismo tiempo firmas una tregua en la guerra química con que, tiempo atrás, decidiste enfrentarte a ciertos semidioses milenarios con forma de artrópodos microscópicos, aquella guerra que comenzó cuando estos
martirizaron a tus peluches predilectos para atentar contra tus alveolos. Cedes a su omnipotencia e intentas agasajarlos procurándoles la mayor oscuridad posible y abdicando en su favor la soberanía sobre tus sábanas más placenteras. Poco después te sorprendes al advertir que premiaron tu recién instaurada lealtad confiriéndote una cualidad nueva, desconocida para ti; tú, que fuiste históricamente torpe e inválida para con las estrategias militares, ahora disfrutas de la capacidad de urdir una táctica infalible para dejar K.O. y fuera de escena a tu compañerita de piso corrompiéndola con sutileza y discreción. Casi sin darte cuenta y en pocas semanas acabas convertida en una suerte de anfibioide nocturno con cualidades arácnidas por imposición divina. Un prodigio de la naturaleza. Eres un bichejo algo grotesco y extravagante sí, pero mejor ser bicho vivo tras el verano y victorioso ante la fatalidad que ente informe y arruinado por las brasas, ¿no te parece? Regodéate, y no temas, porque en según qué ocasiones la Fortuna es compasiva; y puede ocurrir que quiera darte un respiro, aliviar tu ánimo, favoreciendo, por ejemplo, el encuentro que te reporte la compañía que precisas. ¿Por gracia de quién o de qué si no, más que del azar piadoso, te habrías topado con Billie the Vision & the Dancers? Ya sabes, ese grupo nacido en Suecia hace algo así como seis años por ánimo de su vocalista Lars Lindquist y que, como todo grupo de vecino, tuvo la osadía de pretender vivir de esto de la música aun estando el mundillo como estaba. Ellos como tú también eran presa de las
circunstancias. Corrían tiempos difíciles para la industria cuando quisieron ver la luz. Su respuesta hacia la adversidad: la de tantos otros visionarios, la autoproducción, la distribución directa y gratuita en Internet a través de un sello propio, Love Will Pay the Bills, y a confiar en la Providencia. Claro que para ellos la Providen-
cia no tomó forma de alcachofa de ducha ni de ácaros domésticos; su providencia se llamaba Billie, y se definía como una especie de voluntad omnipresente dadora de cierto descaro dionisiaco y nacida precisamente de la conjunción enarmónica de los siete individuos que componían y componen el grupo.
Se ve que no debe ser una divinidad excesivamente incompetente este Billie, pues aunque de momento no parece haberles hecho de oro, las giras escandinavas junto a los bolos que realizaron en Reino Unido como teloneros de las Pipettes (cuando estas aún eran un trío simpático en su atolondramiento fingido), y del
americano Seasick Steve años más tarde, parecen haberles permitido alargar su existencia durante al menos cuatro álbumes más; el último de ellos publicado hace apenas unos meses, tras un 2009 del que, es de suponer, andarán bastante satisfechos. No en vano ser premiado por la crítica de tu país y conseguir llevar a escena toda tu parafernalia frente a nuevos auditorios, tal y como está la cosa, es algo a celebrar. Entre esos nuevos lares, algunos escenarios germanos y españoles en los que se vitorearon como nunca los compases de un tema viejo en la producción de la banda, pero de plena actualidad por aquel entonces gracias en gran medida a su aparición en cierto comercial de cierta marca cervecera. Sí, estos son los chicos de «Summercat». Ya no te acordabas. Son los mismos que con su tercer disco, Where the ocean meets my hands, tu favorito, han ve-
nido poniendo música a tus tardes de interrail por las líneas de metro mejor refrigeradas. Los que componen esos temas que visten con lino tus oídos y te invitan a un andar sosegado, temas ligeritos y simpáticos, tinto de verano con naranja y un toque de brandy, ¿recuerdas? La compañía que precisas: un soplo polar para aliviar las altas temperaturas y un poquito de excentricidad retratada en biotracks de largas estrofas y melodías amables para no sentirte el único bicho raro del momento, anfibioide nocturno de cualidades arácnidas, náufrago en este verano. Ten fe, si Billie sobrevivió a su verano, ¿por qué no habrías de hacerlo tú?
Hôtel Costes Por A. Carrión No sé si les suena el nombre de Stéphane Pompougnac o el Hôtel Costes de París, pero seguro que todos han escuchado, y no una ni dos veces, alguna de las canciones que contienen los recopilatorios de este DJ, músico, compositor y productor francés. En anuncios de televisión, en bandas sonoras de películas o en cualquier terraza que pretenda huir de los estereotípicos hits del momento (que las hay, no desesperen), las producciones de Stéphane Pompougnac han contribuido al relanzamiento de la muchas veces mal llamada música lounge así como, en cierto sentido, a la democratización de una estética de la exclusividad que se extiende, más allá de la música, a ámbitos como la moda o la decoración y que hasta entonces sólo parecía estar reservada a entendidos y bolsillos sonrientes. Los nombres de Stéphane Pompougnac y del Hôtel Costes están felizmente unidos para todos desde que, allá por los noventa, los propietarios de este hoy gracias a él exclusivo hotel-restaurante-bar de París lo contrataran como dj para amenizar el ambiente de su establecimiento. Sus sesiones suaves y a la vez
bailables, caracterizadas por la música de grupos hasta entonces y aún hoy poco conocidos como De-Phazz, The Ballistic Brothers o Seven Dub, fueron haciéndose cada vez más conocidas en París hasta que, en 1999, y con la idea inicialmente poco ambiciosa de vender los CD´s en el propio hotel, nacieron la dos primeras recopilaciones de esos temas. Dos discos, el Hôtel Costes, Vol. 1 - Cafe Costes y el Hôtel
Costes - La Suite que supondrían, sin duda, el inicio de una magnífica (y rentable) colección de música que ha vendido y sigue vendiendo miles y miles de discos por todo el mundo. Entre los temas de sus ya creo que quince recopilatorios, sería difícil recomendar solamente dos o tres, pues lo cierto es que la calidad musical de todos es muy notable y cada uno tiene su sitio y su momento oportuno para ser escuchado. Sin embargo, este impostor no puede resistirse a escuchar una y otra vez, para escapar de la realidad en uno de esos días de hastío que todos tenemos, temas como la mezcla de «A man called Adam de Yachts», de Coco Steel Lovebomb, incluido en el Hôtel Costes 3, «Get a move on», de Mr. Scruff, del recopilatorio Hôtel Costes - La suite o «Zwing Ting» de Streamer, incluido en el Hôtel Costes 5. Prueben a imaginar historias escuchándolos, en serio se lo recomiendo, y seguro que no les será difícil viajar a los más originales y variopintos lugares de su mente. Los recopilatorios de Hôtel Costes, y esto dice mucho de Pompougnac como productor, constituyen una colección musical bastante homogénea en la que no resulta fácil descartar ningún tema pese a la diversidad de estilos que contiene, y que abarcan desde la bossa nova al soft-house pasando por el electro-pop. Con un agudísimo olfato a la hora de distinguir entre aquellos temas que simplemente no desentonan en el conjunto de un recopilatorio de los que además in-
dividualmente son auténticas obras de arte, la importancia de Stéphane Pompougnac ha sido tan crucial en la historia de los Hôtel Costes que, pese a no incluir más de uno o dos temas propios en cada recopilatorio (que por cierto, son muy buenos), su figura se ha posicionado como la referencia de todo un universo musical en el que a veces de forma seguramente injusta, pero también merecida, parece que todo parece girar en torno a su criterio. Desde Tokyo a Nueva York, su presencia es demandada para ambientar los más exclusivos locales del mundo y ofrecer las sesiones más exquisitas que puede ofrecer un dj. Y es que, al igual que un chef de alta cocina o un afamado decorador, Stéphane Pompougnac ha sabido jugar con la música hasta crear un sabor propio que reviste de elegancia y sensualidad cualquier espacio en el que
ésta suene. Y si no me creen, hagan la prueba: organicen una cena en su casa, compren un buen vino, traten de ser imaginativos con el menú y amenicen la velada con música de Hôtel Costes.Ya me contarán el resultado.
d E
d r a w
n o t s e W
Nude on sand dune
Marta Reb贸n y Ferr谩n Mateo Cuba