El Mundo de Sophia 48

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La gran encrucijada ¿Crisis Material o Crisis Espiritual?

El valor

de los Mitos

La Sabiduría del Corazón

El carácter es una voluntad fuerte dirigida por una conciencia tierna.

Aldous Huxley


Contenidos

EL MUNDO DE SOPHIA

Pág. 5 Lo que algunos dijeron sobre... El arte

2014

Pág. 6 Para reflexionar... La Rutina

Nº 48

Elvira Rey

Pág. 8 Psicología Propuestas para transformar la vida Catalina Simonet

Pág. 12 Literatura Quino, historieta de una filosofía Laura Etcheverry

Pág. 14 Historia El míto artúrico, otra lectura de su realidad Juan Marí Planells

Pág. 18 Actualidad La gran encrucijada, ¿crisis material o crisis espiritual? Francis J. Vilar

Pág. 22 La visión con la que percibimos el mundo Antonio Marí Planells

Pág. 26 Filosofía La filosofía No-Dual del Vedanta Advaita Elena Machado

Pág. 30 El Rincón del Principito Pág. 31 Fragmentos Literarios «Soliloquio de Sejismundo» de Calderón de la Barca Pág. 32 Entrevista Fritjof Capra, por una nueva ecología

Pág. 36 Mitología El valor de los Mitos Victor Vilar

Pág. 40 De las cosas importantes de la vida... La Sabiduría del corazón Herminia Gisbert

DIRECTOR: Francis J.Vilar JEFE DE REDACCIÓN: Felipe Aguirre REDACCIÓN Y MAQUETACIÓN: Elvira Rey Rafel Ballester DISEÑO GRÁFICO: Víctor Vilar Rafel Ballester HAN COLABORADO: Francis J.Vilar Herminia Gisbert Antonio Marí Víctor Vilar Catalina Simonet Elena Machado Juan Marí Elvira Rey Laura Etcheverry Una publicación de: Fundación Sophia c/ Jaime Ferrer, 3 Palma de Mallorca (Baleares) www.fundacionsophia.com Tel: 971 72 15 55 mundosophia@mundosophia.com redacción@mundosophia.com www.mundosophia.com D. L. PM-2099-98 Los artículos firmados expresan única y exclusivamente la opinión de su autor, quien se hace responsable de la vercidad y autoría de los contenidos expuestos.


El pasado, pasado está. Entonces ¿de qué nos sirve?

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n viejo aforismo nos recuerda que «aquel que olvida su pasado está condenado a repetirlo». Tal vez por eso el hombre es el único ser que tropieza dos veces con la misma piedra. Sin embargo, aunque nuestra cabeza es muy olvidadiza, el cofre de la memoria no es exclusivamente mental. En el proceso del recuerdo también intervienen factores corporales y emocionales, motivo por el cual a veces olvidamos los hechos concretos pero reaccionamos siguiendo el patrón que se ha quedado grabado en nuestro cuerpo y en nuestra psique. Esta triple memoria (cabeza, corazón y cuerpo) es el punto de partida desde el cual construimos nuestra vida futura. Cada vez que queremos emprender una nueva acción se agolpan en nuestro «recuerdo» todas aquellas ocasiones en las que anteriormente lo intentamos, con éxito o no. Por eso, los recuerdos pueden venir a nuestro auxilio o se convertirán en un lastre. Si nuestra experiencia anterior ha sido buena, partimos con la confianza que da el sabernos triunfadores; una especie de sabiduría vivencial recorre nuestro ser, dotándonos de una fuerza extra; tenemos

Editorial la seguridad, basada en nuestras experiencias y una prometedora expectativa de futuro. «Esto se me da bien», «sé hacerlo», «lo he realizado muchas veces antes». Cuando conocemos algo, es decir, lo recordamos, entonces tenemos claro lo que queremos, cómo lo queremos y qué debemos hacer. Esta seguridad brinda cierto ánimo que nos apoya en su ejecución. Es decir, lo vemos claro, luminoso o color de rosa. En cambio, si en nuestro pasado fue el error y no el acierto el que se cruzó en nuestro camino, entonces cuando volvamos a enfrentar una situación similar, el temor, la precaución y la tensión pondrán a prueba nuestro autodominio. Una lente oscura teñirá nuestro día acentuando, como por arte de magia, aquellas cosas sombrías y negativas, y una misteriosa «ley de Murphy» nos convertirá en víctima de todos los pesares imaginables. Nuestro pasado y las experiencias que atesoramos de él, van construyendo el prisma de color desde el que miramos el mundo, y nos informan

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de las capacidades que tenemos para transformarlo. En realidad tenemos más capacidades de las que creemos, pues el potencial humano es rico y los ámbitos no explorados de nosotros mismos son inmensos. Como diría Platón: «somos dioses pero lo hemos olvidado». A lo largo y ancho del mundo, muchas sabidurías, tanto antiguas como modernas, rubricarían esta idea: tenemos todo el potencial del universo, el problema es que no nos lo llegamos a creer. Nuestros recuerdos nos convencen de que somos seres pequeños, con miedos y debilidades, cuando la realidad esencial de nuestro ser es bien distinta. Estos recuerdos-límite, por otro lado, configuran nuestra identidad. En la medida que nos identificamos con ellos podemos decir quiénes somos, cuál es nuestra profesión, nuestra trayectoria, las personas a las que amamos, etc. Si perdiéramos nuestros recuerdos y sufriéramos amnesia perderíamos toda nuestra identidad y la ubicación en nuestro cosmos-mundo; no poseeríamos ningún conocimiento, ni sabríamos de nuestras capacidades. A pesar de lo liberador que para alguno podría resultar hacer este reset total, en realidad sufriríamos tal desconcierto que tendríamos que aprenderlo todo de nuevo, como si hubiéramos bebido las oscuras aguas del Letheo (olvido) y volviéramos a nacer. Algo similar sucede cuando observamos por medio de la analogía en un nivel social. Nuestra cultura y civilización es consecuencia de nuestros actos de ayer, somos el resultado de los recuerdos y experiencias de nuestros antepasados y estamos condicionados por nuestra cosmovisión. ¿Qué significaría perder el recuerdo de lo que somos? ¿Qué supondría olvidar el pensamiento y la filosofía Griega, o las ideas de la Revolución Francesa? ¿Qué provocaría en nosotros desconocer los principios holísticos de la naturaleza aportados por Oriente, o las misteriosas relaciones entre todos los seres vivientes, del hermetismo? Muchos, tal vez, responderían que todo eso no nos afecta en nada, que el pasado, pasado está y que no lo necesitamos en nues4

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tro mundo moderno. Pero, en realidad, conocer nuestro pasado es la mejor manera de construir un presente sólido y un futuro sostenible, basado en todo aquello que engrandeció al ser humano. «Aquel que olvida su pasado está condenado a repetirlo». Si recordáramos nuestro pasado seguramente habría menos injusticias, masacres, crisis, corrupción, guerras, etc. Hemos olvidado las terribles consecuencias que entraña olvidar. El presente de la humanidad es consecuencia del pasado; las ideas que ahora damos por fundadas e incuestionables fueron conquistas del espíritu humano cuando se creían erróneas e imposibles; los paradigmas en los que nos movemos no son más que etapas de la conciencia y estructuras que han cambiado, y cambiarán muchas veces. La conciencia y la responsabilidad dejan huella en la existencia, del mismo modo que sólo la conciencia y la responsabilidad permiten que nuestra vida tenga el valor de lo genuinamente humano. Este es el motivo de aprender del pasado, no con nostalgia por otros tiempos, sino como forma de recordar quiénes somos, qué hizo la humanidad en el ayer, qué valores movieron a los pueblos y les hicieron alcanzar sus grandes cimas civilizatorias; descubrir y reconocer los momentos en los que aprendemos con dolor el valor de la vida humana, de la sabiduría y de la evolución. Aprender del pasado es una forma de rescatar de la experiencia de la humanidad aquel legado que nos permita proyectarnos hacia un futuro más digno, pleno y humano, más consciente y responsable. Tienes en tus manos, amigo lector, artículos de reflexión, de historia, de poesía… y otros recuerdos de la humanidad con los que bucear en nuestra memoria profunda. Encontrarás entre estas páginas la visión de un nuevo paradigma del saber que mira hacia el siglo XXI, recogiendo las perennes joyas del espíritu humano de todos los tiempos. Estas joyas, sembradas en el corazón y alimentadas por la reflexión y la experiencia, siempre dieron los más hermosos frutos. m


Lo que algunos dijeron sobre...

La Generosidad Conviene, por una parte ser generoso cuando se da y, por otra, no mostrar dureza en reclamar lo que nos deben, y en toda suerte de transacciones cuando vendemos, cuando compramos, cuando damos o recibimos un alquiler, en las relaciones de vecindad en la ciudad y en el campo, manifestarse ecuánime, afable, dispuesto a ceder en muchos casos de su propio derecho, manteniéndose siempre en lo posible y más que en lo posible alejados de los pleitos. Marco Tulio Cicerón La generosidad

consiste en qu

ablan de h s io c e n s lo lo Só egoístas. La s lo o , s a h ic d s de la tierra; e r b o s e t is x e felicidad el ejercicio n o c a t is u q n o y se la c azón, el r la e d e t n e d u pr armonía del la e d o t n ie im c cono nstante o c a ic t c á r p la universo, y sé Martí o J . d a id s o r e n de la ge

no

algo que yo ne

e me des

cesito

más que tú, sin

o en

darme algo qu necesitas más

e tú

que yo.

Khlail Gibrán

e un d s ada

ens

comp e r son le. d a d i tab ros u e r n c e s la g odo ine andela y d m tu r i on M v s l e La N

No hay más que un modo de ser felices: vivir para los demás. Leon Tolstoi

Si podemos hacer a alguien más alegre y feliz, deberíamos hacerlo en cualquier caso. H. Hesse

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La Rutina Elvira Rey

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s poco alentador ver cómo la mayoría de las personas viven el día a día, esperando que llegue el fin de semana para poder dedicarse a sus ocios más amados, que generalmente son sus familias, sus amigos, la diversión… Poder pronunciar la frase «ya es viernes» se ha convertido para muchos en el sentido más vivido de la semana y del año. Con irreverencia a la vida, se la derrocha dejando pasar sin ton ni son, cinco de cada siete días, porque hemos dejado abierto el desagüe por donde se nos va el tiempo no vivido. Cuántos emprenden la semana con los ojos cerrados y aguantando la respiración para que el tiempo pase y rápido y sin sentir, como hacíamos de niños cuando pasábamos el túnel del miedo en el tren de la bruja. Ya hemos crecido lo suficiente como para no tener miedo a cosas infantiles, pero sí a ver cómo la arena del tiempo se nos escurre entre los dedos sin dejar huella en las palmas de nuestras manos. El paso del tiempo siempre deja huellas, sea en nuestra piel, en la roca o en el arrollo, y lo que es mejor, en nuestra concien6

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cia. Un tiempo pasado, que no ha dejado recuerdos, vivencias y experiencias que nos hicieron cambiar, es un tiempo no vivido. Por otro lado, todos sabemos que vivir las veinticuatro horas del día con plena percepción es difícil, pero hay algo que nos puede ayudar a dar el primer paso. Poseemos un elemento que es «el feo de la familia» y que tiene muy pocos amigos, lo vemos a nuestro lado día tras día y le llamamos rutina. Esta palabra tan trágica, sobre todo para el que en algún momento comenzó con entusiasmo una carrera o un nuevo trabajo, viendo cómo un día esta emoción se fue apagando como un candil sin aceite, incita a hacer ante sí mismo una reflexión. Todo el mundo habla mal de esta fea y antipática compañera del día a día, pero cuántos buenos propósitos no ha hecho despertar en el pecho de mucha gente y quién sabe si a cambiar cosas en él mismo, para que después trascienda en sus círculos más cercanos. No hace falta romper la rutina abandonándolo todo y viajando a lugares más o menos «desintoxicados» de nuestra sociedad. La forma más radical de romper con


ella es desalojándola de nuestra vida, rompiendo con la pereza y los automatismos que en resumidas cuentas son los que mantienen firme e imbatible este camino monótono de nuestra vida. De esta manera haremos de cada día algo único e irrepetible. Agradezcamos el disponer de un día más para mejorar algo nuestros actos y nuestros pensamientos, aunque sean repetitivos. No tenemos casi nada aprendido; aunque acabemos de salir de la universidad, es ahora la escuela de la vida la que nos puede hacer abrir nuestros ojos de una forma nueva. Dicen que cuando una persona ha perdido algo en la vida: familiares, salud, posición… es cuando se aprecian más las cosas pequeñas, se las saborea como hace un niño que despierta a su entorno. Yo creo que es de conocedores de la vida no tener que esperar a perder algo para apreciar lo que teníamos en la etapa anterior. Deberíamos tener presente que hemos llegado al mundo con una gran cantidad de cosas bajo el brazo: energía, juventud, vitalidad, amor; cosas que con el paso del tiempo iremos perdiendo. Saber abandonar esas cosas mientras revalorizamos más otras, es un trueque que hacemos en la madurez con plena libertad, sintiendo en el fondo de nuestro corazón que no somos los mismos y que nuestros gustos han cambiado, que la felicidad se absorbe en los pequeños momentos vividos al cien por cien. Entonces, si esto es así, porqué

Si no logré que todos los días de mi vida fueran perfectos, al menos lo intenté con todas mis fuerzas.

dejar pasar el tiempo sin concederle valor, justificándonos en que es pesada la carga de la rutina impuesta por nuestro mundo. Abramos los ojos interiores, seamos capaces de ver en cada amanecer un grandioso motivo para sentirnos vivos y felices, para dar las gracias a la vida por nuestros dones y por los que todavía no tenemos pero que admiramos en los demás. No hay fruto sin esfuerzo y por ello tenemos que levantarnos a nosotros mismos, como lo hace cada día el Sol de su tranquilo lecho. La rutina también se despierta cada día, pero con la visión que le queramos dar nosotros, y esta vez nos viene a recordar que el camino más hermoso es aquel que por estar lleno de piedras es el menos transitado. Hacer lo que hace la mayoría es la caída libre de un líquido en el interior de un embudo, sólo hay que dejarse. Ser víctima de la rutina depende de cada uno, y salir de sus cuerdas también. Por encima de que cada día repitamos los mismos actos, nos levantemos cada mañana, trabajemos y hagamos nuestras tareas, nos ajustemos a ritmos semanales y mensuales, no dejemos que la estructuración del tiempo nos aprisione. Llegará el día en que atrapemos el tiempo y se haga el milagro del despertar, que no es otra cosa que hacer un instante perfecto en el ahora para repetirlo la mayor parte de nuestros días, y poder decir, con verdadero peso en la voz: si no logré que todos los días de mi vida fueran perfectos, al menos lo intenté con todas mis fuerzas.m

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Catalina Simonet

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riente y Occidente… Al pensar en estas dos ubicaciones en el planisferio no sólo nos referimos a un lugar geográfico, sino a una forma de ver la vida; y es que la posición desde la que observamos lo que ocurre a nuestro alrededor sí que es importante. Cuando asistimos a un teatro preferimos estar en una buena situación estratégica para tener una buena visión del escenario; en caso contrario puede ocurrir que nos perdamos parte de la acción e incluso, si estamos

muy lejos, no observemos los detalles del movimiento. Como en el teatro de la vida, somos protagonistas y a la vez espectadores de múltiples representaciones en las que a veces tenemos que intervenir, mientras que en otras preferimos observar con prudente distancia. Puede que también, en ocasiones, seamos los protagonistas de una historia que es observada por un público numeroso... De cualquier modo, es importante la manera en que vemos y valoramos el mundo, pues de ello surge nuestra escala de valores y el conjunto de nuestra vida en lo que atañe a pensamientos, emociones y acciones. Como decía Gandhi, «Vigila tus pensamientos, porque se convierten en palabras. Vigila tus palabras, porque se convierten en actos. Vigila tus actos, porque se convierten en hábitos. Vigila tus hábitos, porque se convierten en carácter. Vigila tu carácter, porque se convierte en tu destino». Nuestras creencias surgen del paradigma o modelo cultural en el que nos hemos educado. En la sociedad actual se ha sobrevalorado una visión mecanicista del mundo


que marca el acento en el aspecto materialista del «tanto tienes, tanto vales». Se ha confundido el tener cubiertas las necesidades físicas, «externas», con la felicidad, dejando de lado aquellas más «internas», relacionadas con una auténtica vocación o con los anhelos del alma. Estas necesidades son, en definitiva, un reflejo de aquello con lo que queremos contribuir al mundo a través de nuestra acción útil y desi nt eresada. Es por ello que ahora está en boca de todos el gastado tema de la «crisis», que afecta a la superestructura social basada en el consumismo desaforado, que crea en la sociedad la necesidad de tener cada vez más para sentirse mejor y parte del progreso. ¿Y qué ocurre con las necesidades del corazón, del mundo interior, aquel que constituye nuestra identidad, más allá del cuerpo, así como nuestras emociones y pensamientos, que no son más que expresiones del ser verdadero, que mora silencioso pero siempre está presente? Una máxima taoísta nos da una pista al respecto: «la mayoría de las personas están vacías y se sienten mal porque usan las cosas para deleitar sus corazones, en lugar de usar su corazón para disfrutar de las cosas». Nuestro paradigma materialista nos ha enseñado que deben saltar las «alarmas» cuando tenemos una enfermedad, cuando nos cortan la luz o nos quedamos sin trabajo, pues es un sistema que nos ha educado para sensibilizarnos con las necesidades más pragmáticas, inhibiendo otras que también son vitales. Por ejemplo, dentro de una cosmovisión que otorga más importancia al cultivo nuestra interioridad, lo más importante es encontrar el sentido de la vida y el vivir acorde con él; todo lo demás está siempre en función de esa prioridad: ser nosotros

mismos. Pero en Occidente, muchas personas ven aproximarse el «último acto» de su obra y se dan cuenta de que no saben por qué han vivido, y desconocen el sentido de su existencia. Al respecto, nos recuerda el poeta: «No permitas que la vida te pase a ti sin que la vivas». Mientras en Occidente centrábamos toda la energía en conquistar la naturaleza y dominarla para nuestro beneficio, en Oriente se puso el énfasis en conquistar el ser interior a través de diferentes técnicas de autoconocimiento y dominio del propio «centro» con cierta indiferencia del progreso técnico material. ¿Por qué no unir lo mejor de ambos paradigmas, tratando de incorporar en cada momento, según las propias necesidades, una visión que nos ayude a estar más equilibrados en nuestro viaje interior y exterior?

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En Occidente contamos con el extraordinario legado del Humanismo, contribución del espíritu humano a la libertad individual. El hombre, a partir de este pensamiento renacentista, recuperó su dignidad y su posición como centro del universo; asimismo, la educación se revalorizó como medio para moldear al carácter humano. Oriente, por

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otro lado, nos aporta su sentimiento sincero de unión con la naturaleza, de la que los seres humanos somos parte intrínseca y gracias a la cual existimos. Todo lo que ella nos brinda inspira un perfume de pertenencia a ese inmenso entramado que llamamos vida. No existen las cosas y los seres como entes aislados y solitarios, sino un holos, un sentimiento de totalidad que nos unifica con todo lo viviente, con todas las criaturas que se mueven al son de una armonía cíclica y ordenada que tiende a una constante evolución. De estas leyes, es el Tao el que expresa el concepto del cambio. Lo único que permanece inmutable es el propio cambio. Crear va unido a destruir el estado anterior del cual surgirá este nuevo momento. Saber eso nos ayuda a no aferrarnos a nada y a observar la transitoriedad de todo en nuestras vidas, como nos lo dice una máxima zen: «Vivir el momento presente, el aquí y el ahora. Hacer de cada instante una eternidad». El momento más importante en nuestras vidas es ahora: el pasado no lo puedes cambiar, y el futuro lo estás construyendo en este momento, así que sólo puedes vivir de verdad cuando pones todo tu ser en lo que estás haciendo a cada minuto. Pero, ¿qué nos impide vivir con esta actitud? Nuestra mente dual, que tiende a


estar en el pasado o en el futuro, opinando, elucubrando un sinfín de pensamientos teñidos de emociones que nos complican la vida, generando conflictos innecesarios. Para controlar esta mente impetuosa, el yoga propone reunificarnos con nuestro ser interior equilibrando nuestros pensamientos y elevándolos para que sean más sanos, armónicos y fructíferos. En el hinduismo y el budismo se practica la meditación, ciencia que va enfocada a separar los pensamientos del pensador, es decir, de nosotros mismos. Como bien se dice en el budismo, contamos con seis sentidos de percepción; el sexto de ellos es la mente, pues constituye una vía de percepción de la realidad. Según la desarrollemos será objetiva o subjetiva, en cuyo caso nos transmitirá una visión deformada e irreal de lo observado, alejándonos más todavía de lo real en vez de ayudarnos a conocer. La mente es susceptible de transformación, como cualquier sentido. Por ejemplo, trabajar el oído nos permite reconocer los sonidos de forma cada vez más específica y sutil. De igual modo, sensibilizar la mente nos provocaría una revolución interior, un cambio en la visión de la vida. Si conseguimos «parar» la mente, podremos crear el vacío del Tao en nuestro interior. Pues, como

nos sugiere la doctrina taoísta, la utilidad del recipiente está en el vacío. Si el ser humano está lleno de prejuicios, ideas falsas provenientes de una mente altamente subjetiva, no tiene espacio en su interior para captar una realidad más nítida y plena. Permitamos, pues, que nuestro ser esté receptivo frente a nuevas experiencias; abramos las ventanas y las puertas de nuestra casa para que penetre la luz de una visión menos personal y limitada, dejemos que acudan nuevos invitados a visitarnos para que nos enriquezcamos con nuevos conocimientos que nos aporten mayor sabiduría. Que estas breves pinceladas os inspiren a la aventura del conocimiento, para que vuestra vida sea extraordinaria. ¡Vale la pena! m

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Laura Etcheverry Profesora de Letras y Licenciada en Comunicación social lauraetcheverry@gmail.com

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ay viñetas que son ventanas abiertas al mundo, balcones desde donde otear el universo. Ilustraciones en serie con acotadas pinceladas de diálogo que coleccionamos en la memoria emotiva y forman parte de nuestra idiosincrasia: nos nombran, nos contienen, nos identifican, nos cobijan, nos consuelan, nos iluminan, nos proyectan, nos cuestionan. Nos hacen mejores. Con pequeños recuadros con dibujos en blanco y negro, de trazos sencillos y expresividad inolvidable, se puede crear una antología de momentos insuperables, perpetuados de generación en generación con la excusa de un puñado de personajes infantiles que nunca crecieron, 12

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porque hasta esa sublime consideración le tuvo Quino al niño que llevamos dentro. Joaquín Salvador Lavado, que así se llama, acaba de inaugurar la 40º edición de la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, el 24 de abril. Mafalda, la historieta más leída de Latinoamérica, tiene la misma vigencia de hace cincuenta años. Sólo sucede con los clásicos. Tímido, amable, introvertido, identificado con su personaje Felipe, el argentino comenzó a dibujar rostros en la mesa del comedor, una tabla clara de madera de álamo. Lo contó Daniel Samper Pizano, quien agregó: «Quino albergó en cataduras infantiles ciertas reflexiones, angustias, ternuras y alegrías sin edad. Si ello es así, tal vez lo que se proponía era hacer menos estrepitosas las bofetadas, menos dolorosas las preguntas, menos deleznables las inseguridades». Lo cierto es que Quino se nos desdibuja detrás de sus personajes

y son ellos los que pasan a primer plano, con entidad propia. Son mis amigos y lo son de los nueve de cada diez argentinos que los han leído. Forman parte de nuestra cotidianeidad, nos «tiran letra» en las alegrías y en las tristezas, profundizando las primeras y aliviando las segundas (¿no es ésa una inmejorable definición de «amigo»?). Acuden espontánea y raudamente a nuestra conciencia, por las asociaciones de lo que vivieron con lo que vivimos. Y nos salvan con una sonrisa retrospectiva, nos identificamos o identificamos a los que nos rodean. Cuando mis alumnos buscan una palabra en el diccionario y lo guardan, me surge Mafalda diciéndole a su padre: «¡¡Así nunca vas a terminar de leer un libro tan gordo!!». Y ahora pienso que así, como el diccionario, pueden leerse las tiras de Quino en mi memoria: en permanentes relecturas sin orden, aleatorias, con el sentido bellísimo y misterioso de la oportunidad.


«¡¡Los países desarrollados viven cabeza arriba y por vivir cabeza abajo, a nosotros las ideas se nos caen!!». Manolito argumenta que «los billetes son best-sellers: son de los que más ejemplares se imprimen y las ediciones que más pronto se agotan». Mafalda escucha en su inseparable radio que el Papa hizo un nuevo llamado a la paz y piensa: «¿Le dio ocupado como siempre, no?». En sus primeras vacaciones, el papá le pregunta, ante el ir y venir de las olas: «¿Y, Mafalda, qué te parece el mar?». «Hasta ahora, un indeciso». Un operario trae el cartel de «no funciona» para colocárselo a un teléfono público, mientras la niña

mira una piedrita. «¿Qué es eso, Miguelito?» «Una piedrita, ¿no es linda?» «Es una piedrita, no sé qué puede tener de lindo una piedrita». Y en el último cuadro ambos se alejan compartiendo un mismo globo de pensamiento: «Pobre…». Saramago le dijo a su creador

ca dentro de los pocos tesoros que nunca presto, y en el caso de hacer una excepción, sufro hasta que regresa como si hubiese entregado una parte de mí misma. Joaquín Salvador Lavado… le adeudo ternura, complicidad y maravilla. Tantas, que ni aunque pretendiera obsequiarle una selección de las viñetas que son mis principales balcones para otear el universo, como en la proyección de besos que Alfredo le armó a Totó en Cinema Paradiso, apenas alcanzaría para un único cuadro, ése en el que Mafalda se arrodilla

piensa: «creí que iba a colgárselo a la humanidad». Me despierto temprano y la recuerdo a Mafalda leyendo: «Al que madruga, Dios lo ayuda». Vuelvo a verla adelantando el despertador de su padre, acostándose feliz con un «¡Pavada de ayudante vamos a tener mañana!». Sonrío con la recomendación de su madre: «Voy al mercado y vuelvo. ¡No le abras la puerta a nadie, por más que llame, eh?». «Bueno… ¡Mamá! ¿Y si es la felicidad?». Estreno un par de zapatos y sobreviene aquella frase de Susanita: «Todo ha cambiado y el mundo es hermoso». Quiero imitar a ese Felipe de espaldas: «He decidido enfrentar la realidad, así que apenas se ponga linda me avisan». Y mi predilecta, la que siempre recorto y pego para tenerla cerca. Mafalda se acerca a Miguelito, que

en la Feria del Libro de Frankfurt: «Mafalda fue mi maestra de filosofía y debería ser de lectura obligatoria, pero no en los colegios: en las universidades». Quino se ruborizó. «Toda la saga de Mafalda y su mundo está en la galería de obsesiones de mi vida», dice Miguel Rep. Y mi agenda es la de Mafalda, con una tira por día durante todo el año para comenzar cada jornada con una reflexión que me sonríe y me hace sonreír. La cité en mis clases y en mis escritos hasta el hartazgo. Y junto a todo lo demás que hizo Quino, idénticamente genial, está delimitada en mi bibliote-

ante una flor para decirle «hola». Claro que la flor sería Mafalda y Mafalda sería yo. m

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Juan Marí Planells

La Era de las Tinieblas… La tierra estaba dividida y sin rey. En esos siglos perdidos surgió la leyenda de un mago Merlín, de la llegada de un rey, de la espada del poder». Así da comienzo la película Excalibur de John Boorman, cuyos personajes principales son el mago merlín y el rey Arturo. A lo largo de la historia hay una serie de ideas que se van presentando bajo distintas formas; siempre revestidas de un halo de misterio, se mueven entre el universo de lo real y un mundo mítico. Con el paso del tiempo, el mito, se ha definido de muy diversas e incluso contradictorias formas. Erróneamente se definió como una fábula o relato alegórico; sin embargo, los modernos antropólogos, en tiempos recien-

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tes, se refieren al mito como a una historia verdadera, que contiene una serie de realidades más o menos veladas, en un lenguaje metafórico y poético, la mayoría de las veces. Según algunos investigadores, su interpretación se puede realizar a través de hasta siete claves: la mística, la mítica, la psicológica, la histórica, la ética, la sociopolítica y la astrológica. Bajo este punto de vista, echemos un breve vistazo a un mito que acompaña al hombre desde sus orígenes: la leyenda del rey Arturo. Empecemos preguntándonos: ¿Por qué en plena Edad Media, entre los siglos XI y XII, se difunde a lo largo de Europa esta narración con tanta fuerza? ¿Por qué los escritores y artistas románticos se nutren de esta fuente mítica para construir muchas de sus obras? Y ¿por qué en los últimos cuarenta años ha habido tanto auge en la producción de películas, libros y cómics en torno al tema? Quizá la respuesta se halle en la naturaleza misma del ser humano. Pues de alguna manera el hombre necesita del mito, de un modelo ejemplar que le inspire y le alumbre en los momentos en los que no ve con claridad; y sobre todo, que lo eleve por encima de la cotidianeidad y la mediocridad, ya que los modelos y actitudes


ejemplares que contiene un mito están siempre por encima de lo meramente humano y se rigen por comportamientos arquetípicos. Arturo, por ejemplo, es el modelo ideal del rey: sabio, justo, cortés, valeroso, y en su reinado instaura el orden y la justicia junto a sus caballeros como paladines de esos valores. Es el héroe invicto en doce batallas, acompañado —como en las grandes epopeyas— por un maestro que le guía en sus primeros pasos. Este guía es el mago Merlín, prototipo del anciano sabio y conocedor de los secretos y las leyes de la naturaleza; además de druida, chaman y profeta. Según el antropólogo e historiador de las religiones Mircea Eliade, «En la Edad Media asistimos a un sobresalto del pensamiento mítico. Todas las clases sociales se atribuyen tradiciones mitológicas propias. La caballería, los oficios, los clérigos, los campesinos adoptan un “mito de origen” de su condición o su vocación y se esfuerzan por imitar un modelo ejemplar. El origen de estas mitologías es múltiple. El ciclo de Arturo y el tema del Graal integran, bajo un barniz cristiano, numerosas creencias célticas, sobre todo en relación

con el Otro Mundo. Los caballeros quieren rivalizar con Lancelote o Parsifal. Los trovadores elaboran una mitología de la Mujer y del Amor mediante elementos cristianos, pero sobrepasando o contradiciendo las doctrinas de la Iglesia»1 . En nuestro mito se repite, pues, un tema que nos acompaña desde el principio de los tiempos: la lucha del bien contra el mal, motivo que ya aparece en el Antiguo Egipto en forma del enfrentamiento entre Horus y Set. Asimismo, aparece la misma temática en la India, a lo largo de las páginas del Mahabharata, donde luchan los hermanos Pandavas contra sus ancestrales enemigos, los Kurus. En todos estos casos hay un elemento común: un poder oscuro que se alía con una fuerza invasora, trayendo consigo el caos y la guerra. Ante este asedio, el legítimo heredero debe esconderse, exiliarse o desaparecer, hasta que está preparado para hacer valer su legítimo derecho al trono, enfrentando a las fuerzas del caos y estableciendo de nuevo el orden, la justicia y la prosperidad en la tierra. Históricamente, no se ha podido demostrar la existencia de Arturo, aunque sí existen evidencias de un caudillo de características similares, que en el llamado «periodo oscuro» de la historia de Inglaterra, unificó a las tribus bretonas de origen celta frente a los anglos, jutos y sajones (los invasores de tierras germanas). No se sabe si era un rey o un señor de la guerra, que entre sus gestas contaba con la detención del avance de esas tribus invasoras, haciéndolas retroceder y propiciando con ello un tiempo de paz. También encontramos en esta versión alusiones a Merlin, Myrddin o Emris, que aparece como druida, consejero de reyes. También se menciona a Vortigern (el usurpador), a Aurelius Ambrosius, a Uther y, finalmente, a Arturo. Las leyendas en torno a los caballeros del rey

Izquierda: El Rey Arturo, tal y como lo imaginó el pintor Charles Ernest Butler.

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Arriba: La tentación de Perceval, pintada por Arthur Hacker.

Arturo son historias aisladas que en un principio no pertenecían al ciclo, pero que con el correr de los siglos lo fueron complementando. No hay que olvidar que los mitos se van enriqueciendo con el tiempo, ya que lo que buscan no es exactamente hablar de una realidad concreta. Como

bien dice Mircea Eliade, «el mito no habla de lo que ha sucedido realmente, de lo que se ha manifestado plenamente. Los personajes de los mitos son seres sobrenaturales». A esto añade en otro lugar que el mito es «una historia de inapreciable valor, porque es sagrada, ejemplar y significativa»2 . 16

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En la corte de Leonor de Aquitania, protectora de los trovadores, se unieron todas estas tradiciones de raíz celta y germana, convirtiéndose en un ciclo completo matizado por la visión trovadoresca. Por supuesto, detrás de toda esta mitología estaba la necesidad de crear modelos de conducta para los caballeros, esa nueva clase, recién surgida y que todavía adolecía de modales corteses. Al igual que sucedió en el Japón feudal con el código del Bushido, en Europa surgió el «Ideal caballeresco», que se fundamenta en las andanzas ejemplares de los caballeros de la Tabla Redonda. En ambos casos, estos códigos de conducta proporcionaron valores y modelos, sublimando y ennobleciendo el carácter de aquellos que los seguían. Por entonces, dentro de la historia de la leyenda, apareció la llamada «matière de bretagne» un conjunto de textos medievales que desarrollaban temas de origen britano de profundas raíces míticas. Allí encontramos también elementos relacionados con la iniciación y con el motivo de la partida del héroe hacia el inframundo, hacia aquel «lugar del que nadie puede regresar». Para llegar allí, según la tradición celta, era necesario que cruzara un río custodiado por un morador del lugar. Al impedirle éste el paso, debía


enfrentársele con valor, y así superar pruebas heroicas; motivo, sin duda, que nos recuerda la imagen griega del barquero Caronte, al que se le tenía que presentar un óbolo. El simbolismo es claro: para cruzar al otro lado siempre hay que dejar algo atrás, penetrando en un mundo desconocido y misterioso, al modo de Orfeo cuando desciende al país de los muertos en busca de su amada Eurídice. Es ésta también la prueba que Lanzarote debe superar, la búsqueda de La Reina Ginebra que ha sido raptada. Otro aspecto importante del mito es la búsqueda del grial. Este es un objeto extraordinario, que fue usado para curar a Arturo tras la caída en un letargo. Las circunstancias lo habían llevado a perder el objetivo y la «visión» de su ideal, hasta que uno de sus caballeros logró encontrar el Grial, propiciando con ello el restablecimiento del orden. Es común encontrar en algunos mitos la imagen del héroe que pierde la visión, como es el caso del dios egipcio Horus, que en combate contra Set (símbolo del desgaste de la vida y de la rutina) pierde su ojo. Aquí es Thot (el dios de la sabiduría) quien le otorga el Udjat, restaurando su visión interior. En paralelo, vemos en nuestro mito al rey Arturo bebiendo de la copa sagrada del Grial (símbolo también de la sabiduría) para poder recuperar la pureza y su estado anterior de lucidez3 . Es tras este episodio cuando vuelve a levantarse para enfrentar la batalla definitiva. En resumen, la búsqueda que realizan los caballeros de la Tabla Redonda se convierte en un camino iniciático plagado de pruebas, que sólo el más puro entre ellos logrará sortear. Por último, dentro de los paralelos simbóli-

cos que surgen con las diferentes visiones mitológicas, encontramos la relación de Merlín con Arturo y su correlato en la epopeya hindú del Mahabharata, la figura de Krishna frente los Pandavas. Se trata de un motivo frecuente dentro de las narraciones antiguas: el arquetipo del Maestro y el Discípulo. Tanto Merlín como Krishna son los ejes fundamentales de las respectivas historias; aunque no son los personajes principales, sí que aparecen en los momentos cruciales y van conduciendo los acontecimientos. Como vemos, es imposible no sentirse atraído hacia la historia que nos relata una película como Excalibur, o los numerosos libros donde aparecen las hazañas de Arturo y de sus nobles caballeros. Bien es cierto que todo mito narrado en un lenguaje simbólico y poético nunca nos deja indiferente, y nos aporta siempre algo esencial; pues la característica propia del símbolo es la de dar a cada observador un mensaje único, que cada uno percibe según su nivel de comprensión e intuición. m

Notas:

Mircea Eliade, Mito y Realidad. Ediciones Guadarrama, Madrid, 1968. 2 Ibid. 3 Al respecto del Grial en relación con la visión interior, según nos dice René Guenon, la leyenda es una adaptación de otra más antigua de origen celta: «El Grial es muy digno de atención: esa copa habría sido tallada por los ángeles en una esmeralda desprendida de la frente de Lucifer en el momento de su caída. Esta esmeralda recuerda de modo notable la urnâ, perla frontal que, en la iconografía hindú, ocupa a menudo el lugar del tercer ojo de Shiva». 1

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Francis J. Vilar Presidente de la Fundación Sophia

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eneralmente, cuando se habla de «Crisis Mundial», estamos acostumbrados a escuchar la expresión «Tercer Mundo» para referirse a aquellos países pobres que todavía no han alcanzado un mínimo nivel de desarrollo industrial, tecnológico y económico o aquellos otros que se hallan directamente hundidos en la miseria, con lo cual, ni están en el tercero ni en ningún otro mundo, porque no tienen nada. De hecho, esta forma de dividir a la humanidad en «mundos» forma parte del arrogante discurso racial, etnocéntrico y discriminatorio, típico de la época clásica del imperialismo europeo. A partir del pensamiento de ciertos intelectuales como Augusto Comte, la cultura europea dividió a la humanidad en tres mundos que se correspondían con tres razas: el primer mundo europeo de la raza blanca, el segundo mundo bárbaro de la raza amarilla y el tercer mundo salvaje de la raza negra. Más tarde el economista francés Alfred Sauvy usó el término «tercer mundo» en su artículo «Tres mundos, un planeta», para referirse a los países que no perte-

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necían a ninguno de los dos bloques antagónicos de la Guerra Fría, el bloque occidental formado por Estados Unidos, Europa Occidental, Japón, Canadá, Corea del Sur, Australia y sus aliados; y el bloque comunista integrado por la Unión Soviética, Europa Oriental y China. En este sentido, está claro que el «segundo mundo» desapareció del escenario histórico con la caída del muro de Berlín. Y ¿qué es lo que sabemos de cierto del «tercer mundo»? Que millones de personas en nuestro planeta padecen hambre y sed, carecen de techo bajo el que cobijarse, no tienen acceso a una educación elemental ni a una mínima sanidad básica, y la vida les niega el derecho fundamental que tiene todo ser humano a vivir dignamente del honrado fruto de su trabajo. Todos estos problemas, unidos a la imparable bomba de relojería que es la explosión demográfica, y al alarmante incremento de catástrofes naturales y conflictos armados, enmarcan el escenario de una tragedia mundial que afecta directamente a la mayor parte de los países de Asia, África y América latina, es decir, a las tres cuartas partes de seres humanos que habitan nuestro hermoso planeta azul. Pero el caso es que la raíz del problema no está en la escasez de recursos alimentarios, como a algunos expertos bien pagados por los holding multinacionales les interesa hacernos creer, sino más bien en el mal trato que infringimos a nuestro sufrido ecosistema, la pésima gestión que hacemos de las fuentes y recursos naturales que tenemos a nuestra disposición y de una tan injusta como miope distribución de la riqueza. Como botón de muestra basta decir que el 20% de la población mundial acapara el 90% de las riquezas; que el dinero de las tres personas más ricas del mundo supera el producto interior bruto de los 48 países más pobres del mundo, o que un único niño de cualquier país desarrollado, con-


sume en toda su vida lo que cincuenta niños de un país en vías de desarrollo. Mientras tanto, en los países más industrializados del hemisferio occidental, la Organización Mundial de la Salud ha calificado la obesidad como «la gran epidemia del siglo XXI», una enfermedad que afecta a más de 1.200 millones de personas, en su mayoría de los países ricos de occidente. En Estados Unidos por ejemplo más del 55% de la población padece sobrepeso y casi 1/3 obesidad. Sin embargo EEUU, siendo el país más rico del mundo, es el que menos ayuda concede para luchar contra el hambre, ya que destina tan sólo un 0’1% de su P.I.B. Si a estas cifras le añadimos que la ayuda alimentaria de emergencia ha descendido en los últimos años un 25%, a pesar del incremento de las crisis originadas por catástrofes naturales y conflictos armados, no nos queda más remedio que preguntarnos ¿la actual crisis que padece nuestra aldea global es una crisis de recursos, o más bien estamos ante una profunda crisis de conciencia y de valores humanos?, El problema no es tanto la escasez de recursos naturales como a simple vista pudiera parecer, ya que todos los estudios realizados dicen que la tierra posee recursos suficientes para abastecer a los 7.000 millones de ciudadanos que la habitan, sino en que los países que tienen mucho comparten poco o nada con los que prácticamente no tienen nada, pues incluso dentro de aquellos países del tercer mundo cuya miseria y pobreza afecta al 80 ó 90% de sus habitantes, los que nada les falta y les sobra de todo, no comparten con los que no tienen nada. En todos estos países, la desigualdad es tan tremenda que viven en una explosiva situación de crisis sociopolítica permanente ¿Y si no, cómo es posible que existan gobernantes y jefes de estado con súper jets privados, Rolls Royces chapados en oro, lujosas mansiones de ensueño, espléndidos yates, negocios multimillonarios y secretas cuentas bancarias de nueve cifras domiciliadas en paraísos fiscales? Es como si el mundo entero se hubiera vuelto loco. ¿Quién puede entender que mientras millones de seres humanos se están muriendo de hambre en el tercer mundo, en países de Europa y EE.UU. se arroje a la basura o se incineren periódicamente toneladas de alimentos por desacuerdos sindicales, porque hay que regular los precios de mercado entre la oferta y la demanda o por el exceso de producción agropecuaria? ¿Quién puede entender que del 75% del comercio mundial de armamento -tanques, aviones, buques, y mísiles- se realiza con los países del tercer mundo? ¿Que más de medio millón de niños en edad escolar estén combatiendo como soldados en los diversos conflictos armados que hoy se están desarrollando en más de 30 países del tercer mundo? ¿Que más de un millón de niños cada año estén siendo explotados laboral y sexualmente en condiciones infrahumanas? ¿Que en Asia, África y América latina se estén

comprando niños-esclavos por 14 dólares, con la promesa de educarlos en los países desarrollados? Niños a los que se les niega el derecho a ser niños para acabar siendo explotados en las redes internacionales de prostitución y pornografía infantil. Un negocio, según parece, tan lucrativo y multimillonario que según los datos facilitados por los organismos internacionales, constituye hoy por hoy, la segunda industria más rentable del mundo, después de la de fabricación de armamento. Mientras tanto, cada día mueren en el tercer mundo 30.000 niños menores de 5 años por causa de enfermedades que hubieran podido ser evitadas. Más de 1.000 millones de personas no tienen acceso al agua potable y 2.400 millones de personas carecen de instalaciones sanitarias básicas. Todos estos hechos, y otros muchos, que no queremos citar para no tener que seguir abundando en las «cifras de la vergüenza», deberían provocar en nosotros, como ciudadanos del cosmos, miembros de la familia humana y seres pensantes, una reflexión seria y responsable que nos ayude a ser un poco más humildes, un poco más éticos y un poco más conscientes de los devastadores efectos que está generando nuestra artificial forma de vida, tanto para nuestro planeta y para la maravillosa diversidad de criaturas que lo habitan, como para nuestra sociedad. Es hora ya de adoptar una actitud mucho más humana, más sensible, más respetuosa y solidaria, en contraposición a la arrogancia intelec-

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Augusto Comte, creador del positivismo y de la teoría que daría lugar a la concepción lineal de la historia y al mito del progrso indefinido.

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tual, la soberbia política, la prepotencia tecnológica y la funesta amenaza de las armas genocidas de destrucción masiva, de las que han estado haciendo gala los gobiernos de los países occidentales a lo largo de todo el siglo XX-XXI, con sus dos Guerras Mundiales, su Guerra Fría y su llamada «Guerra de las Galaxias». Tan pagado está hoy el hombre moderno de su alto grado de civilización, su avanzada tecnología y su confortable nivel de vida, que pese a que la mitad de la población mundial (2.800 millones de personas) viven por debajo del umbral de la pobreza (menos de 2 dólares al día) y mil millones de ellos en la más absoluta miseria (menos de un dólar al día), todavía se permite el lujo de creerse superior a los hombres de cualquier otra civilización pasada o presente, tachándolos de primitivos y atrasados, cuando lo cierto es que en otras civilizaciones como la del antiguo Egipto, el imperio de los Incas, la China de Confucio o la misma Roma, en las épocas de hambruna y malas cosechas se abrían los silos públicos del Estado para repartir el pan gratis a todos los ciudadanos necesitados, pues no podían considerarse a sí mismos como civilizados, si en el seno de su sociedad había gente que carecían de lo más necesario para sobrevivir. Urge por tanto un cambio de mentalidad, pues es cierto que nuestros logros científicos y tecnológicos han sido extraordinarios, pero teniendo en cuenta el alto precio que tantos millones de seres humanos están teniendo que pagar, por culpa del mito del «progreso ilimitado», cabe preguntarnos si vale la pena tanto sacrificio y si el problema de fondo de esta «crisis mundial» no está más dentro que fuera

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de nosotros, es decir, en nuestra mente, nuestra visión del mundo y nuestra forma de concebir y entender la vida. De hecho, si consideramos que nuestra moderna civilización occidental es la promotora del actual modelo de sociedad de consumo, que ha convertido el mundo en un gran mercado, donde todo se puede comprar y vender al mejor postor incluso la vida, la muerte, la dignidad o el sufrimiento de seres inocentes ¿no resulta obvio entonces que nuestra civilización se halla hoy profundamente afectada por una crisis espiritual de dimensiones verdaderamente alarmantes? Pues en última instancia ¿dónde está la verdadera causa de la grandeza o decadencia de las sociedades sino en el espíritu humano? Estamos tan alineados con el dinero que muchos creen que es el que hace la grandeza, cuando es tan sólo uno de los medios de los que se vale el espíritu humano, para poder plasmar su innato sentimiento de inmortalidad y grandeza en obras concretas. Para que exista excelenciay esplendor, lo que realmente hace falta es genio, talento, inspiración y entusiasmo, y esas son cualidades propias del espíritu, no del dinero, ni de la política económica o la tecnología industrial, que sólo son medios. Por eso cuando observamos el patrimonio cultural de la humanidad, vemos que todas las grandes obras maestras del arte, la filosofía, la literatura, la arquitectura y la música, han sido obras de inspiración mítica, mística o espiritual; desde las Pirámides y el Partenón, hasta la Capilla Sixtina o la Catedral de Notre Dame; desde la Victoria de Samotracia hasta el Discóbolo de Mirón; desde los Diálogos de Platón o el Romeo y Julieta de Shakespeare, hasta el Quijote de Cervantes; desde el Canto Gregoriano o las Cantatas de Bach, hasta el Réquiem de Mozart, la Novena Sinfonía de Beethoven o el Tannhäuser de Wagner. Y es que, como ya señaló Platón hace 2.500 años en su República, la grandeza, al igual que la justicia, el bien y la belleza, sólo pueden manifestarse en una sociedad cuando la mayoría de los hombres y mujeres que la integran tienen orientada


su existencia hacia aquellos valores intemporales que son propios del Espíritu, no de la materia. Y para que esto sea posible, es necesario que aquellos que gobiernan dicha sociedad sean no sólo sabios, sino también hombres de bien. Hombres honestos con elevados principios espirituales, con una ética que anteponga siempre el bien común al beneficio personal. Hombres cuya integridad esté por encima de su ambición, volviéndoles inmunes a la corrupción y al soborno... hombres buenos, incapaces de cimentar su prosperidad sobre la miseria de sus semejantes. No, evidentemente la causa de esta crisis mundial a la que ahora nos enfrentamos no es la escasez de recursos naturales, la contaminación medioambiental o la mala distribución de las riquezas, ya que éstas son tan sólo algunos de sus efectos. La verdadera causa es mucho más profunda y humana, originada por un incorrecto planteamiento de aquellos fines que orientan las estructuras de nuestra sociedad. Una crisis de conciencia y de valores derivada de un falso (por no decir monstruoso) concepto de la realidad. De una errónea cosmovisión materialista que nos dijo que el universo era una máquina ciega y despiadada guiada por el azar. Que la naturaleza era un escenario salvaje y hostil regido por la ley del más apto, en el que compiten todos los seres vivos, los unos contra los otros, y solo el más fuerte sobrevive. Y que ese animal inteligente llamado hombre, era en esencia un depredador nato, poco más que una bestia sin escrúpulos en la que por una pura casualidad biológica, prácticamente accidental, surgió ese atisbo de lucidez llamado conciencia. Pero lo más triste de todo es que nosotros nos lo creímos, como llevaba el inapelable sello del empirismo académico ¡nos lo creímos!... y de aquellos vientos ideológicos, estas furiosas tempestades que ahora azotan a nuestro mundo. Es evidente que hemos llegado a un «punto crucial», una crisis espiritual sin precedentes en la historia de la humanidad. Un punto sin retor-

no, cuyos alarmantes síntomas en todos los ámbitos de nuestra existencia debe conducir a replantearnos de nuevo nuestra visión del mundo, nuestros valores éticos, nuestros anti ecológicos medios de vida, nuestra despiadada explotación de los recursos naturales, nuestra tóxica tecnología industrial, nuestra insolidaria política internacional con los más necesitados, nuestra insaciable ambición económica y nuestra malsana obsesión consumista, en pos de alcanzar una utópica felicidad que jamás podrá nacer de la riqueza material… sino tan sólo de la riqueza espiritual. El mundo necesita urgentemente un cambio de paradigma, una inspirada visión del mundo que sea capaz de volver a dibujar en el cielo de nuestras conciencias el luminoso horizonte de un nuevo mañana. Una nueva cosmovisión del universo, la naturaleza y el hombre, que esté cimentada sobre aquellos valores atemporales que no dependen de los intereses creados, las cambiantes corrientes de opinión, ni las modas del momento porque pertenecen a la esencia misma del espíritu humano. Hace falta una nueva mentalidad más abierta, creativa, elevada, sensible, tolerante, respetuosa, ética y, por qué no decirlo, ¡Mágica!... Y como consecuencia natural de todo ello un nuevo modelo de convivencia que esté basado en la concordia, la cooperación, la integración, la solidaridad, la tolerancia, y el respeto hacia todas esas formas de vida, que caminan hermanadas con nosotros en este extraordinario viaje existencial que es la Vida Una.m EL MUNDO DE SOPHIA

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La visión con la que percibimos el mundo Antonio Marí Planells Máster en Psicología Gestalt Integrativa

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acer uso del sentido de la vista no siempre implica que veamos en su totalidad las cosas que suceden. Ver es, más que nada, una percepción de la mente. Hay personas que por mucho que miran no ven, mientras que otros, sin embargo, con una sola mirada lo ven todo. El sentido de la vista es una capacidad y ver es un don. Ver, en su expresión más amplia, abarca la apreciación de superficie que se queda en la piel de las cosas, traspasa el aspecto formal y comienza a percibir realidades intangibles y subjetivas. Podríamos hablar tres tipos de visión: la física, la psicológica y la espiritual. Si fuéramos cámaras fotográficas, ver sería abrir el diafragma, y salvando las diferencias por la calidad que proporciona la técnica, las fotos que saldrían de dos máquinas diferentes serían prácticamente idénticas. Pero precisamente las máquinas no pueden ver, porque el ver al que me refiero, necesita de algo tan humano como es la conciencia. Desde los ojos físicos se mira, desde el alma se ve o no se ve, dependiendo del 22

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uso que hagamos de las cualidades que acompañan a la conciencia: comprensión, recuerdo, intuición, reflexión, imaginación, etc. Al contacto con las diarias experiencias, nos demos cuenta o no, se van produciendo infinidad de movimientos en nuestro interior; surge un sinnúmero de sensaciones, emociones y pensamientos. A veces estamos contentos y otras tristes, eufóricos y deprimidos; a veces dudamos y otras tantas tenemos certezas. De ahí la importancia de aprender a ver con el ojo de la conciencia, de despertar la capacidad de la auto observación y de saber identificar nuestros estados mentales y emocionales. Conocerse a sí mismo comienza por saber reconocer las cosas que experimentamos por dentro. La conciencia está constantemente afectada, atraída y modificada por el tono de estos estados. Este es uno de los motivos de por qué tantas veces los seres humanos no se ponen de acuerdo con lo que ven. Dos personas mirando el mar pueden estar, una triste y deprimida, mientras que la otra alegre


y entusiasta. Para esto basta que a la primera el mar le recuerde una experiencia negativa, como la pérdida de un ser querido engullido por las olas, y para la segunda sea el lugar asociado a sus momentos de inspiración, de largos paseos felices, de paz interior. No sólo hay una manera de ver, el mundo se puede ver de tantas formas diferentes como personas y estados de ánimo existen. Los seres humanos no somos máquinas, y nos ocurre que al mismo tiempo que miramos a nuestro alrededor, muy lejos de ser objetivos, añadimos nuestra subjetividad psicológica. Pero, ¿hay alguna causa, a parte de los estados de ánimo, que induzca un modo u otro de ver la vida? Yo creo que sí. Una de las cosas que más nos influencia es la cosmovisión general de la sociedad en la que nacemos y, no menos importante, nuestra historia personal. La cosmovisión que tiene un ser humano es el paradigma mental que le explica la realidad: qué es la vida, qué es el hombre, cuál es el sentido de la existencia, qué pasa cuando morimos, cuáles son las leyes y principios que rigen la vida, qué es la realidad, etc. La cosmovisión nos prepara (anticipa) para ver el mundo y la experiencia humana de una manera específica; tiñe toda la realidad de un color predeterminado. Cada cosmovisión promueve una escala de valores, lo que está bien y lo que está mal, orientando la proa de nuestra existencia hacia aquello que merece la pena vivir y descartando lo que no. Por ello son tan diferentes las cosmovisiones de Oriente y Occidente, la de una persona materialista y otra religiosa, la de un egipcio antiguo y un moderno europeo. La historia personal también afecta nuestra manera de ver el mundo. El modo en el que se experimentan las vivencias desde niño nos posiciona ante ellas. Los valores y las costumbres que nos trasmitieron o no las familias, cómo vivenciamos el amor, el esfuerzo, la frustración, la amistad, el trabajo, la espiritualidad, el dolor… Cada episodio ha ido dejando huellas que nos condicionan para ver una misma realidad de maneras diferentes. Por poco que echemos un vistazo a nuestro alrededor, encontraremos hechos cotidianos: una discusión con un amigo,

una separación, un trabajo que nos ha salido mal, la rueda del coche pinchada, un café derramado sobre nuestra camisa blanca, un despido, una situación de crisis económica, etc., suelen inducir estados de ánimo negativos y con ellos una visión negativa de la vida. Sin embargo, existen alternativas a esta visión oscura de los hechos, por muy dolorosos que sean para el que los padece. Otra persona más cultivada internamente, con un mayor bagaje espiritual, podría ver detrás de la crisis, detrás del despido, de la bronca, de la separación, del robo de la cartera, en fin, detrás de esas cosas tan terribles, un sinnúmero de posibilidades, pues tenemos la capacidad de cambiar esta percepción por otra más luminosa. Se trata, por ejemplo, de no ver lo que hemos perdido, sino las muchas cosas que podemos ganar, aquello que hemos aprendido, lo mucho que nos dio la vida; y de ver al futuro como una oportunidad para crecer, para superarse, para salir de nuestro espacio de comodidad. Existen otras maneras de encarar la vida, no quedándose aferrado por los «aparentes» hechos adversos, por esas cosas que generalmente no nos esperábamos, que no estaban en nuestros planes, que no nos apetecían, o que no son de nuestro agrado. Existen otras formas más am-

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plias y constructivas de ver la vida, en las que descubrimos que detrás de los acontecimientos, si conseguimos desapegarnos, se abre un enorme abanico de oportunidades que por nuestro exceso de miedo o comodidad podemos desaprovechar. Podemos transformar la visión nefasta de dificultades y obstáculos por la de entrenamiento y capacitación. Como decía el poeta Amado Nervo en su poema «Fides», los obstáculos nos sirven para aguzar las armas, el imposible para vencerle, la barrera de los hipódromos, para que la salten los corceles. El que tiene una visión negativa, cuando encuentra un muro o una valla, se para y maldice, se queja y se lamenta de su suerte. La actitud del que, por el contrario, tiene una visión más amplia y luminosa, es superar la valla, pues al saltarla es cuando descubre el valor que antes no veía.

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Séneca, el filósofo romano, decía también que los obstáculos hacen crecer más rápido, ser más fuerte, más resistente y capaz a los seres humanos; por eso, decía que aquellos que en sus vidas tienen más dificultades, son los que la providencia ha elegido para una vida mejor. En la misma línea, un antiguo cuento zen hablaba de un célebre samurái que había caído en desgracia. Su Shogun le repudió y todo le salía mal. Parecía que la vida había conspirado contra él. Pero su madre, al verlo en aquel lamentable estado, le contó la ancestral creencia de que cuando la vida quiere encomendar algo importante a un ser humano, primero tiene que probar su fe y su capacidad. De igual forma que el atleta que quiere llegar a la élite, o el aprendiz que desea ser intérprete musical, en cualquier gran reto que nos propongamos tendremos que enfrentarnos con la visión limitada y limitante de nosotros mismos. Es necesario, pues, descubrir esta otra visión, la visión interior, simbolizada por los egipcios con el Udjat —el ojo de Horus— y por los hindús con el «ojo de Shiva», un ojo que ilumina y percibe al mismo tiempo. Nosotros le llamamos conciencia, esa capacidad del Ser que nos permite ver en los tres mundos: el físico, el psicológico y el espiritual. Cuando la conciencia queda atrapada en las ilusorias redes de lo momentáneo y efímero, de lo cambiante y perecedero, se tiñe de los miles de colores en los que se descompone la luz blanca al traspasar un prisma. Si nos identificamos con el cuerpo, somos el cuerpo; si nos identificamos con un estado de ánimo, somos ese estado; si nos identificamos con un pensamiento, somos ese pensamiento… Cuando la conciencia ilumina la realidad sin apego, sin identificación, comprende sin ser modificada por la experiencia. La conciencia es como un espejo, puede reflejar todas las cosas, manteniéndose limpia y transparente. m


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La filosofía No-Dual del Vedanta Advaita Elena Machado Licenciada en Filosofía

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a filosofía no-dual es hoy una filosofía de la que se está hablando mucho, pero, ¿de qué se trata? ¿Es lo mismo unidad que no-dualidad? Cuando se habla de «no-dualidad» se está tratando de conceptuar algo que es, en sí mismo, inexplicable: la vivencia íntima de una verdad que alude a que, más allá de la multiplicidad del mundo manifestado, la Realidad es no-dual. Cualquier separación que podamos apreciar entre el Ser y el mundo, entre «yo» y «los otros», es un engaño de la mente, un error perceptivo, una ilusión. Nos advierten los más grandes pensadores no-dualistas que esta afirmación no es algo que se pueda «comprender» con la razón, sólo se puede vivir desde lo más íntimo de nuestro Ser. Son muchos los filósofos y místicos, tanto de Oriente como de Occidente, cuyo pensamiento muestra una clara concepción no-dual de la Realidad. Como botón de muestra, tenemos a Heráclito, Plotino, el maestro Eckhart, Spinoza, Schelling, Emerson, Heidegger, Aldous Huxley, Alan Watts, Khalil Gibran, Lao Tse, Nagarjuna, Ramana Mararshi, 26

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Byron Katie, Eckhart Tolle, Gangaji, Ken Wilber, Nisargadatta, Mónica Cavallé, etc. Son tantos los pensadores que se nutren de una visión no-dual de la existencia, como los nombres con que las distintas tradiciones aluden a la realidad fundamental que hay más allá de las formas: Vacío, Brahmán, Conciencia pura, estado de budeidad, Tao… No obstante, dentro de las tradiciones sapienciales no-duales, destaca por su pureza y profundidad, y por sus raíces milenarias, la del Vedanta Advaita. Cuentan los relatos más ancestrales hinduistas que los ṛṣis o «videntes» de las primeras edades, consignaron en los Vedas la verdadera naturaleza de la realidad última. De estos textos sapienciales, pertenecientes a la desaparecida religión védica, se nutren todas las escuelas y doctrinas que constituyen el hinduismo. De este modo nos encontramos con que, dentro de la literatura hinduista, existen dos tipos de textos: la sruti («lo escuchado»), y la smriti («lo recordado»). El primer término alude precisamente a todos aquellos textos revelados por la divinidad a una serie de sabios


Pintura que representa a un rsi, o vidente, recibiendo de una divinidad, los Vedas.

que se convertirían en puente entre los dioses y los hombres, y el segundo se refiere a todos los demás textos hinduistas. La sruti está formada por los cuatro Vedas atribuidos al sabio Vyasa, a los que con el tiempo se incorporarían tres textos más, siendo el último de ellos las Upanishad. Éstas ahondan en los aspectos específicamente metafísicos de los Vedas. Se trata de escritos profundamente místicos que dan voz a elevadas intuiciones y vivencias acerca de la íntima relación entre alma y materia, sobre la naturaleza o Ananda de lo divino, o sobre la mística inherente a la Realidad. Las Upanishad son denominadas «Vedanta» porque constituyen el fin de los Vedas, y como nos dice Mónica Cavallé «Con el tiempo, esta expresión —«fin de los Vedas»— llegará a aludir no sólo a una mera cuestión de localización («fin» entendido como «final»), sino que adquirirá el matiz de «fin interno», finalidad u objetivo de los Vedas»1 . El término «Vedanta» alude también a una de las principales escuelas ortodoxas clásicas de la India, cuya doctrina se centra de forma especial en la identidad Atman-Brahmán que aparece en el pensamiento upanishádico. Además de las Upanishad (sruti o sabiduría revelada) las fuentes nutricias del Vedanta son el Bhagavad Gita, perteneciente al gran poema épico Mahabharata (smriti o tradición recordada), y el Vedanta-sutra (nayaya o conocimiento filosófico). Los Brahma-sutra o Vedanta-sutra son unos textos casi ininteligibles pertenecientes a la tradición oral que darán nacimiento a distintos sistemas de pensamiento. Las dos principales sub-escuelas Vedanta son la Vedanta advaita y la Visista advaita. La primera posee una doctrina

estrictamente no-dualista; la segunda ofrece una forma más teísta, más adaptable como forma religiosa. Uno de los alicientes que posee el Vedanta advaita, y que lo ha hecho especialmente llamativo para los estudiosos occidentales, es que tiene mucho de pensamiento filosófico que trata de iluminar una serie de conocimientos altamente metafísicos encriptados en los Vedas. Otro importante atractivo es que, como bien señala Mónica Cavallé, «El Vedanta Advaita es una sabiduría “viva” cuyos transmisores se han continuado hasta el presente sin interrupción. Nisargadatta es uno de los representantes que nos es más cercano en el tiempo. Interesa además porque su pensamiento se articuló básicamente a través de los diálogos que mantuvo con sus numerosos visitantes, de entre los cuales un número destacado eran occidentales, acerca la esencia

Un fragmento del Rig Veda

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Vyasa, el compilador de los Vedas.

del Advaita al lenguaje y a las inquietudes del hombre occidental contemporáneo»2 . La filosofía advaita se podría resumir en una sola sentencia: «Todo es uno». La Realidad última de todo es no-dual o no-dos. Todo es Brahmán. Esta filosofía no habla de una unidad más allá de la dualidad, o más allá de la multiplicidad. No, la multiplicidad no tiene realidad, la Realidad es «Uno sin segundo». Brahmán es la única realidad, no existe él y el mundo manifestado como algo diferenciado, con algún tipo de límite, de separación. Brahmán y Atman (el fondo último del yo) son esencialmente idénticos. De hecho, el corazón de esta doctrina es precisamente nuestra naturaleza esencial, un viaje que nos conduce

Nisargadatta, Sabio y erudito, en materia de la Vedanta Advaita.

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a lo más profundo de nuestro yo para que, posicionados desde ese centro, experimentemos el éxtasis del Ser (Ananda), el amor incondicional que brota al tomar conciencia de que, sustancialmente, todos somos idénticos. «En la no-dualidad todas las cosas son idénticas, no hay nada que no esté contenido en ella. Los sabios de todos los lugares han accedido a este principio cardinal». «Si el ojo no duerme, los sueños se desvanecen por sí mismos. Si el espíritu no se pierde en las diferencias, las diez mil cosas no son más que identidad única. Todas las oposiciones son frutos de nuestra reflexión». (Hsin-sin-ming) Esta idea tiene una importante repercusión filosófica: si Brahmán es Todo y es «Uno sin segundo», es decir, si no existe ningún tipo de diferenciación ni en la esencia ni en la forma, esto sólo es posible si la multiplicidad del mundo que vemos es un error perceptivo. O, lo que es lo mismo, nuestra mirada es la que divide la Realidad en múltiples fragmentos, es nuestra avidya (ignorancia) la que crea un mundo dividido y separado. A este respecto nos dice Nisargadatta: «Usted da tan por sentada la dualidad que ni siquiera se da cuenta de ello, mientras que para mí la variedad y la diversidad no crean separación. Usted imagina que la realidad está separada de los nombres y las formas [nama-rupa], mientras que para mí los nombres y las formas son las expresiones siempre cambiantes de la realidad y no algo separado de ella. Usted pide la prueba de la verdad mientras que para mí toda la existencia es la prueba. Usted separa la existencia del Ser y el Ser de la realidad, mientras que para mí todo es uno»3 . Brahmán, el Todo, lo Absoluto, no es unidad más allá de la diversidad, es no-dual, de modo que puede asumir la multiplicidad del mundo sin que ésta suponga una limitación, y sin hacer del mundo un reflejo imperfecto de él. La multiplicidad es expresión dinámica de Brahmán, y por ello puede haber distinción sin separación.


Escena del Mahabarata

La expresión, la distinción formal, puede dar lugar a opuestos, pero nunca a verdadera oposición. Para entender esto mejor recurramos nuevamente a Mónica Cavallé: «Brahmán no es el Ser, del que se ocupa la ontología, que se opone al No-ser; no es lo espiritual que se opone a lo material, ni lo sagrado opuesto a lo profano; no es la Causa primera de la filosofía o de la teología, pues ésta se distingue de su efecto. No está por encima ni por debajo de nada»4 . Si nuestra realidad profunda es Atman/Brahmán, a Brahmán no es posible conocerlo, sólo cabe serlo. No podemos convertirnos a nosotros mismos en objeto de conocimiento, y dado que Brahmán lo es Todo, es imposible distanciarse para observarlo objetivamente. Como sujetos sólo podemos vivir nuestra realidad. El único camino, y ése es uno de los más hermosos legados de las filosofías no-duales, es reconocer ese Vacío luminoso, que intuimos cuando derivamos nuestro foco de atención hacia nuestro propio interior,

como el núcleo de la propia identidad. Quien conoce a Brahmán se convierte en Brahmán. Vacío, nada, silencio…, su importancia radica en que es justo ahí donde podemos saborear el íntimo latido del corazón del universo, de nuestro propio corazón. Es en el silencio donde nace el sonido, es en el vacío donde se corporizan las formas, es en la nada donde todo es posible, a modo de simiente de millones de estrellas que están por nacer. En ese silencio, en ese vacío, en lo profundo hallamos la luz de Brahmán que nos traspasa y purifica nuestra visión. Abrimos nuevamente los ojos y vemos la Realidad tal cual es: Maravillosa. m

Notas:

Mónica Cavallé. La Sabiduría de la no-dualidad. Kairós, 2008. 2 Ibid. 3 Nisargadatta Maharaj, Sri. Yo soy eso. Sirio, 1988 4 Op. Cit. 1

Tú no estás en el Universo, es el Universo el que está dentro de ti. Nisargadatta EL MUNDO DE SOPHIA

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El Rincón del Principito er c a n ca i f i n g ía si r r e i v S i •V e. t n e o m lenta ado cómod • e i h s a s m a e d alm n o c . contar y derechas chas

Conocer una verdad es tal vez contemplarla en silencio.

ta. s u s a s o on d i c o n lo, o l c e s e a d s o o l am t Solo n e r f n e o s d o o t n e o r t b n o En cua desconocido, s y d r a e d s e i e r e d s on deja c s o m a rv si lo obse erspicacia. p

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EL MUNDO DE

No podemo s prever qu é es importante en la vida. La alegría más hermo sa se experimen ta siempre cuando menos se l a espera.

n más o c z e v a d a c o d n ie Fui comprend a las r a h c u c s e e b e d e s claridad que no rlas. e d n te n e o in s , s a n o pers


Fragmentos Literarios Soliloquio de Sejismundo La vida es sueño de Calderón de la Barca Sueña el rey que es rey, y vive con este engaño mandando, disponiendo y gobernando; y este aplauso, que recibe prestado, en el viento escribe, y en cenizas le convierte la muerte, ¡desdicha fuerte! ¿Que hay quien intente reinar, viendo que ha de despertar en el sueño de la muerte? Sueña el rico en su riqueza, que más cuidados le ofrece; sueña el pobre que padece su miseria y su pobreza; sueña el que a medrar empieza, sueña el que afana y pretende, sueña el que agravia y ofende, y en el mundo, en conclusión, todos sueñan lo que son, aunque ninguno lo entiende. Yo sueño que estoy aquí destas prisiones cargado, y soñé que en otro estado más lisonjero me vi. ¿Qué es la vida? Un frenesí. ¿Qué es la vida? Una ilusión, una sombra, una ficción, y el mayor bien es pequeño: que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son.


F

Sophia Para todo estudiante de la Sabiduría antigua y de los nuevos paradigmas de la ciencia su libro El Tao de la Física constituye un gran referente. ¿Podría contarnos de dónde provino la inspiración para escribir este best seller? Joan Mascaró, Orientalista y Sanscritista mallorquín, por el cual Fritjof Capra se sintió inspirado.

undación

Fritjof Capra Me formé como físico y también estudié en Viena y obtuve el doctorado en 1966. Luego, en 1967, me mudé a París y tuve un trabajo en la Universidad de París durante dos años entre el 67 y el 68. En ese tiempo, los años 60s, había un gran interés en la filosofía oriental. Los lectores mayores recordarán que George Harrison se fue a la India, consiguió una cítara y empezó a tomar clases con Ravi Shankar. Había

mucho interés en la filosofía de la India, en el Budismo, en el Budismo zen. En 1967 leí el Bhagavad Gita en 32

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una traducción de Juan Mascaró, originario de Mallorca. En este tiempo no sabía que él provenía de Mallorca, pero ése fue mi primer contacto con la filosofía de la India. De esta forma, el cambio decisivo de mi vida, de ser un físico que sólo practica la física, a convertirme en un escritor que habla sobre temas filosóficos y científicos, vino a través del libro de Juan Mascaró, de su traducción del Bhagavad Gita. Posteriormente profundicé en el estudio de la filosofía hindú y del Budismo zen y encontré, casi desde el principio, que aquellas ideas de la filosofía hindú tenían algunas similitudes fundamentales con los conceptos de la física moderna; entonces empecé a practicar meditación y Tai Chi (con lo que aún continúo), y así, después de algunos años sentí que quería escribir sobre ello y empecé por unos artículos y luego, en 1975, publiqué El Tao de la Física. Esta fue, a grandes rasgos, la influencia. F. S. ¿Era usted consciente del impacto que este libro tendría para los lectores?, y ¿cuál es el eslabón que le condujo del Tao de la Física hasta la preocupación por la ecología, reflejada en el libro Punto crucial? F. C. Cuando El Tao de la Física se publicó en 1975 tuvo mucho éxito, casi desde el principio. Creo que la razón es que se trataba de una idea acorde con en el espíritu de aquella época, y yo estaba allí en el momento oportuno para expresar algo que muchas personas sentían. Lo sé porque en los años posteriores di muchas charlas y fui invitado a numerosas conferencias en todo tipo de ámbitos profesionales. A menudo, la gente


me decía que sentía de igual forma y que se alegraba de que yo le pusiera palabras en el libro. También me dijeron que este cambio de conceptos y valores (conocido hoy como el cambio de paradigma), se produjo también en muchas otras ciencias. Me interesé, entonces, por esas otras ciencias y en mi segundo libro exploré el mismo cambio de paradigmas que había ocurrido en el campo de la física en los años 20’, pero relacionado ahora con lo que sucede en el campo de la biología, de la medicina, de la economía y otras ciencias. Pero debo decir que el interés por la ecología proviene también de mi infancia, pues crecí en Austria en una granja. Pasé los diez primeros años de mi vida

en una granja, corriendo descalzo al menos dos meses cada verano, y yendo a pie a la escuela a lo largo de cuatro kilómetros, a menudo también descalzo (tenía zapatos, pero iba descalzo. Tuve un conocimiento muy cercano de las plantas, las flores, los vegetales y los árboles, y así adquirí una conciencia ecológica general en aquella granja de mi infancia, lo que considero también como una gran influencia. Mi aproximación al «pensamiento sistémico» fue diferente, y realmente no puedo decir cómo empecé a pensar en términos de relaciones y patrones. En efecto, lo que aprendí de la física cuántica y la teoría de la relatividad es que el mundo material no es una reunión de bloques de construcción, sino que es una red de interrelaciones. Por lo tanto, para comprenderlo, debemos pensar en términos de patrones y relaciones. ¿Cómo he adquirido esta capacidad? Realmente no lo sé. Pero se ha convertido ahora en mi «segunda naturaleza», es la forma como pienso, conectando siempre las cosas a través de diferentes disciplinas y campos. F. S. Si tuviéramos la posibilidad de hacer cambios reales en el plano social y político, de manera que podamos trabajar para la consecución de una sociedad sostenible, ¿qué objetivos se deberían promover? F. C. En primer lugar, creo que debemos comprender lo que significa el principio de sosteni-

Un instante de la entrevista realizada por la Fundación Sophia.

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bilidad. Siempre comienzo con esto cuando hablamos de estos temas. Una sociedad sostenible es aquella que está diseñada de tal manera, que su forma de vida, su economía, su tecnología de negocios, etc., no interfieren con la capacidad de la naturaleza para mantener la vida: este es el punto crítico. La naturaleza tiene una capacidad inherente para sostener la vida, pues lo ha hecho durante más de tres mil millones de años, por eso debemos cooperar con la naturaleza, respetarla y no interferir con los procesos que sustentan la vida. Ahora bien, si es eso lo que queremos, lo primero que debemos hacer es entender cómo funciona la naturaleza para sostener la vida. Este conocimiento es lo que llamo eco-alfabetización: hablar el lenguaje de la naturaleza, saber leer y escribir sobre ecología. Por lo tanto, debemos entender, por ejemplo, que en un ecosistema no hay residuos sólidos, que lo que es residuo para una especie es comida para la siguiente, por lo que circula continuamente a través del ecosistema. Debemos también comprender que la diversidad garantiza resistencia; que la energía que rige los ciclos ecológicos fluye desde el Sol. Estos son, pues, los principios básicos de la ecología; por eso, cuando contamos con la ecoalfabetización podemos aplicarla para rediseñar nuestra sociedad, el llamado «eco-diseño» o «diseño ecológico». Estos son, entonces, los dos pasos básicos: eco-alfabetización y eco-diseño. F. S. Muchas culturas antiguas vivían en armonía con la naturaleza y tenían incorporada una visión ecológica del mundo, como los indígenas americanos, por ejemplo. ¿Cómo concebiría la sociedad actual si se fundamentara en un verdadero sistema ecológico y espiritual? 34

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F. C. En primer lugar, permítame decir que existen dos formas de llegar a ser ecológicamente alfabetizados: lo que yo escribo y enseño es una vía científica para estudiar ecología, y también para salir a la naturaleza y experimentarla. Por otro lado, se puede estudiar la sabiduría de las tradiciones indígenas y las sociedades tradicionales que, como usted bien dice, estaban muy próximas a la naturaleza y a desarrollar un estilo de vida de acuerdo con ella. Podemos aprender de ellos. En el Centro de Eco-Alfabetización de Berkeley hacemos ambas cosas, llevamos a los niños a la naturaleza, a un jardín de la escuela, a un arroyo o una playa para que estudien los ecosistemas y aprendan ecología de esta forma. Sin embargo, también trabajamos con líderes de pueblos nativos de Norte América con el fin de copiar algunas cosas de sus métodos de enseñanza; así podemos hacer ambas cosas. De esta forma, una sociedad ideal sería, entonces, aque-


lla que aplicara estos principios de ecología. Por ejemplo, que no tenga ningún tipo de residuo, en la que todo sea reciclable y los instrumentos tecnológicos se diseñen de tal manera que, por ejemplo, cuando usted compra una fotocopiadora, no sea propietario de la máquina, sino que compre el servicio, y al final de su vida útil, cuando quiera una nueva, se la devuelva al fabricante. Él tendría la obligación de recibirla de vuelta, porque sigue siendo el propietario, y de desmontarla y reciclar o reutilizar todo. Esto significa que las máquinas serían diseñadas de tal forma que puedan ser fácilmente desmontadas, para volver a utilizar. También, se diseñarían las cosas sin toxinas: por ejemplo, actualmente en las casas donde hay alfombras o muebles, muy a menudo se utilizan productos químicos tóxicos por distintos motivos; esto se eliminaría. Creo que el cambio más importante sería en el campo de la economía, donde las personas ahora están obsesionadas con la idea de un crecimiento indefinido, de una economía que crece, crece y crece. Cuando miramos a la naturaleza en el ecosistema, las cosas crecen también, pero no todo al mismo tiempo. Algunas plantas y animales crecen, mientras que otras decaen y mueren, y los elementos y recursos son liberados y contribuyen a un nuevo crecimiento. Entonces en la economía humana algunos negocios crecerán, otros decaerán, y con el fin de averiguar cuáles deben crecer y cuáles disminuir, debemos aprender a distinguir entre un buen y un mal crecimiento. El buen crecimiento lo constituirían los productos y servicios ecológicamente responsables. El mal crecimiento sería las reservas de combustibles fósiles y cosas como esa, y esto es lo que yo llamo un cambio de crecimiento cuantitativo a cualitativo. Por lo tanto, debemos pasar desde la cantidad a la calidad. F. S. El antiguo sistema mecanicista, el empirismo, el positivismo, etc., están todavía influyendo la educación y la conciencia de la sociedad en general, cuando, en realidad, el nuevo paradigma ha ofrecido respuestas y una conciencia más coherente como la «hipótesis Gaya», los «campos morfogenéticos», la «teoría del orden implicado», etc. Por lo tanto, ¿qué cosas cree necesarias para que el nuevo paradigma se pueda incorporar en la educación, en los libros y en

la conciencia de nuestra sociedad? F. C. Bueno… Me he pasado ya unos cuarenta años explicando, debatiendo y promoviendo el nuevo paradigma. He escrito varios libros después de El Tao de la Física, cinco libros más, y he fundado junto con algunos amigos esta organización, el Centro de Eco-alfabetización, en la que formamos a los profesores para enseñar el nuevo paradigma, el pensamiento sistémico y la ecología. En los últimos cinco años he escrito, junto a una colega en Italia, un libro de texto que se llama La visión sistémica del mundo, y será publicado por Cambridge University Press el año que viene. Estoy tratando de producir el máximo impacto a fin de cambiar las cosas en las escuelas, y, como puedes ver en este simposio en Pollensa, ya las cosas están cambiando, pues tenemos varios cientos de maestros que vienen aquí cada año por este fin de semana, y lo han hecho durante varios años. Ellos están cambiando las cosas en las escuelas de Mallorca y eso también es realidad en otros países. Así que, me siento bastante optimista. m

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Victor Vilar Licenciado en Filosofía

A

todos nos gusta que nos cuenten una buena historia. De los cuentos, las leyendas y las fábulas siempre extraemos algún que otro mensaje que puede ser útil para el día a día. Nos sentimos representados por los personajes de la leyenda, imaginándonos, de una forma u otra, que somos nosotros mismos esos héroes o heroínas, príncipes o princesas... Nos proyectamos en ellos enfrentando grandes obstáculos y superando difíciles pruebas; nos sentimos oprimidos y a la vez superhombres que reclaman justicia, como si el cuento hablase de una dimensión interior en la que nos vemos reflejados. Hay algo de alegórico en todo esto. El sentido metafórico de esa dimensión fabulosa y fantástica no pasa desapercibido. Sin embargo, aparte de lo alegórico de toda leyenda o cuento, y de lo instructivo que puede ser una narración popular, hay un tipo de relato que sobresale de entre todos por su valor destacado, por su 36

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amplio y rico contenido que trasciende el simple hecho de lo simbólico: el mito. A lo largo de la historia, el valor que el hombre ha dado a los mitos ha ido variando en función de la percepción que se tenía de ellos. Si nos remontamos a la antigüedad, veremos que los mitos tenían la función de transmitir todo el conocimiento de generación en generación. En una tradición oral eran precisamente estas «historias» las que pasaban de boca a oído, guardando el acervo cultural de todo un pueblo. «Mito» equivalía a «conocimiento»: aquel que conocía los mitos era un hombre sabio. Y a través de ellos conocía también el origen del universo, las causas y porqués de los dioses, y la génesis de cada una de las tradiciones más importantes de su pueblo. Conocer y «participar» de un mito era equivalente a ser coetáneo con las fuerzas que pusieron en marcha al universo y a esa cultura. Con el correr del tiempo, el valor de los mitos varió hasta verse equiparados con la simple


leyenda o el cuento fantástico. Las mitologías de todas las culturas fueron menospreciadas y tratadas de ficciones pueriles, propias de un estadio ingenuo de la cultura, un tiempo supersticioso o simplemente infantil. No obstante, durante el siglo XX el mito vuelve a reivindicar su papel como transmisor de un saber para-racional. La antropología de lo sagrado (Rudolph Otto, Mircea Eliade, etc.); las valoraciones de los símbolos y arquetipos de la psicología (Carl Gustav Jung); y las nuevas aportaciones en simbología (Karl Kerenyi, entre otros) han explicado, mediante un discurso racional y científico, el valor transformador del mito, no sólo en tanto relato sino como a un metarelato simbólico de la vivencia del ser humano universal. El discurso mítico (mito) es diferente al racional (logos), pero en modo alguno inferior a él; tampoco superior. Simplemente son dos clases diferentes de discurso. El logos atiende a la razón y al consciente, el mito a la emoción y al inconsciente. Solamente desde la compresión de su verdadera dimensión, podremos descubrir el valor de los mitos. Pienso que para posicionarnos en este valor del mito es útil conocer el proceso a través del cual éste quedó eclipsado por el logos. Tal vez, comprendiendo este injusto desplazamiento, descubriremos que tanto mito como logos son dos aspectos o caminos para alcanzar un conocimiento más amplio del mundo real. La palabra «mito» proviene del término griego mythos, y no tiene equivalente exacto en otras lenguas. Se traduce por «palabra, discurso, relato, narración, fábula o cuento». Su acepción es tan amplia que debe ser concretada según el contexto de su uso. Este vocablo fue traducido por los latinos por «fábula». Lo que sucede es que, para nosotros, hay una gran diferencia entre discurso o fábula. Una fábula, algo inventado, sugiere falsedad. «Contar cuentos» es sinónimo de mentir, por lo que todo cuento tiene un aura de irrealidad. Sin embargo, para un griego del siglo V a. C. un mito no equivalía a algo irreal o inventado, era algo muy real: se trataba de la narración de acon-

tecimientos que habían tenido lugar «in illo tempore» (en aquel tiempo). El ciudadano ateniense no ponía en duda la creación del mundo o el poder de una divinidad protectora como Atenea, de la misma forma que un ciudadano actual no pone en duda la teoría del Big Bang o las virtudes de la democracia. El Mito no es igual al Logos, pero no por ello es completamente opuesto. En historia de la filosofía se conoce a la etapa del nacimiento de lo filosófico, como un momento de transición «del mito al logos»; pero esta etiqueta y las explicaciones que se hacen de ese momento privilegiaron a uno de los discursos frente al otro, desposeyéndole de

Poseidon, Dios de los oceanos.

Centro: Escena de la Odisea de Homero: Ulises frente a las Sirenas.

Antigua pintura china donde se ve representada una escena del mito del Rey Mono.

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La revalorización de los símbolos y los mitos en el mundo moderno, se dio en dos disciplinas de forma paralela: En la psicología y en la fenomenología de la religión. La propia psique humana exigió retomar el lenguaje mito-poético y simbólico para poder entrar en esa parte de sí misma, el inconsciente, que quedaban sin acceso ni explicación. Por otro lado, desde el estudio de la religión y su fenomenología se comenzó a percibir la universalidad de los mitos y por lo tanto el carácter esencial de su narración, tanto a nivel explicativo como a nivel de regulación del mundo psíquico de los participantes de ese mito.

Arriba: Carl Gustav Jung junto a Mircea Eliade en una de las reuniones del Circulo Eranos.

Centro: Karl Kerenyi.

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un valor que ahora, dos mil años después, reivindicamos. El logos es el lenguaje racional, es un «método de razonamiento lógico, apoyado en un razonar preciso y estricto, con datos que remiten a la observación de lo real, propio de la filosofía y la ciencia». De esta forma, y por contraste, nos queda la idea de que el mito es irracional, ilógico e incoherente, una especie de concatenación de imágenes sin sentido, despegadas de lo real, o sea, irreales, creadas de forma aleatoria. Nada más lejos de lo real. En el mito existe coherencia lógica. Que sea difícil de explicar no significa que no tenga explicación. La mitología egipcia es un buen ejemplo; en ella se observa un altísimo conocimiento de la naturaleza y de los ciclos. Retrata las fuerzas naturales y las relaciones entre energías, dando sentido tanto al devenir de la historia como al propio proceso de la vida. La mitología egipcia no se puede reducir o simplificar en la típica afirmación de que «adoraban a animales», ya que esto no sólo es absurdo sino falso. Otro ejemplo más conocido es el de la mitología griega que es capaz de ejemplificar modelos y comportamientos arquetípicos a través de sus dioses y héroes. En toda mitología podemos observar una estructura coherente que se sostiene en el lenguaje simbólico. Además, los estudios de los antropólogos demuestran el carácter universal de estos símbolos: el axis mundi, el centro, la montaña primordial, etc., guardan una relación entre sí, pues son punto de encuentro, lugar sagrado,

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origen y ombligo del mundo, etc. Existen también símbolos similares en culturas alejadas en el espacio y el tiempo. Esta diversidad de símbolos religiosos «es todo un monumento a la capacidad creativa del espíritu humano» (Fraijó, 1994, pág. 32). Sus variaciones, incluso las diferencias, en vez de minimizar su valor, o relativizarlo, bajo la perspectiva de que si sus dogmáticas creencias son ciertas deben por tanto ser excluyentes, nos muestran la universalidad de su importancia y la similitud de los comportamientos orientados hacia un cosmos que tiene un aspecto sagrado. (Eliade, 1998, pág. 19) Para Mircea Eliade, este hecho de simbolizar es tan importante que se incardina en el propio origen de la conciencia. Lo simbólico y lo sagrado, como capacidad para ver y presentir lo esencialmente verdadero y eterno, trascendente en aquello otro que es efímero, contingente y temporal, es lo que permite al hombre constituirse como hombre. En el discurso racional se prioriza a la palabra, las definiciones y argumentaciones. La palabra propone conceptos, límites. Una palabra es una frontera que define, explica, o afirma. La palabra nomina, es eso y no otra cosa. El símbolo es precisamente lo contrario, un símbolo deja de ser eso para ser otra cosa. Una cruz ya no es una cruz, es algo más; un halcón deja de ser un halcón para convertirse en el faraón (en Egipto); una lechuza deja de ser un animal y se convierte en la sabiduría (en Grecia). El símbolo es una ventana abierta que invita a mirar por ella, un cofre que encierra tesoros, el símbolo sugiere, mueve y provoca. Un corazón, deja de ser un órgano que está en la quinta intercostal para ser una muestra de amor (en san Valentín). El símbolo es poliédrico, pluridimensional. Abre puertas a lugares inexplorados, remueve cimientos y evoca realidades dormidas. Por eso soñamos con símbolos pues es el lenguaje de nuestro inconsciente.


En líneas generales podemos definir el mito como una narración dramática y de origen tradicional que cuenta la actuación decisiva y memorable de unos personajes extraordinarios, realizada en un tiempo pasado y prestigioso que reviste el carácter de paradigma o modelo. El mito explica, de forma simbólica, aspectos importantes del cosmos y del mundo social. Elucidan el presente y los grandes temas que angustian y preocupan al hombre. Transmiten un saber ancestral. Construyen la primera interpretación del mundo y el sentido último del mundo. Debido a su multi-dimensionalidad pueden tener diversos significados e interpretaciones: psicológica, histórica, religiosa, física, espiritual, moral, etc. A nivel histórico el mito va dirigido a la esencia de lo que ocurrió, desprovisto del hecho concreto. La historia, por ejemplo, se centra en los hechos y las fechas. Cuando se habla desde la historia solamente se puede atribuir a un momento concreto: la Revolución Francesa de 1789 sólo es ésa y no otra; un punto único y singular en la línea del tiempo. Desde la perspectiva psicológica, el relato mítico es una descripción del mundo psíquico del ser humano, que se convierte en el protagonista de la narración, todos los elementos que encuentra en su relato representarán circunstancias, pruebas, obstáculos y bienes de sí mismo. En los mitos se muestran conductas y patrones que se corresponden con arquetipos o modelos de vida humana y en ellos también se dan las respuestas a los procesos psicológicos que ellos encarnan. Nuestra razón puede llegar

a comprender cosas e incluso explicarlas, pero hay una dimensión en nosotros que siempre requerirá del mito y el símbolo para adentrarse y profundizar en uno mismo. El siglo XXI es un tiempo para volver a dar valor a los mitos, para zambullirnos de nuevo en ese universo de sabiduría intuitiva y de símbolos del inconsciente colectivo, que tanto tienen por desvelarnos. m

Opinión de Tolkien sobre los mitos C.S. Lewis le dijo: —Pero los mitos son mentiras, aunque estas sean dichas a través de la plata. No —dijo Tolkien—, no lo son. Y señalando las ramas de los grandes árboles de Magdalen Grove dobladas por el viento, inició una argumentación. Llamas árbol a un árbol —dijo— sin detenerte a pensar que no era un árbol hasta que alguien le dio es nombre. Llamas estrella a una estrella, y dices que es solo una bola de materia describiendo un curso matemático. Pero eso es simplemente como la ves tú. Al nombrar y describir las cosas no estás más que inventando tus propios términos. Y así como el lenguaje es invención de objetos e ideas, el mito es invención de la verdad. Venimos de Dios —continuó Tolkien—, e inevitablemente los mitos que tejemos, aunque tienen errores, reflejan también un astillado fragmento de la luz verdadera, la eterna verdad de Dios. Sólo elaborando mitos, sólo convirtiéndose en subcreadores e inventando historias, puede aspirar el hombre al estado de perfección que conoció antes de la Caída. Nuestros mitos pueden equivocarse, pero se dirigen, aunque vacilen, hacia el puerto verdadero, EL MUNDO DE SOPHIA

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Herminia Gisbert Vicepresidenta de la Fundación Sophia

La Sabiduria del Corazón

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ste es uno de los grandes temas del nuevo paradigma emergente. Una cuestión tan amplia como apasionante, que une la sabiduría antigua con la ciencia moderna en toda una serie de investigaciones y descubrimientos realizados desde diferentes ámbitos del saber, como las neurociencias, la psicología, la medicina o la pedagogía. Lo cierto es que todos los estudios realizados han demostrado que existe una gran inteligencia en nuestro centro cardíaco, apenas esbozada por nuestra moderna ciencia, que augura para un futuro cercano el disponer de grandes herramientas para la salud, tanto física como psicológica y mental. Una inteligencia inimaginable y prácticamente desconocida para Occidente, pero que sin embargo ha estado siempre presente en la sabiduría milenaria de Oriente y de las antiguas civilizaciones. Recordemos, por mostrar algunos ejemplos, las dos escuelas de la doctrina de Buddha, llamadas Doctrina del Ojo y Doctrina del Corazón. La primera, está en relación al aspecto exterior de la doctrina, al dogma, al ritualismo eclesiástico y a la letra muerta contenida en toda escritura. Un conocimiento, obviamente destinado a aquellos que se contentan con las fórmulas exotéricas. Mientras tanto, la Doctrina del Corazón 40

EL MUNDO DE SOPHIA

dirigida a los discípulos, es de carácter interno y está en relación a la sabiduría ancestral, al aspecto intuitivo de la conciencia y al conocimiento de las esencias, haciendo justa referencia a la genuina sabiduría impartida por todos los Maestros y Bodhisattvas a lo largo de sus innúmeras manifestaciones. De igual modo, también en la sabiduría de los antiguos egipcios podemos encontrar importantísimas referencias al corazón como asiento de la inteligencia, pues ellos diferenciaban en el hombre dos corazones. Uno era el órgano físico, llamado hati, y el otro el «ib corazón», considerado por ellos como la «sede de la conciencia». En este corazón ib radicaba la identidad del hombre, su individualidad y sus intenciones. Este era el corazón sutil que sería pesado en la balanza de la Justicia de Maat y que debería responder ante el tribunal de Osiris, cuando el alma cruzase la otra orilla… Por lo tanto, gran parte de sus conocimientos estaban dirigidos a hacer «sabio» a ese corazón que tanta responsabilidad tenía en su paso por la vida: «Que tu corazón sea un altar para ofrendar la Maat», enseñaban los sabios egipcios… Y ya en el Extremo Oriente, dentro de la sabiduría contenida en el magnífico texto taoísta del Tao Te King podemos leer: «Igual que el lecho de un río, el corazón nunca se llena. Es un Misterio cuya entrada


es la fuente del Mundo; Tao está siempre presente en él: en armonía con el Tao, el corazón nunca fallará». Y es que para el taoísmo, el corazón es la sede del Amor universal, el centro que regula en el hombre el flujo y reflujo de la corriente del Tao. Por eso, numerosas técnicas de Chi kung o de alquimia taoísta van destinadas a nutrir, sanar y fortalecer este órgano. La máxima de vida «Xin peng ru shui» significa que cuando se acallan las voces interiores y cesa el pensamiento, el corazón queda tranquilo como el agua del lago sin viento y limpio como la del manantial. Sólo así se puede percibir lo que subyace en el fondo del Ser. Sólo vaciando el corazón puede fluir el Tao a través nuestro. Volviendo la vista a hacia nuestro momento actual, en Occidente recién comenzamos a investigar y experimentar con la sabiduría del corazón. Y a pesar de que todavía queda mucho camino por delante, ya podemos sacar algunas conclusiones que nos permiten asegurar que el corazón tiene su propia inteligencia, pudiendo actuar con cierta independencia de los condicionantes del cerebro «reptiliano» y el «límbico», que tan limitados nos mantienen. Ya en la década de los 90, el Dr. Iohn Andrew Armour, de la Universidad de Montreal desveló que «el corazón dispone de un complejo sistema nervioso intrínseco formado por una red de más de 40.000 neuronas, neurotransmisores, proteínas y células de apoyo, y es lo suficientemente sofisticado como para calificarlo de “pequeño cerebro” por derecho propio». Los trabajos que siguieron a estas primeras investigaciones llegaron a demostrar que el corazón es capaz de aprender, de recordar y percibir sensaciones sin mediación de la mente, es decir, «un cerebro del corazón» con una especial forma de inteligencia, que no es otra que la inteligencia del Amor. También allá por los años 90, el Dr. De Bold de la Universidad de Otawa descubrió que el corazón es responsable de mucho más que bombear sangre

a todo el organismo, puesto que es el productor de ciertas hormonas que favorecen numerosos procesos. Una de ellas es la hormona ANF que se encarga de regular y mantener el equilibrio orgánico u «homeostasis». De entre todos sus efectos, uno es la inhibición de la hormona del estrés, el cortisol, a la vez que se encarga de la producción de su contraria, la oxitocina, llamada hormona del amor por la cantidad de ellas que se liberan en un estado amoroso o afectivo. Traducido a un lenguaje más metafórico, podríamos decir que en el corazón se encuentra la puerta del Amor… ¿y no es esto lo que nos decían los sabios taoístas cuando nos hablaban de la fuente del Mundo…? Por otro lado, los últimos avances en la neurocardiología hacen referencia a la interrelación existente entre los pensamientos y las emociones, entre nuestro corazón y nuestro cerebro, volviendo a constatar una vez más la sabiduría de los maestros egipcios cuando nos decían que «Todo está interrelacionado. Como es arriba es abajo; las leyes que afectan a lo grande, afectan a lo pequeño y viceversa». Si somos capaces de armonizar nuestro corazón con nuestro cerebro, y de integrarnos con nosotros mismos, es decir, de conectar nuestro espíritu, mente, corazón y cuerpo…, entraremos en un «estado de coherencia», en donde, como han demostrado los avances científicos, viviremos más sanos y más felices. Nuestro Ka, como dirían los antiguos egipcios, unificado y poderoso, se expandirá a nuestro alrededor generando una onda de bienestar y serenidad que potenciará no sólo en nosotros, sino también en los demás, e l mejor contexto en donde poder desarrollar las más altas cualidades espirituales con las consabidas repercusiones a nivel individual, social y en nuestra relación con el medio ambiente. Según el Dr. en psicología Llorens Guilera «el campo magnético del corazón es el motor electroEL MUNDO DE SOPHIA

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magnético más importante de todo el organismo que funciona como un potente imán. Las ondas electromagnéticas que produce tienen una potencia cinco mil veces superior a las del cerebro. Envuelven nuestro cuerpo en un ámbito de 360 grados y de entre dos y tres metros de alcance, y son perfectamente medibles mediante magnetocardiogramas». De ahí la importancia de cuidar nuestras emisiones emocionales y mentales, pues éstas teñirán de su «especial color» todo ese campo electromagnético, con la consiguiente influencia en nuestro entorno. Emociones tóxicas de frustración, ira, miedo u orgullo provocan ondas inestables y caóticas, mientras que las emociones saludables de alegría, compasión, gratitud o amor generan un campo armónico, estable y de mayor duración. Otras investigaciones interesantísimas publicadas en Psychiatry Research, y a las que se ha llegado también a través de los estudios neuronales realizados a meditadores habituales por un grupo de psiquiatras del Hospital general de Massachusetts, revelan que la práctica de un programa de meditación durante ocho semanas hace que «las áreas de materia gris relacionadas con la memoria, la empatía y el estrés se transformen de forma considerable». A su vez, los experimentos realizados con practicantes de las tradiciones budistas Nyingmapa y Kagyupa, que llevaban entre 10.000 y 50.000 horas de meditación, y entre 15 y 40 años de prácticas, demostraron que durante las meditaciones focalizadas en el corazón, sede de la compasión, «mostraron un incremento de la densidad de materia gris en el hipocampo, una zona del cerebro importante para el aprendizaje y la memoria, y en estructuras asociadas a la autoconciencia, la compasión y la introspección». Igualmente, la Dra. Sara Lazar comenta en uno de sus trabajos que «aunque la práctica de la meditación está asociada a una sensación de tranquilidad y relajación física, sabemos que la meditación también proporciona beneficios cognitivos y psicológicos que persisten durante todo el día». Por otro lado, encuentro fascinantes los estudios que demuestran el cambio sufrido en el carácter, gustos y aficiones de personas que han sido ob42

EL MUNDO DE SOPHIA

jeto de un trasplante de corazón, llegando a tener incluso recuerdos y sueños de su anterior «dueño»… Obviamente el debate está servido en bandeja, pues las causas que se argumentan rompen completamente con el viejo paradigma científico, repleto todavía de miedos, prejuicios y condicionantes. ¿Cuánto tendremos que esperar para abrir la visión al gran misterio de la existencia?... Los modernos descubrimientos también nos hablan de animales que sincronizan los latidos del corazón de todo su grupo para atravesar con menor riesgo una zona en la que acechan los depredadores. Es como si el poder de ese «único corazón de la especie», ahuyentase los peligros que acechan. Y sabemos también, por comprobación científica, que dos o más personas pueden sincronizar los latidos de sus corazones. Es lo que ocurre entre los bebés y sus madres, entre amado y amante, entre buenos amigos, entre un grupo de personas trabajando por un mismo ideal… por una nueva educación

La nueva educación que proponemos en Sophia, desde el corazón de la sabiduría y desde la sabiduría del corazón, busca esa sincronicidad entre profesores y alumnos, entre hijos y padres, entre médico y paciente, entre empresarios y trabajadores, entre aquel que enseña y aquel que aprende... ¿Qué pasaría si los seres humanos como familia, aprendiéramos a sincronizar nuestros corazones? ¿No seriamos así, quizá, capaces de unir sinergias, enriqueciendo el conjunto con los múltiples y diferentes talentos de cada uno? ¿No daría esto un sentido de unidad y trascendencia a nuestras vidas…? ¿No será tal vez éste, el hermoso futuro al que tendremos que llegar por evolución consciente…? ¿No podríamos acelerar ese maravilloso destino…? La verdad es que, si bien queda mucho trecho por recorrer, sentimos «con el corazón» que sí es posible aligerar el paso conectando con su sabiduría intrínseca. Activar la sabiduría del corazón es cultivar la integración. Un ejercicio de armonización que nos «conecta» con nosotros mismos, con nuestros poderes internos en estado latente y con las fuentes del Ser… Recuerdos, reminiscencias, memorias de tiempos pasados y evocaciones de tiempos


futuros, enseñanzas aprendidas en nuestra larga experiencia de vida que relegadas al inconsciente volvemos a hacer conscientes, mundos internos repletos de historias que compartir… Es decir, una sabiduría ancestral que bulle en nuestro interior y que podemos rescatar con solo vincularnos con nuestra propia esencia. Accionar la energía de nuestro corazón nos hace estar presentes con todo nuestro ser. Activos, conscientes, despiertos, libres, vivos… Con atención plena para leer las señales y los mensajes de la vida, sin aferrarnos a las experiencias, sino extrayendo sus lecciones y descansando en la conciencia. Con un presente en nuestras manos cargado de las experiencias del pasado y de las semillas del futuro, que permite hacer de ese «presente» un instante eterno, y de esa «presencia» una actitud protagonista en el gran escenario de la vida… Fundirnos en la sabiduría de nuestro corazón es CONFIAR; porque si desde nuestro propio corazón sincronizamos con el corazón de la existencia, nos daremos cuenta de que estamos siendo acunados por la propia Madre-Vida, mecidos por el vaivén de los sucesos, arrullados por las melodías de cada experiencia. Y así, entre sus reconfortantes brazos nos sentimos seguros, protegidos, relajados… ¿Qué malo nos puede pasar desde ese lugar excelente…? Todo aquello que pueda ocurrir, por muy difícil o doloroso que sea, será propicio para extraer una valiosa experiencia de vida… Desde Sophia proponemos una educación integral e integradora que nos ayude a desarrollar los tres grandes poderes del corazón: Querer, Amar y Saber. querer. Es el «querer con el corazón» de los antiguos egipcios y el «querer con toda el alma y contra todo pronóstico» nuestro. Es la energía propia del corazón, que le convierte en el mayor y mejor motor que tenemos para conquistar nuestros sueños, para no limitarnos, para echar a volar libres y para alcanzar lo inalcanzable. amar con sensibilidad…, para prestar atención a los pequeños detalles de la vida. Para extraer nuestra natural belleza y poder percibir la belleza que encierra cada uno de los seres de la creación. Para poder empatizar con el mundo, comprendiendo el porqué de sus dolores y sus penas, hasta

alcanzar la tan anhelada compasión que sólo las almas de gran corazón pueden experimentar. Sensibilidad y pureza para volver a mirar el mundo con la inocencia y la curiosidad de nuestro niño interior. saber (Inteligencia), para poder penetrar en el gran misterio de la vida; desde nuestro corazón al corazón de los seres y de las cosas. Los argumentos, razones e ideas llegan a la cabeza, nos informan, pero para que haya una real transformación, una mejora, una actividad alquímica, las ideas tienen que atravesar el corazón, pues solo desde allí pueden hacer su mágica labor de transmutación interior. Escuchar con el corazón es aprender y recordar… Vivir desde el corazón es transformar ese conocimiento en Sabiduría. Pienso que cualquier esfuerzo es poco para rescatar tamaños poderes; sin embargo, es mucho más sencillo que todo eso… Como decían los antiguos egipcios, «Sigue a tu corazón mientras te encuentres en la tierra y realiza un día perfecto». Y yo añado: «cree en ello»… pues me olvidé de deciros que el cuarto poder del Corazón es convertir en realidad aquello en lo que uno firmemente cree..., ¿y no se llama esomagia?... …Os espero allí, donde se sincronizan nuestros latidos… donde el «yo» desaparece y nos convertimos en «Uno». m

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